Gabriel Salazar, que en el 2006 recibió el Premio Nacional de Historia, tiene siempre muchos proyectos que combina con su trabajo docente en la universidad y sus reflexiones políticas. Pero hay dos que le consumen más tiempo. El primero es la creación de una «Mancomunal del pensamiento crítico», en conjunto con otros historiadores y pensadores sociales, y en la que, a la vieja usanza de las organizaciones creadas por el movimiento obrero de inicios del siglo XX, sus integrantes paguen una cuota para pertenecer a la instancia. En ella, las investigaciones, reflexiones y debates tienen como objetivo crear un proyecto político de cuño socialista de nuevo tipo. Salazar se apresura en aclarar que no se trata de formar un partido, sino de generar ideas que impulsen a la organización de los sectores populares. Es la nueva empresa de este historiador de 73 años que ha dedicado su vida a estudiar la historia de «los de abajo».
El otro proyecto ya está materializado en más de sesenta entrevistas con el ex líder del Partido Socialista, Carlos Altamirano. Será un libro que saldrá a circulación este año y que se asemeja a las memorias de quien ha sido estigmatizado hasta el extremo de ser apuntado como el responsable del golpe militar de 1973. Salazar dice que en realidad el libro contendrá las reflexiones políticas, desde la historia, de un líder que sigue pensando en un proyecto emancipador que lleve a Chile a una nueva forma de socialismo.
Pero Salazar también mantiene un ojo puesto en el desarrollo de la actual crisis global, compara, saca conclusiones y dispara.
-El debate sobre el carácter de la crisis global aún no decanta, pero muchos intelectuales plantean que la crisis es sistémica, ¿qué piensa usted?
-Sí, creo que es sistémica, pero en un sentido distinto a la crisis de los años treinta, porque en ese tiempo el sistema capitalista estaba organizado en torno al capital industrial, que además estaba constituido en grandes unidades empresariales, con grandes monopolios. Hoy, en cambio, el sistema no está constituido en torno al capital productivo, está basado en el capital financiero, que tiene otra base social y determina otro tipo de sistema, abierto, basado en la circulación más que en el capital fijo, que pone menos énfasis en las relaciones sociales de producción y enfatiza en las relaciones que Marx llamaría «la plusvalía de circulación». La otra, la «plusvalía de producción», es aquella que se genera en el proceso productivo antes del pago del salario. Estamos ante un sistema distinto al del capitalismo de los años treinta: ahora es mucho más flexible, más móvil y de circulación, por eso la crisis no se presenta con las características de hace ochenta años, pero es tanto o más profunda que esa.
-Chile fue el país más golpeado en el mundo por la crisis de los años treinta. ¿Podría volver a suceder en la medida que nuestra economía se sustenta en la exportación de materias primas?
-Es muy probable. Pero falta información para hacer una buena comparación, la investigación sobre la economía chilena ha sido muy débil en los últimos años, todo está basado en indicadores de corto plazo y son muy pocos los que analizan estos problemas en los términos de la vieja economía política, es decir, desde el punto de vista de las estructuras económicas. Falta información sobre el porcentaje que el capital extranjero tiene dentro de la economía nacional. Todo indica que es altísimo, pero falta saber cómo está constituido. En la crisis del treinta, el capital extranjero dominaba casi el 70% de la economía chilena, pero era capital comercial y la crisis fue comercial. Por eso golpeó violentamente al capital extranjero en Chile y como éste era el motor de la economía nacional, el país quedó paralizado. Hoy sabemos que el capital extranjero está en las AFPs, en las isapres o en las sanitarias, pero no sabemos cómo su crisis puede afectar a la economía chilena. No creo que sea muy diferente a lo que pasó en los treinta, cuando Chile fue el más afectado en el mundo de acuerdo a los datos de la Liga de las Naciones. Las exportaciones cayeron en un 80% y las importaciones en un 90%, o sea Chile se quedó sin comercio exterior, que era el eje de la economía. La actual crisis todavía no pega su «huascazo» más duro, pero las exportaciones ya han caído en casi un 40%.
-El sistema capitalista global viene bajando sus tasas de utilidades desde mediados de los setenta, hasta llegar a un 25%. A inicios de los ochenta estalló otra crisis, que también golpeó con fuerza a la economía chilena, ¿en qué se parece aquella a ésta que estamos viviendo?
-La de 1982 fue la crisis del modo de producción industrial, del capitalismo centrado en la industria, lo que se llamaba el «fordismo»; es decir, grandes empresas industriales produciendo a enormes escalas. Eso hizo crisis y con ello la socialdemocracia, el populismo y el desarrollismo, lo que permitió la entrada triunfal del neoliberalismo a mediados de los ochenta, cuando el FMI toma el control e impone al mundo el «Consenso de Washington». Por eso me parece que son crisis distintas; ésta es de nuevo tipo porque comienza en las burbujas superiores del capitalismo financiero, centradas en el crédito, que permitió ganancias espectaculares, especulaciones y fraudes fabulosos, como el de Madoff o las platas destinadas a la reconstrucción de Irak. El capital financiero estimula a que los especuladores jueguen con estructuras de crédito basadas en otras estructuras de crédito. Por eso esta crisis es imprevisible y tal vez con impactos más profundos en las políticas públicas.
-Las tres veces el Estado ha tenido que intervenir con fuerza, y es lo que se está pidiendo en esta vuelta también.
-En la de los treinta fue tan potente que eso que expresó en los tratados de Bretton Woods de 1944, cuando se levanta una estructura política internacional que controla, planifica y regula, pero eso hizo crisis el 82, por eso después se abren las economías, toma fuerza el FMI y es el mercado el que regula y el Estado se ve obligado a desregular. Esto es lo que hoy hace crisis, por eso ésta es diferente a las dos anteriores. Ahora se ha hecho inevitable la intervención brutal del Estado.
-¿Cree que eso no permanecerá en el tiempo?
-Será inevitable que esto conduzca al renacimiento de un neokeynesianismo, un nuevo tipo de intervencionismo estatal combinado con el concepto de una economía libre y una democracia abierta, pero es inevitable que el Estado nacional establezca controles a todo esto o emanen estructuras internacionales políticas que regulen. Naciones Unidas ya no sirve para esto, habría que inventar una. Algo de esto está en debate en la OCDE o en Davos, que son asambleas informales que buscan crear una cabeza política.
-¿Qué cree que pasará en Chile al respecto?
-Chile tiene una particularidad: tiene una derecha que es tonta, una oligarquía que es tonta. No piensa la realidad tal como es, no la piensa dialécticamente. Nunca hemos tenido una oligarquía capitalista que esté en la cresta de la ola del capitalismo, siempre ha estado en toda su historia atrasada en una etapa. Porque toda nuestra oligarquía, desde mediados del siglo XIX, nunca ha sido industrial, ha sido siempre comercial-financiera, incluso más comercial que financiera. ¿Quién es Horst Paulmann? Un almacenero, compra barato y vende caro. Lo mismo Falabella, Ripley, las cadenas de farmacias.
-Pero hubo un periodo en que los empresarios invertían en su capital humano, capacitaban, empresas como Oveja Tomé o la Papelera creaban poblaciones para sus obreros, cuidaban a sus trabajadores; eso ha desaparecido.
-La verdad es que la industria chilena surge a mediados del siglo XIX, no con la Corfo en 1939 como dicen los políticos. Y los pioneros de la industria chilena son extranjeros, los de la segunda oleada colonizadora, ingleses, alemanes o franceses. La primera oleada colonizadora, los españoles, fue de comerciantes, por eso la vieja oligarquía chilena es mercantil. La segunda oleada inmigrante viene de la revolución industrial y llega a Chile fundando industria, por eso entra en conflicto con la oligarquía nacional mercantil que es librecambista, lo que produjo las dos revoluciones del siglo XIX y problemas históricos que se arrastraron por años. La oligarquía chilena siempre ha estado atrasada, porque no aplastó el desarrollo industrial pero tampoco permitió su desarrollo. Por eso recién se habla de industrialización cuando el Estado interviene, para favorecer a la industria, que de nuevo son extranjeros, pero ahora son árabes, italianos sefarditas, croatas. De ahí vienen los Luksic, los Yarur y otros. Pero en la práctica nunca hemos tenido una oligarquía que esté en la cresta de la ola capitalista, no piensa con los ritmos del capitalismo que está históricamente al día. Por eso ante esta crisis reaccionará como ya lo está haciendo, con un antiestatismo a como dé lugar para mantener el librecambismo.
-Después de estar en Davos, Sebastián Piñera escribió que la crisis era resultado de la «naturaleza humana» y la especulación, pero que la responsabilidad era del Estado por no regular, ¿qué piensa de esa reflexión?
-Los empresarios chilenos nunca han pensado conforme a los procesos históricos que se viven ni a la ciencia económica. Piensan en función de sus viejas ideologías y monsergas que son muy primitivas. Es absurdo porque es evidente que esta crisis la ha creado el afán especulativo de los grandes consorcios, ¡ahí están los escándalos financieros, es ridículo culpar al Estado! El mismo Piñera afirmaba que el Estado nunca debía intervenir. Si desde Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, hasta George Soros, un millonario especulador, venían diciendo hace una década que el capital financiero es inestable, especulativo y que creaba burbujas que podían provocar un enorme daño.
-Los candidatos presidenciales han esbozado algunas medidas para afrontar la crisis, pero no han presentado una propuesta de mayor alcance, ¿qué le parece cada uno de ellos?
-Ninguno de los dos principales candidatos presidenciales pueden ser definidos como un político intelectual, es decir alguien que esté pensando la realidad en su propia dinámica y que en función de eso el futuro gobernante sea un estadista que le da al país un rumbo, capaz de superar los problemas más allá de la coyuntura. Ni Piñera ni Frei tienen esas condiciones. Los dos actúan en base a viejas consignas e ideas, nada nuevo, puro sentido común, no están montándose encima de la coyuntura histórica. Tal vez el programa de Frei, con su idea de estatización del sistema de transporte público y de una nueva Constitución, pueda ser más interesante, pero todavía no lo conocemos. En tanto, los cuatro candidatos que postulan por la izquierda extraparlamentaria me dan pena.
-¿Por qué?
-No están postulando una alternativa, están queriendo meterse al sistema por el lado para hacer una Concertación chiquita. Eso se ha repetido siete veces en la historia reciente de Chile. Aparece un partido de izquierda por fuera para representar al movimiento popular, logra meterse en el Estado, sus parlamentarios se identifican con el resto de los intereses políticos y pasan a ser parte de la oligarquía y eso hace y obliga a que surja otro partido político por la izquierda. Así sucedió con los liberales, los radicales, los demócratas, con el Partido Obrero Socialista de Luis Emilio Recabarren, luego con los comunistas, los socialistas y hasta con el MIR, ¿quiénes son los miristas hoy? Todos, salvo algunas excepciones, están metidos en el sistema. //lnd
22 de febrero de 2009
* Fuente: La Nación
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