Hemos llegado a tal cúmulo de crisis que, todas conjugadas, pueden poner fin al tipo de mundo que Occidente ha impuesto a todo el globo en los últimos siglos. Se trata de una crisis de civilización y de paradigma de relación con el conjunto de los ecosistemas que componen el planeta Tierra, relación de conquista y de dominación. No tenemos tiempo para subterfugios, medias verdades o simplemente negación de aquello que está a la vista de todos. El hecho es que así como está, la humanidad no puede continuar. De lo contrario, vamos hacia un colapso colectivo de la especie. Es tiempo de balance ante la catástrofe previsible.
Nos inspira una escuela de historiadores bíblicos conocida con el nombre de escuela deuteronomista, derivada del libro del Deuteronomio, que narra la toma de Israel y la entronización de jefes tribales (jueces). La escuela reflexionó sobre 500 años de la historia de Israel -la edad que tiene Brasil-, haciendo una especie de balance de varias catástrofes políticas ocurridas, especialmente sobre la del exilio babilónico. Sigue un esquema, yo diría que casi mecánico: el pueblo rompe la alianza; Dios castiga; el pueblo aprende la lección y reencuentra el rumbo correcto; Dios bendice y hace surgir gobernantes sabios.
Usando un discurso secular, apliquemos, análogamente, el mismo esquema a la presente situación: la humanidad rompió la alianza de armonía con la naturaleza; ésta la castigó con sequías, inundaciones, tifones y cambios climáticos; la humanidad aprendió lecciones de estos cataclismos y definió otro rumbo para el futuro; la naturaleza rescatada favorece la formación de gobiernos que mantienen la alianza originaria de armonía naturaleza-humanidad.
Ocurre que solamente una parte de este esquema está siendo vivida. Estamos aprendiendo algunas lecciones de los trastornos planetarios. Muchos se dan cuenta de que tenemos que cambiar los fundamentos de la convivencia humana y con la Tierra, organismo vivo que al estar enfermo no consigue autorregularse. Ese cambio tiene que tener una función terapéutica: salvar a la Tierra y a la Humanidad, que se condicionan mutuamente. Otros, sin embargo, quieren continuar por la misma ruta que los ha conducido al desastre actual. El hecho es que necesitamos escuchar a quienes con conciencia de la situación nos están ofreciendo las mejores propuestas. Éstos no se encuentran en los centros del poder decisorio del Imperio. Están en la periferia, en el universo de los pobres, aquellos que para sobrevivir tienen que soñar sueños de vida y esperanza.
Una de estas voces es de un indígena, el Presidente de Bolivia, Evo Morales. El escribió ahora en noviembre una carta abierta a la Convención de la ONU sobre cambios climáticos en Polonia. Escuchando la llamada de la Pachamama proclama:
«Necesitamos una Organización Mundial de Medio Ambiente y del Cambio Climático, a la cual se subordinen organizaciones comerciales y financieras multilaterales, para promover un modelo distinto de desarrollo, amigable con la naturaleza y que resuelva los graves problemas de la pobreza. Esta organización tiene que contar con mecanismos efectivos de implantación de programas, verificación y sanción, para garantizar el cumplimiento de los acuerdos presentes y futuros… La humanidad es capaz de salvar el planeta si recupera los principios de solidaridad, complementariedad y armonía con la naturaleza, en contraposición al imperio de la competición, del lucro y del consumismo de los recursos naturales».
Evo Morales es indígena de un país pobre. Me temo que conoce el desenlace de la triste historia narrada por el libro del Eclesiastés: «Un rey poderoso marchó sobre una pequeña ciudad; la sitió y levantó contra ella grandes obras de asedio. Había en la ciudad un hombre pobre, pero sabio, que podría haber salvado la ciudad. Pero nadie se acordó de aquel hombre pobre, porque la sabiduría del pobre es despreciada» (9,14-15). Que eso no se repita de nuevo.
2008-12-26
* Fuente: Servicios Koinonia
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