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Un resultado perverso del modelo neoliberal fragmenta la comunidad nacional

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El modelo neoliberal que hemos heredado de la dictadura, y que se ha consolidado en estos años, tiene como uno de sus resultados más perversos la fragmentación de la comunidad nacional. De partida, la extremadamente injusta distribución del ingreso que prevalece en nuestro país -calificada de escandalosa en varios pronunciamientos de los obispos católicos- ha generado una profunda escisión en la sociedad chilena. Estamos siendo testigos de la existencia de varios “países” distintos dentro de Chile.

Así, se ha creado una estratificación en materia de acceso a la vivienda, condiciones vecinales, educación, salud, cultura, recreación, remuneraciones, estabilidad en la fuente de empleo, condiciones de trabajo, seguridad social, etc., que dan cuenta de sectores sociales con gigantescas diferencias en cuanto al disfrute efectivo de los derechos económicos, sociales y culturales.

Todo esto se agrava más al ver que por los medios masivos de comunicación -en particular la televisión- se produce un verdadero bombardeo publicitario destinado a exacerbar actitudes y conductas consumistas y hedonistas. Es decir, fomentar ideales crudamente materialistas e individualistas que van en abierta contradicción con la creación de una auténtica comunidad nacional, un proyecto y un espíritu compartido.

Por otro lado, la propia índole de las estructuras neoliberales impuestas por la dictadura -y preservadas hasta la actualidad- contribuyen decisivamente a potenciar la fragmentación nacional. En efecto, la naturaleza en esencia mercantil de las ofertas de salud, educación y previsión social a través de isapres, colegios y universidades con fines de lucro y AFP y la cancelación eminentemente individual que debe hacer el beneficiario por dichos servicios -excepto los más pobres, que pueden acceder a servicios subsidiados de enseñanza o salud de mala calidad o a montos muy bajos de pensiones-, condiciona fuertemente una actitud egoísta de “rascarse con sus propias uñas”.

A su vez, la falta de organizaciones sociales relevantes de los sectores populares y medios -que fueron destruidas o minimizadas por la dictadura y que se han mantenido en esa situación- agudiza la fragmentación, al añadir un sentimiento de desesperanza para poder articular un contrapeso mediante la acción unitaria de las grandes mayorías. Nos referimos a sindicatos, juntas de vecinos, gremios de pequeños productores, cooperativas, colegios de profesionales y técnicos, etc.

El individualismo y la extrema competitividad reinantes -en el contexto de los bajos salarios, la precariedad laboral y la falta de protección efectiva contra el desempleo- incentivan una profunda desconfianza entre los miembros de la sociedad. Así, de acuerdo con reiteradas encuestas internacionales, nuestro país se ubica entre los más bajos del mundo en relación con los grados de confianza interpersonal.

Además, las políticas económicas ni siquiera están configurando un proyecto nacional de desarrollo sobre la base de la inversión en ciencia y tecnología y en áreas industriales en las que podríamos ser internacionalmente competitivos integrándonos con los países de la región. Por el contrario, nuestra inserción solitaria en el mercado mundial, por múltiples tratados bilaterales de libre comercio, está conduciendo a unas condiciones ideales para eternizar la calidad de país subdesarrollado exportador de materias primas e importador de productos con un alto valor agregado. A tal punto estamos llegando en la carencia de un proyecto nacional de desarrollo que ni siquiera somos capaces de invertir en nuestro país los grandes excedentes obtenidos por la extraordinaria alza internacional del precio del cobre; y se está proyectando ampliar ¡de 30% a 80%! la cantidad de los recursos que las AFP puedan introducir en el exterior.

Es tal la pérdida del sentido nacional que estamos experimentando que ya escuchamos de connotados economistas e ingenieros de la propia Concertación la justificación de la progresiva desnacionalización del cobre (sólo un tercio de la gran minería del cobre es aún propiedad del Estado), de que el cobre que extraemos no se refine ni industrialice en Chile, de que no es necesario invertir en ciencia y tecnología porque es más conveniente comprarla barata en el exterior; y de que no requerimos pasar a una segunda fase exportadora que incluya crecientemente productos con alto valor agregado.
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