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El Opus Dei entra a la contienda electoral municipal

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Nadie discute que nuestra Conferencia Episcopal y la mayoría de los sacerdotes, religiosas y laicos comprometidos tienen una actitud de respeto y consecuencia evangélica frente a diversos acontecimientos sociales, económicos y políticos que se manifiestan en la sociedad.

Esta conducta quedó, claramente, probada en el último Te Deum Ecuménico de fiestas patrias celebrada en la Catedral de Santiago.

Allí, el Cardenal Arzobispo de Santiago, Francisco Javier Errazuriz, entregó un mensaje respetuoso y esperanzador, además, definió ciertos criterios éticos para avanzar hacia una sociedad más justa y equitativa para todos sin exclusiones de ninguna especie. Todos los asistentes sin excepciones valoraron esas palabras como un signo de reconocimiento a como va el devenir de la Nación en concordia y en paz.

Por este motivo todos los asistentes, desde las diversas y legítimas posiciones ideológicas o religiosas, se sintieron llamados a redoblar los esfuerzos por construir una Patria justa y buena para todos los chilenos.

En este contexto de respeto y tolerancia, aparece de nuevo la controvertida figura del Obispo de San Bernardo con una carta para ayudar a sus fieles “ a formar e informar su conciencia al momento de emitir el sufragio en las próximas elecciones” Y, a reglón seguido, indica sus criterios políticos: “No se debe apoyar a ningún candidato Municipal que entregue la píldora del día después ni a aquellos que defienden o promueven las uniones homosexuales o lésbicas, los anticonceptivos físicos o químicos o pretenden equiparar el matrimonio legal con las uniones de hecho”.

Sin duda que aquí estamos frente a las típicas expresiones y criterios que caracterizan, en estas materias, a la organización católica conservadora e integrista llamada Opus Dei. La sociedad chilena ya conoce de las posturas intolerantes de esta Prelatura, otrora fundada por José María Escrivá de Balaguer. Personaje que en España fue colaborador y sostenedor ideológico de la larga y oprobiosa dictadura de Franco, que tantas penurias y muertes le costó a ese pueblo por décadas.

Al escribir esta Carta, Juan Ignacio González, de una plumada ignora varios puntos que se supone que un Pastor ha de tener en cuenta. Lo primero es el tema de la conciencia. La Iglesia desde los tiempos del Concilio Vaticano II y, posteriormente en una serie de Sínodos y Conferencias locales, repite una y otra vez que se deben respetar las decisiones que tome cada persona, más aún si trata del conjunto de la sociedad.

La Iglesia propone caminos y señala normas de conducta, pero en ningún caso impone u obliga a tener cual o tal posición sobre temas relativos a la vida cotidiana de las personas. La Iglesia es experta en humanidad, pero esa condición no le permite imponer conductas en materias discutibles.

Otro punto que no considera Monseñor González es la genuina conducta de la sociedad chilena en pleno siglo XXI. Allí están serias encuestas, incluidas algunas del diario El Mercurio y algunas instancias de la propia Pontificia Universidad Católica en que se refleja claramente cómo mayoritariamente los estudiantes y profesionales jóvenes menores de 30 años, sí aceptan la entrega de la píldora del día después, consideran el uso de preservativos como una forma de contener la pandemia del Sida y, dicen que se debe legislar sobre las uniones de homosexuales o lésbicas.

Esto no quiere decir que todos estén de acuerdo, pero en esas expresiones de los jóvenes en forma abrumadora, queda de manifiesto que estos cristianos y otros distantes de la Iglesia pero creyentes, ejercitan el principio de la misericordia y tratan de ver en el prójimo a una persona que, aunque pueden estar equivocados, merecen todo el respeto por esa sola condición de que todos somos hijos del mismo Padre.

Y si se trata de conductas irreprochables y autoridad moral para tratar estos temas tan sensibles en la sociedad chilena. Nos permitimos remitirnos a la historia reciente del país: Juan Ignacio González fue un activo participante de la dictadura de Pinochet.

Como joven abogado –antes de entrar al Opus- trabajó en oficinas del régimen militar junto a connotados generales incondicionales del dictador. Además, este personaje no levantó su voz ante los gravísimos atentados a los derechos humanos, como sí lo hizo nuestra Iglesia Católica a través de la Vicaría de la Solidaridad y la inmensa mayoría de su personal consagrado.

Entonces, que un Obispo venga ahora a tratar de fijar criterios éticos o morales en pleno proceso eleccionario, cuando no ha tenido una palabra de denuncia ni siquiera ante el asesinato de los 5 sacerdotes torturados y asesinados durante el régimen que él defendió y avaló, simplemente está inhabilitado. Y, sus recomendaciones políticas para votar por candidatos que se opongan a la píldora u otras conductas morales, no tienen ninguna credibilidad.

Más bien estos criterios van en una dirección de reducir la visión del cristianismo dejando fuera las mínimas normas de la comprensión.

Estas posturas conservadoras in extremis e intolerantes no le hacen bien a la Iglesia. Más bien contradicen las claras, respetuosas y prudentes declaraciones y opiniones sobre materias discutibles que tienen la gran mayoría de los obispos de Chile. En esta misma línea de reflexión, por estos días en que el Vaticano invierte en oro y bonos para sortear el colapso financiero mundial, cabe preguntarse: ¿Tiene la suficiente credibilidad una institución que por un lado habla de “opción preferente por los pobres” y, por otro, opera como una transnacional en los mercados financieros?

Jesús quiere justicia y misericordia, esto quiere decir fraternidad por sobre todo. Y, como bien nos recuerda un notable teólogo belga que enseñó en Talca; “Jesús fue un laico y quiere que su pueblo vuelva a ser un pueblo de laicos sin clase superior. Los que mandan tendrán que portarse como servidores, como inferiores y no como “autoridades”.

El autor es editor religioso de “Crónica Digital” y “Reflexión y Liberación”.

* Fuente: Reflexión y Liberación  

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