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«Con cuchara y con cuchillo se arrancaron los chiquillos»

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El 30 de enero de 1990 los chilenos nos despertamos con una espectacular noticia: 49 presos políticos se habían escapado de la Cárcel Pública de Santiago.

Desde aquella fecha histórica veinte años han transcurrido y aún existen compañeros impedidos para vivir en Chile como hombres libres. Sobre ellos pesan todavía las condenas impuestas por los tribunales militares de la época, sin que durante este tiempo ningún alto dirigente político en el poder haya querido hacerse cargo de esta deuda pendiente con los que dieron más que nadie, para hacer posible el retorno de la democracia a nuestra patria.

Existen fechas que nos llenan de regocijo, pero cuando van de la mano de una injusticia éstas tienen un sabor amargo, un gusto a derrota que opaca lo conseguido.
Ese día celebramos por las calles de Santiago esta heroica acción con cantos, consignas y vítores. Nos reíamos y albergábamos en nuestros corazones la esperanza que en marzo de ese año, todas las cárceles del país se abrieran para liberar a los Presos Políticos por la tiranía. ¡Qué ilusos fuimos! y ¡Qué infame fue el señor Patricio Aylwin al aplicar su “justicia en la medida de lo posible”!

Me consta que cada uno de ellos ha intentado resolver su situación procesal, pero se han encontrado con muros de burocracia, de malas intenciones y de puertas en las narices. Sus familiares y amigos hemos denunciado este EXILIO que la Concertación no quiso solucionar, hemos hecho campañas pidiendo el Derecho a vivir en Chile, hemos escrito cartas, hemos tenido entrevistas, no obstante nunca obtuvimos respuesta por parte de los señores políticos de turno.  Ahora con el nuevo gobierno sabemos que eso será imposible.

Hoy están refugiados en Bélgica, Francia, España, Cuba, y en otros países que les otorgaron asilo, sin embargo añoran volver a pisar el suelo que los vio crecer, el que supo de los primeros amores y de las protestas en la calle, ésas que les dieron la convicción de que sólo la lucha los haría libres de la dictadura.

Han rearmado sus vidas y sus hijos han crecido con la identidad partida, tal como en el pasado lo vivieron los exiliados de Pinochet, pero esto no les ha importado a los que discuten en el Parlamento las leyes y el destino del país.

Seguirán esperando y aumentando canas al calendario, viendo pasar la vida en Chile a través del Internet, la televisión o el teléfono. Aguardarán con una maleta lista en el armario,  hasta que se cumplan treinta años de esta fuga y -como les dicen los abogados- las penas queden  prescritas como la ley  lo estipula.

Para entonces mi hijo tendrá veintisiete años y su padre vestirá cincuenta y siete otoños en la piel.
Enero – 2010

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