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¿Es Patria una mala palabra?

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Esta vieja herida que me duele tanto,
me fatiga el alma de un largo ensoñar; 
florece en el vicio, solloza en mi canto, 
grita en las ciudades, aúlla en el mar. 
 
Siempre va conmigo, poniendo un quebranto
de noble desdicha sobre mi vagar. 
Cuanto más antigua tiene más encanto… 
¡Dios quiera que nunca deje de sangrar!… 
 
Y como presiento que puede algún día
secarse esta fuente de melancolía
y que mi pasado recuerde sin llanto, 
 
por no ser lo mismo que toda la gente, 
yo voy defendiendo románticamente
¡esta vieja herida… que me duele tanto!…  

Pedro Sienna,  Actor y poeta chileno

El mes de Septiembre nos trae todos los años un ataque de chilenidad.  Aparecen como por encanto huasos y chinas por doquier, la cueca invade los supermercados, los padres se ven obligados por los colegios a comprar trajes para que sus niños bailen Sanjuriana  o Refalosa, o algún otro baile sacado del museo que nadie baila fuera de un escenario, y las fondas y ramadas florecen como negocios.  Ni hablemos de los litros de chicha prefabricada con agua y mosto concentrado que corre por Santiago y no podría ser de otra manera ya que la cosecha de uva fue en Abril.

Yo como la empanada anual que me brinda la fiesta de la Municipalidad donde habito, por el hecho de pertenecer a un coro municipal.  La familia hace asados y nos convida y terminamos hartos de tanta patriotería de plástico y con el hígado en la mano y a la vez contentos si  vimos a los hijos y cantamos con los amigos.  Las calles están vacías ya que el que puede se larga, y los ladrones hacen su cosecha aprovechando estas ausencias.

Mi alma no vibra con las fondas y el folklore cuando no lo siento auténtico.  No sé qué demonios es la Parada Militar, fuera de una lata,  llena de marchas alemanas que no me disgustan como música, sólo por lo inauténtico en un país  como el nuestro que no es Alemania. Preferiría que así como los españoles marchan al son de pasosdobles y zarzuelas, nosotros lo hiciéramos al son de alguna música más nuestra,  de la cultura latinoamericana por lo menos.  Las marchas militares compuestas en Chile son cursilísimas.  Siempre hablan del “tronar de cañones”, de “invictos paladines”  de “centauros” con toda una retórica del siglo 19.  De hecho preferiría que los militares no marcharan mostrando su poder de muerte ya que  lo encuentro anticuado y disonante, y el machaque del bombo me saca de quicio. Pero ese es mi gusto y no me siento ni más ni menos chilena por tenerlo.

En cambio me agrada cuando en fiestas con amigos, se tocan cuecas de fin de fiesta y todos salimos a bailar por gusto.  No para demostrarle nada a nadie, sólo por el placer de hacerlo y en cualquier época del año.

Pero las Fiestas Patrias siempre llevan a las personas a revisar su relación con la Patria.

Leo un artículo muy apasionado y lleno de emociones en este blog preguntando ¿Somos todos chilenos? en que revisa  la historia nacional, por supuesto a través de la particular mirada del autor, y hace un recuento del malestar de muchos habitantes de este país, mostrando un  enorme sentimiento de dolor e injusticia.

Me llamó la atención la cantidad de emoción adolorida, diría yo, del autor y más que nada el dolor encerrado en los comentarios del artículo que fueron muchos.  Da la impresión de que la palabra Chile o chileno es una palabra clave en las heridas del corazón nacional.  Que la noción de Patria Chilena es hiriente para muchos y eso es realmente triste para los que viven aquí con ese sentir.

Todo este dolor está vinculado a las condiciones sociales percibidas como injustas en comparación a la existencia de lugares que serían más justos y que algunos identifican con Europa. Todo este dolor está vinculado a la convicción de que hay otro modo de vivir la vida, otra manera de apearse, de que en la repartija de bienestares a mi no me tocó nada y a otros sí.  Detrás de este dolor se ve también el supuesto de que la pertenencia a lugares justos y prósperos fuera el carburante necesario para tener sensación de identidad con mi lugar de nación y que ésta estuviera ligada indefectiblemente al bienestar que el país proporciona a través de la organización estatal, y que yo entonces sería otra persona, si mi padre-patria me hubiera tratado bien. Es la idea de que el gobierno de la patria fuera un padre que no cumplió su obligación de padre y esa herida no cierra.  Y la emoción sigue ahí invadiendo el dato objetivo y la vida personal de los afectados.

Lo comento, porque para muchos, la mayoría de la gente que conozco tanto en Chile como extranjeros, la identidad de pertenencia a un pueblo, no tiene nada que ver con lo que la patria o el gobierno de turno que administra el estado nacional de ese país le haya proporcionado, en forma de educación, bienes o justicia.   No la ven como un padre que debería darles algo y que lo honran solamente si cumple su obligación paternal.  La ven más bien como una identidad más íntima, que se refleja en el idioma, decires, costumbres, valores, cantos y bailes, chistes y paisajes. Una identidad que tiene un modo de ver la religión o la autoridad, un modo de relacionarse en familia, modo de morir y enterrarse, modo de casarse y criar hijos. Tiene también un  modo de pasar la pubertad e iniciarse en la sexualidad, un modo de cortejar y también de divorciarse.  Tiene una actitud hacia las artes, la vida social la cooperación a la comunidad, la individualidad y la creatividad. Es una identidad que brota de lo íntimo que yo soy y que me hace diferente a un tipo perteneciente al pueblo francés, por ejemplo.

Son mis vecinos de barrio los que me recuerdan mi identidad, y como yo me acepto a mi mismo como partícipe de mi comunidad, los acepto a ellos como mi espejo.  Y como practico mi identidad; si vivo lo que me sale del fondo del alma  y me siento cómodo o vivo modelos imitados que no tienen autenticidad ni coherencia interna  con lo que soy  y vivo en permanente contradicción e incomodidad entre lo que soy y lo que me gustaría parecer.

Aquí en Chile presiento que la herida sangrante de la contradicción, la incomodidad  de vivir en forma poco auténtica y sobre todo el dolor de la injusticia sentida en este padre-patria malvado, se ha vuelto parte de la identidad permanente, y personalmente creo, siento y pienso que esto no es sano.  Porque una cosa es reconocer los hechos fácticos de una historia y otra es que todas las emociones y energías queden atrapadas por esos hechos en nuestra identidad, que suponemos fija, impidiendo dar un paso adelante en la búsqueda de una vida mejor, que es lo que hace un organismo vivo sano.

Sabemos que todo lo mencionado como identidad, corresponde a un contexto temporal , efímero e interno,  de modo que es una construcción subjetiva en la que nos sentimos representados en algún porcentaje de nuestro ser y en algún  tiempo de nuestra vida  y que va cambiando con los cambios culturales y con la edad de las personas. Por eso cuando volvemos a la patria, después de años fuera, la cultura ha cambiado y nosotros también y se produce el dolor de no haber podido capturar el tiempo  que pasó.   Por eso que la gente de edad no se siente cómoda con los jóvenes porque lo que es placentero y natural para ellos, los jóvenes, lo descalifican o desprecian y viceversa. Pero las heridas se trasmiten mucho mejor que la sanidad, sobre todo si no tenemos conciencia de ellas y por eso a veces los jóvenes no nos aceptan, porque nos volvemos tan machacones como las marchas militares con sus bombos y su retórica añeja, y les c…… la onda.

Y dentro de esta identidad nacional sabemos que hay otros, diferentes a nosotros, que también son chilenos pero sus costumbres son distintas porque pertenecen a otra etnia, y esos otros por comparación también nos definen y nos enriquecen.  Los chistes de Don Otto de los alemanes del sur, que antiguamente eran muy populares nos mostraban a otros chilenos que pensaban diferente y vivían diferente.

Los problemas de las comunidades mapuches, nos muestran día a día que son varios los grupos de chilenos que son diferentes a nosotros, los de la zona central, y que vivimos en el mismo territorio teniendo todos el derecho a ser chilenos si nos da la gana y todo el derecho de mandarnos cambiar y hacernos esquimales si es del caso, renunciando a una identidad doliente.  Y puedo quedarme y negarme a una identidad doliente, porque no me da la gana de ser doliente.

Pero el cambiar la mirada de mi identidad como chileno en este caso, y buscarla en  mi interior y como este interior se refleja en mis afines y en las cosas que tenemos en común y no en los gobernantes o gente que no son mis amigos o con la que no comparto la vida, hace que esta identidad no esté abrumada por el dolor de la injusticia ejercida por un gobierno ocasional, o por leyes injustas.   Cambiar la mirada es un acto de sanidad que nuestros descendientes agradecerán ya que podrán objetivizar mejor los problemas y no se enredarán tanto en las emociones negativas.

Triste es el caso de los judíos en Alemania a los que sus propios vecinos, con los cuales habían convivido toda la vida y tenían las mismas costumbres, los acusaran de  un día para otro de ser diferentes e indeseables y los delataran a un gobierno que deseaba eliminarlos asesinándolos.  En este caso uno odia a los vecinos que me delataron y no me defendieron, a los gobiernos y a las ideologías que quieren asesinarme, porque algún antepasado hace 1000 años vino de otro lado, porque no me dejaron nada, me quitaron mi identidad de alemán sin ningún motivo ni siquiera ideológico, Me quitaron mi casa, mis bienes, mi profesión, mis amigos, mi dignidad y fueron todos en conjunto. Y lo más fácil es odiar en bloque, y quedarme sin nada.

Pero actualmente los judíos alemanes siguen hablando alemán, escuchando a Beethoven, leyendo a Goethe, comiendo comida alemana e incluso retomando la nacionalidad, porque es su cultura, es con lo que se criaron, y el amor a su cultura es el alimento de su vida y es un placer que no vale la pena sacrificar en aras de nada. Y no todos los alemanes los traicionaron.

¿Por qué entonces odiar en bloque?
Y el resultado es diferente ya que se coloca el dolor donde corresponde, y la rabia en quien corresponde y no en otra parte.  Y para hacer el duelo  y disipar el rencor hay que tener clara la película de quien produjo que, y que parte me corresponde a mí, como individuo. Y cuanto de eso es remediable y cuanto no lo es y me lo tengo que comer. Porque lo terrible del dolor no resuelto y de la rabia mal colocada es que me priva a mí de afectos que podrían ser sanadores, me puede incluso privar de una identidad que me de alegría, de amistades que le den sentido a mi vida, del amor a un terruño en el cual nací.  Me pueden castrar emocionalmente y yo transmitirlo a mis hijos como una herencia malévola.

Veo que muchos comparan Chile con Europa, para juzgar la injusticia existente. ¿Por qué Europa? ¿Por qué no el resto de Latinoamérica? ¿Por qué no África, que tiene una historia de etnias nativas más parecida a América y una historia de colonialismo similar?  ¿Es que acaso nuestros ancestros indios eran más desarrollados que los africanos?  Porque ese es el supuesto que hay detrás de nuestra comparación.  Y si averiguamos lo que ha pasado en África, o en El Salvador, quizás revaloricemos Chile, con sus traiciones y defectos, con sus injusticias de país mediocre, pero donde la gente no se muere de hambre por millones, ni hemos estado en guerras permanentes por 15 años con genocidios escalofriantes.

De Europa salieron  desde mediados del siglo 19 y todo el 20 una cantidad monstruosa de personas.  Quizás cien millones salieron hacia América del Norte y Sur, África, y Australia por persecuciones políticas, por hambre, por guerras e invasiones.  Las naciones europeas no eran amables ni cariñosas con sus pueblos;  los explotaban, les cobraban impuestos y los enviaban a pelear guerras estúpidas de imperios vanidosos.  Muchos de los que abandonaron Europa fueron “esclavos” blancos, no inquilinos, sino siervos atados a la tierra con todo el peso de la esclavitud, que es ser vendido junto con las tierras.  Estados Unidos se formó con todos estos emigrantes europeos, y Australia se formó con todos los presos políticos y civiles de Inglaterra.  América del Sur se formó del mestizaje.  Y África se de-formó con el colonialismo y la esclavitud.

Lo curioso es que esta gente, al no haber concebido jamás la peregrina idea de que la patria les debía algo, no guardan hacia ella la carga emocional negativa que percibo en Chile.  Siguen bailando sus bailes, hablando sus dialectos, celebrando sus ritos religiosos, porque ellos pertenecen a esa cultura y esa cultura les pertenece a ellos, sin necesidad de fijarse en una forma especial de gobierno. La patria vieja les da una identidad de pueblo, no la miran como un padre que se haya portado mal con ellos. Y cuando tienen  feudos y enemistades seculares, estos son con nombre y apellido y seguramente se asesinan como los de la mafia, pero no son categorías sociológicas, por lo menos en la mayoría.  Cuando uno empieza a odiar por categoría sociológica entra al reino del prejuicio y pierde la capacidad de discernimiento.  Los negros son, o los alemanes son, o los sudacas son, o los mapuches…etc.etc.

Mi  abuelo fue emigrante económico, y mi padre emigrante político, y aceptaron la mano tal como venía, haciendo su nido en esta tierra y siguiendo el consejo de “si no te gusta, cámbialo y si no lo cambias, Ajo y Agua” es decir A joderse y Aguantar. Un millón de exiliados salieron de España y un millón de muertos fue el saldo de la Guerra Civil.  De pesadilla.

Quizás deberíamos cambiar la palabra “Patria” por “Matria” y recrear nuestra patria soñada poniendo como punto uno de nuestras utopías el cómo imaginaríamos esta Matria, ya que está bien reconocer nuestra historia, pero debemos construir el  futuro con sanidad.  Para eso  haríamos una lista de las virtudes de la Matria y las empezaríamos a practicar en nuestro hogar donde haríamos que reinara el afecto, la justicia, el respeto, la no violencia y el amor.  Y así nuestros hijos y nietos tendrían una nueva visión del país donde nacieron y de la vida, ya que el prisma con que se mira el mundo depende de la casa en que nos criamos, porque allí se construyen las matrias y trataríamos de que ellos recuperaran la energía empozada en el dolor, para salir adelante  sin cargar con las viejas heridas que tanto han dañado a varias generaciones de chilenos, al despojarlos de su alegría de vivir y de una buena autoimagen .

Solamente así podremos ser simplemente chilenos, y estar contentos de serlo, ya que nuestra Matria  no es tan mala después de todo, si miramos con atención lo que pasa en el mundo, y no solamente a Europa que ha construido su bienestar sobre la expulsión de millones y el saqueo a todos los continentes.
Septiembre 2009

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