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Los chivos expiatorios

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El chaqueteo es un deporte nacional: cuando alguno de los chilenos logra triunfar, generalmente en el extranjero, no faltan mequetrefes amargados y resentidos que diga que “lo conoció naranjo” y cuenta uno que otro chascarro que lo deje mal parado. Esta es una de las formas de postular la necesaria igualdad entre losa chilenos; el ideal es que nadie brille más allá de la mediocridad ambiente. Basta que surja un ídolo, por ejemplo en el deporte, como es el caso de Iván Zamorano, Marcelo Ríos, Fernando González, y otros, para que al poco tiempo se descubran sus defectos – el alcoholismo, la ambición de dinero o, simplemente, su decadencia.

La política tiene mala fama en los tiempos actuales, sin embargo, el profesor Ricardo Lagos gozó del favor popular, incluso, después de haber terminado su período presidencial. Los primeros mandatarios chilenos tiene los mismos poderes que los reyes absoluto, por consiguiente, no es exagerado comparar al profesor Lagos con el Rey Sol, (Luis XIV), la sola diferencia es que los Monarcas, generalmente, mueren en el trono – salvo el caso de Luis XVI y Carlos I de Inglaterra, que perecieron en manos del verdugo – y los presidentes, en Chile, tienen que alejarse del poder una vez terminado su período. El ex presidente Lagos es un verdadero Ciro Peraloca y en su afán de modernizar al país se le ocurrió idear los proyectos más audaces: autopistas que atravesaran la ciudad de Santiago, a más de 100 kilómetros por hora, un audaz plan de transporte, el Transantiago y un partido instrumental que juntara el aceite con el vinagre, además de un revolucionario y osado plan de salud – el AUGE-.

Es evidente que tan geniales proyectos, surgidos de la cabeza de nuestro académico, al igual que el nacimiento de Atenea de la testa de Zeus, corrían riesgo algún día hacer agua al ser implementados por la actual presidenta de la república. El PPD, brillante creación de Lagos Escobar, está en la UTI a causa de las acusaciones de Schaulsohn y los líos judiciales de algunos de sus líderes. Como siempre, surgen los plebeyos que durante su reinado no se atrevían a levantarle la voz y hoy, envalentonados y ávidos de figuración, le piden cuentas por su presunta responsabilidad en la gestión de tan malhadado Partido; para colmo de males, el plan Transantiago, hoy por hoy, se está transformando en una catástrofe para los pobres populáricos que no tiene dinero para comprar un auto, una moto, si siquiera una bicicleta. ¿Quién se hace responsable de tanto despropósito ingenieril y tecnocrático? ¿A quién que no sea un déspota ilustrado se le puede ocurrir que, de la noche a la mañana, que los santiaguinos aprendan  el todo y las partes de un  complicado mapa y, para colmo, relacionar en  vida real miles de troncales, alimentadores y estaciones de metro, sobre todo cuando nuestra educación es meramente memorística y lineal?

Nuestros tecnócratas de la Concertación estaban convencidos de que los empresarios microbuseros iban  a cumplir a tiempo con la entrega de las tarjetas bip y, además, lanzar a las calles todos los buses prometidos; para completar el panorama caótico, como en la jauja medieval, los buses eran abordados gratuitamente hasta el martes 13, en las troncales y, el viernes, los alimentadores. Los usuarios, desesperados, culpan a las autoridades que, por cierto, previeron a tiempo en sus cabezas, un plan perfectamente aplicable en el Siglo de las Luces, pero imposible en el Santiago moderno, debido a la complejidad y enorme población de los sectores periféricos. El primer día  laboral los santiaguinos parecían turistas extranjeros tratando de entender el mapa, en cada una de las estaciones que, al parecer era más fulero que la carta del tesoro de la Isla de Juan Fernández. No faltaron los asaltados por los vivos de siempre, los atropellados y los desmayados. Al menos, esta vez los responsables de  este guirigay reconocen algunos problemas que prometen, van a solucionar a medida que las necesidades lo requieran.

Como siempre, hay un chivo expiatorio que pagará los platos rotos, en este caso, el antes proletario Iván Zamorano. No falta la jovencita que culpa a nuestro ídolo   futbolero de las múltiples equivocaciones de buses en el trayecto al trabajo; también, un trabajador podrá, como niño de escuela, llevar un justificativo de Zamorano para entregárselo a su posible gruñón y desagradable patrón. Al fin y al cabo, todos disparan contra el ex jugador del Real Madrid, de la Selección Chilena, de Colo Colo, y otros, por haberse prestado a ser el “niño símbolo” de tan genial proyecto. No falta el periodista que lo acusa de apitutado de la Concertación y de andar en lujosos autos y de instalar sus centros deportivos en barrios de ricos.

Dejando de lado inefables chivos expiatorios, la verdad es que la mayoría de los chilenos no está preparada para un proyecto de tanta envergadura, surgido de la cabeza de ilustradas y brillantes mentes de tecnócratas en el poder, pero tampoco los sufridos santiaguinos están dispuestos a servir de conejillas de indias, con riesgos de perder su trabajo y su integridad física. A lo mejor, a alguien se le ocurre culpar de tantas desgracias a Pedro de Valdivia, (fundador de Santiago, este mismo 12 de febrero, hace más de cinco siglos), quien se entretenía en contar mentiras al emperador Carlos V, tales como que Santiago tenía muy buen clima, los indígenas eran pacíficos y serviciales y nunca se movía la tierra, ni mucho menos se incendiaban las casas; al poco tiempo, el cacique Michemalongo quemó Santiago e Inés Suárez se divertía mostrando penes de indígenas.  ¡Dios nos libre de los chivos expiatorios.  
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