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¿Por qué no se investiga el salvamento de El Mercurio y La Tercera?

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Entrevista a Fernando Villagrán
El periodista y escritor Fernando Villagrán, quien fuera gerente general de la desaparecida revista APSI, da un panorama actual sobre la libertad de expresión en Chile y especialmente acerca de cómo incidieron los gobiernos de la Concertación en la desaparición de la prensa escrita alternativa.

¿Cuál es su visión del estado actual del debate sobre los temas de interés público en Chile?
Tengo la impresión de que esta es una sociedad que debate poco sobre los temas de mayor interés colectivo. Incluso creo que ha habido un retroceso a este respecto desde fines de la dictadura y comienzos de los 90. Esto lo relaciono con el hecho de que la actividad política se ha transformado, en gran parte, en el afán por conquistar cuotas de poder, desligado de propuestas significativas sobre el interés público. Por esto veo que la falta de debate actual no constituye una responsabilidad única ni exclusiva de los medios de comunicación.

En relación a la ausencia de debate en los medios, ¿a quién le atribuye una mayor responsabilidad?
Hay responsabilidades colectivas. En primer lugar, los medios –y particularmente la prensa escrita– están respondiendo a los intereses de los grandes grupos económicos. Por lo que, más allá de los matices que los diferencien, están apostando a la mantención de un modelo económico-social que los favorece. En consecuencia, rehuyen cualquier debate o punto de vista que pueda cuestionarlo. Esto se facilita porque los actores políticos o intelectuales del país tampoco están en disposición de plantear propuestas alternativas hacia el futuro. De este modo, los debates existentes no tienen relación con los grandes temas que más afectan la vida de la gente.

¿Cuáles serían esos grandes temas?
A la gente hoy le importa su futuro, en términos de educación, salud, salarios y jubilación. Temas que, a su vez, tienen que ver con la forma cómo funciona el sistema social. Sin embargo, los medios y los actores sociales y políticos más relevantes no analizan ni cuestionan al sistema respecto de los logros concretos que aquel le reporta a la población. De ahí que la gente, en general, tampoco tiene claridad respecto de su situación y del origen de sus problemas. Así, este es un país que simplemente sobrevive y que se alimenta de las necesidades que provoca esa sobrevivencia.

¿No influirá también en la ausencia de debate el hecho que las grandes coaliciones políticas presentan hoy muy pocas diferencias programáticas?
Así es. Prueba de ello es que para las próximas elecciones presidenciales no se avizoran grandes cambios si gana la Alianza. Las diferencias actuales entre ella y la Concertación se dan fundamentalmente en torno a sus identificaciones históricas y culturales, pero no respecto de las propuestas para el futuro del país. Incluso, yo diría que tampoco se aprecian terceras fuerzas que estén planteando caminos muy distintos. Esto se inscribe en un contexto global en el que se han ido superando mundialmente las antiguas distinciones ideológicas.

¿Está influida la falta de debate por la desaparición del conjunto de los medios escritos que lo promovieron a fines de la dictadura?
Creo que sí. Hay una pobreza que tiene que ver con esto y con el surgimiento de oligopolios que fijan ciertas modas comunicacionales. Si uno hace un análisis de contenido de lo que transmiten no solamente los medios escritos, sino también la televisión y la generalidad de las radios, se da cuenta de que no existe un debate ciudadano sobre los temas de mayor interés público, esto es, de los temas que más relevancia tienen para la vida concreta de las personas. Excepciones como La Nación o The Clinic tienen un impacto muy acotado en este sentido.

¿Por qué se perpetúa, a su juicio, esta situación de falta de diversidad de medios?
Porque curiosamente nuestra sociedad se ha acostumbrado a transitar por un carril político-cultural que no se condice con la existencia de diversidad. Así por ejemplo, si uno va incluso a América Central o a República Dominicana se encuentra con una diversidad mediática en televisión, prensa y radio que da envidia. Se aprecia un debate político y cultural propio de sociedades democráticas. Que esto no se dé en Chile se debe a una tremenda derrota de quienes intentaron que eso existiera. Porque obviamente la existencia de medios democráticos o contestatarios al poder, con opinión propia, fue muy importante para terminar con la dictadura, y eso nadie lo discute. Sin embargo, el tipo de transición que hubo en Chile hizo que esos medios fueran incómodos. Aquí hubo un acuerdo institucional para transitar a la democracia que implicó bajarle el perfil a determinados temas cuyos portadores eran ciertos actores, muchos de ellos mediáticos, que tenían una diversidad de opiniones.

Necesariamente hay que volver al viejo tema de “¿por qué si hubo prensa democrática en dictadura, superando las presiones que esta ejerció contra ella, no la hay en democracia?”. Eso pasó porque no hubo una política del Estado que viabilizara la diversidad de medios de comunicación. Hay que tener en cuenta que, más allá de que las revistas y diarios opositores a la dictadura llegaron a gran número de lectores, su sobrevivencia fue posible gracias a la solidaridad económica internacional, en un contexto de cero avisaje publicitario estatal y privado. Dejar la existencia de esos medios entregada simplemente al mercado –y a un mercado particularmente oligopólico como el que dejó la dictadura– era llevarlos a su destrucción.

Según muchos analistas y “víctimas” -como los Premios Nacionales de Periodismo Juan Pablo Cárdenas y Faride Zerán- hubo una política sistemática de los gobiernos de la Concertación destinada a exterminar dichos medios, a través de una serie de métodos como la discriminación en el avisaje estatal y el bloqueo de apoyos externos…

Creo que hay una historia que no se ha terminado de escribir respecto de este tema. Lo concreto es que el punto de vista que se impuso en los gobiernos de la Concertación fue hacer como si el mercado funcionara transparentemente; “olvidándose” de que no fue el mercado quien en la dictadura hizo desaparecer decenas de medios en un principio, y que al final –a través de una grotesca operación de salvamento del gobierno– impidió la quiebra de El Mercurio y La Tercera. La gran falta de la Concertación fue no desarrollar una política que, al menos, restableciera los equilibrios respecto de un mercado que había sido tan distorsionado.

¿Hubo, además, acciones gubernativas concretas a favor de los grandes medios?
Claro, hubo ministros y directores de comunicación del Gobierno que privilegiaron informativamente a El Mercurio y La Tercera. No es casualidad que muchos de ellos terminaran de columnistas de esos medios. Pero lo más grave fue que se desarrolló una política de concederles garantías a los grandes poderes comunicacionales heredados de la dictadura, de que no iban a haber iniciativas gubernamentales destinadas a facilitar la subsistencia o creación de medios alternativos de carácter nacional o regional. De este modo, cuando las revistas y diarios opositores a la dictadura empezaron a tener graves problemas económicos simplemente los dejaron caer.

Hay también datos, hechos e hipótesis que indican que hubo acciones más directas de intervención orientadas a que eso pasara. En algunos casos eso parece haber sido decisivo. Además, dicha política gubernamental desincentivó a quienes podían haber impulsado iniciativas empresariales desde el “progresismo”, a apostar a la creación de nuevos medios. Más bien los llevaron a buscar algún tipo de asociación con El Mercurio o la Tercera como fue el caso del Diario Siete, que tampoco sobrevivió mucho debido –entre otras cosas– a que no fue capaz de lograr una gran circulación.

Muchos indican que bastaría con que el Gobierno devolviera a su legítimo dueño el diario Clarín para que se rompiera el duopolio…
Ese es un caso puntual en donde se manifiesta la misma voluntad. Lo del Clarín es tan obvio, pero como algunos personajes parecen desconfiar, o no se sienten involucrados en lo que se pueda hacer si los recursos son devueltos, no les importa. Todo indica que un nuevo Clarín sería un diario progresista, no identificado con partidos políticos; con una mirada popular y no dependiente de grandes poderes económicos; lo que permitiría desarrollar un periodismo diverso y plural. Por eso la actitud gubernamental me parece tan cuestionable.

¿Considera probable que si el próximo gobierno es de la Alianza aparezcan inversionistas interesados en generar medios alternativos?
Puede ser. Si me dicen que el día de mañana viene un gobierno de derecha –y muchos dicen que a la derecha lo único que les falta es tener La Moneda– va a haber desde los partidos probablemente una necesidad mayor… probablemente. Aunque no creo mucho en la pura reacción desde el punto de vista del mundo político, ya que aquel –más allá de las apariencias– ha experimentado en estos años una progresiva convergencia en materias políticas, económicas y sociales. El país tampoco es el mismo. Las cosas que están en juego hoy día son muy diferentes a las de la época de la dictadura. Además, el costo económico de crear nuevos medios que puedan ser competitivos en un mercado tan oligopólico son enormes, especialmente en el caso de la televisión.

Con el nuevo marco de la televisión digital habría, por lo menos teóricamente, una gran oportunidad de promover una diversidad de medios…
Claro, aunque quienes se ven más activos en el diseño de la televisión digital son los mismos que han administrado la televisión en este tiempo. Por otro lado, hay que tener en cuenta que en Chile los diarios se leen cada vez menos, especialmente entre los jóvenes. Y que dicha lectura está siendo crecientemente sustituida por el acceso a Internet y a las nuevas tecnologías en general.

¿Usted cree que las nuevas tecnologías sustituirán a la prensa escrita?
No diría que la sustituirán, pero es claro que la prensa escrita influye menos que antes. En los setentas los grandes diarios eran los que imponían la agenda comunicacional. Hoy tenemos muchas alternativas que van generando un divorcio entre la visión de los diarios y la opinión pública. Lo podemos ver, por ejemplo, en el caso de la reciente decisión del Tribunal Constitucional sobre la píldora del día después. Además el divorcio de los grandes medios –no solo los escritos– con la opinión pública, y particularmente con los jóvenes, se tiende a agudizar por la misma pobreza de la información y del debate que ellos incluyen y propician.

Ha tenido una experiencia en televisión bastante dilatada, ¿Cuál es su juicio acerca de la televisión?
Estoy muy contento con mi experiencia en el programa Off the Record en el canal 13 Cable, que para mí es un espacio privilegiado. En este canal hay un grupo de profesionales que ha armado una parrilla programática que se sale de la lógica de la farándula, que es la que desgraciadamente impera en la televisión abierta chilena. Hay también muchos proyectos de productoras, de periodistas y de creadores audiovisuales que contribuyen a generar una televisión con contenidos de calidad.

Pero eso sucede en el cable ¿Por qué eso no puede ser una alternativa masiva? ¿No hay público disponible para ello?
Hay un público, pero reducido, porque para los grandes canales, los canales “abiertos”, no rinde publicidad. No rinde económicamente y eso es lo que manda.

Francisco Gedda señaló a este Boletín que hay programas culturales de calidad que no son auspiciados no por razones económicas, sino porque a los avisadores les interesa que las personas tengan menos capacidad de análisis, para así ser más permeables a la publicidad comercial…

En efecto, ese es el resultado de un círculo vicioso en donde todos los actores van aportando su grano de arena. Los avisadores, las empresas y las agencias de publicidad tienen una gran inercia, una falta de innovación tremenda. Esta es la vieja discusión, qué es primero: el huevo o la gallina. Tú a la gente le das lo que se le está dando hoy día y funciona. Así aparecen todos los personajes que alimentan ese estilo de televisión.

Como excepción se desarrollan iniciativas muy puntuales de alto valor cultural, aunque generalmente en horarios absurdos que exigen un sacrificio muy grande al televidente para poder verlas. Pero no me cabe duda de que si aquí hubiera una apuesta por una televisión diferente –inteligente y entretenida– podría también ser un buen “negocio”.

¿No será un problema de creatividad? ¿Por qué no se entregan productos más novedosos y que sean ricos en contenidos?
En el caso de la televisión abierta hoy es muy complicado, porque tienes que llegar asegurando que eso va a tener un auspicio, un apoyo publicitario sólido. No digo que no haya experiencias puntuales que funcionan o funcionaron bien. Pero si recordamos el caso de Televisión Nacional, ahí podemos ver una historia de los programas que murieron en el ámbito “artístico-cultural” que no eran programas duros o cerrados, o pensados para un público muy segmentado, pero que terminaron desplazados por otros programas que venden más.

Nuestra experiencia con la revista APSI demuestra también que el comportamiento de los avisadores no se guía exclusivamente por la racionalidad económica. A comienzos de los 90 la revista se vendía bien y le demostrábamos a los empresarios que vendíamos más que el Qué Pasa y, sin embargo, a ella le ponían veinticinco páginas de avisos y a nosotros nos ponían ocho. Podíamos convencer laboriosamente a algunos empresarios, pero teníamos que hacerlo a contrapelo de las agencias de publicidad que tenían su torta resuelta.

¿Televisión Nacional está fallando en su misión de canal público?
Si, absolutamente. Creo que como canal público es lamentable. Tiene que ver con la misma lógica, con una lógica institucional de que se garantice una dirección “neutra”, que en este caso, para lo que es el sistema de la comunicación en Chile, termine siendo completamente funcional a los grandes poderes. No sé que distingue hoy a este canal de uno privado.

A raíz de esto ¿Canal 13, en su señal abierta, está apostando o cumpliendo con un rol que TVN evade?
Desde el punto de vista de la creatividad y de la innovación, Canal 13 es mucho más interesante que Televisión Nacional. Y desde el punto de vista de la línea editorial, periodística e informativa, cuéntenme cuál es la diferencia entre TVN y todos los otros canales privados, porque yo no la he descubierto.

¿No cree que el liderazgo de la Concertación experimentó un cambio muy radical en sus concepciones económicas, sociales y políticas, que le llevaron a ver los medios alternativos como muy incómodos y, por lo tanto, a desear que desaparecieran?
A partir de 1990 se acabó la empatía entre los medios que habíamos luchado contra la dictadura y la Concertación. Ese es el hecho y la paradoja.

En todo caso creo que fue un gran error de la Concertación, porque fue una apuesta que hoy día tiene costos indefendibles. No conozco ningún discurso de dirigentes de la Concertación que la justifique. Creo que evaden ese debate, tal como evaden los datos de la realidad de ese tiempo.

Paradójicamente, estos personajes que después se transformaron en factores de poder, en buena parte fueron conocidos y levantaron su liderazgo político porque nosotros los transformamos en eso.

¿Les dieron la espalda a ustedes?
En los hechos sí. Acá, en esta historia, faltan muchas cosas por escribir. Nosotros hicimos un intento colectivo y tuvimos solidaridad respecto de las circunstancias que nos tocó vivir y dijimos que lo natural frente a esto era pararse juntos y pedirle al Gobierno que, mientras no hubiera una legislación, nos diera un “trato” razonable. Nunca le pedimos subsidios, simplemente queríamos el mismo trato. Que cuando avisaran, repartieran de manera justa. La repuesta de ellos fue que no. Y en los casos en que tuvimos el avisaje fue a un precio y con unos descuentos patéticos, que no los tenían ni El Mercurio ni La Tercera. Fue lamentable, y eso configuró el escenario.

Es claro que nos fuimos transformando en medios incómodos para los dirigentes de la Concertación. Nuestros reportajes pasaron a ser molestos, y ellos sentían que para qué continuábamos metiéndonos en temas de violaciones de derechos humanos o de corrupciones de la dictadura si ahora los temas del país eran otros. Había una aprensión por si el Ejército “roncaba” de nuevo. Los únicos medios que informamos a concho, que nos jugamos identificando lo que sucedía, fuimos nosotros. Entonces, se empezó a vivir una pesadilla que duró para nosotros cinco años; donde la empatía se fue perdiendo. Sólo quedaron las amistades de tiempos pasados y que después te palmoteaban la espalda diciendo “pucha que pena, esto no debió haber pasado”. Pero yo nunca los vi muy preocupados, siendo que eran personajes de poder político e influencia. Nunca hubo alguien que se parara con fuerza frente a esa política comunicacional del Gobierno.

¿No cree que más que falta de empatía, los utilizaron sólo hasta que les fueron necesarios?
En los hechos fue así, más allá de las palabras. Hubo una lógica de hierro que se impuso: “Podemos ser muy amigos, podemos juntarnos a debatir esto en un seminario en donde se reconozcan más o menos los matices…”, pero la lógica que se impuso fue que se crearon todas las condiciones y no se hizo nada para evitar que estos medios murieran. Entonces, me parece cínica, por decirlo menos, esa explicación que viene de algunos de decir que no supimos sobrevivir en el mercado. ¿Qué mercado? El mercado monopólico que implantó a balazos la dictadura y evitó fraudulentamente las quiebras de las grandes cadenas que hoy día pontifican sobre las libertades de mercado.

Hoy en día se hacen tantas comisiones para investigar los actos de corrupción, ¿por qué no se investigan las formas con que se salvó de la quiebra a El Mercurio y La Tercera.? Encuentren un parlamentario que se arriesgue a enemistarse con El Mercurio hoy día. Ese personaje sabe que nunca más aparecería en sus páginas y eso es una cosa tremenda en nuestra sociedad, dado el gigantesco poder del duopolio.
Miércoles 7 de mayo, 2008

* Fuente: Programa Interdisciplinario de Libertad de Expresión – U de Chile

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