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El represor y la patrulla perdida de los Montoneros

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Del mismo modo en que el general Juan Domingo Perón fue el primero en devolver los trofeos de la ignominiosa guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay, que intereses extranjeros –sobre todo británicos-,  impusieron a los países que hoy integran el MERCOSUR, el Paraguay fue el primer país en entregar al gobierno argentino sus archivos sobre desaparecidos detenidos fuera de su territorio.

Autoridades de la Corte Suprema de Justicia paraguaya entregaron en los primeros días de Julio de 1996 los legajos a la entonces subsecretaria de Derechos Humanos argentina, Alicia Pierini, que pasaron así a engrosar la voluminosa lista de desaparecidos por el terrorismo de estado que, al igual que la guerra del Paraguay, intereses extranjeros y causas ajenas a la región inspiraron y sufragaron en Sudamérica.

Merced al descubrimiento de los Archivos del Terror por Martín Almada, hoy tengo en mis manos un documento que permite desempolvar la memoria, el verdadero cementerio como la llamaba Rodolfo Walsh,  y transportarse en el tiempo a esos años sangrientos en que se moría perseguido, en la oscuridad.  Está fechado el 16 de mayo de 1977, y consigna hechos acaecidos a las 16 y 34 horas de ese día.

Se trata de un documento en que el director de política y afines del Departamento de Investigaciones policiales, Alberto Cantero, informa  a su Jefe Pastor Coronel que acaban de embarcarse  con destino a Buenos Aires en un bi-reactor de la Armada argentina (con matrícula 5-7-30-0653, piloteado por el Capitán de Corbeta José Abdala) el ex montonero paralítico José Nell y  los simpatizantes de la juventud peronista Alejandro José Logoluso y Dora Marta Landi Gil.  Junto a ellos vuelan sin pasaje de vuelta los uruguayos Gustavo Edison Insaurralde y Nelson Santana.

Hacía apenas cuatro meses que Walsh, al fuego del verano del 77,  había escrito su crítica a la conducción militar del movimiento montonero, advirtiendo que la lucha armada estaba perdida y debía recuperarse el terreno político, donde también avanzaba Videla.  Las masas, recordaba, habían dejado de ser un lugar seguro para los soldados peronistas. Habían perdido ese refugio por sus propios errores, la teoría había avanzado demasiado –opinaba el escritor- y galopaba a kilómetros de la realidad.

La acción de la guerrilla era en verdad una invitación a la represión a romper el propio cerco.  La fiebre suicida de la rebelión estaba conduciendo al grupo a su propio exterminio.

Pocas semanas después, en el aniversario del golpe de Videla, el escritor plasmaba su recordada carta donde redondeaba la angustia de la conciencia argentina ante aquella vorágine de terror:  Un verdadero cementerio lacustre descubrió en agosto de 1976 un vecino que buceaba en el Lago San Roque de Córdoba, acudió a la comisaría donde no le recibieron la denuncia y escribió a los diarios que no la publicaron.

Nadie conocía mejor los costos y riesgos que asumía Walsh como él mismo, que antes de ser emboscado por los grupos de la tareas en la esquina bonaerense de San Juan y Entre Ríos, dejó  escrito su relato "Juan se iba por el río".  Era la historia de un gaucho que se negaba a combatir en las filas del general Bartolomé Mitre, el mismo que inducido por intereses británicos sumió al Paraguay en la más completa devastación.

Y era ese Paraguay devastado el que más de un siglo después devolvía los documentos donde sus represores ratificaban el vasallaje a los imperios que le impusieron los civilizadores de 1870.

Hoy víctimas de la dictadura, ironía paraguaya, elevan su voz de indignación porque un operativo de la policía política de Stroessner ocupa el cargo de Ministro en el supremo Tribunal electoral.  Se trata de Juan Manuel Morales, quien presentaba regulares informes al  comisario Alberto Cantero, el mismo que aquella tarde gris del mes de mayo entregó aquella patrulla perdida de montoneros a los emisarios de Videla.

No estamos sugiriendo que Morales proveyó a Cantero la información necesaria para la captura de los subversivos peronistas, aunque estuvo cerca.  Su especialidad era monitorear e informar sobre las actividades sindicales y el movimiento obrero.

Una burla del destino hoy ha colocado a este represor al frente del proceso electoral, como árbitro de la democracia paraguaya.  Pero estas son sólo pequeñas anécdotas sobre las instituciones, como titularon Nito Mestre y Charly García al long-play que sonaba intermitente en la radio en los tiempos del Proceso, las botas locas y Juan Represión.

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