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En la tierra de Jauja

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Los historiadores son magníficos fabuladores y  les  gusta contar sobre la tierra de Jauja: en el siglo XIII, cuando la peste y el hambre se llevaba al otro mundo a gran parte de la humanidad, el  relato  de Jauja, ese mundo ideal donde las casas eran de dulce, los ríos de leche, los lagos de miel, sus habitantes tenían vinos y lechones en abundancia. La tierra de Jauja persistió en  las Indias, en 1533: Hernando Pizarro visitó el valle de Hutun Xauxa y, como todos los conquistadores, se hacía acompañar de curas y cronistas, quienes eran poetas para contar mentirillas.

La Jauja peruana – que aún existe – es la tierra del oro, la plata, el cobre, la carne y los cereales, razón por la cual, quienes visitaban las Indias, se enriquecían “haciéndose el Perú”. En 1567, el pintor Bruegel representó el país de Jauja con cerdillos atravesados en el vientre por un cuchillo; las casas eran de torta de moka y las salchichas se repartían por doquier; eran tal el placer sibarita que experimentan los campesinos, que apenas lograban moverse; los frailes y monjas gozaban de tan carnívoros placeres. Lope de Rueda escribió una obra llamada El delicioso, con descripciones muy similares a la Jauja medieval. Si alguien se interesa e investigar sobre este tema puede recurrir al romancero del siglo XVII y a las leyendas y mitos populares chilenos.

Imaginemos que Chile es Jauja  – por cierto que lo es, desde ya, para las pocas empresas privadas que cotizan en la Bolsa – salvo el caso de Celulosa Arauco, que se ha dedicado a exterminar a nuestros bellos cisnes y peces que pululaban nuestros ríos de leche y nuestros lagos de miel. En Jauja quedan muy pocos pavos reales, salvo Gabriel Valdés, que está probando bocados de cardenales, en la bella Italia. Todo sería maravilloso si no existiera el tesorero del reino que, como buen avaro, se niega a gastar los treinta billones de dólares que Jauja tiene economizados para prestar a quien lo solicite. No falta el habitante de Jauja que quisiera convertir este cuantiosa suma de dinero en lechoncitos, caviares, Fois gras, caracoles, ranas y otros deliciosos manjares; como sería de feliz un alcalde que ofreciera diarias bacanales  a sus vecinos y así asegurar su reelección, o diputados y senadores que, en cada semana distrital, aportaran a los electores los mejores mostos de Casablanca o Curicó, por ejemplo, pero nos encontramos con la imposibilidad de abrir la mano de guagua del tesorero.

Jauja está lleno de ingenieros, banqueros, emprendedores y otros bichos, aquellos que admiraba el conde Saint Simon y que tanto daño han hecho a la humanidad; unos fueron enviados a construir puentes en Loncomilla, que se caían al mirarlos; otros quisieron juntar Chiloé con el Continente, poco importaba que costara millones de dólares, total, era enriquecer a los empresarios salmoneros; unos terceros se han dedicado a construir carreteras de alta velocidad para la diversión de los hijitos de papá, poseedores de vehículos que corren a más de doscientos cincuenta kilómetros por hora.

Como en Jauja hay tanto dinero, nada más motivador que dedicarse a viajar; nuestros ingenieros se repartieron por el mundo con el fin de conocer las exitosas experiencias de otros países en el tema del transporte público y comprobaron que, en Lutecia – Paris – nadie usa el auto para trasladarse por la ciudad, pues el metro, trenes y buses te pueden conducir cómodamente, a los lugares más apartados. En Ottawa son tan organizados que ningún bus se atrasa, ni siquiera, un segundo, pues si lo hiciera, el pobre peatón se le convertirían los pies en un chupete helado, a causa de los treinta grados bajo cero; creo que lo mismo ocurrió con los soldados que cruzaron la cordillera con Diego de Almagro.

En Jauja existe un mandamiento no escrito que dice lo siguiente: “todo lo que haga el estado es malo y todo lo que emprendan los privados es perfecto”, por consiguiente, a ningún ingeniero se le puede ocurrir que la salud, la educación, la previsión y el transporte público sean estatales, por consiguiente, estos profesionales de la estulticia decidieron entregar el transporte a un administrador financiero, compuesto por exitosos bancos, y la tecnología a una empresa millonaria, manejada por un católico empresario.

El Transantiago es innombrable, como Jehová: para qué les voy a contar si ustedes viven, cotidianamente, el mierdero, tal como hacer olas en el estiércol. En cualquier país del mundo, hace tiempo que las víctimas – los usuarios – se hubieran rebelado, pero en Jauja, no; basta abrir la mano de guagua de nuestro tesorero para que empiece a correr el billete. Poco entiendo de matemáticas – me enseñaron pésimos profesores, pero voy a jugar con algunas cifras: primero, aparecieron casi 700 millones de dólares para salvar un podrido sistema de educación municipal-privado, posteriormente, 300 millones de verdes, destinados a los Bancos, empresas tecnológicas y operadores, y otros 300, para las provincias; cada diputado o senador podrá llevar, para lograr la reelección vitalicia, un rico fajo de billetes, convertibles en cerditos y ricos mostos, como corresponde a Jauja.

No sé si me equivoco en las sumas, pero 700 más 600 son 1300 millones de dólares, muy poco si lo comparamos con los 30 billones que tenemos en divisas, pero mucho para los estómagos para los habitantes de Jauja. Confieso que me ha costado mucho explicarme las maravillosas noticias que hoy traen los Diarios de Jauja: “estamos creciendo a un 6%, tenemos una inflación de menos 3%, la cesantía está casi eliminada, la pobreza extrema ha disminuido, incluso, hay menos distancia entre los sueldos de los ricos con respecto a los pobres, pues  ahora son trece veces en vez de quince”. En Jauja se calcula la pobreza en base a la encuesta Casen,  donde la canasta equivale a $45.000 y, según los estadísticos, basta para vivir feliz.

La televisión de Jauja nos muestra unos DVD antiguos, en que las cárceles son de la época de Balmaceda, donde los presos se mataban entre ellos, esto no ocurre hoy, por cierto. En Jauja nadie se droga, ni menos roba, pues todas las necesidades están satisfechas; en esta tierra bendita todos se aman y copulan en forma infinita.

Ya les dije: los aficionados a la historia somos unos mentirosos y sólo servimos para fabular.

* El autor es historiador
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