A la huella, a la huella…de la esperanza
A la huella a la huella, José y María
Por las pampas heladas, cardos y ortigas
A la huella, a la huella, cortando campos
No hay cobija ni fonda, sigan andando
Florecita del campo, clavel del aire
Si ninguno te aloja ¿A dónde naces?
Donde naces florcita, que estás creciendo
Palomita asustada, grillo sin sueño.
LA PEREGRINACION
Ariel Ramírez
Argentina
Estamos terminando el año 2009 del siglo XXI DC o EC, denominación arbitraria de este devenir que llamamos tiempo, en este campo arbitrario que llamamos humanidad. Según nuestros sabios, que en este momento son los científicos, nuestra existencia como “humanidad” u hominidad se calcula en 8 millones de años en un planeta en que la vida tiene aproximadamente 4500 millones de años, es decir casi nada. Aquí inventamos varias arbitrariedades más, comenzando por la palabra “nuestra” y “humanidad”.
Digo arbitrariedades, porque al decir nuestra, me estoy incluyendo con todos los humanos anteriores a mi existencia individual, cosa que desde el punto de vista del pensamiento de un humano individualista y soberbio del siglo XXI, no tendría sentido ¿ o si lo tendría?
De hecho yo estoy segura de que lo tiene. Ningún humano, por desfamiliado que sea, nace del aire. Todos nacemos de otros que nos legaron su historia en la biología de nuestro cuerpo, en la estructura de nuestra sociedad, en la cultura que practicamos. Todos llegamos a ser algo, por el esfuerzo de nuestros ancestros, herencia que modificamos con nuestra vida individual, pero que subyace a nuestras acciones.
Digo todo esto porque se nos viene una fiesta, la recordación de un mito, que gran parte de la Humanidad celebra. Un mito que circula en nuestra cultura desde hace por lo menos 3000 años. Es el mito de que nuestro creador, nuestra causa última, el o lo que creemos que inventó las reglas de nuestro juego existencial, de algún modo se manifiesta en nuestro devenir en una forma más particular. Esta noción se ve en la idea que invadió a esos pueblos transhumantes del Medio Oriente, los “habiru” llamados hebreos, que en un momento de hambre se refugian en un Imperio Egipcio, donde se asientan por un buen tiempo entrando en contacto con la civilización y cultura egipcia. Estas instalaciones en países extranjeros no suelen ser gratis y al cabo de un tiempo deben arrancar de la esclavitud liderados por un príncipe, docto en la cultura y religión egipcia, al cual Dios, el Otro, el Invisible, El Que No Tiene Nombre, el Innombrable, lo ayuda, lo guía y hace un pacto a cambio de la obediencia a ciertas normas. Estas normas son básicamente los Mandamientos, que encierran gran parte de lo medular de la cultura que el ser humano aprendió por experiencia en su historia: Honrar padre y madre, No matar, No mentir, No cometer adulterio, No ambicionar los bienes del prójimo…
Pero en este devenir histórico, el pueblo de los Mandamientos hizo conciencia a punta de guerras y de miserias, de una nueva verdad más profunda: Que todos los seres humanos somos hermanos, es decir, básicamente somos la misma energía y estamos entrelazados los unos con los otros, y la calidad de nuestras vidas depende de cómo nos entrelacemos con el prójimo. Que solo el amor que podemos dar y recibir, es la fuente escondida de nuestra esperanza. Que sin esperanza, no vale la pena el camino.
Hace 2000 años esta noción brotó con fuerza en los descendientes de los antiguos esclavos que salieron de Egipto, cuando después de haber sido dominados y esclavizados por muchos pueblos, caen bajo la garra del Imperio Romano. Desde la profundidad de la desesperación, de la pobreza y de la pérdida de la esperanza, surge la figura de un profeta que dice cosas sencillas, que vive la misericordia y la compasión como forma de vida, que es pobre y que se da cuenta que el ansia de poder y riqueza son la causa de la opresión del hombre por el hombre. Jesús, este galileo pobre, judío piadoso, creyente a ultranza en la bondad de ese Dios que era innombrable, y al cual él llama Abba, Papacito, encarna la nueva esperanza para los esclavos del Imperio y de muchos Imperios que vendrán a martirizar a los seres humanos, imperios que se crean por la ambición, las ansias de riqueza y poder.
La mitología cristiana hace nacer a este profeta, pobre y sin techo, perseguido por la autoridad que quiere eliminarlo, caminando por la tierra, hijo de una joven doncella, primeriza, que no tiene donde dar a luz. Una escena que debe estar grabada en nuestros genes, el hecho de tantas mujeres a lo largo de la historia, que no tienen ayuda en la escena más tradicional de la Humanidad, el parto de un hijo.
A la huella, a la huella, dice la canción, anda, sigue caminando…por las pampas heladas cardos y ortigas. A la huella, a la huella, cortando campos
La poesía se vuelve magnífica y dice: “Florecita dormida, clavel del aire, sin ninguno te acoge ¿A dónde naces?
¿Dónde nacerá nuestra esperanza? Seguimos siendo esclavos de los imperios, creados por nosotros mismos, donde no nos reconocemos como hermanos y no le damos cabida al nacimiento de la esperanza, que es de lo que la Navidad se trata.
Esperanza en que los líderes del mundo se pongan de acuerdo y controlen sus ansias de depredar todo lo que existe, esperanza que nuestros líderes a quién entregamos el poder periódicamente, no nos vendan como esclavos , como dice el mito que hicieron los hijos del “habiru” Abraham con su hermano José, esperanza que el Dios bueno de Jesús, nos insufle algo de su sabiduría para poder criar a nuestros hijos con cierto fundamento y continuar con la humanidad en forma más agradable, más amorosa y más compasiva.
Y la canción termina con estos versos:
A la huella, a la huella, los peregrinos
Préstenme una tapera, para mi Niño
A la huella, a la huella, soles y lunas
Los ojitos de almendra, piel de aceituna
¡Ay burrito del campo! ¡Ay buey barcino!
Que mi Niño ya viene, háganle sitio.
Un ranchito de quincha, solo me ampara
Dos alientos amigos, la luna clara
A la huella, a la huella, José y María
Con un Dios escondido, nadie sabía.
Diciembre, 2009
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