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Es hora del recuento

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ADMITIR LA DERROTA. Es algo que me planteó una compañera de ruta esta semana. “Partamos de esta base, es la única forma de reorientar nuestras energías y volver a confiar en que es posible un cambio moral en Chile”.
Por mucho bregar por más de 20 años como verdaderos francotiradores de la palabra, ejerciendo el periodismo de opinión desde medios que han venido desapareciendo metódicamente, tener que reconocer una derrota, dignamente, podría ser un paso necesario para proyectar las energías personales y asociativas en el mediano y largo plazo.

Admitir una derrota en el plano de develar verdades que quedan a medias, sepultadas por una sociedad mediática especialista en ejercicios de distracción. Reconociendo, pese a eso el esfuerzo persistente por ser críticos y luchar en contra de los vicios que amenazan el ejercicio del poder, en diferentes formas y niveles de corrupción, como puede serlo el clientelismo municipal, el nepotismo en las designaciones de exclusiva confianza, o la instauración descarada de los partidos instrumentales que sirven a las cúpulas dirigentes.

Reconocer que, pese a habernos jugado por abrir caminos de organización ciudadana, pese a haber presentado recursos ante la Justicia, los hechos consumados demuestran que el sistema sabe mover sus piezas para alcanzar sus intereses. Allí quedan como evidencia el tema del Borde Costero de Valparaíso, el ducto de la planta de celulosa de Celco que irá a dar al mar, atentando contra los intereses de las comunidades de pescadores, por espacios limpios en la costa, donde se multipliquen los cardúmenes, cuestión consagrada en la Convención Mar Pollution, Marpol; la acción de fuerza que destruyó el aeropuerto de Cerrillos, y centenares de proyectos inmobiliarios que organizadamente andan comprando por Chile cualquier espacio verde, como una enorme topadora de cemento que todo lo consume. En estos términos, son demasiadas las batallas perdidas por la ciudadanía y urge agrupar fuerzas para exigir que se cree el esperado Ombudsman, o Defensor del Pueblo, en nuestro país.

Admitir la derrota significa reconocer la incapacidad de las fuerzas sociales para reasumir un rol político. Asumir que seguirá el binominalismo, reconocer que en la juventud hay incertidumbre, que no surge de manera natural una fuerza política con un proyecto de cambios; reconocer que la institucionalidad impide darle a las juntas vecinales los roles activos que tuvieron en su gestación, 40 años atrás. Reconocer que la tecnocracia que se instaló en el poder ha sabido aprovechar el mismo autoritarismo que dejó la institucionalidad del régimen militar y que ahora el adversario no es la derecha política sino el competidor al interior del propio partido.

Admitir la derrota significaría entender que quienes fueron dirigentes activos en los 70 y por ende, responsables de lo que ocurriera en ese período, hoy, o están usufructuando de ese “halo” revolucionario para defender a las corporaciones multinacionales que se apoderaron de la economía chilena, o están marginados, ignorados, dispersos y censurados por el sistema oficial, sin capacidad de vertebrar un gran frente político alternativo que sea capaz de capitalizar el descontento profundo que existe en el país. Algunos tratan de rescatar utopías desde dentro de los partidos y es una labor titánica la modernización de dichos partidos para redireccionar los esfuerzos de democratización en todos los ámbitos.

Admitir la derrota significa que como civilidad no hemos sido capaces de enfrentar con rigor las situaciones de corrupción que se han enquistado en nuestra sociedad. La derrota moral pasa por la falta de energía y de asociatividad ciudadana para denunciar las acciones impropias que se han derivado a la vía judicial sin que nadie le alcance el poder de convocatoria para exigir responsabilidades políticas. La derrota pasa por la evidencia de que el robo a los recursos públicos o privados “no sería tan malo”, vale decir, la derrota pasa por haber llegado a un momento social donde la relatividad y la debilidad de la ética pública y privada es un hecho incuestionable.

Por ello, vemos pasar y reciclarse en la política o en la gran empresa, a personeros que jurando o prometiendo integridad, permitieron que se organizaran polutas redes que llegan directamente a la asociación ilícita para el uso indebido de los recursos públicos que les habían sido confiados en el marco de la función pública servida. Pero todo limpio, legal, de bajo perfil, discreto, conveniente, necesario para servir a la causa. Claro, hasta que funciona bien una Contraloría General de la República, o un organismo fiscalizador como la Cámara de Diputados.

Creo que es hora de reconocer, como progresistas, cualquiera sea nuestra sensibilidad política partidaria, que hemos sufrido una gran estafa, que políticamente hemos quedado supeditados a mentiras (como cantara Oscar Andrade, “trabajan con la izquierda/ cobran con la derecha”) que se instalaron en nuestra sociedad con un cinismo descarnado. Somos, por lo tanto, demócratas despojados de la esencia de la democracia que pretendíamos instalar después de la dictadura.

Nos convocan a un gobierno ciudadano y nos tratan como usuarios o consumidores, clientes cada 4 años a los que hay que seducir con pan y circo.

Hasta acá, en el recuento, comparto con Juanita Fernández, miembro fundador como yo del Foro Valparaíso Posible, que es hora de reconocer que hemos perdido mucho, que Chile ha perdido mucho y que es hora de replantear la estrategia social, bajar los perfiles personales, y comenzar a realizar un trabajo diferente, centrado en la transparencia, el acceso a la información, la fiscalización de los representantes populares y la defensa de los medios de prensa alternativos que nos queden, por la vía cooperativa, invirtiendo en esas tribunas que nos permiten seguir teniendo presencia, transmitiendo un pensamiento alternativo al neoliberalismo oficial, de manera transversal y ecuménica.
21 de octubre de 2006
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