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La feria de los mortales y de los inmortales

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Con frecuencia aparece en las columnas sociales de los periódicos la sección de vanidades. Hay disputa para entrar en el reducto donde están las «celebridades», generalmente «modelos» de la moda, o artistas conocidos. Se entablan verdaderas batallas para conquistar un puesto en primera fila y ganar visibilidad. En esta época del carnaval, esto llega a su paroxismo. En los palacios de gobierno, los políticos se arriman para estar físicamente más cerca del jefe. Las fotos en las columnas sociales muestran a personas con glamour, aparentemente felices, comiendo, bebiendo y festejando.

Pero basta ojear otras páginas del mismo periódico para ver el otro lado de la realidad: violencia generalizada, enfrentamiento entre policías y pandillas de la droga, asaltos, asesinatos, escándalos políticos que nunca paran, creciente «favelización» de las ciudades y, por ultimo, amenazas de devastación que pesan sobre todo el Planeta. ¿Cómo combinar estos dos panoramas?

Espontáneamente me viene a la mente el relato del diluvio. Indiferentes a la maldad que se extendía por el mundo, las personas -dicen los textos-, «comían y bebían sin darse cuenta de nada, hasta que vino el diluvio, que los arrebató a todos».

No es necesario el diluvio. Nos basta la certeza de que todos, también los glamourosos, son mortales. Con el tiempo la belleza se esfuma, los achaques aparecen, el envejecimiento resulta imparable y, finalmente, todos morimos. Llevamos con nosotros solamente el bien que hayamos hecho, y nada del glamour o de la fama. Es la condición humana, que importante no olvidar nunca, para no ser frívolos ni ridículos.

Otra escena. En función del trabajo de asesoría a grupos populares, encuentro otro paisaje social: personas de las periferias, habitantes de comunidades pobres, llamadas «favelas», gente en gran parte trabajadora y honesta, que se enfrenta día a día a la dura lucha por la supervivencia. Los rostros arrugados, las manos callosas, la mirada decidida muestran las señales de una reñida lucha por la vida. Los glamourosos los ven con cierto desdén, con recelo, todo lo más con lástima. Mal recuerdan que son sus semejantes y que son inmortales.

Mirándolos atentamente, me viene a la mente una escena del Apocalipsis. Uno de los ancianos pregunta: «Y todos éstos, ¿quiénes son, y de dónde vienen? Y el Señor respondió: éstos son los que vienen de la gran tribulación… el Cordero los apacentará y los conducirá a fuentes de agua viva y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos». A éstos, los de la gran tribulación, aun siendo mortales, los veo en su dimensión de inmortales. Pues en cada persona, pero particularmente en éstos, Dios esta naciendo dentro de ellos, haciéndolos sus hijos e hijas, y urdiéndoles un destino de inmortalidad.

Si los mirásemos con esta óptica, otra sería nuestra actitud. Daríamos a la verdad una pequeña oportunidad de triunfar sobre nuestros prejuicios. Descubriríamos que todos somos inmortales, también los mortales glamourosos, pues así fuimos hechos, y éste es el designio del Creador. Jesús no quiso otra cosa sino que nos tratásemos como hermanos y hermanas, y que revelásemos unos a otros a Dios como Padre y Madre.

Cada mañana al levantarnos tenemos que decidir: ¿queremos comportarnos como mortales o como inmortales, vivir de la apariencia engañosa o de la realidad pura y simple?

¡Qué monótona y parecida es la vida de las celebridades mortales! ¡Qué diversificada y épica la vida de los simples inmortales!
2008-02-01

*Fuente: Servicios Koinonia

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