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Bucarest 187

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Chocado y dolido por la muerte de Patricia Verdugo, el autor del presente artículo, redactado como un Review del libro cuyo nombre encabeza estas líneas, nos ha hecho llegar el borrador del original –escrito y publicado originalmente por la revista Mensaje allá por el año 2000 para que lo compartamos con Uds., cuestión que nos honra y hacemos con sumo agrado.
La Redacción


No es lo que construyeron. Es lo que botaron.
No son las casas. Son los espacios entre las casas.
No son las calles que existen. Son las  que ya no existen.
No son los recuerdos que te persiguen.
No es lo que tú anotaste en un papel.
Es lo que olvidaste, lo que debes olvidar.
Lo que debes seguir olvidando toda tu vida.
A German Requiem (James Fenton)

La horrible obsesión de la dictadura militar por alcanzar un control absoluto sobre la sociedad chilena no podrá jamás ser explicada por estudios históricos únicamente. Su violencia, en  múltiples  variedades, nos dice que no todas las muertes ni todas las torturas fueron iguales; común a todas ellas  solamente encontramos una persistente inexplicabilidad  moral. Esta inexplicabilidad y la progenie de esa obsesión –el terror y la traición diaria–  han nutrido por largo tiempo un hambre natural por reconstruir el origen de sus actos.  

Así, en el invierno de 1976, cuando la hija de un supervisor de una oficina estatal es notificada que el cuerpo de su padre, quien ha desaparecido de su hogar, ha sido encontrado en el río que da esa fea cicatriz lodosa a Santiago de Chile, el Mapocho, una trama compleja, sórdida en su absurdidad alcanza su cima emocional. La investigación de este asesinato, oscurecido por intereses  y miedos familiares insospechables  y dolorosos, es llevada a cabo por  la hija, una distinguida y activa periodista chilena, Patricia Verdugo, quien nos entrega, un cuarto de siglo más tarde,  una de las visiones más iluminantes y detalladas de la anarquía moral que esa violencia generó. 

Bucarest 187, por su detalle, su profundidad humana, y un fuerte fair play histórico (expresado por las abiertas descripciones de las actividades políticas de la autora) se instala con propiedad al frente de la  literatura de la dictadura

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La biblioteca de la dictadura
Tal como España cuenta  con una literatura de la guerra civil que aún hoy crece, Chile cuenta ya con una literatura semejante cuyos ejes emocionales están constituidos por el golpe militar y su increíble  violencia posterior.

¿Qué libros de autores actuales, contemporáneos, leerán los chilenos en 50 o 100 años más?

Las páginas  que se abrirán en estudios históricos  y relatos personales –si la experiencia universal se duplica en Chile– serán aquellas cuyas cualidades de estilo, contenido, y actitud crítica iluminen con vitalidad ese período donde no sólo cambió la forma de gobierno, pero también paralelamente envolvió a la sociedad chilena en una  penumbra moral. (1)

Hoy la variedad de  calidad y riqueza descriptiva y crítica de los libros disponibles deja al lector vacilante e insatisfecho.  Pareciera ser que la ausencia de una crítica sólida y perceptiva  de esta  literatura, que nos dé cierta guía, nos hace buscar la historia o la verdad a tientas.   Así, cuando buscamos calidad y  crítica iluminante en las memorias de Luis Corvalán, secretario del Partido Comunista de Chile por décadas — un personaje pivote y fundamental en el proceso político chileno hasta el año 1973 —  desenterramos, en vez, un tracto histórico estéril, desfalleciente, y encubridor.(2)

Otros, como Sergio Bitar en su Isla 10,  iluminan ciertos eventos  centrales, (la muerte de Allende, por ejemplo, y la vida diaria de algunos líderes prisioneros en campos de presos políticos). Pero, cuando tratamos de controvertir y examinar, por ejemplo,  cuáles fueron las tensiones entre los prisioneros, qué conflictos surgieron, cuáles  eran  sus  discusiones serias, substanciales,  las críticas al actuar del gobierno derrocado, nada de esto emerge.  Bitar nos cuenta lo que pasó, pero no todo lo que pasó. Si bien rechazamos los abusos, lo injusto de toda la experiencia, ese hambre de saber mas, pone preguntas en la mesa que no son respondidas. Lo conflictivo de la relación social y política, las dinámicas que nos conectan y desconectan momentáneamente a otros seres humanos, eso no emerge en estos libros.  Son relatos serios, pero distantes.

Pero esta literatura cuenta también con trabajos cortos y penetrantes, directos, como el cuento "Tienes que Llegar Silbando," de Franklin Quevedo,  que describen a los prisioneros pobres, de "pueblo,"  (que fueron la mayoría) para quienes no hubieron  becas en universidades extranjeras sino el retorno  al exilio permanente de la pobreza. Quevedo describe en su relato a un hombre de pueblo, quien al volver a su casa encuentra a otro hombre humilde como él,  que se preocupó por el mantenimiento de ese hogar y esos niños durante los meses o años de encarcelamiento.  El desenlace nos sugiere que en realidad no hubo traición por parte de la mujer; fue una, la, necesidad de sobrevivir.  El hombre entiende las razones dolorosas de la  decisión  de su mujer; pero,  como sugiere el título, es  mejor llegar silbando.

Bucarest 187 sobrevivirá por poseer estas múltiples cualidades y por exigir al lector una lectura cuidadosa  de hechos y personajes cuyas  vacilaciones y falsedades aun hoy oscurecen el trasfondo de  su suceso central, la aparición del cuerpo violentado de un hombre que no fue juzgado ni acusado.

Verdugo  entrega mucho pero  exige también; la razón es simple: ella entrega los hechos con mínimo ordenamiento, tal como se presentaron en la vida de los afectados. Sin embargo, una vez ubicados dentro de su narrativa  nos damos cuenta que la autora  es una malabarista maravillosa y delicada. Lo que nos entrega de ella  –sentimientos, dudas, miedos–  es íntimo y personal, a veces ligeramente chocante;  pero  éste no es un libro confesional.  La calidad  de Verdugo como escritora se manifiesta en un equilibrio estilístico y narrativo admirable  que lleva al lector desde lo central del drama personal de Verdugo y su madre,  a los círculos exteriores de la realidad familiar y de la dinámica  político-delictual de la dictadura. Allí  estilo y ritmo narrativo cambian; las páginas se tornan más periodísticas,  de tono  claro, pero no menos  engagé.  Es esta Verdugo, la que la publicación inglesa The Guardian llama ‘historian’, la investigadora infatigable, quien dibuja con detalles claros e incontrovertibles los rasgos diarios de la  dictadura, su censura, su distorsión de la realidad a través de la distorsión del lenguaje, la agonía de las mujeres cuyos hijos y maridos han desaparecido, las pequeñas traiciones y los grandes beneficios, dándonos,  finalmente, una visión panorámica  de esa  penumbra moral que vició a tantos por casi dos décadas.

Bucarest 187 satisface el interés histórico, al mismo tiempo que tácitamente sugiere otra dinámica dentro del horror de la dictadura. Verdugo, al investigar sin descanso la muerte de su padre, delinea un nuevo aspecto de la dictadura militar. Contradiciendo la creencia, la percepción común nos dice que los elementos represivos de la dictadura no actuaron con la organización que se les ha atribuido tradicionalmente. Si bien aumentar el miedo y destruir la oposición eran los  objetivos principales,  al compartimentar y hacer  secretas tanto las identidades como  las decisiones que guiaban  las acciones de terror y  violencia –en un intento simplista de eliminar responsabilidades legales y morales– el régimen militar produce en la práctica una anarquía del terror. 

La simbiosis entre el anonimato y la penumbra moral es una especie de caldo de cultivo para grupos y pandillas  represivas: en secreto y anónimos pueden atacar, torturar y matar. Y, ocasionalmente atacan y matan, como le informa a la autora su hermano, oficial militar del régimen, "por errores de inteligencia." Pero, Sergio Verdugo no fue muerto por error. Su posición de ejecutivo en la empresa estatal se había transformado en botín de bucanero para los que eventualmente lo asesinan. Y hasta hoy, los culpables del asesinato de su padre, identificados en este libro con nombre y rango, no han respondido.

Más importante todavía, Verdugo nos prueba –a través de testimonios oficiales y familiares (durante la dictadura un hermano del asesinado ha llegado a general y un hijo a coronel) –que, a una década de la salida de los militares del poder, un miedo activo e interesado impedimenta  a muchos hoy revelar la identidad de muchos, de cientos de victimarios y torturadores, como así el destino de los que desaparecieron. Y paradójicamente, terrible ironía, son los victimarios y sus cómplices ideológicos quienes nos urgen más a menudo y en voz alta a olvidar.  Pero, al cerrar el libro de  Verdugo nos damos cuenta que olvidar es  pervertir el dolor,  es rendirse a la complicidad por el resto de nuestras vidas. La otra opción, la de Verdugo, es recordar con claridad, y hacer así del auto-perdón una ficción.     

* “Un Requiem Germano” de  James Fenton, fue traducido al castellano por el autor de este artículo

Notas:
(1) Irónicamente,  Bucarest y los otros trabajos que enriquecen la visión histórica y humana del período dictatorial deben sufrir bajo el rótulo [etiqueta] de "literatura de la dictadura" (nombre agrio, pero preferible a "literatura de la transición" si los identificamos por su fecha de aparición). Sus temas centrales, estructurados por los recuerdos de los autores  y sus descripciones de sucesos,  son intentos personales y directos de explicar y describir  esos ejes históricos y vivenciales; pero, estos escritos se separan cualitativamente en categorías inevitables.

(2) Un estilo y contenido similares encontramos en las memorias de Gabriel Valdés, ex Canciller chileno y líder de la DC. Esta biografía “autorizada,” (escrita por Elizabeth Subercaseaux),  ahoga al lector en banalidades y  lugares comunes dándole más el sabor de un  libreto de conversaciones de cocktail entre “gente fina” que el de un recuento histórico. Sorprende fuertemente la conclusión de Valdés en 1998 sobre el régimen de Pinochet: “Yo no voy a juzgar los actos ni el gobierno de Pinochet, porque todavía no hay perspectiva suficiente.” [Gabriel Valdés: Señales de Historia. Santiago, Aguilar. Nov. 1998. Pag. 208]

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