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París de Mayo: las nuevas utopías 40 años después

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Hace 40 años se vivía el París de Mayo, donde lo imposible se enarbolaba como un pendón de vida y la imaginación postulaba al poder. En un par de semanas espero estar en París junto a mi compañera de 38 años, rememorando junto a buenas amigas francesas, aquellas utopías de los sesenta, tratando de dejar reflejadas las nuevas, aquéllas que son fruto de la madurez y la visión de futuro

¿Como resumir una vida completa que está enmarcada entre dos siglos de gigantescos cambios y que nos presentan un mundo que amerita más revoluciones hoy que 50 años atrás?

¿Cómo asumir que esas generaciones que constituyeron la masa crítica para el cambio social y el hombre nuevo, son hoy, en su mayoría, individuos que renegaron de sus sueños, de sus compromisos y abrazaron la comodidad de las excusas remozadas y de las disculpas paupérrimas, por haber fracasado y ser hoy funcionales a un sistema que es la dimensión opuesta de sus sueños juveniles?

¿Cómo estrujar la memoria para vernos de nuevo erguidos y pecho abierto frente a la prepotencia del poder establecido?

Pues bien, han pasado 40 años y los jóvenes de la reforma, del cambio social, de la nueva sociedad, al hacer un balance autocrítico, realmente no tienen mucho que celebrar, ya que la herencia que dejamos, con una sociedad fragmentada, excluyente, con los afectos trajinados por el individualismo, los desvalores que se fueron incorporando en la confusión de las justificaciones democratoides o de libertinaje.

Por todo lo acontecido, porque el poder nos obnubiló y dimos y sufrimos los zarpazos de un circo despiadado y sin un norte claro de principios, las utopías se secaron, se quedaron amarillas, se disimularon para poder sus viejos pregoneros camuflarse en la nueva era global. No fuimos capaces de esgrimir un minúsculo panfleto de sueños, quedamos secos sin la savia.

Vemos a los jóvenes caer en el escapismo de las drogas, de la no participación, del sexo libertino y sin compromiso. Ni siquiera somos capaces de criticarlos, porque somos la causa generacional como padres de esa juventud desconcertada, sin imágenes sólidas de padres y madres de familia, nos inundó la codicia y la superficialidad, inventamos sistemas revolucionarios y no fuimos capaces de ser consecuentes al construir el proyecto básico de familia, confundiendo el ser libertarios con libertinos, con la conclusión final de una sociedad repleta de miedos, sin lealtades ni menos solidaria, evidencia de que como dirigentes nos ocupó el poder y resignamos para alcanzarlo los valores y principios.

Es un momento de recreación de utopías y en ese esfuerzo de depositar nuevos sueños, debemos asumir las debilidades que hoy se reflejan en la calidad de las sociedades que construimos, asumiendo el facilismo de subirnos al carro, callar, disimular la mierda hirviendo que nos quemaba por dentro, para sobrevivir, para llegar a la pertenencia en un medio fatuo, construido sobre mentiras, donde la lealtad se convertía en una moneda de cambio para ocultar vilezas, para sumarse a un espacio de confort, tejados de vidrio en medio de la nada.

Hoy quedan sobrevivientes que no se contaminaron, pero son los menos. Para hacer fluir el cambio, algunos se conformaron con cambiar su micro espacio, sin relacionarse con otros que pensaban parecido. Las utopías son flores del desierto que esperan la garúa de la palabra recuperada, de pensamientos libres que no se autocensuren por lo políticamente correcto.

En París se conmemorará el 25 de mayo el cuadragésimo aniversario de una explosión juvenil, que nos irradió, que tuve la suerte de conocer fresca el año 1971, cuando viajé a Europa como dirigente juvenil de una utopía que duró mil días.

En este viaje, a través de redes de amistad de jóvenes de espíritu que quieren dar contenido a esta celebración, nos juntaremos en Francia personas que bordeamos los sesenta años, con una mirada que aspira a ser una nueva propuesta, una palabra desde la madurez emparchada con que arribamos a esta etapa, primera década del Siglo XXI, sin pretender ser voceros de una nueva era, pero quizás, al desnudar nuestros errores y flaquezas, podamos mostrar a los jóvenes de hoy que la bandera más factible para remecer las bases del sistema es la democracia profunda, la lucha por hacer transparentes los sistemas del poder, levantando las banderas de la ciudadanía en contra de la corrupción, cáncer de las instituciones que conlleva los abusos de poder y el parasitismo de los clientes perennes de partidos anquilosados.

Postular una recreación de la política, con la honestidad como gran valor, con la participación leal y consciente de la gente en sus espacios locales, el fortalecimiento de la capacidad fiscalizadora de los sistemas públicos, todo ello puede conformar una nueva esperanza, un nuevo camino de acción, por qué no, una nueva utopía.

e-mail del autor: escritorhnv@gmail.com

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