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Heinz Dieterich: «Conservadoras y dogmáticas, las universidades se transformaron en iglesias»

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En apenas una semana, a lo largo de una apretada serie de conferencias, seminarios y talleres que tuvo como escenario distintas universidades nacionales de Capital y Gran Buenos Aires, uno de los académicos más importantes de la última década en el campo de las ciencias sociales congregó a varios cientos de estudiantes, docentes y público en general con el objetivo de intercambiar opiniones sobre aspectos salientes de la realidad continental. Doctorado en Ciencias Sociales y Económicas en la República Federal Alemana, Heinz Dieterich, profesor titular en la Universidad Autónoma y Metropolitana de México, lleva publicados más de 30 libros sobre la conflictividad latinoamericana, la sociedad global y los sucesivos paradigmas científicos e ideológicos que cruzaron al siglo, entre otras muchas cuestiones no menos complejas. Con la excusa formal de la presentación de su última obra "La crisis de los intelectuales en América latina", este alemán de nacimiento pero mexicano por adopción -crítico furtivo de Francis Fukuyama, su entorno y sus guionistas de turno- se explayó durante varias jornadas, en perfecto castellano, acerca de cuestiones tan caras a la idiosincrasia de los pueblos como la educación popular, el pensamiento crítico, las identidades regionales y el derecho inalienable de cada nación a elegir y determinar su propio futuro.

"Actualmente, el concepto de identidad no juega un papel preponderante en el campo de las ciencias sociales. Diversas especialidades académicas como la filosofía, la sociología o las ciencias políticas no profundizan estructuralmente sus análisis. Apenas si lo hacen la antropología o la psicología, pero sólo tangencialmente". Como todo investigador habituado a recorrer los caminos del conocimiento científico, Dieterich plantea sin rodeos los ejes del debate y apunta desde el inicio al centro del problema. "Ahora bien, ante esta situación resulta imprescindible preguntarse por qué el concepto de identidad no recibe, por parte de los claustros universitarios, toda la consideración que se merece". A lo largo de 90 minutos, el sociólogo hilvanará con precisión las características que hacen al concepto de identidad, tanto en los planos biológicos como sociales, y se pronunciará con rigor -académico y emocional- contra el status quo universitario frente a problemáticas que, según afirmará en reiteradas oportunidades a lo largo de su exposición, han constituido la esencia histórica del devenir latinoamericano.

Tanto la Universidad Nacional de Lomas de Zamora como la Universidad Tecnológica Nacional (Avellaneda) y la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires pusieron sus aulas a disposición de Dieterich, quien durante los últimos años, ante el renovado interés que despiertan sus hipótesis, visita el país con frecuencia poco habitual en académicos de su peso. En el caso de la UBA, el seminario contó con la organización de la "Cátedra abierta de estudios americanistas", que desarrolla su currícula en la sede que la casa de altos estudios posee sobre la calle Puan, en pleno corazón de Parque Chacabuco.

Actualmente, Dieterich preside el "Foro por la emancipación e identidad de América latina" y es columnista del diario mexicano "El Universal". Su último libro centra su contenido sobre tres ejes sustanciales: a) Identidad nacional y globalización; b) La tercera vía en América latina; c) La crisis en las ciencias sociales.

En el campo de la biología -dice Dieterich, ya indagando en la materia que lo convoca- la identidad es la propiedad que le permite a todo ser vivo discernir entre lo sistémico, es decir lo propio, y su entorno, con la finalidad de diseñar estrategias de sobrevivencia y de alcanzar ciertas metas necesarias. Por lo tanto, no puede ser considerada como una propiedad exclusiva del ser humano. De hecho, cualquier sistema biológico -incluso un sistema sencillo como el de una bacteria- requiere de una identidad propia para poder sobrevivir. Así, la precondición de la sobrevivencia de cualquier sistema biológico consistirá en poseer una identidad propia.

Y esa identidad deberá sentar sus bases sobre dos funciones específicas:

a)     Capacidad analítica-discriminatoria entre el sujeto, su entorno y los factores que amenazan su existencia.

b)    Capacidad de decisión estratégica que permita la sobrevivencia (el sistema debe conjugar un aspecto "conservador", que facilite la conservación de su propia esencia, pero además debe ser "adaptativo", para no excluirse del proceso objetivo de evolución del cual forma parte). El peligro de priorizar uno u otro polo de esa dialéctica puede llevar a la pérdida de la existencia de la propia especie.

Inmediatamente, dando cauce permanente a su objetivo de no separar práctica y teoría, Dieterich condimenta sus palabras con ejemplos concretos que fluyen de la más estricta actualidad. Habla de Cuba y desgrana el por qué de esta dialéctica, esbozada en apenas unos cuantos minutos.

"Si en el periodo ’90-’93 las medidas de gobierno hubieran sido muy conservadoras -no aceptar la incidencia del dólar en la vida cotidiana, no permitir la existencia de mercados agropecuarios ni las remesas de divisas desde Miami-, entonces, el sistema, con absoluta seguridad, se hubiera caído, porque la economía estaba literalmente arruinada. Ese ‘conservar la identidad propia anterior’ hubiera llevado a la destrucción del país. Por otra parte, si la adaptación al entorno capitalista conduce a la pérdida de la esencia humanística del proyecto original, entonces, aquella perspectiva sólo sobrevivirá en un sentido formal".

"Es imperioso poder discriminar entre lo propio y lo ajeno y, luego, clasificar lo ajeno como hostil, como neutral o como benéfico, para diseñar así una estrategia de acción. Y en segundo lugar, resulta imprescindible balancear las necesidades de defensa de lo propio con las de adaptación ante los cambios del entorno. Esta es la condición de sobrevivencia de todos los sistemas biológicos y sociales", sostiene el especialista.

A partir de allí, luego de esta breve base teórica, Dieterich comenzará a indagar en las profundidades históricas de Latinoamérica, para tratar de explicar por qué, según su criterio, todos los países del Cono Sur han fracasado a lo largo de cinco siglos en sus aislados intentos de generar un proyecto común, emancipatorio de los grandes centros de poder internacional.

"Si el eje del control de la conducción del ser humano está en su identidad, por supuesto que cualquiera que tenga interés en manejar a esa persona deberá controlar ese centro específico de comando. La identidad es, entonces, en un sentido figurativo, el cerebro del ser humano, el centro que procesa la información, la analiza y decide cuál estrategia debe utilizarse. Quien entienda ese mecanismo -y las clases dominantes lo han entendido muy bien durante los últimos 2000 años- va a tratar de controlar esa brújula de manera tal que el barco vaya por el rumbo deseado e impuesto".

Tener una identidad propia o no, explica el académico de la Unam, significa hablar de la praxis del sujeto -individual o colectivo- autodeterminada, subjetiva, con conciencia o -en su defecto- controlada desde el exterior.

Pocos días después, para sorpresa de algunos, las palabras de Dieterich cobrarían un carácter premonitorio: mientras centenares de pobladores salteños, neuquinos y chaqueños -al menos hasta el cierre de esta nota, quizá con las horas los ejemplos se hayan multiplicado- cortaban rutas, levantaban piquetes e incendiaban legislaturas y sedes gubernamentales, a no muchos kilómetros de allí, Horst Köhler, el nuevo director gerente del Fondo Monetario Internacional departía amablemente con Fernando de la Rúa acerca de las nimias variantes que el rumbo económico argentino deberá adoptar en las próximas horas frente al alarmante déficit fiscal de abril último (630 millones de dólares). "Van por el buen camino", repitió un sonriente Köhler mientras ardían las pantallas de tv. La realidad, tragicómica como siempre, subrayó con creces cada palabra expresada pocas horas antes en la sede de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.

"En cualquier relación de dominación se manifiesta la lucha por el control de la identidad: en una relación machista el hombre controla la identidad de la mujer; y en una relación neocolonial, la identidad de las neocolonias debe estar controlada por los que se benefician con el rumbo que toma el barco de los sometidos".

Dieterich deja por sentado -expresamente- que este análisis no es nuevo, ni mucho menos. "En América latina, la identidad ha sido determinada por los centros internacionales de poder desde 1492. En 500 años de dominación el primer mundo no ha perdido el control sobre esa identidad".

Podría establecerse así un esquema de cinco olas de globalización o modenización desde la llegada de los primeros españoles a estas tierras. Y sólo una fase en la cual la identidad latinoamericana estuvo autodeterminada. Según Dieterich, estos cinco periodos podrían resumirse de la siguiente manera:

§         1492-1825: La primera identidad latinoamericana se crea conforme a los intereses de "los nuevos amos europeos", con marcados rasgos de racismo, esclavismo, cristianismo, mercantil-capitalismo y feudalismo.

§         1825-1860: Con el fin de la colonia española las naciones se enfrentan a la decisión de escoger una estrategia propia para salir del subdesarrollo y convertirse en sujeto de la historia. Pero en la llamada "fase de la anarquía, de las guerras civiles" se produce un choque de intereses entre dos estrategias diferentes: la primera expresa la necesidad de salir del atraso dejado por la corona española mediante "el acceso al capital, la tecnología y la ciencia del primer mundo"; y la segunda propone priorizar a "las fuerzas nacionales". Es decir que los planteos críticos al neoliberalismo sobre las vías de desarrollo a seguir datan desde el primer día de la independencia. Evidentemente, subraya el catedrático, se imponen los neoliberales y, por lo tanto, imponen "la vía de avanzar en el sendero de la civilización a través de la tutela del primer mundo".

§         1860-1930: Cobra fuerza la disyuntiva sarmientina de civilización o barbarie, asimilando todo lo externo con la civilización y todo lo interno con la barbarie. Se establece así una nueva identidad que se basa en la absoluta integración de América latina al sistema mundial a través de un capitalismo monopólico que contempla la exportación de materia prima y la importación de tecnología.

§         1930-1955: Es aquí donde Dieterich marca importantes diferencias con respecto al resto del proceso histórico. Se trataría de "la única fase donde la identidad latinoamericana se determina desde el punto de vista propio y no desde el punto de vista de los intereses del exterior. En tono despectivo, la historiografía burguesa ha denominado a esta fase como populismo". Ante la necesidad de reproducir sus bases económicas, debido a la Gran Depresión y al desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, los latinoamericanos tuvieron que modernizar y avanzar en la industrialización de sus propias fuerzas. Pero el Estado no estaba preparado para ello. "Fue necesario concretar una alianza entre fuerzas populares y el sector por entonces más organizado del Estado, los militares. La modernización del sistema cayó en manos de esa alianza cívico-militar que en México se manifestó en el gobierno de Cárdenas, en Brasil con Vargas y en Argentina con Perón. Esta fue la única fase en la cual se generó algo que podría entenderse como identidad latinoamericana, siempre sustentada sobre tres ejes esenciales: 1) mercado nacional; 2) estado nacional; 3) identidad nacional.

§         1955 – … : Al finalizar la Segunda Guerra, las transnacionales comenzaron el arduo proceso de reconstruir Europa. Pero una vez concluida esta tarea, se abocaron a reconquistar aquello que habían perdido por las convulsiones del sistema mundial. Y aquí pueden diferenciarse dos fases complementarias: 1) Fase de internalización de los mercados nacionales (1955-1980); 2) Fase neoliberal (1980 en adelante). "Ambas tuvieron -y, por supuesto, siguen teniendo- la misma función: destruir la nación latinoamericana basada en el mercado, el Estado y la identidad nacional y reintegrar a América latina a la nueva división internacional del trabajo". Así -completa Dieterich- el mercado nacional es sustituido por el internacional y la producción no se destina al consumo interno sino que adquiere carácter de bien exportable, con el único objetivo de garantizar el pago puntual a los acreedores externos. "Como el Estado nacional no puede seguir siendo el regulador, el sujeto que empuja la construcción de la nacionalidad, debe regresar a los viejos límites del virreinato: una entidad con soberanía limitada, sometida a las órdenes de los centros de poder. Y la identidad nacional, el último baluarte de resistencia, también debe ser arrasada, porque tiene que ser globalizada. Esta es la situación actual".

Finalmente, el especialista en ciencias sociales indaga en las últimas noticias y hace una relectura de las definiciones y caracterizaciones que prensa y poder han hecho, durante los últimos meses, de los nuevos líderes latinoamericanos.

"Ahora, según dicen, existe un nuevo peligro: los neopopulismos, al menos así los define el Instituto de Estudios Estratégicos de Londres. Ya sabemos quiénes fueron los populismos: aquellos movimientos que por una sola vez en 200 años vieron a América latina desde América latina y no con los ojos de Washington o Bruselas: regímenes burgueses nacionalistas latinoamericanos, que crearon la base para el futuro resurgir latinoamericano. Pues bien, ¿a qué se refieren los centros de poder cuando, otra vez, desde una connotación absolutamente negativa hablan de neopopulismos? Se refieren, por supuesto, a Chávez, al movimiento indígena ecuatoriano, a la reciente reacción del pueblo boliviano. Porque se está formando una configuración en América latina semejante a la de los años ’30, una unión entre fuerzas militares modernizadoras, patrióticas y corrientes populares e indígenas. Y eso, por supuesto, es un poder que hace temblar a Washington, porque esas fuerzas combinadas pueden avanzar hacia un proyecto de unificación latinoamericana. Este es el gran peligro que Estados Unidos ve pero que en nuestras facultades no se discute".

El círculo, aunque todo el tiempo se mantuvo equidistante y cercano a su centro, ahora parece cerrar definitivamente. La ausencia de pensamiento crítico académico no sólo se reflejaría hacia atrás, ante la historia reciente, sino que se reactualizaría permanentemente frente a la más estricta actualidad, frente a movimientos y enfrentamientos que hasta ayer ocupaban -aunque con caracterizaciones disímiles- la primera plana de buena parte de los diarios de habla hispana. "Los mejores análisis sobre la situación de la economía global -define Dieterich- los hacen Noam Chomsky y Fidel Castro". Y se pregunta, casi predecible: "¿En cuántas carreras y cátedras de sociología se estudia el pensamiento de estos dos autores?". El silencio general que acompaña a sus palabras sepulta cualquier duda al respecto. (La realidad, una vez más, juega a favor del exponente. En la reciente cumbre celebrada en La Habana por los representantes del otrora Movimiento de los No Alineados, Castro exhortó en su discurso de bienvenida a la creación de un régimen diferencial en el precio del barril de crudo, que contemple las desventajas de los países subdesarrollados en el mercado internacional. Este hecho, junto con la decisión de Chávez, pocos meses atrás, de reagrupar a los miembros de la OPEP para ejercer nuevamente su poder de control, conforma un eje estratégico que cala punzante en el corazón del sistema estratégico de poder: el precio de mercado de la más importante materia prima del mundo industrializado. Política e ideología, ni más ni menos. Complemento exacto entre teoría y realidad).

Ahora sí, Dieterich concluye: "Las universidades, especialmente las facultades de ciencias sociales, han adoptado el paradigma de las iglesias, se han convertido en iglesias. Se hace interpretación de textos sagrados que, además, son todos importados. La realidad latinoamericana no existe. Mis estudiantes no tienen idea de quién fue José Martí o Simón Bolívar. Pero cualquier estupidez que pase en Estados Unidos sí la conocen. Más allá de la Teología de la Liberación y de la Teoría de la Dependencia, que alcanzaron su punto culminante en los años ’70, no ha habido grandes paradigmas sobre los cuales interpretar la realidad latinoamericana y la destrucción de los estados nacionales".

Dieterich completará su exposición afirmando que "a la mayoría de los docentes universitarios lo único que les importa es aceptar y vivir con el status quo, porque conforman, en última instancia, una fuerza conservadora. El juego es patético: el régimen paga, aceptando la ficción de que las ciencias sociales están haciendo ciencia, y los profesores mantienen esa ficción, porque cobran sus honorarios procurando no generar teoría crítica, ni estudiantes críticos. Así, el sistema se encuentra exento de futuros problemas. Este es el acuerdo básico que explica la mediocridad, la falta de calidad profesional y el oportunismo político de los académicos latinoamericanos".

"Si no se tiene una idea planificadora que parta del concepto de identidad latinoamericana y economía latinoamericana, no existirá ningún futuro viable. De nosotros depende".

* e-mail del autor: sampietro@tournet.com.ar
 
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