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Partidos políticos y plutocracia

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En teoría política se supone que los partidos conectan al Estado con la sociedad civil canalizando las opiniones de los ciudadanos, además, son propietarios de una determinada concepción de la sociedad llamada ideología.

El diario La Tercera, en su edición del 4 de febrero de 2007, convierte la teoría de partidos políticos en un juego bursátil. El Partido por la Democracia sería como una empresa cuyas acciones se transan en la Bolsa de Comercio. Es evidente que su clasificación está muy baja, pues sus directores y gerentes han dilapidado su capital; Flores y Schaulsohn, importantes accionistas, retiraron su capital; Guido Girardi, Laura Soto y Rodrigo González están bastante complicados, a cusa de los gastos electorales. Cualquiera calificadora de riesgo consideraría los bonos de esta “empresa” altamente especulativos, por consiguiente, tendrían que pagar un precio mayor en los cupones semestrales.

Afortunadamente, siempre hay buenos inversionistas que saben muy bien que toda la ciencia de la especulación radica en comprar acciones baratas y venderlas, posteriormente, a mayor precio. Existen en Chile los famosos “centros de estudios” y los hay para todos los gustos: Libertad y Desarrollo y Fundación Futuro, para la derecha, Chile 21 y Expansiva, para la Concertación. Es difícil distinguir, en el Chile neoliberal de hoy, si estos Centros estudian la coyuntura política o las estrategias de inversión: a veces no se sabe si la sociedad de inversión Penta, dueña de la AFP más rica de Chile, es diferente a Libertad y Desarrollo; lo que sí está claro es que estas instituciones tienen en sus directorios a los más hábiles políticos y economistas. Expansiva tiene a Jorge Rosenbluht, ex subsecretario de la presidencia de Eduardo Frei, quien está relacionado con bancos internacionales – Citibank y J.P.Morgan -, Jorge Marshall y el ministro de Hacienda, Andrés Velasco, entre otros; Fundación Futuro cuenta con el empresario Sebastián Piñera, y así, suma y sigue.

Política y plutocracia, en el Chile de hoy, son la misma cosa. Como antaño los arquetipos eran los curas y los militares, actualmente son los empresarios. Hacer un buen negocio es tan válido en política, como en la economía y, no cabe duda, que más allá de las apariencias, apropiarse de la dirección de la empresa llamada PPD no es, en absoluto, un mal negocio. Desde ya tiene un buen capital en ministros del área económica: antes Eyzaguirre y ahora Velasco; Eduardo Bitrán, Karen Poniachik y Viviane Blanlot, en áreas claves de la  economía; además, como todo buen inversionista, no debe considerar sólo los activos actuales de una empresa, sino también las posibilidades estratégicas a mediano plazo, apela al hecho indiscutible que, a pasar de los pesares, el ex presidente Ricardo Lagos cuenta con un capital de apoyo en la opinión pública que lo coloca en el primer lugar de nuestra Ipsa política; además, de no resultar esta maniobra financiera política, generada por uno de los tantos enojos de nuestro brillante profesor Lagos Escobar, hay muy buenos reemplazantes, como el hoy secretario general de la OEA, el inefable político José Miguel Insulza.

La  verdad, es que no hay que creerle mucho, ni siempre, a los analistas de La Tercera, diario que se ha especializado en entregar, mes a mes, encuestas de opinión que miden las acciones bursátiles de nuestros líderes políticos, sean de derecha o de la Concertación. En el último índice aparece bastante perjudicada nuestra Presidenta, pero tampoco salen favorecidos los empresarios –perdón, políticos – de la derecha. Al parecer, a diferencia del “Ipsa” económico, la mayoría de los ciudadanos – no sé si esta especie existe en el Chile de hoy – han decidido apartarse de la “bolsa política”, esperando pronunciarse en 2009, para las elecciones presidenciales, y por muy cerrado que sea el sistema político, siempre puede haber sorpresas.

No es la primera vez que la política se mezcla con los negocios: en los años del Centenario, la Cámara de Diputados era un vellón de oro, según el historiador Alberto Edwards Vives. Las senaturías valían un millón de pesos de esa época, las diputaciones, la mitad y las alcaldías, la cuarta parte. La plutocracia vivía de las riquezas del salitre, ¿por qué no hoy de las cobre?. Poco a poco, los apellidos vinosos –la aristocracia – fueron reemplazados por los apellidos bancosos como escribía  Vicente Huidobro, más o menos lo mismo que ocurre actualmente. Por cierto, no existían los Centros de Estudio, la academia no penetraba a la política, pero sí los grandes clubes, como los salones Verde y Rojo, del Club de la Unión, la Cueva del Negro, de Pedro Montt, o la Casa Azul del maquinero y especulador, Juan Luis Sanfuentes.

Tanto en el Centenario, como en el Bicentenario que se aproxima, sólo los ingenuos creen que la política y los negocios se transan en las sedes de los partidos políticos o en la Bolsa de Comercio; hoy, como ayer, las decisiones importantes se toman en los Centros –mal llamados académicos – donde se agrupan los personajes más poderosos de esta nueva plutocracia. Sigo convencido que mientras no reformemos nuestro sistema político electoral y no haya una separación radical entre las finanzas y la noble actividad de la política, seguiremos dando tumbos respecto a la probidad, tanto en lo público, como en lo privado. A veces, el negocio que aparece más claro resulta ser un fiasco – recuerden Enron –no le vaya a ocurrir lo mismo a Expansiva con la compra del PPD.     
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