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Para comprender la decisión final del Presidente Allende

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                                                         “Prefiero una derrota a una capitulación”
                                                                                       Simón Bolívar

No creo exagerado afirmar  que, casi tres y media décadas después del hecho, un considerable número de nuestros compatriotas de izquierda no ha conseguido reconciliarse con la muerte de Allende. No en el sentido en que un hijo, o hija, se niegan a aceptar la muerte del propio padre biológico, y no logran adaptarse a un mundo en que él ya no esté más,  aunque en algunos chilenos encontramos, incluso,  algo de eso (1), sino en el sentido de no poder  aceptar  que el líder de la U.P. hubiera elegido, finalmente, el camino del suicidio.    
Como en realidad no comprenden adecuadamente el razonamiento moral subyacente a aquella dramática decisión del presidente, muchos hombres de izquierda (y al parecer unas pocas mujeres), siguen aferrados  a un relato mítico de su muerte, en el que Allende es ametrallado por uno de los soldados que asaltaron el palacio de La Moneda aquel día , siendo posteriormente sentado por sus fieles escoltas del GAP en el sillón presidencial, y cubierto con la bandera chilena, en una suerte de gesto patriótico-revolucionario. Este relato es, ciertamente, falso, y hasta donde nos ha sido posible establecerlo, fue concebido por la fértil imaginación de Renato González, un joven GAP sobreviviente de la batalla de La Moneda, que al viajar a Cuba en los días posteriores al golpe, se lo cuenta al propio Fidel Castro, quien lo incorpora a su bello discurso del día 28 de septiembre de 1973, en La Habana, alcanzando así una difusión universal.(2)    

Pero ¿cómo murió verdaderamente Allende? Esta pareciera hoy una pregunta ingenua, pero en realidad subsisten todavía en su muerte una serie de detalles y misterios que no han sido resueltos satisfactoriamente.  Sin embargo, por todo lo que sabemos hoy, a partir del examen de la totalidad de los relatos, evidencias y documentos conocidos, podemos afirmar, con una alto grado de probabilidad, que Allende no fue muerto por sus enemigos, sino que se suicidó  en el Salón Independencia, muy cerca de las dos de la tarde del día 11 de septiembre, disparándose uno, o dos, proyectiles salidos  de un arma  que él mismo apoyó bajo su barbilla y gatilló, pero de la que no existe hasta el momento ninguna evidencia, ni balística ni forense; ni tampoco un relato confiable, que nos permita establecer de modo categórico que se hubiera tratado positivamente de su propio fusil AK, o de alguna otra arma larga. El detalle de tales conclusiones lo hemos presentado y examinado en nuestro propio libro sobre el tema.(3)

Pero lo importante es no sólo conocer la forma cómo se quita la vida el presidente, sino además entender las circunstancias en que esta  decisión es adoptada, así como el juicio moral del  que es su consecuencia. En primer lugar está el hecho escasamente conocido de que Allende se había preparado para aquella eventualidad con mucha antelación. En realidad si  se comportó en sus últimas horas del modo que lo hizo, fue precisamente porque la resistencia en La Moneda no fue para él el producto de una decisión casual o externamente impuesta, sino la consecuencia de una decisión libre y racionalmente adoptada con mucha anticipación. Es importante tener esto in mente , porque de lo contrario se ve al presidente como a un personaje trágico, pero en el sentido en que corrientemente se cree que la conducta humana era representada en el teatro griego clásico, es decir, como la de seres marcados por la fatalidad, ante la cual son víctimas casi totalmente impotentes. Pero tal creencia implica un doble error, primero porque este no era el sentido más propio de la tragedia griega clásica, y segundo, porque esa no es la conducta característica del verdadero héroe trágico. Escribe Edward G. Ballard: “El espíritu trágico aparece en la lucha de los héroes por seguir siendo fieles a sí mismos y retener su dignidad humana , a pesar de su malhadado destino; de este modo ellos consiguen transformar su derrota y su subyugamiento en una especie de victoria pírrica”.(4) Esta es, por cierto,  la “victoria en la derrota”, característica de la vida de los héroes trágicos de todos los tiempos, o como les llama Volodia Teitelboim, de los derrotados triunfantes , que han embellecido nuestra historia con su ejemplo y legado: como Bolívar, O`Higgins, Martí y el Che. 

No fue, entonces, ninguna fatalidad, sino precisamente la moralidad, el sentido del honor y el carácter de Allende, los que lo impulsaron aquel día a defender con las armas su gobierno y su investidura; pero no en  cualquier lugar, sino justamente en el Palacio de La Moneda, “centro del poder del Estado y símbolo histórico del régimen institucional”, como lo definiera tan certeramente Joan Garcés. Pero esta decisión no la tomó apresuradamente el presidente la mañana del Golpe, sino casi un año antes, según se ha sabido recientemente, gracias a los relatos de diferentes personas cercanas al presidente, entre ellos varios miembros del GAP.

Escribe la doctora Paz Rojas: “Durante años la izquierda chilena no ha sabido interpretar el gesto simbólico de Allende y le fue más fácil negar la posibilidad de un suicidio y constituirlo en la primera víctima de la dictadura militar. Esto, seguramente, porque el suicidio, en general, tiene una connotación negativa ligada a la concepción  que de él tiene el discurso cristiano-occidental. No obstante se olvida que en muchas otras culturas y concepciones del mundo, esto no es así.  En muchos casos el suicidio es un acto de máximo valor y honor, al que acceden muy pocos hombres”(5).

Porque cuando el izquierdista niega  que el presidente se hubiera quitado la vida, le niega simultáneamente su libertad de elección, y lo reduce a la condición de una víctima pasiva de un destino preparado casi enteramente por sus enemigos. Es decir, en vez de considerar la muerte por propia decisión como la conducta más alta y más noble, se la desvaloriza, poniéndola por debajo de la de una simple víctima.

En cuanto a la visión cristiana del suicidio, como un acto en contra de Dios, y por lo tanto moralmente negativo, no debe olvidarse que Allende no era un cristiano, sino un socialista y un libre-pensador, que había sido miembro de la masonería desde 1935;  por lo que su conducta no puede ser evaluada con los parámetros de la moralidad cristiana, sino con la vara de sus propias creencias y valores racionalistas y ateos.

Pero ¿cuáles fueron las opciones que el presidente visualizaba en su situación aquella mañana? Porque es sólo a partir de ellas que podremos formarnos una idea adecuada de su decisión final. Si afirmamos, por ejemplo, como lo hace el historiador Patricio Quiroga,  que Allende habría bajarado sólo dos posibilidades de salida de la crisis: el plebiscito y el suicidio (6) simplemente nos privamos de toda posibilidad de poder explicar gran parte de la conducta de Allende  aquel día. En cuanto a nosotros, creemos que el presidente, una vez que comprendió, después de las 8:30 hrs., al escuchar la proclama de la Junta, que su suerte estaba echada, debió haber contemplado una tercera posibilidad más acorde con sus deseos y temperamento: morir luchando. Porque él pudo perfectamente haber muerto al ser alcanzado por las balas, los cañonazos y los rockets, que sus enemigos dispararon  sin ninguna contemplación sobre el Viejo edificio de La Moneda,en más de cuatro horas de tan intenso como desigual combate; durante el cual Allende se expuso en varias oportunidades, temerariamente y más allá de los límites de lo razonable, al fuego graneado de las armas insurrectas. He aquí el relato que hace Carlos Jorquera de uno de esos episodios: «El presidente estaba tendido en el suelo, disparando con su metralleta por una ventana que daba a la Plaza de la Constitución. El doctor Arturo Jirón tuvo que tenderse también y tomar al Chicho por los pies y empezar a retirarlo de ese lugar por el que entraba un vendaval de balas. El presidente gritó, sin volver la cara: !Déjame, huevón de mierda!, !Déjame! Luego miró a quien lo estaba tironeano con tanta decisión [exclamando]: !Ah, eres tú, Jironcito!«(7).

Por su parte el siempre bien informado periodista francés Pierre Kalfon, cuenta que aquella mañana Allende se habría negado a ponerse un chaleco antibalas (8), lo que ha sido confirmado  por Isabel Allende, y más recientemente por varios miembros del GAP, quienes relataron este hecho en el documental titulado, Septiembre, transmitido por Chilevisión, el 27 de Julio del 2003.

Estos hechos están mostrando por sí mismos, que el presidente ingresó ya en la mañana a la Moneda  no con una disposición  suicida, sino con la resolución  de combatir hasta la muerte, puesto que el suicidio no  representaba para él  otra cosa que la última salida digna, que por obra de las circunstancias, pero sin desearlo, se vería obligado a tomar horas más tarde. Es decir, desde el primer momento Allende eligió el combate, pero cuando, agotado el parque (las municiones), comprendió que ya no era posible seguir resistiendo, sin exponer a  sus más fieles colaboradores  a una muerte inútil, los conminó a que depusieran las armas y se rindieran a las fuerzas golpistas, mientras él se escapaba al Salón Independencia  donde se quitaría la vida; privando así a sus enemigos de la satisfacción sádica de humillarlo y vejarlo. Pocos actos los hay de mayor dignidad  y valor. De mayor dignidad, porque en aquellas circunstancias el suicidio representaba  una forma sublime de defender su investidura, su honor y su humanidad; de mayor valor, porque requería de una enorme sangre fría pegarse un tiro luego de haber visto poco antes a René Olivares agonizar y morir a causa de  los disparos de su propia subametralladora.      

Es característico de los que aún creen, o quieren creer, en la muerte mítica del presidente, que sean incapaces  de percibir que el suicidio no fue para él otra cosa que la culminación  de su actitud de combate, de su decisión consciente y voluntariamente asumida de morir antes que  rendirse  y entregarse a los golpistas.   Curiosamente,  la misma  deficiencia  se manifiesta en la mente de los denigradores derechistas de Allende, quienes aun hoy hacen uso de argumentos como el siguiente, que he recogido hace poco de una página web: «Los mártires, por definición, no se suicidan. Si al menos el ex presidente hubiera muerto en combate podría denominarse mártir«.

Evidentemente este es un razonamiento faláz, dado que la definición de mártir no incluye, pero tampoco excluye, el suicidio, porque  dicha  palabra es empleada para  indicar, simplemente, a la «persona que muere o padece mucho en defensa de sus creencias, convicciones o causas«(según lo define el Diccionario de la RAE, de 1992). Es decir, y de acuerdo a esta definición, el hecho de que el presidente  se haya quitado, finalmente, la vida,  no lo hace menos un mártir, que si hubiera  muerto en combate asesinado por algún soldado golpista.

Pero, y he aquí lo verdaderamente importante, ¿podría ser considerada como moralmente superior la conducta de Allende si hubiera sido muerto al ser alcanzado por balas enemigas, en medio de aquel desigual combate de más de cuatro horas, en vez de haberse suicidado al final de él?  Ciertamente que no. Lo que nosotros sostenemos es justamente lo contrario, es decir, que en aquellas circunstancias tenía mayor valor moral quitarse la vida que ser muerto por sus enemigos, porque el primero fue un acto libre y voluntariamente asumido, mientras que el segundo hubiera sido el resultado de la acción y voluntad de sus enemigos. Esto es, precisamente, lo que ni los porfiados creyentes en la muerte mítica del presidente (o en su magnicidio),  ni sus denigradores derechistas, jamás han podido comprender.      

Notas:
(1)   Véase las siguientes reveladoras palabras de Tomás Moulian: “En el fragmento de una conversación imaginaria con Allende, relatada al principio de este libro, se le pregunta cómo ve a Chile desde la lejanía. …Mis preguntas fueron las de un hijo a un padre. Repito de esta forma el gesto narrativo de Hernán Valdés en su libro A partir del fin. El autor …clama [allí] contra la muerte de Allende , con la rabia del hijo abandonado.” Tomás Moulian, Conversación interrumpida con Allende, Santiago, LOM Ediciones/ Universidad ARCIS, s/f, pág. 51.
 
(2)   La más reciente confirmación de la crucial participación de Renato Gonzalez en el orígen y difusión de este mito la encontramos en una entrevista a Luis Fernández Oña, el esposo de Beatriz Allende, hecha a comienzos del 2001, quien declara allí, entre otras cosas, lo siguiente: “Cuando fui a México a buscar a Tencha, Isabel y Carmen Paz Allende, uno de los ex miembros del GAP que estuvo en La Moneda y que había viajado con ellas, quiso hablar conmigo. Me contó la versión que dio [posteriormente] Fidel. Yo la mandé a Cuba. Fidel la escuchó y después relató la misma versión [en su famoso discurso].” Véase la entrevista de Patricia Bravo publicada en la revista Punto Final del 2 de marzo de 2001, bajo el título de: “Luis Fernández Oña, el yerno cubano de Salvador Allende: soy revolucionario y punto”. Por cierto, el miembro del GAP aquí referido no puede ser otro que Renato González.
 
(3)   Hermes H. Benítez, Las Muertes de Salvador Allende. Una investigación crítica de las principales versiones de sus últimos momentos, Santiago, RIL Editores, 2006. 
 
(4)   Edward G. Ballard , «Sense of the Tragic«, Dictionary of the History of Ideas, Philip P. Wiener(editor), Vol IV, New York: Charles Scribner`s Sons, pp. 411-414.
 
(5)   Paz Rojas et al, Páginas en Blanco. El 11 de septiembre en La Moneda, Santiago, Ediciones B/Grupo Z, 2001, pág. 106.
 
(6)   Patricio Quiroga Z., Compañeros. El GAP: la escolta de Allende, Santiago, Aguilar, 2001, pág. 141.
 
(7)   Carlos Jorquera, El Chicho Allende, Santiago, Ediciones BAT, 1990, pág. 343.
 

(8)   Pierre Kalfon, Allende. Chili: 1970-1973. Chronique, Biarritz, Atlantica, 1998, pág. 267.
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