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Sabor amargo de un trago bebido en un cocktail de la SECH

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La escritora rusa, Galina Sebreviakova, en su maravilloso libro titulado  "La novela de Carlos Marx", lanza la siguiente pregunta: "¿Dónde está el límite de lo que un revolucionario puede aceptar en sus relaciones con el enemigo? Esa línea es tan sutil, que uno puede caer fácilmente del otro lado sin advertirlo".

Hago mención a este juicio, a propósito de una serie de notas que han ido y venido, respecto al  hecho que, Reynaldo Lacámara, presidente de la Sociedad de Escritores de Chile (SECH), haya invitado al actual alcalde de Providencia, Cristian Labbé, a un cocktail de convivencia que se llevó a efecto en la “Casa del Escritor”.

Un tema que implica un problema de fondo, un problema  ético y moral que va más allá de las formalidades protocolares o políticas con las cuales se ha pretendido justificar este hecho.

Ahora bien, si el alcalde Labbé hubiera sido invitado por un socialista o un demócrata cristiano, o por un PPD, o un radical,  el asunto hubiera pasado colado sin que hubiera suscitado ninguna escandalera ante la opinión pública. Total, estos referentes políticos, desde hace rato, han sido cooptados por el actual sistema imperante, y más aún, muchos de ellos se han sentido muy cómodos, refocilados en su seno conviviendo, de hecho, con deleznables personajes de ayer,  cuestión que se ha hecho carne en forma más  patente, en aquellos que han pasado a ocupar  altos cargos públicos, y aquellos que han pasado a usufructuar de jugosos y apetitosos pitutos.

También la noticia hubiera  pasado colada, si dicha invitación lo hubiera hecho otra agrupación cultural,  que no hubiera sido la SECH. Digo esto por todo el símbolo de lucha que representó la Casa del Escritor en los momentos más álgidos de la brutal dictadura, en donde los comunistas mucho tuvieron que decir como activos participantes y representantes de dicho referente cultural.

Esto último, no es un dato menor puesto que el Partido Comunista chileno, hasta hace poco, más precisamente, mientras estuvo Gladys Marín como presidenta, supo mantener en alto  principios políticos e ideológicos que caracterizan a una organización revolucionaria, incluyendo  por cierto, principios éticos y morales que se desprenden de tal carácter.

Es de  suponer que, para cualquier partido político revolucionario y sus militantes,  no puede haber divorcio entre uno y otro referente, caso contrario se pasa a ser cualquier cosa, menos un partido o movimiento revolucionario. En este punto hay que hacer notar bien este último aspecto, el que  necesariamente debe tenerse en cuenta  para hacer un justo y cabal análisis sobre el fondo que subyace en el tema que ha saltado a la palestra pública.

Bueno, pero es el caso, que dicha invitación provino, ni más ni menos, que de   un militante del Partido Comunista, lo cual le da un carácter distinto al caso, trayendo consigo, como era lógico de suponer, una serie de reacciones muy dispares.

El problema fundamental está, a mi juicio, no tanto en no haber prevenido  las consecuencias negativas de imagen que necesariamente tenía que traer este hecho para la  SECH sino, más bien, la otra consecuencia  inevitable que tendría que desprenderse del mismo:  ofrecerle en bandeja  un gratuito lavado de imagen a quien ha sido sindicado como agente o colaborador de la DINA, y como tal,  co-responsable de crímenes de lesa humanidad que, según el derecho internacional, son  imprescriptibles e inanmistiables. Sin duda, un torpe e inexcusable error del presidente en ejercicio de la “Sociedad de Escritores de Chile”, por lo que debe dar cuenta de su responsabilidad ante sus asociados.

Según tengo entendido, el Sr. Lacámara, no tenía ninguna obligación, ni legal, ni protocolar ni menos política de invitar a tal personaje.  Distinto es el caso cuando autoridades públicas, como lo son, por ejemplo, la Sra., presidenta, Ministros y autoridades afines, tienen que invitar a los actos oficiales (por obligación) a personajes de oscuro pasado que particularmente les desagradan y molestan. Mal que les pese,  tienen que tomarse ese amargo trago por un imperativo legal consignado en las reglas de protocolo. El Sr.,  Lacámara no se encontraba obligado a exponerse públicamente a un hecho tan desafortunado como éste. Tanto es así que, hasta donde yo sepa,  ningún presidente anterior de  la SECH, durante los últimos veinte años, no se sintió obligado así hacerlo, y ni tan siquiera se les pasó por la cabeza actuar de la manera como actuó el actual presidente.

Ahora bien, han surgido voces queriendo  justificar la invitación en cuestión señalando que, correspondía cursarla por ser el alcalde de Providencia una autoridad comunal elegida con el voto popular de la comunidad (tesis esgrimida públicamente, hasta donde yo sepa, por la señora Virginia Vidal). Sin embargo, esto que pareciera ser una buena excusa, lo es sólo en su forma, pero examinado en su fondo, pierde toda sustentabilidad. Para empezar ya dije que no existía ninguna obligación legal para así hacerlo.  Recordar también que en su época, Adolfo Hitler también fue elegido por el voto popular del pueblo alemán. ¿Si siguiéramos la lógica argumental de esta línea, ¿ querría decir también que se tuviera que haber invitado, por ejemplo, a Osvaldo Romo, el Fanta, o  Barclay Zapata, en caso alguno de éstos hubieran sido los elegidos por el voto popular en Providencia?  Se podría alegar, quizá,  que estos ejemplos son casos distintos. Pero, pregunto yo, ¿qu
 é diferencia podría haber entre los asesinos materiales de crímenes horrendos con los responsables intelectuales de los mismos?

Y más aún,  los defensores de tal opinión soslayan un hecho que pasa a ser aún más fundamental. Me refiero a las circunstancias y condiciones políticas y jurídicas en que el alcalde de Providencia llegó a ese cargo. Recordar, por ejemplo, que todas las elecciones, habidas durante los últimos veinte años, carecen de sustentabilidad democrática por provenir éstas de imperativos político-jurídicos contenidas en una Constitución de corte inequívocamente fascista. No escapará, a cualquier mediana inteligencia, que en las elecciones en  nuestro país, -al contrario de la imagen que se ha querido hacer prevalecer- es un gran fraude y representan una ominosa farsa. Sí, así de claro, como también así de simple.

Afirmo esto último porque el pueblo es convocado a votar sólo por aquellos que ya han sido previamente designados por una reducida clase política, clase política que el imaginario popular, cada vez más, identifica como una clase corrupta. Si a esto agregamos que, además, de ir a votar el día de las elecciones como vulgares corderos, el pueblo no tiene participación activa en las decisiones cotidianas que tienen que ver con los asuntos públicos que les conciernen, tenemos todo un cuadro muy preclaro  para concluir  que los actuales representantes carecen de legitimidad  legal, ni moral, para  señalarlos como tales.

En efecto, un  país en donde el pueblo “no elige”, sólo vota, y más aún, no participa respecto a la resolución de los asuntos públicos que les conciernen quiere decir, lisa y llanamente que  Chile es un país donde la democracia no existe, donde los ciudadanos han sido convertidos en corderos, acudiendo a votar cada cuatro años por aquellos que les manda y ordena el sonar de los cencerros.

Como lo dijo, en una oportunidad,  el destacado hombre de letras, Premio Nacional de Literatura, Armando Uribe, “Chile no existe”. Una potente imagen literaria que refleja en toda su crudeza la realidad implícita y explícita de todo este falso halo de democracia que “supuestamente” nos encontraríamos viviendo en Chile.

Y como punto final a esta nota quiero referirme a la situación del poeta Alejandro Lafquen. Fue él, el que puso la denuncia pública sobre tan feo y grotesco asunto. Se le ha querido descalificar por ello, señalándolo como un  personaje conflictivo que anda a la zaga de denuncia tras denuncia contra la actual dirección y administración de la SECH. Por ello ha sido ninguneado y vilipendiado por aquellos que, -por decirlo de algún modo-, son seguidores de la línea implementada por el actual presidente de la SECH.

No quiero abundar en mayores detalles de todo el cuestionamiento que últimamente ha girado en torno a la administración de la Sech. Incluso escribí, en anterior oportunidad un artículo sobre este asunto. Allí concluía que, sin constarme si las denuncias públicas eran efectivas o no, si había un hecho claro que: “Algo huele mal en Dinamarca”. Con esta última torpeza de Reynaldo Lacámara, esa sospecha más aún se profundiza  y el hedor que se ha desparramado por la sede de la  SECH más ha impregnado sus pisos y paredes.

Ojalá en Chile existan muchos más personas con el coraje del  poeta Alejandro Lafquen. En Chile lo que más falta hace, es que hayan más críticos que denuncien  todo lo podrido  que existe en nuestra sociedad. Pudrición que, lamentablemente, ha estado alcanzando hasta las más respetables instituciones como sin duda lo fue algún día “ la “casa del Escritor” y la misma SECH.

A lo menos, eso es lo que yo pienso, en mi modesta opinión.

email del autor: Hernán Montecinos

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