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Raúl Vergara rompe el silencio tras el polémico apoyo al ex líder del FPMR

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Raúl Vergara salió a la palestra en febrero de este año cuando la UDI se le fue encima al ser nombrado por la Presidenta Michelle Bachelet como subsecretario de Aviación. La razón: su firma en una carta de apoyo a la solicitud de asilo político en Argentina del ex líder del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), Galvarino Apablaza, procesado en Chile por el secuestro de Cristián Edwards y el asesinato de Jaime Guzmán. De ahí que el gremialismo considerara su designación como una verdadera afrenta. Pasado el tiempo, el aire sigue sucio, pero sin turbulencia. Y ahora Vergara siente que puede hablar del tema que le compete: la aviación y el espacio.

–¿La UDI ha presionando para sacarlo del cargo?
–Fue una inquietud inicial de la oposición. Y creo que con las explicaciones dadas por mí y las autoridades, ya es un tema superado.

–¿Cree que el gremialismo quedó conforme?
–No lo sé. El tema fue superado. No debiera haber razón para que no fuera así.

–¿Cómo son sus relaciones con la Fuerza Aérea?
–Excelentes. Fui instructor de vuelo de muchos actuales generales. Yo había sido alférez mayor, que es la primera antigüedad, y el hecho de ser precursor en los estudios universitarios te da un halo particular.

–¿Por qué se desechó la compra del satélite a European Defence and Space Company?
-No teníamos un contrato firmado con la empresa EADS ni se violó ningún plazo. La comisión técnica estaba estudiando su propuesta que parecía más beneficiosa que otras tres presentadas. En una segunda etapa llegaron ofertas de Alemania, Rusia y Alcatel, por lo que en el informe final evacuado el 6 de julio se decidió ampliar el margen de alternativas y llamar a licitación pública que da una mejor oportunidad para el país.

Si bien el presupuesto es de Defensa, por los usos de un satélite de estas características nos parece importante -en el marco de crear una política espacial- que la sociedad se haga parte de un proceso de este tipo. La idea es darle fuerza a la Agencia Chilena del Espacio y que se integren otros sectores relacionados con el tema como pueden ser universidades, ministerios, etc.

–¿Qué gana el país con un satélite?
–Cuando se necesitan imágenes se compran las que te venden en las condiciones que el oferente quiera y cuando quiera. Todo ese inconveniente lo resuelves cuando puedes tomar tus propias imágenes.

–¿Imágenes de qué tipo?

–Tenemos un territorio que por sus características está plagado de nuevas amenazas, como el tráfico de armas, de personas, pesca ilegal, entre otros, y se requiere de estos métodos para el control.

–¿Es fundamental contar con un satélite?
–A medida que uno se mete en el tema de las imágenes remotas que aportan los satélites descubre que tiene múltiples usos y se hace prácticamente imprescindible. Además estamos a la zaga. Argentina, Brasil y México ya tienen los suyos.

El protegido
Raúl Vergara (64) era un alumno mateo cuando estudió en el colegio Salesiano San Juan Bosco. Aunque su padre era técnico electrónico del Ejército, él ingresó a la Escuela de Aviación soñando con llegar a piloto de combate. Egresó con el primer puesto y enseguida entró a estudiar ingeniería comercial a la Universidad de Chile, logrando una mención en economía. De inmediato fue contactado por el general Alberto Bachelet para trabajar en la Secretaría Nacional de Distribución, a cargo de la Junta Nacional de Abastecimiento.

–¿Cómo fue su relación con el general Bachelet?
–Lo conocí primero siendo yo un oficial subalterno y él un general destacado de la Fuerza Aérea de Chile. Debido a la gran diferencia de grado no tuve una relación directa con él, hasta que el Presidente Allende lo llevó al Gobierno.

–¿Cómo fue ese nuevo encuentro?
–Por mi locuacidad se sabía cómo yo pensaba y mi simpatía por el Gobierno. Se sumó que estaba egresando de la Escuela de Economía y tenía una reputación de buen oficial. Me imagino que el general juntó todos estos elementos para solicitar que fuera su asesor económico.

–¿Cómo fue el trabajo con él?
–Muy estrecho. Ambos éramos oficiales activos que estábamos en una dependencia extraña y trabajando con profesionales provenientes de distintas áreas. Eso nos hacía estar muy unidos y trabajar coordinadamente en una actividad que tenía mucho de técnica y de política, puesto que debíamos resolver una buena cantidad de conflictos de intereses que se gestaban en torno al tema de la distribución.

Condenado a muerte
El 11 de septiembre de 1973, el general Bachelet se presentó a su oficina y al día siguiente lo hizo Raúl Vergara. Paradójicamente, el mismo despacho donde nos recibió es el que utilizaba cuando trabajaba para el Gobierno de la Unidad Popular y desde donde se lo llevaron preso. “Venía con el cargo. Se eligió para el subsecretario de Aviación durante la dictadura y así quedó hasta ahora”, cuenta con humor.

–¿Cómo fue su paso por la cárcel?
Un período duro. Estuve junto al general Bachelet en Colina y después en la Academia de Guerra de la Fuerza Aérea. Ahí nos perdimos de vista literalmente porque estábamos vendados y encapuchados. Nos volvimos a encontrar a fines de diciembre en la cárcel pública.

–Estaba con él cuando falleció.
–Compartí con él los últimos meses de su vida. Estuvimos en la celda número 12 de la calle 2 hasta el 12 de marzo de 1974, cuando murió.

–¿Qué pasó con usted?
–En mayo del 74, un consejo de guerra confirmó la pena de muerte que pedía el fiscal. Junto a tres aviadores más nos pusieron en capilla y pasamos diez días esperando que nos fusilaran, pues no había instancia de apelación. Tuvimos atención religiosa y todas las cosas propias de un condenado a la pena capital.

–¿Cómo se salvó?
–Por la presión internacional y la gestión del cardenal Raúl Silva Henríquez nos cambiaron la sentencia por 30 años y un día de prisión. Estábamos acusados de sedición y alta traición a la patria. En total estuve cinco años preso en la cárcel pública y en la penitenciaría.

–¿Tenían privilegios especiales?
–Los presos políticos estaban en una zona especial dentro de la cárcel. Yo tuve un destino distinto porque a fines del ’74 me castigaron por un supuesto plan de fuga y pasé todo el ’75 con presos comunes en la cárcel pública.

–¿Qué le parecen los privilegios de los uniformados detenidos por causas de derechos humanos?
–Pienso que deben ser segregados, pero de ahí a vivir en una cárcel VIP me parece una exageración y una desigualdad ante la ley. Ellos mismos no aplicaron ese criterio cuando nosotros estábamos presos, así que es bastante paradójico.

–¿Qué opina de la querella de sus colegas dados de baja y tomados presos el ’73?
–Personalmente, y no porque esté aquí, hace mucho tiempo di por superado todo eso y no soy de andar querellándome, per
o cada uno tiene derecho a actuar de acuerdo a su propio criterio.

–Sus compañeros consideran que falta una reivindicación moral y económica ¿Falta que la Fuerza Aérea reconozca que no fueron traidores?
–Todavía no se ha dado que yo cuente mi caso en la Escuela de Oficiales, pero no sería raro que en algún momento suceda. Todo esto ya es parte de la historia.

El guerrilero
En 1978, un día antes de la amnistía decretada por la dictadura, Vergara fue expulsado del país con pena de extrañamiento. Llegó a Inglaterra, donde tenía una beca para estudiar en la Universidad de Sussex. Al término del postítulo, el ex ministro de Economía de Salvador Allende, Pedro Vuskovic, lo contactó con el Gobierno sandinista para que organizara la Fuerza Aérea de Nicaragua.

–¿Cómo fue esa experiencia?
Llegué en noviembre del ’79, pocos meses después del triunfo. Por lo tanto, todo estaba en formación. Soy considerado un cofundador de la Fuerza Aérea sandinista. Porque sólo éramos dos o tres pilotos profesionales.

–¿Qué aparatos le tocó pilotear?
–Volamos los viejos aviones T-33 que habían sido de la Fuerza Aérea de Somoza. Cuando yo egresé de oficial en Chile ya eran piezas de museo, pero allá todavía volaban.

–¿Le tocó combatir?
–El ’80 comenzaron las primeras escaramuzas. Los “contras” contaban con la ayuda de Estados Unidos para transformarse en una gran fuerza. Yo participé en todas las campañas hasta el ’85, cuando me retiré y comenzó el proceso de paz con mediación internacional.

–¿Muchos recuerdos?
–Imagínate. Para alguien con vocación que había estudiado para piloto de guerra era bueno estar en una de verdad. Aunque no tenía nada que ver con estas cosas idealistas de las películas. Era algo muy duro, muy violento y, además, muy precario. Era una guerra casi artesanal contra fuerzas que tenían un tremendo presupuesto.

–¿Es cierto que desde los aviones tiraban lo que tuvieran a mano, hasta balones de gas?
Ja. Inventábamos bombas. Sacábamos repuestos de aviones que estaban en museos, de ahí buscábamos algún fierro que nos sirviera. Era muy curioso, muy interesante.

–¿Cuál era su nombre de combate?
–ñancú, que significa águila en mapudungún. Traté de usarlo en Nicaragua, pero se producía un enredo fonético [ríe]. Además, los micrófonos sonaban más o menos, así que terminé usando otros nombres más locales.
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