Dice un amigo mío que cuando no podemos cambiar el mundo, inventamos o nos refugiamos en una secta a nuestra pinta y ahí nos vivimos nuestros dogmas y certezas. El mundo no cambia ni un ápice con nuestra actitud, pero todos, de alguna manera, nos defendemos así. Frecuentamos a los que piensan como nosotros, nos nutrimos de los escritos de nuestros afines ideológicos, escuchamos nuestra música y así nos aquietamos de la angustia que se nos produce cuando leemos los diarios o vemos los noticiarios o cuando salimos a la calle a enfrentar la traición de cada día.
Lo primero que aparece a mi vista es una cola de cien personas en un paradero del Transantiago. Y lo último que veo, casi todos los días en un taco que tengo que pasar a las 7 de la tarde, es una de esas micros repleta como lata de sardinas, llena de gente cansada que apenas puede respirar, de pie, y que miran con miradas vacías y resignadas porque saben que todavía tienen una o dos horas de viaje en esas condiciones.
Todos hemos tenido ilusiones domingueras en nuestra juventud y logramos la madurez a punta de realidades. A veces abandonamos las ilusiones, pero no tenemos por qué abandonar los valores que las sustentaban, si éstos provenían realmente de nuestra esencia y no de nuestras carencias y complejos. Lo cuerdo es cambiar las ilusiones por realidades trabajando en el mundo, y luchando por imponer nuestros valores más preciados. Por supuesto que en la forma en que cada uno esté mejor dotado y con el realismo que da la experiencia.
Reconozco que mi secta va por Leonardo Boff, quien habla poéticamente de mundos en donde se aceptan todos los caminos a la trascendencia y al amor universal; va por el Obispo Casaldáliga que cree que la Humanidad no se puede perder porque tiene un ADN divino; por Jon Sobrino, jesuita irreverente que cree en el principio Misericordia, que se duele del sufrimiento de los pobres del mundo y que va a morir denunciando las injusticias y opresiones de nuestra civilización; que se salvó por un pelo de que los alumnos de la nefasta Escuela de las Américas lo acribillara a balazos junto con otros catedráticos que murieron en El Salvador.
También va por todos los que creen y practican la idea de que es necesario mejorar nuestros niveles de conciencia y reflexión, para poder vivir mejor, en una sociedad más justa y amorosa.
Como digo, el problema empieza al toparnos con la realidad, la confusa realidad de nuestra querida patria. Patria traicionada por algunos de aquellos que ayer promovieron con vehemencia su adhesión a los pobres del mundo, su aversión a ser el patio trasero de USA, su desconfianza a la clase burguesa y a los capitalistas, su adhesión a la lucha armada, y a la destrucción de la burguesía para el logro del poder total.
¿Qué te pasó Michelle, Ricardo, Fernando, Oscar, Eduardo? Como decía el poeta inglés John Donne, ¿Es que ahora ya no somos los mismos que éramos? Les habla aquí una burguesa que jamás se hizo pasar por proletaria, que jamás se fue a tomar las armas, sino que se quedó trabajando para alimentar y educar a sus hijos sin aceptar nunca un trabajo manchado con sangre ni con traición.
¿Era tan difícil defender un par de cosas buenas en 20 años de gobierno? Como ser una buena educación para este pueblo, por el cual se suponía que lucharon en 1970. ¿Tan frágiles eran los ideales por los cuales salieron tantos exiliados, por los cuales sufrió tanta gente?
¿Fueron víctimas de un espejismo por ser tan ignorantes de la realidad del mundo, por haber vivido en esta isla apartada de los lugares donde se ha jugado rudo, y donde realmente se tejen los destinos del mundo?
Pero hay algo que no aprendieron aún cuando volvieron tan europeos, renovados y políglotas. Algo que sí tienen muchos de esos líderes de los países desarrollados, y es que muchos de ellos realmente aman a sus países, se juegan por ellos, y prefieren morir a traicionarlos o perder la honra. Hay una manera de ser Hombre, con mayúscula, que no veo entre nuestros políticos que figuran como los idealistas de ayer.
Siempre me acuerdo de un senador norteamericano, que dormitaba mientras otro senador insistía sobre la necesidad de profundizar sus relaciones con Suramérica. De repente se despertó y dijo: Ah, si verdad, lindos países. Avísenme cuando los inauguren……
Y es que los líderes de los países inaugurados son hombres o mujeres dignos y que, insisto, aman a su patria madre más que a su enriquecimiento personal, más que a su vanidad, más que a su ambición de dinero o de poder.
Curioso concepto, pero es así. Tengo entendido que De Gaulle era duro, pesado y nada dado a demostrar sus afectos, un dolor de cabeza para sus aliados, pero nadie puede negar que defendió el honor de Francia y no perdió la honra.
Si Allende tuvo la valentía de nacionalizar el cobre, ¿Por qué lo teníamos que volver a entregar bajo la Concertación, y siempre en condiciones en que el control está en manos de los otros? Y eso vale para la famosa mina de oro bajo el glaciar, para el agua, de nuestro subsuelo y de nuestros glaciares, por permitir que se planten semillas transgénicas a destajo sin preocuparse del futuro de nuestras especies y del poder que le están cediendo a empresas transnacionales; vale por seguir mandando a nuestros soldados a graduarse a escuelas foráneas donde aprenden de la paranoia del Imperio y donde les enseñan que sus enemigos son los enemigos del Imperio, es decir los pobres jorobados por el Imperio, entre los que se incluye nuestro pobre pueblo y así sucesivamente.
¿Era necesario venderse en forma tan descarada? ¿ O es que no habían valores detrás de todo el cuento, era sólo adrenalina sin objetivos claros, o eran objetivos egoístas disfrazados de idealismo?
Jehová, el Dios de los Judíos destruyó Sodoma y Gomorra en un ataque de ira cuando no pudo juntar ni siquiera diez justos en esas ciudades. Me imagino que un justo es el que actúa con justeza, con adecuación. No es un súper héroe que hace cosas extraordinarias, solamente es adecuado. No miente, no roba, cumple sus promesas, no promete lo que no es capaz de cumplir, y si la fuerza mayor se le impone, es sincero y lo explica. No posa de ser quien no es, no dice amar al pueblo sí, en realidad, no le importa un pito; no se mete a la política si su objetivo de vida no es legislar para el bien común, sino administrar su vida personal. Me refiero a algo raro en el Chile de la política, un hombre honesto consigo mismo y con los demás.
A veces echo de menos al colérico Dios de la Biblia, y siento que una mano gigantesca debiera aforrarle un par de aletazos a toda esa manga de frescos.
Y aquí estamos, con una elección por delante, sin saber qué hacer. Y como el voto en Chile es estomacal y no pasa por la corteza cerebral (así de atontados nos tienen) todos votarán según las antiguas consignas que apelan a una retórica pasada de moda, pero aún eficaz.
Ante este desconcierto e impotencia, vuelvo a lo que conozco, a mi secta particular que cultivo en Internet, en mi vieja música y en la cocina de mi casa. Ahí reflexiono mientras hago mermeladas, salsas de ají, y patitas con guatitas, comidas tradicionales y pasadas de moda, para recibir a mis hijos y amigos, ya que tengo la esperanza que entre ellos haya un número razonable de justos , los suficientes para que un Jehová colérico, no nos mande un rayo en pleno almuerzo dominical.
Mayo 29, 2009
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