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Menos cóndor y más huemul

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Historias para Beatrice

El título lo he tomado de un artículo de Gabriela Mistral, publicado en 1926. El cóndor y el huemul son los dos emblemas de nuestro escudo nacional: el cóndor es un ave carroñera y sólo muestra su hermosura y majestuosidad cuando vuela sobre los altos picos de Los Andes; si lo vemos en tierra, sería un descomunal pavo. El vuelo de esta ave se dirige hacia el pobre animal muerto, en las laderas de la montaña. Hay políticos de la orden del cóndor que extienden, autoritariamente, sus alas para atemorizar a sus víctimas; estos miembros de la orden del cóndor son animales antropófagos, que no aceptan que alguien se oponga a sus ansias de poder: viven de la orden de partido, quieren que la manada los siga servilmente y representan, en Chile, ese viejo orden precario y conservador.

En la historia del partido socialista ha habido períodos de predominio de personajes de la orden del cóndor y otros, los más numerosos, de la orden del huemul. La gracia de los fundadores del este partido consistió en visualizar un partido de un socialismo abierto, democrático y latinoamericano; el partido se encontraba cercano a los ciudadanos y era capaz, en cada etapa, de captar las temáticas más avanzadas de la sociedad.

Después de muchos avatares y de altos y bajo, el partido socialista actual está dominado por una directiva de personajes de la orden del cóndor: la sola discrepancia se convierte en una deslealtad; el solo hecho de contar con una presidenta socialista pareciera exigir un seguimiento ciego a todos las iniciativas y proyectos gubernativos; el parlamentario debe callar y acatar, servilmente la orden de partido, so pena de ser llamado al orden y, en algunos casos, al tribunal de disciplina; como argumento, se sostiene que han sido seleccionados por el partido para representarlo y poco interesa la conciencia, las buenas razones y el mandato de los ciudadanos; es como si los electores hubieran entregado un cheque en blanco a una autoritaria y circunstancial directiva. El partido de la orden del huemul, que interpreta los ideales libertarios provenientes, entre otros, de Francisco Bilbao y, más contemporáneamente, de Salvador Allende, rechaza el seguimiento a todo vaticano autoritario – antiguamente moscovita y hoy, técnico burocrático, con ribetes neoliberales, llevado a cabo en la cotidianidad por los famosos operadores.

Nos encontramos, después de diecisiete años de sucesivos gobiernos concertacionistas, con un Chile segregado en barrios incomunicados, de ricos y pobres: en los primeros impera la ostentación y, en los segundos, la miseria y, en no pocas veces, el reinado del narcotráfico y consumo de drogas y la delincuencia, liderada por niños y jóvenes desesperanzados. Chile ostenta el récord entre los países con mayor brecha entre ricos y pobres; los trabajadores están limitados para formar sindicatos y luchar por mejores condiciones de vida; las mujeres son discriminadas; las jóvenes víctimas de la violación y el embarazo no deseado se ven excluidas del sistema público de salud para detener el embarazo oportunamente; los homosexuales están en condiciones de desigualdad ante la ley: no pueden legalizar sus uniones, adoptar hijos y testar sus bienes a sus compañeros y lo mismo ocurre con las parejas heterosexuales de hecho, que no pueden tener los beneficios que la ley otorga al matrimonio civil o religioso.

En el ambiente hay una sensación de agotamiento y de infelicidad en la mayoría de la población, algo muy similar a la que denunciara MacIver, a comienzos del siglo pasado. Hay un acostumbramiento burocrático, un dominio de decisiones tecnocráticas y una política centrada sólo en la conservación del poder, muchas veces sin mirar la ética y el despertar de sueños de mundos; hay cuoteos, reparto de empresas fiscales, sillas musicales, parcelas en las empresas fiscales, en fin, una clase política que vive aislada de la ciudadanía, a pesar de las buenas intenciones de muchos de ellos.

Antonio Gramsci escribía sobre la guerra de las barricadas, es decir, avanzar hacia la conquista de la hegemonía de cada una de ellas: La Concertación, pienso, ha interpretado mal esta concepción aplicando una política de pequeños pasos, la mayoría pactados con la derecha. En general, se han confirmado las palabras de Radomiro Tomic: “quien pacta con la derecha, la derecha es la que gana”. Así ocurrido con la democracia de los consensos y con los acuerdos constitucionales, que sólo recaucharon la Constitución autoritaria. Lo que los caracteriza, esencialmente, es a falta de audacia: jamás hemos tomado la decisión de llamar al pueblo a un plebiscito y reemplazar la constitución autoritaria por un régimen semipresidencial.

Los pequeños y grandes temores les impiden proponer un gran diseño de transformación, propiciar un sueño de un proyecto país, que movilice las grandes mayorías. Hemos preferido administrar el sistema a implementar modificaciones profundas. Se encuentra presa en la “jaula de hierro burocrática” weberiana.

Durante estos días comprobamos la existencia de una burocracia estatal, bastante ineficiente y asistimos a una campaña calculada de la derecha política para presentar al gobierno como corrupto frente a la opinión pública e, incluso, internacional, pues “todo es válido cuando se tiene la ambición de concretar el desalojo del poder”. La respuesta es débil, siempre a la defensiva, en gran parte desencantada.. El bipolio de la derecha de la prensa escrita, financiado en parte por el avisaje fiscal, ha logrado introducir en la opinión pública una imagen negativa del gobierno, que sólo ha respondido a la defensiva.

Después de diecisiete años continuamos con el sistema binominal, se ha fracasado en la inscripción voluntaria, el fracaso de la inscripción de los chilenos en el exterior, la iniciativa popular de ley, la revocación de mandatos emanados de la soberanía popular y la reducción de la reelección a dos períodos continuos de los parlamentarios. Tenemos un padrón electoral viejo, en el cual los jóvenes se han auto excluido; los partidos son rechazados o mirados con indiferencia, en resumen, no ha logrado la concertación dar la dignidad que merece la política, que era el más preciado legado de la república, (1833-1973. Ha llegado la hora de reformular un proyecto político-social, que termine con las exclusiones denunciadas y abra el camino a una democracia auténticamente participativa, cuyo actor principal sean los ciudadanos.

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