De cuando la literatura era peligrosa
por Horacio Castellanos Moya (San Salvador)
17 años atrás 5 min lectura
Me pregunto hasta dónde la atmósfera cultural en la que un joven decide hacerse escritor influye para siempre en su visión del oficio y de la literatura. Me lo pregunto porque recordar aquel ambiente que vivimos en San Salvador quienes nos asumimos como escritores en los años 1975-1979 aún me resulta estimulante, aunque a muchos lectores seguramente les parecerá más ficción que realidad. Y me lo pregunto en especial en estos momentos en que la obra de Haroldo Conti, un escritor determinante para nosotros en aquella época, está siendo reeditada y revalorada tanto en España como en Latinoamérica.
San Salvador era entonces una ciudad ajena a los circuitos culturales de las grandes urbes latinoamericanas como Buenos Aires, México y La Habana. No había una sola revista cultural, ni un suplemento literario, ni una editorial dedicada seriamente a la literatura. Más de 45 años consecutivos de gobiernos militares habían creado una atmósfera asfixiante en la que la disensión, la expresión de una sensibilidad social o la exigencia de justicia eran consideradas "subversión comunista".
No había estímulo alguno para asumir el oficio de la escritura literaria en tales circunstancias. Tratar de convertirse en escritor era un sinsentido o expresión de una voluntad de rebeldía que conduciría a la acción política o una mala estrella a secas.
Cuando yo comencé a estudiar Letras en la Universidad de El Salvador en 1976, ésta parecía más un campo de concentración que un campus universitario. Penetrar en sus instalaciones era un desafío: pelotones de guardias armados, apostados a la entrada del recinto, exigían la credencial estudiantil y cacheaban a todo aquel que quería ingresar. Esos mismos guardias -a quienes llamábamos "los verdes", por sus uniformes- recorrían los pasillos, escopeta en mano, y se detenían en el umbral de las aulas, a media clase, amenazantes. Alambradas dividían las distintas facultades y, si uno quería ir de una a otra, había que cruzar un puesto de chequeo.
Tal atmósfera llegaba al absurdo: los profesores no podían escribir la palabra "marxismo" en sus programas de estudio y apenas la pronunciaban con sigilo en clase. Así, el libro Estética y marxismo de Adolfo Sánchez Vásquez, en mi programa de Historia del Arte se titulaba nada más Estética…
Pero el control militar de la sociedad sólo cubría una olla de presión. En la misma Universidad la conspiración bullía subterránea y varios profesores no se dejaban doblegar por el miedo. Uno de ellos fundó una pequeña librería a la que llamó Neruda. No sé por qué recovecos del destino, o del mercado, pronto comenzó a importar libros argentinos: bellos tomos de Librería Fausto, de Fabril, de Siglo XX y de Sudamericana llenaban sus estanterías. Gracias a él nos iniciamos en la lectura de la mejor literatura contemporánea, ávidos de contactar con el mundo desde aquel hoyo infame. Ahí compré Sudeste, la primera novela de Conti, en la edición original de Fabril; y me parece que ahí también conseguí la primera edición de su segunda novela, Alrededor de la jaula, publicada por la Universidad Veracruzana. La librería Neruda no iba a durar mucho: los militares la dinamitaron en 1979, si mal no recuerdo. A su dueño, aquel silencioso y tranquilo profesor de Letras, pálido y de ojos rasgados, un comando del ejército lo asesinó el último día de octubre de 1984, cuando salía de su casa para llevar a su hija a la escuela. Su nombre era Reynaldo Echeverría.
Estoy seguro de que la edición de Casa de las Américas de Mascaró el cazador americano que llegó a manos de nuestro grupo de jóvenes poetas, allá por 1977, no la importó la librería Neruda, ya que no había forma de hacer negocios entre San Salvador y La Habana. Seguramente alguien la metió subrepticiamente desde Costa Rica. ¿Por qué nos conmovió tanto leer esta novela de Conti (entonces ya un escritor "desaparecido" por los militares argentinos)? ¿De qué manera esta historia de un pobre circo ambulante transformó nuestras vidas? Resulta que entonces nosotros editábamos una efímera y artesanal revista literaria y acabábamos de leer Mascaró cuando, como en un acto de prestidigitación, un joven filósofo convertido en organizador de redes clandestinas entre los sindicatos llegó a ofrecernos un artículo precisamente sobre los artistas circenses. Y así como el circo del príncipe Patagón liberaba la energía creativa de los espectadores en los perdidos pueblos de la Pampa para que luego Mascaró organizara su reclutamiento, el libro de Conti había liberado nuestras energías, al mostrarnos que todo gran arte es en esencia subversivo, para que entendiéramos que la vida no estaba en otra parte sino ante nuestras propias narices, donde la guerra se fraguaba a plomo y sangre. La identificación fue tal que un poeta de nuestro grupo, Miguel Huezo Mixco, se fue a la guerra los siguientes diez años bajo el seudónimo de Haroldo, en homenaje a Conti, claro está, aunque también acicateado por el ejemplo de otros poetas combatientes, como Ungaretti, Cendrars o Char.
Por supuesto que la obra de Conti es mucho más que un llamado a la dignidad y a la valentía. Yo, por ejemplo, desde entonces me he quedado buscando uno de sus textos, incluido en una antología del cuento ocultista, publicada en Buenos Aires, en el que narra las vicisitudes de un hombre atormentado por sus demonios que va en busca de un maestro a la montaña. Esa antología la quemó mi madre en 1980, junto a la mayoría de mis libros que dejé en su casa, ante un inminente cateo del ejército. No recuerdo la editorial ni el título del cuento. Desde entonces lo he buscado en antologías e índices bibliográficos, pero el cuento permanece tan oculto como los restos de su autor. –
02/08/2008
* Fuente: Diario EL PAÍS S.L.
Artículos Relacionados
Sube a nacer conmigo hermano
por Pablo Neruda – Los Jaivas (Chile)
17 años atrás 1 min lectura
Efraín Barquero: Adiós al poeta de la tierra
por Edmundo Mouré (Chile)
5 años atrás 8 min lectura
La incomunicación en los medios hegemónicos de comunicación
por Adolfo Pérez Esquivel (Argentina)
4 años atrás 24 min lectura
¡Carta de Jeffrey Sachs al Canciller Merz desnuda a Alemania como rara lo han hecho!
por Glenn Diesen (EE.UU.)
42 mins atrás
20 de diciembre de 2025
Pero cuando se abrieron los archivos, resultó que Stalin lo decía absolutamente en serio. Neutralizar a Alemania, desarmar a Alemania y así podría terminar la Guerra Fría. Quien lo bloqueó fue Adenauer, el canciller de Alemania. Dijo que era mejor estar divididos que ser neutrales. Así que Alemania jugó una carta falsa. De hecho, hizo que su embajador en Londres dijera a altos funcionarios británicos en una nota muy secreta, «No confío en el pueblo alemán. No quiero ser neutral. Tal vez en el futuro se alíen con Rusia, así que no confío en mi propio pueblo».
Bandazo hacia la derecha y el pasado en Chile
por Ariel Dorfman
1 día atrás
19 de diciembre de 2025 El general Augusto Pinochet, el hombre fuerte que impuso un régimen de terror en Chile de 1973 a 1990, debe estar sonriendo en su…
¡Frente al avance de la reacción, el único camino es la organización!
por Bloque de Organizaciones Populares (Chile)
3 días atrás
17 de diciembre de 2025
Que no nos engañen cuando hablan de libertad, porque esa es solo la libertad para los dueños del poder y del mercado para seguir explotando y oprimiendo. Hablan de orden y seguridad, pero nada cambiará mientras nuestras condiciones de vida sigan siendo las mismas y nuestros derechos continúen siendo negados.
De feministas, socialistas, populares, terroristas y cínicos, con el Sáhara Occidental okupado de fondo
por Luis Portillo Pasqual del Riquelme (España)
2 semanas atrás
09 de diciembre de 2025 Artículo publicado originalmente el 13 de noviembre de 2025 en el periódico El Independiente. Lo republicamos con la autorización del autor. La Redacción de…