La ley de hierro de las oligarquías y las elecciones en el Partido Socialista
por Rafael Luís Gumucio Rivas (Chile)
17 años atrás 9 min lectura
La famosa ley de hierro de las oligarquías, de Robert Michels, producto del estudio de la organización de los partidos social demócratas, de comienzos del siglo XX, no ha sido hasta ahora refutada por los cientistas políticos: donde hay organización, hay oligarquía. En el origen de los partidos políticos hay que distinguir a aquellos que surgen de los sindicatos en la sociedad civil y los partidos parlamentarios; hay partidos de directorios y partidos de masa. Se entiende que los partidos políticos deben ser canal de expresión de los distintos proyectos existentes en la sociedad civil. En la actualidad, los partidos detentan el monopolio de las ofertas políticas de distintas élites, en las cuales el ciudadano debe elegir como en el supermercado.
Los partidos de izquierda tienen distintas fases históricas: en la primera se relacionan plenamente, con los sectores de trabajadores organizados – en este sentido los partidos de izquierda chilena tienen enorme valor de haber sabido identificarse, perfectamente, con movimientos de trabajadores – la segunda consiste en la lucha por el poder político en el Parlamento y en el Ejecutivo y, la tercera, es cuando se convierte en el partido de gobierno e identifican la suerte del partido con el poder de turno.
En la fase de partidos de gobierno una de las tareas principales consiste en proveer al Ejecutivo de cuadros técnicos burocráticos, es decir, en el caso de gobiernos de coalición distribuir, proporcionalmente, las distintas áreas de la administración pública entre los componentes de la alianza gubernativa. En nuestra historia hay un solo caso, el de la Democracia Cristiana, durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva, en que el partido de gobierno no se vio obligado a distribuir los cargos públicos, pues tenía mayoría absoluta.
En el caso de los partidos actuales, el problema consiste en que la burocracia estatal comienza a dominar las distintas instancias de decisión partidaria: desde el Congreso al Comité Central y, finalmente, a la directiva del partido. De poco sirven las formas democráticas de elección de las autoridades, incluida la famosa paridad de género, pues al fin se trata de mujeres parientes de las élites; así está ocurriendo con la mayoría de los congresos partidarios, en que terminan alineándose en liderazgos más o menos vitalicios. Es cierto que votan, en esta última elección socialista, más de 35.000 militantes, sin embargo, es exiguo si lo comparamos con el universo electoral.
Los distintos partidos políticos no logran atraer a más del 25% de los ciudadanos y todos ellos sufren situaciones de graves distanciamientos de la sociedad civil: la Democracia Cristiana está fraccionada, y su directiva autoritaria sólo tiene como recurso la expulsión respecto a grupos discrepantes; el PPD estuvo a punto de eclosionar con el escándalo de Chiledeportes y hoy apenas sobreviven en base a acuerdos copulares; la UDI, un partido autoritario, casi leninista, está traspasado por escándalos en municipalidades emblemáticas, además de las agudas críticas al partido por parte de Pablo Longueira y de Joaquín Lavín; así ocurre con los demás partidos, de una u otra manera.
Si los partidos de gobierno, en la fase neoliberal, sólo se concentran en la formación de cuadros tecno-burocráticos y si tuvieran que ser juzgados en base a este parámetro, estoy seguro de que saldrían bastante mal calificados, pues la administración pública se caracteriza, en estos tiempos, por inepcias, descuidos y desórdenes funcionarios; baste citar Ferrocarriles, Registro Civil, Transantiago, para no mencionar los sainetes de transporte de frambuesas en las maletas de los autos fiscales, o la inauguración del hospital de Curepto.
Dentro de este panorama, hasta ahora, el Partido Socialista ha salido mejor parado que la Democracia Cristiana y el PPD. Es cierto que hay díscolos, pero representan a verdaderos rebeldes con causa, pues defienden principios libertarios, que han formado parte del ideario laico-socialista. Muchas veces la directiva, en forma errónea, para preservar la alianza con la Democracia Cristiana, ha tratado de acallar estas justas y creativas posiciones, especialmente en los torpemente llamados “temas éticos” que, en el fondo, son ideológicos y políticos. La lucha del debate abierto está en el ADN del socialismo y poco puede hacer una directiva autoritaria para eliminarla, en la búsqueda de un partido regido por el centralismo democrático, al estilo de la RDA. Ser partido de gobierno no significa convertirse en un recadero de los distintos gabinetes del presidente de turno.
La historia tiene un gran eso en todas las elecciones socialistas: si revisamos los nombres de cada una de las listas, podemos comprobar este aserto: la que encabeza Camilo Escalona se denomina, nada menos, que Más igualdad para Chile, lo que constituye un exabrupto en uno de los países más inigualitarios del mundo; Isabel Allende y Carlos Ominami encabezan la lista de Las grandes alamedas, que recuerda las emotivas palabras de Salvador Allende, en su último discurso; Alejandro Navarro utiliza el MAS, y Carmen Lazo y Carlos Moya, Socialistas como Allende.
La pasión polémica forma parte importante de la médula del Partido Socialista: en cada Congreso las disputas oratorias no están exentas de críticas mordaces: por ejemplo, la larga y aguda disputa entre Salvador Allende y Raúl Ampuero; entre Clodomiro Almeida y Carlos Altamirano; entre este último y Aniceto Rodríguez, sólo por nombrar algunas. El periodista Eugenio Lira Massi, en su libro La cueva de los cuarenta y ocho senadores, caracteriza a los padres conscriptos socialistas como personas que están siempre enojadas, como si anduvieran con zapatos que les quedaron chicos. A diferencia del pasado, las disputas de hoy no son ideológicas, sino personales, por consiguiente, muchas de ellas lindan en la injuria y el sarcasmo.
En los partidos gobernantes son los burócratas quienes logran imponer las directivas: es muy difícil que un funcionario subalterno vote contra su jefe, como antes el inquilino contra el dueño de fundo. En la Democracia Cristiana, en 1967, fue elegida una directiva rebelde y tercerista, que presidía mi padre, Rafael Agustín Gumucio, pero ésta duró poco tiempo, pues en Peñaflor los funcionarios del gobierno de Frei Montalva la desahuciaron. El caso de los socialista es muy distinto: el propio presidente Allende apoyó la directiva de Carlos Altamirano, en el Congreso de la Serena, contra Aniceto Rodríguez; por lo demás, en el pacto de la Unidad Popular, se acordó no hacer un gobierno personalista, como los burgueses anteriores y todos los pasos políticos deberían tener la unanimidad de los partidos aliados. Salvador Allende respetó siempre el carácter plural de su gobierno, incluso, tuvo que aceptar algunas materias con las cuales estaba en desacuerdo. A muchos llamará la atención esta lealtad democrática del heroico presidente. Es que no tenía nada que ver con los “mandoncillos” típicos de todas las épocas.
A juzgar por los resultados parciales conocidos, correspondientes a la última elección del Comité Central, la lista de Camilo Escalona habría obtenido más del 50% de los sufragios; la de Isabel Allende y Carlos Ominami, el 30%; la de Alejandro Navarro, 9% y la de Carmen Lazo y Carlos Moya, el 8%. Se habría cumplido, perfectamente, la ley del hierro de las oligarquías partidarias, sin embargo, si sumamos toda la disidencia tendría, al menos, el 50% de los votos. En las últimas elecciones se han mantenido, más o menos, las últimas tendencias, con distintos nombres y circunstancias. Esto de la renovación de las élites no existe mucho en el Partido Socialista.
En setenta y cinco años, el socialismo chileno ha aportado elementos muy importantes a nuestra política:
1. la independencia de la Segunda y Tercera Internacional
2. el carácter latinoamericanista del Partido
3. Inclusión de trabajadores manuales e intelectuales
4. La crítica permanente al estalinismo
5. La negación del Vaticano soviético
6. La República de los trabajadores en el Manifiesto de 1947, con su líder Eugenio González
7. La renovación
8. La relación entre la democracia y el socialismo
Los líderes socialistas chilenos, a lo largo de la historia, se han caracterizado por la heterodoxia y creatividad de su pensamiento: Eugenio Matte Hurtado y Marmaduque Grove Vallejos y, posteriormente, Eugenio González tocaron el cielo con la mano en la corta revolución socialista de doce días, entrando a La Moneda en un auto arrendado y lanzando panfletos en el centro de Santiago. Aún recuerdo las frases que escuchaba repetidamente cuando niño, en que mi abuelo, Rafael Luís Gumucio, en ese tiempo conservador, en que escribía a don Marmaduque: “En un banco de la Alameda tomará el sol un anciano de aspecto agradable y bondadoso. Llamará al barquillero y le repartirá barquillos a unos niños que juegan cerca de él. Pasarán dos transeúntes y uno le dirá al otro: “este viejito es Grove, que antes hacía revoluciones”. ¡ Y qué revoluciones! Posteriormente, vinieron otras generaciones, como la de Salvador Allende y Raúl Ampuero Díaz – el mejor conocedor del marxismo en la izquierda chilena y autor de un libro inquietante, La izquierda en punto muerto- les suceden don Clodomiro Almeida, Aniceto Rodríguez, Carlos Altamirano y el hoy olvidado Manuel Mandujano.
El socialismo ha tenido tres presidentes de la república: Salvador Allende, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, además de muchos ministros, diputados y senadores. Desde el punto de vista electoral, ha fluctuado entre el 10% y 14% de los sufragios logrando, en 1971, e3n las elecciones municipales, el 23.3%, y en 1973, el 18.6%, con 29 diputados. Sus dos más altas votaciones coincidieron con el parlamento para Ibáñez, en 1953, y con Salvador Allende, en 1971.
La lucha fraccional ha sido una de las características del socialismo: en 1939 se separa el Partido Socialista de Trabajadores, liderado por César Godoy Urrutia; en el 45-47, el Partido Socialista Auténtico, cuyo líder era Marmaduque Grove; en 1946, Bernardo Ibáñez logra, apenas, el 2.5% de los votos en las elecciones presidenciales; en 1953, el Partido se divide entre socialistas populares – Raúl Ampuero, Almeida, y otros- y los socialistas, de Allende; en los años 60 surge el MIR y Raúl Ampuero se separa del Partido formando la Usopo (Unión Socialista Popular); en el exilio, el Partido se balcaniza en una serie de pequeños grupos, entre ellos, uno muy original era el de los “suizos”, liderado por Ricardo Lagos Escobar; en el llamado Congreso de Argel se separan los seguidores de Altamirano y de Clodomiro Almeida. Al final, se unifica atrayendo a algunos sectores cristianos del llamado “socialismo nuevo” – Moc, Mapu e IC.
A pesar de la aparente calma en que se ha desarrollado la última elección al Comité Central, es difícil predecir el destino del socialismo. Estamos en una época de decadencia de los partidos de la Concertación y no creo que el Parito Socialista quede incólume. Es evidente que las formas autoritarias, aplicadas por el escalonismo, no podrán evitar la necesaria búsqueda de nuevos caminos y proyectos y de un reencantamiento, tanto en el seno de la militancia, como en la ciudadanía en general.
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