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Como si fuera hoy. Francisco Bilbao, un rebelde con causa

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La mentalidad conservadora chilena actual rechaza a los rebeldes: sus grandes héroes son seres autoritarios, como Portales, Manuel Montt e, incluso, Pinochet. Esta incapacidad para entender a los contestatarios se debe a una herencia de la historiografía decadentista conservadora: Francisco Encina, AlbertoEdwards, Gonzalo Vial, Jaime Eyzaguirre, entre otros. Es impresionante cómo la historia escrita por los conservadores ha conseguido convertirse en una especie de sentido común nacional, muy reticente a los cambios. Por cierto que existe otra versión de la historia que ha mostrado la otra cara de la medalla: la de los pobres del campo y la ciudad, cuyos principales cultores están representados por Julio César Jobet y Hernán Ramírez Necochea, Luis Vitale y Marcelo Segall, en la década del 50 y, actualmente, por María Angélica Illanes, Sergio Grez, Gabriel Salazar,  Julio Pinto y algunos otros más.

Francisco Bilbao Barquín nació en Santiago el 9 de enero de 1823. Su padre, Rafael Bilbao Beyner, se casó con doña Mercedes Barquín. Fue intendente de Santiago en el período de los pipiolos, que eran los liberales avanzados en el Chile recién independizado. El padre de Bilbao fue un enemigo de la dictadura conservadora, dirigida por los estanqueros, lo que le valió el destierro en Lima. Bilbao descendía de uno de los tres Antonios, que anticiparon la independencia de Chile, (Antonio Beyner). Francisco Bilbao se educó en el entonces famoso Instituto Nacional, fundado por José Miguel Carrera en 1813. Tuvo como profesores a los mejores intelectuales de la generación de 1842: entre ellos Andrés Bello, Fidel López y José Victorino Lastarria.

En su juventud había leído los principales literatos del siglo XVII, en especial J. J. Rousseau y Reynal, y otros, que colaboraron en su concepción avanzada de la historia. Como ocurre siempre en nuestro medio, Bilbao ha sido mucho más valorado por los intelectuales latinoamericanos, como Leopoldo Zea y Arturo Roig, que lo consideraban un clásico del pensamiento americano. Sólo en Chile, que aún huele a bosta reaccionaria, ha sido vilipendiado, por los historiadores Francisco Encina y Alberto Edwards, quienes osan burlarse de las obras y discursos de este prominente rebelde con causa. No en vano, para nuestra vergüenza, ostentamos el récord de haber tenido al tirano más  criminal, cobarde y ladrón de la historia de nuestra América.

En 1844 se produjo la muerte del padre de la patria, José Miguel Infante, quien echó las simientes para la independencia de Chile, y quien desde Valdiviano Federal defendía las provincias contra el atosigante centralismo santiaguino. Como Infante era escéptico en materias religiosas, la iglesia le negó las ceremonias fúnebres. Junto al poeta Eusebio Lillo, Bilbao pronunció su primer discurso. ¡Antes de pasar los umbrales de la muerte, Infante recibió el bautismo de la inmortalidad!. Eduardo de la Barra, comentando el suceso, escribió “un hereje había caído y otro hereje más vigoroso se levantaba a reemplazarlo”. (Cit. por Sepúlveda Rodanelli, 1971:35).

En 1844, Bilbao publicó el libro La sociabilidad chilena (Nota de la Redacción: Recomendamos estas reseñas del libro de Bilbao). A pesar de la mayor  tolerancia existente, durante el gobierno de Manuel Bulnes, los sectores católicos reaccionarios estaban atrincherados en la Revista católica, que hacía las veces de tribunal de la Inquisición, que en España se prolongó hasta el fin de la monarquía del desgraciado y degenerado Fernando VII. Los editores de esta revista pusieron el grito en el cielo al publicarse tal cantidad de herejías – contenidas en el libro de Bilbao -. Según Isidoro Errázuriz “La sociedad quedó espantada; el gobierno se alarmó; y los sacerdotes, que principiaban a sacudir de sus hombros la capa de impopularidad que los mantuvo aplastados y quietos durante las primeras épocas de la independencia, se dedicaron con empeño a atizar el fuego”. (Cit. por Fernández, 1998:83). El fiscal Mujica era escéptico en religión, pero reaccionario en política, por consiguiente, no tuvo ningún problema en iniciar causas contra Bilbao como blasfemo, hereje y sedicioso.

El auto de acusación atribuía a Bilbao tres delitos: blasfemo, sedicioso e inmoral. El texto del libelo comprende los principales puntos del libro La sociabilidad chilena. “España es la Edad Media. La Edad Media se componía de catolicismo y feudalidad”. Bilbao profesaba antipatía por la España monárquica y católica. Adelantándose a su época, reivindica la liberación de la mujer: “La mujer está sometida al marido. Esclavitud de la mujer. Pablo, el primer fundador del catolicismo, no siguió la religión moral de Jesucristo. Jesús emancipó a la mujer. Pablo la sometió. Jesús era occidental en su espíritu, es decir, liberal. Pablo oriental, autoritario. Jesús fundó una democracia religiosa. Pablo una aristocracia eclesiástica. De aquí va a salir la consecuencia lógica de la esclavitud de la mujer” (Cit. por Sepúlveda, 1971:135).

Bilbao rehusó tener abogado y asumió él mismo su defensa, acusando al juez Mujica de retrógrado y él se presentó como un innovador. Ya en esos tiempos la justicia era prisionera de la derecha. La valentía de Bilbao logró exaltar al público presente y el juez sólo se atrevió a acusarlo de blasfemo en tercer grado. Bilbao se negó a pagar multa que lo dejaría libre de la cárcel, sin embargo, sus seguidores consiguieron colectar el dinero necesario para liberarlo. Una mano criminal de trogloditas quemó, en la Plaza de Armas de Santiago, las ediciones de La sociabilidad chilena, estúpida hazaña que repetirán posteriormente los esbirros de Pinochet. A Bilbao no le restaba nada más qué hacer en Chile y viaja a Francia, que en ese entonces se encontraba bajo el reinado de Luis Felipe de Orleans, el rey burgués, donde dominaban banqueros y especuladores, nada muy diferente al Chile de hoy; había que enriquecerse rápidamente y sin escrúpulos. La pequeña burguesía y el proletariado se preparaban para la revolución de 1848: Augusto Blanqui, los jacobinos radicales y los utopistas preparaban las barricadas que atravesarían las calles medievales de París.

Bilbao visitó a su viejo maestro, Félicité Lamennais, autor de Palabras de un creyente, El libro del pueblo, La esclavitud moderna y Pasado y futuro del pueblo, que le habían valido la condenación de la iglesia en la encíclica Singulari Nos.  En este encuentro el famoso filósofo llamó a Bilbao su hijo. Además, asistió a las clases de Edgar Quinet, en el Colegio de Francia.

Hacia 1850 Bilbao regresa a Chile. El gobierno de Manuel Bulnes estaba a punto de terminar. El presidente se había peleado con su primo, Manuel Camilo Vial, quien había intentado imponer a su camarilla familiar en el parlamento. Manuel Montt, un fanático de los Estados de sitio portaliano, logró conquistar el favor  del presidente Bulnes, lo que en esa época significaba la sucesión segura por la intervención electoral, existente en el período de los decenios.

Al regreso a Chile, Bilbao funda la “Sociedad de la Igualdad”, acompañado por Santiago Arcos, José Zapiola, Eusebio Lillo, Benjamín Vicuña Mackena y los artesanos, dirigidos por Ambrosio Larracheda –de profesión sastre -, Cecilio Cerda y Rudesindo Rojas, y otros. Todos los asociados debían aceptar tres principios básicos: reconocer la soberanía de la razón, como autoridad de autoridades; la soberanía del pueblo, como base de toda política; el amor y la fraternidad, como pilar de la vida moral.

Los artesanos estaban muy lejanos de dejarse manipular por los liberales, sin embargo, la candidatura de Manuel Montt, como encarnación del autoritarismo, logró aglutinar a toda la oposición. La Sociedad de la Igualdad se basaba en el socorro mutuo, la solidaridad de los artesanos, la lucha contra los vicios y la educación popular. Esto la diferencia  de los ideales de los viejos pipiolos, quienes sólo aspiraban a mayores libertades individuales.

Gabriel Sanhueza, en su libro Santiago Arcos, comunista, millonario y calavera, resalta el papel de este romántico revolucionario, en el Chile de 1850. Arcos decía que “Mientras subsista esa influencia omnímoda del patrón sobre las autoridades subalternas, influencia que castiga la pobreza con la esclavitud, no habrá reforma posible, no habrá gobiernos establecidos, el país seguirá como hoy a la merced de cuatro calaveras que el día que se les ocurra matar a Montt y Varas y a algunos de sus allegados, destruirán con las personas de Montt y Varas el actual sistema de gobierno y el país vivirá siempre entre dos anarquías. El estado de sitio es la anarquía a favor de unos cuantos ricos y la anarquía que es el estado a favor de unos cuantos pobres” (Cit. por Jobet, 1955:35). “Pipiolos y pelucones son prácticamente lo mismo. No olvidemos que tanto pipiolos como pelucones son ricos, son la casta poseedora del suelo, privilegiada por la educación y acostumbrada a ser respetada y a despreciar al roto” (Op cit: 36-37). Arcos se decepcionó de la Sociedad de la Igualdad y se exilió en Francia y murió lanzándose al río Sena.

El régimen autoritario de Montt no podía soportar por largo tiempo la Sociedad de la Igualdad y resolvió aplicarle los palos del famoso chanchero Pedro Jara, un personaje del lumpen, que asaltó los locales de la sociedad. Montt decretó la prohibición de  reuniones de la Sociedad de la Igualdad, pero Bilbao se propuso resistir: “1-Que cada socio conserve su billete. 2- Que nuestra palabra cunda por debajo de tierra y llegará el día en que se levante. ¡Guerra al despotismo!. ¡Guerra incesante! ¡Que no viva tranquilo! Mostrar en todo momento que somos buenos ciudadanos. Cada socio procure pasarse y comunicarse estas líneas. Yo trabajo sin cesar. Organicen grupos de conversación” (Cit. por Sergio Grez, 1997:346).

La Sociedad de la Igualdad, a diferencia de los Carbonarios, no tenía una organización para resistir la clandestinidad: predominaba la asamblea, el discurso brillante y movilizador, sobre la organización militar revolucionaria. Por lo demás, Bilbao siempre predicó la resistencia pacífica, sin embargo, la Sociedad de la Igualdad de San Felipe se rebeló contra el intendente y fue aniquilada. En Coquimbo logró triunfar José Miguel Carrera Fontecilla – hijo del héroe de la Independencia – pero posteriormente fue derrotado por la reacción. Bilbao logró huir saltando al patio vecino y llegó a Valparaíso, donde se embarcó con destino a Lima. En la ciudad de los virreyes escribió uno de sus más bellos libros sobre Santa Rosa de Lima: “Toda la fragancia de esta Rosa, era para todos, sólo las espinas eran para sí” (Cit. por Donoso, 1913:140).

De Lima vuelve a Francia, que ya no es el país de las barricadas. Ha triunfado Napoleón el pequeño, según lo pintaba Marx en El dieciocho brumario. Los intelectuales han sido desterrados, ya no están sus amigos de otrora. Bilbao es el más latinoamericanista de nuestros pensadores: visualizó con claridad de profeta el poder imperial de Estados Unidos “La Rusia retira sus garras para esperar en asechanza – agrega – para que los Estados Unidos las extienda cada día en esa partida de cazas que han emprendido contra el  sur. Ya vemos caer fragmentos de América en las mandíbulas sajonas del boa magnetizador, que devuelve sus anillos tortuosos. Ayer Texas, después el norte de México y el Pacífico saludan a su nuevo amo…Hoy las guerrillas avanzan y despiertan el Istmo, y vamos a Panamá, esa futura Constantinopla de América, vacilar suspendida, mecer su destino en el abismo y preguntar: ¿seré del sur o del norte?” (Cit. por Fernández, 1998: 233).

Bilbao murió en 1865, asistido por su maestro José Victorino Lastarria: su restos reposaron, durante mucho tiempo, en el cementerio de La Recoleta, en Buenos Aires, para ser traídos recientemente a Chile. Parece ser que el exilio es el destino de los rebeldes que han surgido en esta tierra.

Bibliografía:
Donoso, Armando (1913) Bilbao y su tiempo, Zig-Zag, Santiago.

Jobet, Julio César (1955) Precursores del pensamiento social en Chile, Universitaria, Santiago.
Fernández, Gonzalo (1998) Francisco Bilbao, héroe romántico de América, Casa editorial de Valparaíso, Valparaíso.
Sepúlveda, Julio, (1971) Francisco Bilbao, precursor del socialismo, edit. Bocanegra, Santiago.             
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