Cuba: Chile y la solidaridad del medio litro de leche
por Claudio Leo Fonseca (Chile)
17 años atrás 6 min lectura
“Ha llegado un barco cargado de…..” eran rituales de un juego infantil, debíamos adivinar el contenido de una supuesta nave o de lo contrario pagar penitencia.
Ya lejana la infancia y los juegos inocentes, en 1971, a comienzo del Gobierno del Presidente Allende, esperábamos desesperadamente un barco real que no aparecía por parte alguna, estaba inubicable, “perdido” en el mar infinito. La nave venía cargada nada menos que con un mes de la leche en polvo para el plan del medio litro, ofrecido en el programa de la Unidad Popular, ración diaria para cada niño chileno.
El Presidente Allende había ordenado a la Empresa de Comercio Agrícola (ECA) conseguir la leche en polvo en el extranjero. Se requerían 100 mil kilos diarios que equivalían a un millón de litros de leche fresca, o sea 2 millones de raciones de medio litro cada día.
Por ser entonces Vicepresidente Ejecutivo de dicha empresa me correspondió operar la importación y distribución mayorista del producto y al Ministerio de Salud la entrega a consultorios, escuelas y centros comunitarios.
Era una tarea compleja. La leche que producía el país no tenía excedentes para el programa. Constituía un freno la producción del latifundio tradicional y, además, no había capacidad industrial para procesar por el bajo consumo de lácteos. Por lo tanto había que importar.
Una concepción técnica “exquisita”.
En el mundo fue difícil conseguir la leche en polvo debido a que nuestros doctores del Ministerio de Salud determinaron que su contenido de grasa debía de ser de 1,9 % y no de 3,1 % como corresponde a los estándares internacionales de la leche entera. Señalaron que una leche normal, similar a la Nido, causaría molestias estomacales a los niños que sufrían desnutrición o no tenían costumbre de ingerir leche.
Por otra parte, según los productores internacionales lo que pedían estos médicos chilenos era una exquisitez que implicaba licuar la leche en polvo estándar, desgrasarla y volverla a secar, en un proceso industrial que elevaba considerablemente el precio y demoraba las entregas. Pero los médicos decidían técnicamente.
Adicionalmente, el polvo debía venir en bolsas de un kilo para su distribución pero como el estándar de exportación de los países productores eran las bolsas de 25 kilos se agregaba otro problema de encarecimiento no fácil de resolver por los enormes volúmenes a importar. En resumen hubo que conseguir en el exterior la leche definida por nuestros médicos, en los volúmenes necesarios, en el tiempo adecuado para evitar la interrupción del suministro y, además, envasada en bolsas de un kilo.
El barco perdido.
En marzo de 1971 el plan estaba ejecutándose plenamente; en mayo se pusieron en marcha unas máquinas envasadoras a fin de importar la leche en bolsas de 25 kilos y reenvasarla. La importación fluía en forma regular pero sin permitirnos grandes stock debido a las exigencias de contenido de materia grasa.
En esas condiciones, en junio de 1971, nos “perdieron” el barco destinado a cubrir la demanda de la segunda quincena de julio. Las navieras no sabían nada de él. (ésto sucedió después a menudo con productos alimenticios). Sencillamente la nave desapareció, cosa muy rara en los tráficos navieros siempre bien informados. Los ejecutivos representantes de las navieras y los armadores nacionales se encogían de hombros mirándonos con caras compungidas, o cómplices; ya sólo nos hubiera quedado hacer consultas a la Embajada Norteamericana o a El Mercurio, cuyo propietario, Agustín Edward E., junto con el presidente de EEUU, Richard Nixon, trabajaban por hacer rechinar a la economía chilena.
El plan fracasaba. Se buscó soluciones en países limítrofes, incluso trayendo la leche en polvo en envases de hojalata a cualquier costo pero no hubo solución.
La solidaridad.
Yo había trabajado 8 años, desde 1962 a 1970, en la Junta Central de Planificación de Cuba (JUCEPLAN) y algo sabía de reservas de productos estratégicos, pero más que nada conocía el espíritu solidario del pueblo cubano y su Gobierno.
Llamé por teléfono al Viceministro de ese organismo exponiéndole el problema y pidiéndole que nos vendiera una cantidad de sus reservas. El me contestó “¿Cuanto necesitas? Tanto….., “ espérate un momentico, llámame en media hora, voy al cuarto piso”
En el cuarto piso trabajaba el Presidente de la República de Cuba, Osvaldo Dorticós, que era a su vez el Presidente de la Junta Central de Planificación. La confianza que tenían en nuestro proceso y el hecho de que quién les solicitaba la ayuda había trabajado largamente con ellos, los convencía de que se trataba de un problema serio. Por lo demás, conocían y siguen conociendo más que nadie en este continente lo que es el sabotaje del Gobierno de los EEUU.
A la media hora la respuesta fue la siguiente: “Claudio, ya mandamos regresar un barco que por suerte había zarpado hoy de madrugada con azúcar destinada a Chile, también hablamos -agregó- con los compañeros de la ECIL (Empresa Consolidada de la Industria Láctea) y los del puerto para preparar la operación del cambio de parte del azúcar por las 2.000 toneladas de leche en polvo que tu requieres, no te preocupes que la leche va”.
Coño, mi hermano
“Oyeme Luisón (se llama Luis Gutiérrez y le decíamos Luisón), y cuánto va a costar eso” -pregunté, según las normas del comercio y la buena crianza. “Coño, mi hermano, no te preocupes, te vamos a cobrar lo que nos costó a nosotros y nada más, -agregando- nos la pagas cuando puedas o nos la devuelves cuando tengas suficiente”.
Así de sencillo.
Esa noche los trabajadores de la ECIL trasladaron 2.000 toneladas (dos millones de kilos) en sus camiones con trabajo voluntario desde sus bodegas al puerto. Los portuarios de La Habana se amanecieron descargando azúcar para hacer hueco y cargando el barco con las 2.000 toneladas de leche en polvo que con el alba volvió a zarpar con destino a Valparaíso. Antes de 24 horas se había resuelto el problema y, además, con la seguridad que esta nave no se iba a “perder”.
Después de esto ya nunca más la CIA y sus asesores “chilenos” volvieron a conspirar en contra del abastecimiento de la leche para los niños. Había una reserva de solidaridad contra de la cual se iban a estrellar con la cual no contaron al momento de su operación desestabilizadora. Por lo demás, pronto logramos crear una reserva estratégica real para enfrentar la política de la antipatria.
Si se recuerda, muchas cosas faltaron pero nunca falló el medio litro de leche prometido por Allende, la solidaridad cubana contribuyo a ello en los momentos más decisivos.
+ Enviado el Sábado, 22 diciembre
– Texto escrito por el autor en noviembre de 2004. Colección de artículos de Crónica Digital a 100 años del natalicio de Salvador Allende
* Fuente: http://www.cronicadigital.cl/
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