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Hace casi cien años, Alejandro Venegas, [Julio Valdés Canje], anunció la rebelión de los pingüi

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Como si fuera hoy
En estos días, los medios de comunicación están saturados de anuncios publicitarios, de distintas universidades privadas que, como pulpos, tratan de conquistar el mercado: se ofrece todo tipo de regalos, desde un Superocho hasta un computador; se afichan diferentes personajes de la farándula y del deporte – un futbolista parece ser un profundo intelectual, Platón sería un tarado al lado de Zamorano -, siglo XX cambalache, lo mismo un burro que un gran profesor; incluso, las hermanas Campos muestran, orgullosas, títulos universitarios que las acreditan como periodistas, y así y todo, el Colegio de la Orden quiere restringir a que sólo los titulados puedan escribir y hablar en los medios de comunicación; ¡Dios nos libre!, si apenas saben la estupidez de la pirámide invertida, es decir, destacar el aspecto  principal de la noticia. A pesar de haber hecho clases en la Escuela de Periodismo, nunca he creído que sea una verdadera carrera universitaria, más bien es una técnica que una episteme [1], solamente se aprende escribiendo.

Las revistas de derecha publican, a comienzos de enero de cada año, una lista de ranking de universidades, más largo que las páginas amarillas de la guía de teléfonos: son estadísticas, exclusivamente cuantitativas, que miden el número de docentes con doctorados y maestrías, el número alumnos con altos puntajes en la PSU y la calidad de los casinos y WC que posee cada una de las universidades; poco importa la didáctica que se emplea, mucho menos el desarrollo de las facultades intelectuales superiores – analizar, comparar, asociar y sintetizar, entre otras -. Que los egresados sigan siendo cesantes y analfabetos funcionales, no es grave, total, ya tienen en sus manos un diploma y serán, nunca más, “dependientes del supermercado”.
Es  cierto que hay universidades privadas de alta calidad, entre ellas, la Diego Portales, que posiblemente tendrá como rector a Carlos Peña. Un verdadero intelectual, como lo ha probado desde el aula, en los foros y seminarios y en sus valientes columnas del diario El Mercurio –aún no me explico cómo ha podido sortear la censura de sus editores- ; hay otras universidades académicamente buenas, pero al servicio del neoliberalismo y, como están íntimamente relacionadas con el mercado, saben ubicar muy bien  a sus egresados en las grandes empresas. En el fondo, todas se mueven por la rentabilidad del capital invertido. En síntesis, la educación es un negocio, el más rentable y el que tiene menos  riesgos; si las universidades fueran instituciones por acciones, qué inversionista   dudaría en arriesgar su dinero en ellas.

En último término, el tema de la “calificación” de universidades y de carreras es una soberana broma: desde el comienzo de los gobiernos democráticos, el Consejo Superior de Educación sólo ha clausurado a corporaciones sin fines de lucro, que no hicieron más que lucrar; las demás se han salvado, en examinaciones muy  blandas, que no exigían capacidades académicas de los docentes, menos rendimiento de los alumnos, ni siquiera, una infraestructura suficiente. No quiero hablar de calidad de la educación, pues en Chile no hay unidades de medida de tipo cualitativo.

Nada más acertado que el título de estas columnas, “Como si fuera hoy”: en el Centenario, como en el Bicentenario que se aproxima, la educación fue, es y será una mierda. Con razón, desde muy chico me negué a ir al colegio y, posteriormente, a la universidad, sin embargo, terminé como profesor universitario.

En 1910, el profesor Alejandro Venegas Carús denunció los males de la educación chilena, superando la misma asquerosa hipocresía ambiente, que hoy continúa reinando; Alejandro Venegas nació en Melipilla en 1871; no pertenecía a la oligarquía santiaguina reinante; inició sus estudios en 1889, en el Instituto Pedagógico, fundado por José Manuel Balmaceda; sus profesores fueron brillantes académicos, fundamentalmente de nacionalidad alemana, entre ellos, Federico Henssen y el doctor Rodolfo Lenz, quienes amaron y estudiaron más a Chile que los mismos chilenos, que no pocas veces desprecian a su propio país, por un excesivo afrancesamiento y hoy, por convertirse en yanaconas concertacionistas del imperio. Los compañeros de curso de Venegas fueron intelectuales connotados, como su amigo Enrique Molina y el periodista Tancredo Pinochet.

Alejandro Venegas dominaba cinco idiomas, (latín, griego, francés, inglés y catalán), pero él se dedicó a enseñar el castellano y crear diferentes academias literarias en cada uno de los Liceos en que trabajó: el de Valdivia, de Valparaíso, de Chillán y, finalmente, el de Talca, en el cual fue vicerrector. En Chillán, Alejandro Venegas se enamoró de una dama de sociedad provinciana y, por intrigas de otras mujeres, ella prefirió a un comerciante de la zona, pues un profesor era un tipo miserable y despreciable que no podía asegurarle un buen vivir económico. En su novela, “La procesión de Corpus”, Venegas se encuentra con un mendigo, que representaría a Cristo; el hablante le pide que le quite el dolor del despecho y el orgullo herido, pero el mendigo -Cristo – le dice que la única salvación de sus penas es el servicio al prójimo, en su caso, por medio de la pedagogía.

En 1909, Venegas [2] adopta el seudónimo de Julio Valdés Canje, con el cual firma sus libros posteriores, entre ellos Sinceridad: Chile íntimo 1910”; Venegas está convencido de que las clases altas son las únicas capacitadas para superar la crisis moral del país, razón por la cual dirige sus cartas al presidente Pedro Montt y, posteriormente, al octogenario Ramón Barros Luco. En las Cartas a Pedro Montt, como en Sinceridad: Chile íntimo 1910”, Venegas sostiene que la crisis moral de Chile tuvo su origen en la guerra del Pacífico y, luego, en la contrarrevolución, de 1891; la primera trajo, como la peste, la riqueza del salitre, que corrompió hasta los tuétanos a la clase rectora, la segunda, trajo la república plutocrática, 1891-1925.

Valdés Canje, (Venegas), recuerda al presidente Pedro Montt, que despertó grandes esperanzas en el pueblo y que, al fin de su mandato, terminó siendo un desastre: se dejó gobernar por la corrupta oligarquía y, en su gobierno, primaron los especuladores, logreros y oportunistas y, para más remate, manchó sus manos con sangre obrera, en la matanza de Santa María de Iquique, en 1907. A mi me ocurrió algo parecido que a Venegas, pero con el gobierno del presidente Lagos: creía que era socialista, cuando terminó siendo el San Expedito de los empresarios.

Valdés Canje no economiza los adjetivos para referirse a los  gobiernos anteriores al presidente Montt: Federico Errázuriz Echaurren fue un payaso, dominado por la oligarquía, que transformó a Chile en un carnaval; Germán Riesco, aun cuando no robó, permitió que sus funcionarios robaran a destajo. Como se puede ver, ChileDeportes es una broma frente a la historia de la época parlamentaria, (me causa aún risa las “Catilinarias” de los catones derechistas, que han protegido al más ladrón de nuestra historia, Daniel López Pinochet, es decir, hacen la moral con “el marrueco abierto”). El drama de los dos Centenarios es que aún no se vislumbra una salida decente a la inmoralidad, ignominia,  mediocridad y mendicidad presente.

Venegas no ahorra adjetivos despectivos para calificar a los representantes de la oligarquía, senadores y diputados – quienes se resarcen de sus gastos electorales con las concesiones  salitreras y los favores prodigados  a jueces – que en esa época, eran completamente corruptos -, directo
res de Liceos y funcionarios públicos; ¿y qué pasaba con el pueblo? Era igual de borrego que hoy: fue carne de cañón en la guerra del Pacífico, sirvió a los oligarcas en la revolución de 1891 y, hacia 1910, fue víctima del alcoholismo y del analfabetismo; en Chile moría más gente que en Bombay y el 50% de la población era analfabeta.

En 1878, Chile cayó en la cesación de pagos: el presidente Aníbal Pinto promulgo una ley que permitía emitir billetes sin respaldo en oro. Posteriormente, con la conquista de las provincias salitreras, Chile pudo disponer de suficiente crédito para reponer el padrón oro, sin embargo, agricultores y banqueros ganando mucho dinero con la pérdida de valor del peso chileno, continuaron perjudicando a quienes vivían de un sueldo y un salario. Según Luis Emilio Recabarren, en 5 años la moneda chilena se depreció en un 50%, por lo tanto, el obrero y el empleado podían comprar la mitad de los productos con el mismo sueldo o salario.

En 1910, la oligarquía se preparaba para celebrar el Centenario de la república. Chile vivía una época de bonanza y de fiestas, sin embargo, no faltaban los pesimistas, una especie de “actuales autoflagelantes” y aguafiestas. En una conferencia de Luis Emilio Recabarren, en la ciudad de Rengo, explicaba que estas fiestas eran sólo para los ricos, pues los pobres habían sido explotados, durante cien años, y lo seguirían siendo. El periodista Tancredo Pinochet, en su libro, “La conquista de Chile en el siglo XX”, denunciaba la explotación de nuestras riquezas minerales por parte de los extranjeros. Nicolás Palacios, en “La raza chilena”, defendía los valores del “roto” pampino.

Venegas eligió el seudónimo doctor Julio Valdés Canje, no sólo para proteger su identidad, sino también para utilizar el título honorífico, más aceptable para la prejuiciosa oligarquía chilena. El profesor Venegas no era socialista ni, muchos menos, anarquista; sí era masón y había votado, en las últimas elecciones, por los candidatos de la Alianza Liberal, sin embargo, su crítica es más corrosiva y radical que la de los anarquistas y socialistas. Su obra, “Sinceridad: Chile íntimo 1910”, fue un éxito editorial y nada pudo la censura oligárquica contra esta mordaz y crítica obra. Nadie se salvó de la pluma del profesor Venegas, ni siquiera las Fuerzas Armadas.

El senador Gonzalo Bulnes, militarista, autor de una obra famosa sobre la guerra del Pacífico, las emprendió contra el profesor Venegas: “¿cómo era posible que un docente atacara tan cruelmente al ejército, defensor de nuestra nacionalidad?”, e incluso, llegó a pedir su exoneración de la carrera académica. Afortunadamente, el ministro de educación, que era un hombre liberal y su amigo, Enrique Molina, lo defendió valientemente.

Alejandro Venegas era muy crítico del sistema parlamentario que, en Chile, era una mixtura entre la responsabilidad presidencial y la irresponsabilidad parlamentaria. Los partidos políticos eran corruptos, el radicalismo había perdido su juventud y se había apropiado del magisterio, los liberales democráticos habían traicionado la causa de Balmaceda, los demócratas, traicionando al pueblo, se habían convertido en burócratas, los municipios eran la sede de la corrupción, los votos se compraban en las elecciones e, incluso, sufragaban los muertos, el sistema político era el mismo mierdero que el de hoy. Con 15 años de anticipación, Valdés Canje previó el fin del parlamentarismo.

La administración no marchaba mejor: los cargos principales se repartían por cuña, los jueces eran nombrados por los partidos políticos, había que ser muy tonto para ser un empleado honesto que, generalmente, moría pobre y olvidado; los tinterillos dominaban las provincias extremas del país; la  educación pública era un negocio y la privada era aún peor; los sacerdotes salesianos explotaban a los alumnos trabajadores, en la Isla Dawson y las religiosas comercializaban los alfajores, hechos por las alumnas pobres, negándoles la fórmula para que ellas los pudieran vender independientemente; existía un seminario para ricos y otro para pobres, (los damasianos), un colegio para ricos y otro para pobres, incluso, el Instituto Nacional se dividía en dos secciones, una para ricos y la otra para pobres.

La educación, lamentablemente, no hace más que acrecentar la monstruosa brecha social chilena. Estoy seguro de que este año, de nuevo, los “pingüinos” ocuparán las calles de las principales ciudades del país y ya no servirán las ridículas “comisiones”, presididas por los tecnócratas educativos de siempre: los Jorge Manzi, los García-Huidobro, los Brunner, y otros. Qué falta nos hace hoy el profesor Alejandro Venegas.

Notas
[1] episteme. 1. f. En la filosofía platónica, el saber construido metodológicamente en oposición a las opiniones individuales. 2. f. Conocimiento exacto. 3. f. Conjunto de conocimientos que condicionan las formas de entender e interpretar el mundo en determinadas épocas.

[2] Como los historiadores reaccionarios ven locos por doquier, sobretodo con aquellos que no están contentos con la injusticia capitalista. Gonzalo Vial, el genial inventor del “Plan Z”, por ejemplo, dedica páginas de páginas a probar la neurosis de Alejandro Venegas.
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