Latinoamérica: mirar más allá de coyunturas
por Federico Tatter (Paraguay)
15 años atrás 8 min lectura
Esta es la hora del pueblo latinoamericano.
Comparto este material de análisis de Raúl Zibechi, que pone el acento en la actual crisis global del modelo neoliberal dominante, las diversas salidas que tendrá en su desenlace, y las diversas alternativas y potencialidades para los países latinoamericanos, casi únicas en doscientos años de vida independiente, donde también hay tensiones y contradicciones. Entre gobiernos continuistas del consenso de Washington, el alineamiento automático con las grandes potencias, países con ciudadanías y gobiernos progresistas, por un lado, y una muy especial situación entre los propios países denominados o autodenominados pertenecientes a administraciones “progresistas”, por el nivel de indecisión en la aplicación firme de políticas sociales y demostración de incapacidades para efectuar la transformación radical de las estructuras oligárquicas en términos políticos, económicos y culturales, por el otro.
Claro deja el contenido, que no todos los gobiernos de corte progresista, tienen en sus agendas de estado políticas progresistas, sociales estructurales, derechos humanos, si vale la contradicción. Cuando que son los movimientos, partidos e iniciativas ciudadanas, las que con la organización, la contestación, el voto y la propuesta programática, son quienes están empujando para instalar estas agendas sociales de transformación dentro de los propios gobiernos que han sido electos precisamente para llevarlos a cabo, pero que en determinados momentos se deslizan por los andariveles de la inercia conservadora.
Precisamente cuando es el momento, ahora es cuando coinciden desde todos los foros populares. Varios gobiernos de la región, abandonan sus promesas electorales y programáticas y sólo se dedican a “existir” o “subsistir” en el gobierno incluso usando como moneda de cambio, "no realizar ningún cambio", "sólo existir sirviendo a los antiguos jerarcas que con el voto popular el pueblo ayudó a desplazar", o bien, intentar perpetuarse con estrategias de reelecciones forzadas vía referéndum, reformas y enmiendas constitucionales, y hasta cediendo espacios a los eternos rivales de la derecha, en el cometido de mantenerse en el gobierno, ahora coaligados total o parcialmente.
Los pueblos no han votado a gestiones progresistas para que se eternicen en el poder como camarillas, y terminen compartiendo la agenda de prioridades con las viejas estructuras y modelos de la desigualdad y la exclusión. Han votado la necesidad de cambios y a quienes se han comprometido a promover la inclusión y la sensibilidad social con precisa memoria del pasado reciente, y por tanto, deben honrarlos. Cumplir los mandatos populares no son una opción, son una obligación, de acuerdo a la historia de lucha y organización que hoy empuja a la historia a escribir la páginas de la segunda independencia, política, económica, social y cultural.
La opciones progresistas no han sido llevadas al gobierno en nuestros países para que se aggiornen a las necesidades, estilos y costumbres de la tradicional derecha oligárquica, ni a que desperdicien el tiempo en alianzas de superestructurales con sectores retardatarios que la sociedad busca que abandonen definitivamente el poder formal y real, ni más ni menos que abandonen el centro del tablero de una vez. No es admisible que los gobiernos progresistas, busquen acercarse a las derechas con el sólo objeto de sostenerse en el poder por más tiempo, y sólo por más tiempo, abandonando incluso en el camino las banderas, legados, mandatos y razones por las que allí fueron instalados por el voto popular.
Latinoamerica: Mirar más allá de coyunturas
Raúl Zibechi. La jornada. México. La llegada de Barack Obama a la Casa Blanca, la profunda crisis económica mundial, junto al declive estadunidense, y la existencia de ocho gobiernos progresistas y de izquierda en Sudamérica, son hechos tan importantes que han generado la confianza, entre amplios sectores, en la posibilidad de encontrar nuevos rumbos para nuestras sociedades golpeadas por dos décadas de neoliberalismo. Se trata de una coyuntura especial e inédita, llamada a convertirse en un parteaguas a escala planetaria. En múltiples ocasiones se ha mencionado que la decadencia de Estados Unidos como única superpotencia, está permitiendo el nacimiento de una nueva relación de fuerzas en la región sudamericana, en la que se dibuja con nítido perfil la fuerza decisiva de Brasil, así como la posibilidad de construir una integración regional que no sólo marque distancias con el imperio, sino también con el libre comercio.
Por definición, una coyuntura suele resolverse en un lapso relativamente breve. En este caso puede pensarse, a lo sumo, en una década, que es el tiempo con que cuentan las fuerzas del cambio para imponer por lo menos una parte de sus objetivos antes que otras fuerzas con intereses diferentes se encuentren en condiciones de imponer los suyos.
La idea de que “éste es el momento” se ha instalado, con entera justicia, en los discursos de buena parte de las dirigencias políticas y sociales, como quedó reflejado en pronunciamientos y documentos del reciente Foro Social Mundial, celebrado en Belem. Pero también está presente la convicción de que si no se encuentran salidas al modelo actual de acumulación, o sea, al capitalismo, la crisis puede resolverse a través del diseño de un mundo peor aún que el actual. Gaza, Irak, Haití, Colombia son apenas muestras de lo que puede venir.
Buena parte de los objetivos destacados en la Carta de los movimientos sociales y en la Declaración de la asamblea de los movimientos muestran con claridad cuál puede ser el rumbo de los cambios. Denuncian la ideología del “desarrollo” y el “progreso”, así como al imperialismo y al capitalismo en su guerra de conquista por apropiarse de los bienes comunes de la humanidad. Pero no escatiman las críticas a las nuevas formas que adquiere el modelo neoliberal, en particular a “los grandes grupos económicos locales –expresados en las denominadas multilatinas–, asociadas a una parte considerable de los gobiernos de la región”. En consecuencia, denuncian el megaproeycto IIRSA (Integración de la Infraestructura Regional Sudamericana), encabezado por la burguesía brasileña, que tras el desarrollo de interconexiones en infraestructura esconde “la apropiación trasnacional de los bienes de la naturaleza”.
En los hechos, los movimientos sudamericanos pasaron factura a “sus” gobiernos al colocar en la mira los principales proyectos económicos, aquellos destinados a promover el “desarrollo” de la región como la minería a cielo abierto, el agronegocio y los agrocombustibles, entre otros. Y pusieron el dedo donde duele al criticar, junto al Plan Colombia y la presencia de bases militares extranjeras, “la ocupación de Haití por tropas de países latinoamericanos”. No fue sólo un ejercicio de autonomía política, sino un marcar las urgencias del momento, la idea de que es necesario “avanzar ahora” y no delegar en los gobiernos, sino crear las condiciones “para ir gestando una nueva ofensiva de los pueblos” que modifique radicalmente la relación de fuerzas en la región.
Una década de gobiernos de nuevo cuño está empezando a mostrar alcances y límites de los cambios promovidos desde arriba y enseñando quiénes son los que están verdaderamente interesados en cambiar el mundo. Una parte sustancial de los gobiernos está más empeñada en consolidarse que en implementar nuevos rumbos. El único país capaz de empujar a toda la región, Brasil, está más empeñado en erigirse en potencia global que en abandonar el modelo. Lula parece más ocupado en catapultar a su probable sucesora, la ministra Dilma Rousseff, que en combatir el tremendo poder del capital financiero en su país. No es suficiente con promover un mundo y una región multilaterales, si a la vez no se erosiona el neoliberalismo.
Por otro lado, salir del modelo es más complejo de lo que pueda suponerse. Tras 10 años de Hugo Chávez en el gobierno, Venezuela sigue siendo un país con enormes dificultades para salir de la dependencia petrolera. Se trata de procesos muy lentos, para los que se requiere crear condiciones no sólo políticas, sino también sociales y culturales. A Cuba le demandó casi medio siglo dejar de ser un país monoproductor de caña de azúcar. A esas dificultades deben sumarse opciones que refuerzan el modelo, como la apuesta de Rafael Correa por la minería trasnacional, que no puede sino agudizar la dependencia de Ecuador, como ya sucedió en el último medio siglo con el petróleo. No es ése el camino para construir el “socialismo del siglo XXI”, pero menos aún puede tomarse ese rumbo en contra de los principales movimientos sociales. El enfrentamiento en curso entre el gobierno de Correa y el movimiento indígena, que se saldó con decenas de heridos y detenidos en la huelga del 20 de enero contra la ley minera, impone mirar más allá de la coyuntura actual.
Los gobiernos progresistas de la región pueden ser aliados de los cambios, pero los hacedores del mundo nuevo son los pueblos organizados en movimientos. El caso de Bolivia, donde el gobierno de Evo se muestra en sintonía con los movimientos, es por ahora la única excepción. Aunque algunos analistas y políticos defienden la centralidad de los gobiernos frente a un supuesto repliegue de los movimientos, no está de más recordar que la actual coyuntura fue creada por la resistencia desde abajo, que deslegitimó el modelo. Si estos gobiernos no toman un rumbo claro, en el futuro serán blanco de la inevitable ofensiva de los movimientos.
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