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Televisión: «El que paga manda»

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El actual director de la carrera de Cine y Televisión de la Universidad de Chile no deja espacio a dudas: mientras no cambie el modelo económico que aprisiona a la televisión pública de nuestro país -particularmente su forma de financiamiento publicitario- escasamente contaremos con televisión de calidad.

¿Qué evaluación general tiene de la televisión chilena de los últimos 17 años? ¿Qué tanto ha cambiado después de la dictadura? ¿Qué tanto se ha conservado?
La televisión chilena a partir del ’90 experimenta dos procesos esenciales: La apertura a nuevos realizadores proveniente de productoras independientes (como Nueva Imagen), especialmente en TVN. Y la consolidación de dos nuevos canales de televisión abierta: Megavisión y La Red.

La entrada de productores independientes, varios de los cuales habían hecho una televisión contestataria durante la dictadura (como Teleanálisis) le trajo aire fresco a TVN. Programas como El Mirador introdujeron visiones distintas, un poco más libres y menos acartonadas. El resultado fue que TVN pasó de ser un canal muy poco visto, a fines del régimen militar, a ser la estación con mayor audiencia. A su vez el Canal 13 –que por haber sido un canal más abierto en los 80, dominaba la sintonía- se fue corriendo progresivamente a la derecha, rigidizando sus contenidos y perdiendo, así, su hegemonía.

Por otro lado, la entrada de los dos nuevos canales fue todavía más influyente en el mediano y largo plazo. Al entrar a competir y compartir el mismo financiamiento publicitario -que tiene ciertos límites anuales- produjo una disminución de los recursos disponibles para los canales preexistentes. Esto se tradujo en una sensible baja presupuestaria para algunas series documentales emblemáticas, lo que afectó significativamente a las productoras independientes. Así por ejemplo, Nueva Imagen –que era una empresa muy exitosa a comienzos de los 90- acaba de cambiar parcialmente de dueño después de haber llegado a tener una deuda de más de mil millones de pesos.

FINANCIAMIENTO ESTATAL Y TELEVISIÓN DE CALIDAD
En ese sentido, ¿cómo se conseguiría una mejor televisión, teniendo en cuenta que parece imposible reducir el número de canales para que cada uno pueda contar con mayor financiamiento?
Se sostiene que los avisadores tienen un techo. Es decir, que la torta publicitaria no va a aumentar y, si lo hace, será un incremento muy marginal. Yo creo que es verdad, excepto si aparecen en el futuro canales regionales y locales que accedan a un universo de anunciantes distinto a los nacionales. El almacén de la esquina y diez almacenes de la esquina pueden financiar un canal local. Esos diez canales de la esquina nunca van a llegar a financiar la televisión nacional.

¿Cuál sería la forma de financiar una televisión nacional de mejor calidad?
Yo no haría absolutamente nada por resolverle el problema a Canal 13, Megavisión o Chilevisión. Solo TVN, por su carácter de televisión pública, merece un tratamiento especial. Cualquier analista, desde Wolton hasta nuestros académicos -yo mismo incluido- dirá que la televisión pública tiene otra responsabilidad social. Al pertenecer al Estado, debiera asumir como responsabilidad esencial satisfacer un bien mayor: la construcción de imaginarios sociales que respeten la diversidad; que construyan identidad; que recuperen patrimonio; que le den oportunidad de expresión a la ciudadanía, a los mundos regionales y a los mundos sectoriales; que sostengan pequeños canales que expresen a entidades como, por ejemplo, la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena (CONADI).

El aserto de “el que paga manda”, tiene un doble sentido en el caso de la televisión. Uno es el más obvio, en cuanto a que los que aportan el financiamiento (los avisadores en el caso de la TV comercial) condicionan, implícita o explícitamente, la línea editorial y los contenidos programáticos.

Pero además, los avisadores requieren telespectadores extremadamente permeables a los objetivos de la publicidad. Requieren convencer al mayor número de personas de que tiene que comprar un producto equis, pero no porque lo necesite o porque el producto sea mejor que otro. ¿Por qué va a necesitar beber cervezas o gaseosas; o comer chocolates o galletas? O ¿cómo se puede razonablemente convencer a alguien, en pocos segundos, que debe elegir determinada marca de tallarines, té o detergente? Para esto la publicidad requiere manipular o seducir al telespectador, asociando el producto a sensaciones o emociones gratas. Manipulación que, por cierto, no incluye auténtica información sobre el producto. Y para lograr una manipulación eficaz necesita de audiencias dóciles, sin espíritu crítico. De este modo, una programación que acuda a la inteligencia del espectador; que desarrolle un espíritu crítico, y capacidades y actitudes de búsqueda de informaciones y opiniones sólidas, va en la dirección contraria de obtener un público manipulable. Es por esto que los avisadores prefieren auspiciar reality-shows a programas culturales, aunque tengan que pagar tarifas comparativamente mucho más altas. Esto es, prefieren apoyar programas banales, de audiencias relativamente bajas; y no programas de audiencia mayor, pero de carácter cultural.

O sea, la justificación no es económica
No, no es económica. Además, en las preferencias de los avisadores influyen sesgos ideológicos. Por ejemplo, hasta el día de hoy, las tarifas de Canal 13 son superiores a las de Chilevisión, en general. ¿Por qué se paga 100 por una hora de televisión en Canal 13, a las 10 de la noche; y 60 en Chilevisión? Y aún con audiencias relativamente bajas, se ha visto que Canal 13 sigue siendo apoyado por los auspiciadores. El factor clave es aquí la congruencia entre la ideología de quienes avisan y la de quienes dirigen la estación favorecida.

De este modo, en sistemas de televisión como el chileno (o mexicano o estadounidense) es el anunciante, en términos indirectos, quien termina siendo el verdadero Consejo de Televisión, en la medida que va inclinando la balanza hacia una determinada calidad de programación. La televisión pública, en este esquema, no puede asumir su rol social de promoción del bien común. De acuerdo a estudios de la UNESCO, para que exista una televisión de calidad es necesario que el financiamiento no publicitario de la estación sea mayoritario. En caso contrario, el financiamiento publicitario se “come” al anterior. La BBC tiene este esquema, así como la televisión pública italiana y alemana. Todos los países que siguen estos criterios tienen televisión de buena calidad o de calidad razonable.

¿Es posible este financiamiento en Chile?
Depende sólo de la voluntad política. El Estado ya está sosteniendo la programación actual en términos relativos, aunque sin eficacia. Porque la cantidad de fondos que se entregan para la producción de material audiovisual, más las cifras del Consejo Nacional de Televisión, más parte del Fondart, que podría ser aplicada de forma indirecta a la programación de televisión; suman una enorme cantidad de dinero. Pero esta, al no vincularse a criterios de programación, no termina llegando nunca a la televisión o finaliza escondida en cajones o siendo vista en las salas con los amigos. Es una inversión inútil. En cambio, un programa cultural como Frutos del País, un día domingo a las tres de la tarde, tiene 10.6 puntos de promedio anual para cincuenta capítulos, lo que significa que tiene un millón 250 mil telespectadores en cada capítulo, lo que en 50 capítulos significa llegar a 60 millones de personas.

El Estado se puede hacer cargo de la responsabilidad social de la televisión pública y puede decir, por ejemplo: ‘toda esta enorme cantidad de material que yo financio como Estado, a través de los fondos concursables, va a ir en una señal 2 de la televisión pública’. Y todos los fondos regionales podrían llegar a financiar señales locales o regionales que se aplicaran a ciertos temas, conformando una tercera señal. Y esto sólo requiere de voluntad política. Es viable y no implica un costo significativamente superior al actual.

Parte de eso podría estar apoyando una señal cultural universitaria de televisión, que sería de enorme relevancia. ¿Por qué no? Es pertinente; las universidades públicas desarrollan las artes y la cultura; tienen capacidad de extensión y de relación con las sociedades en las cuales se insertan, incluyendo las regiones; y, además, si no se asocian no hay muchas opciones. La televisión regional francesa, por ejemplo, está colapsada, extinguiéndose; a pesar del apoyo del Estado francés. Queda una sola cadena de televisión regional en pie, ante el enorme y brutal peso de los contenidos audiovisuales fabricados en Estados Unidos, que copan el 95% del mercado. Si no hay esfuerzos asociativos, esa televisión pública no va a llegar jamás a ciertos sectores. Es necesario coordinar energías, actividades, conocimiento y financiamiento parcial del Estado. Pero claramente no podrá haber una auténtica televisión pública mientras el marco sea el actual financiamiento publicitario.

APOYO A LA TELEVISIÓN CULTURAL
¿Qué opina de lo que ocurre en Francia u otros países europeos, que limitan la cantidad de programas de países foráneos? En general, ¿piensa que la cultura nacional debe tener un cierto resguardo?
Aquí lo único que se está haciendo es una mal llamada televisión cultural, que está entre tal y tal horario y que ocupa un porcentaje anual de la programación. Pero es muy poco. Desgraciadamente yo no veo al Estado chileno ejerciendo un rol regulatorio a favor de la producción nacional. Me parece que no es viable en este sistema económico. No me interesa opinar sobre algo que el Estado no va a hacer. Para mí lo ideal es que no haya televisión privada, sino sólo una pública que maneje ocho canales. Pero hablemos en serio. Mientras haya un estado neoliberal, no tendremos eso.

En cuanto a la regulación de las horas de una televisión que expanda la cultura, ¿dónde se traza la línea que distinga cuándo un contenido es necesario y cuándo la gente lo quiere ver? Los programas de más alta audiencia son aquellos que no presentan contenidos culturales y que coinciden con la farándula y la exacerbación del morbo.

Yo no encuentro casi nada bueno en la televisión chilena actual, pública o no pública. TVN dijo, hace tres años, con Agustín Vargas como Director de Programación, que mientras él estuviera en su cargo, no iba a haber reality-shows en TVN. Y lo sacaron de su puesto (ríe). Ahora TVN exhibe reality-shows en horario estelar. En La Recta Provincia, en la cual se invirtieron 84 millones de pesos -dándole oportunidad a Raúl Ruiz de encontrarse con el público chileno, de usar su nombre en forma emblemática en la publicidad, como el cineasta más importante en la historia del cine chileno- el primer capítulo fue un cuarto para las 12 de la noche y los demás fueron un poquito antes, porque apuraron un poco los programas que le antecedían. Es decir, se gasta en un programa 84 millones de pesos -mucho más que en otros programas culturales- para terminar “escondiéndolo”. Es absurdo. Yo, personalmente, vi uno solo de los cuatro, porque ya estaba muy cansado a esas horas. No tiene sentido diseñar una programación cultural en horarios en que la gran mayoría de las personas no ve televisión.

Si el Estado tuviera la pretensión de generar televisión de calidad, ¿cuál sería el mecanismo para no imponerle a la gente ciertos contenidos que la misma gente no quiere ver?
Por ejemplo, si la franja cultural tuviera una mejor regulación como definición y estuviera amarrada a horarios más definidos, uno pondría en igualdad de condiciones a los canales para competir con esos contenidos. De partida, ningún programa que lleve un apoyo de los fondos concursables debiera ir a las doce de la noche. La franja cultural debería establecerse entre diez y once de la noche, es decir, en un horario en que un chileno normal está despierto. ¡Hasta la dictadura puso regulaciones mejores en este sentido, al fijar una franja cultural obligatoria los días jueves de 10 a 11 de la noche!

Estamos, entonces, en muy mal pie para el marco regulatorio de la televisión digital…
Así es. Podríamos traer a colación al destacado experto en comunicación audiovisual, Manuel Calvelo, quien sostiene que en vez de ser países subdesarrollados, somos países subarrodillados. Debemos tener presente lo que pasó con la introducción del sistema de FM (Frecuencia Modulada) en las radioemisoras. En un comienzo aparecieron cientos de emisoras FM en vez de las poquitas de AM (Amplitud Modulada) que dominaban todo el dial; y se creyó que empezaba un proceso de gran democratización de las comunicaciones radiales. Hoy vemos que hay tres o cuatro consorcios radiales que son dueños del 90 % de las emisoras chilenas. Esa diversidad inicial terminó revertida a través de un proceso de varios años. Ese fenómeno, si se mantiene la falta de voluntad política mencionada y la incapacidad de atajar la libertad o el libertinaje de la empresa privada en un marco de regulación social como es la comunicación televisiva, va a terminar en lo mismo en el caso de la televisión digital.

Para evitar lo anterior, debería establecerse una norma regulatoria que impida otorgar concesiones para la televisión digital si no están vinculadas a un proyecto que valorice ciertos elementos comunicacionales y representacionales. Hoy, las regulaciones existentes para conceder frecuencias radioeléctricas en televisión, se basan exclusivamente en requisitos de capacidad técnica y económica. Así por ejemplo, el marco regulatorio debiera estimular que la CONADI adquiera una concesión para transmitir en mapuche. ¿Por qué algo tan enormemente importante para la identidad chilena como rescatar un idioma patrimonial y originario de Chile no es regulado y entregado al mercado?

TELEVISIÓN REGIONAL Y SECTORIAL
Lo más probable es que las concesiones para la televisión digital se liciten y concursen. ¿Debería el Estado chileno reservar un cierto número de concesiones para ciertos actores sociales cuya manifestación es necesaria?
Son dos aspectos esenciales que se cruzan entre sí. Primero, es fundamental reservar espacios de frecuencia para las regiones, para terminar con el tremendo centralismo que nos agobia, en una suerte de fascismo cultural. En nuestro país el centro habla por las regiones. Tres canales hablan por todos los chilenos. Santiago define todo el imaginario noticioso de Chile. El mundo regional tiene que tener reservada una cantidad de frecuencias para la expresión propia.

Lo mismo debe ser válido para los mundos sectoriales. Esto se cruza con lo nacional y lo regional. Porque los pueblos indígenas, por ejemplo, independiente de la región en que estén, deben tener una capacidad de expresión; porque en ello hay un tema de patrimonio, de lengua y de representación. El mundo laboral debería tener, también, participación en la televisión. Todas las confesiones religiosas deberían tener la capacidad de representación televisiva. No solamente la Iglesia Católica que, en la práctica, tiene hoy cuatro canales; etc.

En este momento la televisión digital constituye una oportunidad, solamente una oportunidad. Pero si la discusión se circunscribe a los aspectos tecnológicos de la norma, sería el peor de los errores. En este momento tenemos una posibilidad de democratizar la expresión televisiva, de tener muchos más agentes que representen a los mundos regionales y sectoriales que hoy están al margen de la emisión televisiva. La adopción de la norma es una decisión absolutamente política, porque implica todo lo que discutimos al inicio. Si no toca el financiamiento, se convierte en una discusión inútil, porque van a terminar apropiándose de la televisión digital tres o cuatro consorcios que, al final, de aquí a veinte años, van a dominar el espacio radioeléctrico.

Y respecto a la protección de la producción e identidad nacional, ¿establecería regulaciones?
Hay una discusión de fondo en el mediano y largo plazo: En un mercado desregulado, cuando uno fabrica una obra de contenido para 15 millones de espectadores, nunca va a poder competir con una producción de contenido para 2 mil millones de espectadores. Entonces, si no hay regulaciones, los fabricantes de contenido -por tanto el imperio- va a terminar dominando. Lo que interesa, al final, es quién produce los contenidos audiovisuales. Lo demás es transporte. Transporte y emisión. Los que dominen el mundo de las comunicaciones van a ser los que dominen la construcción de contenidos audiovisuales y por eso es que ya se ha producido esa enorme concentración. Porque la industria norteamericana concentra el 95% de los contenidos mundiales que se consumen, sumando desde el cine porno hasta el cine de sala, pasando por los contenidos audiovisuales de televisión e internet. Por lo tanto, es fundamental establecer regulaciones en este sentido.

Desde su experiencia como docente, ¿cree que los estudiantes, que serán los que van a construir el mañana de la televisión, están dotados de las herramientas críticas para generar una televisión de mayor calidad, más pluralista?
Yo planteo que la línea esperanzadora es que la democratización del acceso a los equipos para generar contenidos audiovisuales ha sido tan brutal en los últimos 30 años, que ya no se necesitan 200 mil dólares para producir un contenido de calidad. Hoy hay programas que acceden a la televisión, que se producen con 5 ó 10 mil dólares; generando productos, teniendo talento detrás, y que se ven y escuchan de manera impecable. Esa capacidad puede cambiar el universo de los contenidos audiovisuales. En un colegio de educación media podría haber un taller que estuviera produciendo una obra de televisión semanal o mensual. Si todos los colegios de una comuna o región estuvieran en un plan asociativo, podrían estar produciendo una cantidad importante de contenidos. Se ha democratizado absolutamente el acceso a los equipos para producir contenidos audiovisuales.

Esto haría mucho más posible que en el diseño de la nueva televisión digital hubiera reservas específicas de concesiones para el mundo social, universidades, etc.

Tiene que ser así. Se ha planteado desde diversos sectores sociales, desde los grupos de televisión regional, y desde las pequeñas asociaciones de televisiones comunitarias o locales, la necesidad de que haya frecuencias reservadas para los actores locales o comunales. Ya debe haber una quincena o veintena de canales locales en Chile, muchas veces paralegales. Las más de 350 comunas del país, trabajando en nivel asociativo, con un periodista y un audiovisualista en cada comuna, podrían generar un poderoso universo laboral, con un equipo con Adobe Premiere (programa computacional de edición audiovisual) y una cámara de 500 mil pesos. Es decir, hoy prácticamente todo el mundo puede producir contenidos audiovisuales.

El marco regulatorio aceptado transversalmente plantea que el 25% de las frecuencias sean sólo regionales. O sea, hay un esfuerzo no menor de ciertos organismos en ese sentido. Afortunadamente, es muy fuerte la presión para que existan canales locales. Hay un espíritu de producir un cierto grado de conciencia que indique que la selección no la puede hacer únicamente el mercado. La presión transversal de los alcaldes y de las bancadas regionalistas, creo que van a producir escenarios mixtos, en que no todo se va a dejar en manos del mercado. Los alcaldes están sensibilizados con esta necesidad.

Desde este punto de vista es absolutamente relevante la formación audiovisual, pues deberían ser los periodistas y los comunicadores audiovisuales, o los egresados de las escuelas de Cine y Televisión, quienes proporcionen el nivel de contenido para toda esa nueva televisión. Porque su confección implica pensar contenidos y diseñar formatos en forma consecuente. Actualmente, los programas locales y regionales, tienden a imitar –y con pocos recursos- los contenidos y formatos de la televisión central. A su vez, la televisión central chilena compra más de la mitad de esos formatos afuera, para reproducirlos porque han tenido éxito en otro país. Hay muy poco pensamiento original, muy poco pensamiento crítico para producir contenidos. Y los contenidos son los que exigen formatos; y los formatos las competencias técnicas y el equipamiento requerido.

¿Quisiera agregar otra reflexión?
Quisiera enfatizar, dada mi experiencia personal, que es siempre posible hacer televisión que se plantee objetivos valiosos y que tenga llegada a un espectador que –contrariamente a lo que muchos explícita o implícitamente señalan- es inteligente y está interesado en esos objetivos.

En otras palabras, puede ser muy exitoso seguir un formato austero, que no tenga show, y que no haga concesiones al “espectáculo”. Yo he hecho televisión de calidad con muy buena audiencia, con elementos valóricos antisistema que he perseguido constantemente: Reciprocidad y valoración de los trabajadores, cualquiera sea su condición o la forma en que sea pagado. Un trabajo con una pala vale tanto como el trabajo de cuello y corbata. He buscado valorar siempre la dimensión humana de la tradición, de las costumbres, de la comida y del trabajo. El no consumo y la armonía con la naturaleza son valores antisistema, en el nivel más profundo, que también he intentado promover.

Para estimular la inteligencia y la cultura de los telespectadores, hay que usar formatos que sean eficaces para eso. Por ejemplo, no pueden ser programas muy rápidos, porque no hay retención. En un formato de televisión rápida, de show, son tantas las bofetadas audiovisuales -como dice Calvelo- que el espectador al final termina siguiendo estímulos, tratando de acordarse de lo que vio en una hora. Y la velocidad de los estímulos no permite la digestión de los contenidos. Uno debe entregar los contenidos importantes con una velocidad tal que la gente los retenga. Eso obliga a un lenguaje un poco más clásico, documental; y que, a la vez, es tremendamente efectivo para estimular la inteligencia y la cultura…

* Fuente: Programa de Libertad de Expresión

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