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La dialéctica de los puños y los cuchillos

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Con razón Durkheim, al estudiar la sociedad capitalista, describía el fenómeno de la anomia – sociedad carente de normas. Me temo que algo de esta problemática nos esté ocurriendo en Chile: la única forma de “ser normal” es enriquecerse lo más pronto posible y,  quienes son desplazados por el mercado, busquen formas delictuales de sobrevivir. Esta es la raíz del sistema de terror que quieren transmitirnos tanta los medios de comunicación y la derecha política. Mientras la educación sea una mierda o un negocio redondo para los audaces, es difícil que podamos enfrentar, correctamente, el origen de esta verdadera pandemia.

El racismo y el clasismo, en Chile, no es un fenómeno nuevo: a comienzos del siglo XX, Nicolás Palacios, influenciado por Gobineau, escribió La raza chilena, obra en la cual manifiesta el desprecio hacia la inmigración latina: españoles, italianos, peruanos, bolivianos, y otros, eran “seres indeseables”. Los chilenos constituyen una curiosa mezcla entre rubios góticos y mapuches; con razón, Miguel de Unamuno no podía entender que hubiese lectores de tan peregrinas ideas. Francisco Antonio Encina, el rey de los copiones, basó su concepción de los mapuches en los ideales racistas de Nicolás Palacios; desafortunadamente, este autor tuvo mucha influencia en el ethos nacional.

Como Chile siempre ha sido original, nuestros nazis escribían el nombre de su partido con C en vez de Z; admiraban a Mussolini, a Hitler y, también, al autoritarismo de Diego Portales y de Manuel Montt. Su líder era Jorge González Von Marés y gozaba de la misma adoración de sus prosélitos que el propio Führer o el Duce. Las milicias nazis invadían las calles del centro y atacaban a los socialistas; en una de estas ratonadas murió asesinado el  socialista  Barreto.

A la derecha le gustaba el fascismo-nazismo como fuerza de choque contra el comunismo, pero Arturo Alessandri tenía a las famosas milicias republicanas, creadas para evitar los golpes militares y, que poco a poco, se fueron transformando en ultraderechistas. Carlos Ibáñez, enemigo secular del León, era el candidato presidencial del nazismo chileno, en 1938. Jorge González Von Marés andaba con pistola, en el Congreso, del cual formaba parte, como diputado; se hizo famoso por disparar algunos tiros al aire mientras el León de Tarapacá leía su mensaje ante el Cuerpo Diplomático, el 21 de mayo.

El día antes del 5 de septiembre de 1938, los ibañistas mostraron una enorme fuerza de movilización de masas; González Von Marés preparó un golpe de Estado, que derrocara a Alessandri; los estudiantes se tomaron la Universidad de Chile, pero fueron reprimidos, violentamente, por los carabineros y conducidos al edificio de Seguro Obrero, siendo masacrados por la policía; sólo se salvó un estudiante quien pudo contar la brutalidad del procedimiento policial.

Aún no se ha estudiado, seriamente, el apoyo de los alemanes del sur del país, y de parte de la derecha chilena, a las potencias del Este, lo que no evitó que, posteriormente, en forma muy oportunista, los reaccionarios chilenos celebraran la liberación de París.

El fascismo a la española contó, en Chile, con muchos admiradores que, hasta ahora, perduran: hacia los años 50, Jorge Prat, ministro de Ibáñez, fundó la revista Estanqueros, que aglutinó a un grupo de seguidores del fascismo y del autoritarismo portaliano; uno de sus ideólogos es el famoso historiador hispanista, Jaime Eyzaguirre.

En los años 70, este sector nacionalista de la derecha domina el partido llamado Nacional, desplazando a los pocos líderes republicanos de ese sector, como Hugo Zepeda e, incluso, Francisco Bulnes. El ideario de Sergio Onofre Jarpa  constituye una especie de fascismo-franquismo a la chilena, que hizo de las suyas en la larga y sangrienta y criminal dictadura de Daniel López Pinochet, ignominiosamente protegido por algunos líderes de la Concertación.

Es cierto que los actuales neonazis hacen una mezcla confusa de las obras de estos ideólogos de la “matraca y el cuchillo”, al cual se agrega el famoso Miguel Serrano que fue, además, embajador de Chile en la India, bajo gobiernos democráticos. ¡Oh bendita tierra que hasta los nazis aspiran a pitutos estatales!. Cuentan que una vez que triunfó Pedro Aguirre Cerda, Jorge González Von Marés, que terminó siendo un diputado liberal, pidió algunos cargos en el gobierno del Frente Popular, para sus prosélitos.

No creo que, so pretexto de no perseguir ideologías, el gobierno deba cruzarse de brazos frente a la proliferación de grupos neofascistas y violentistas. Aun cuando la historia sirve para muy poco, no debemos olvidar que los nazis alemanes eran un pequeño grupo operático, dirigido por un ex cabo y pintor frustrado que, por la complacencia de los partidos democráticos, se transformó en dueño absoluto del poder, y que Francisco Franco no quedó atrás, en sus oscuros comienzos, como militarote cobarde, beato, conservador, dubitativo, traicionero que, haciéndose el leso, logró apropiarse de la Falange y transformarse en el caudillo de España; algo parecido ocurrió con Daniel López, que todos consideraban leal, pero tontazo, transformándose en el genio de la traición. Por estas razones, es preciso tener cuidado con el racismo homofóbico, que se introduce en las “cabezas rapadas” de estos sectores minoritarios de jóvenes; en el fondo, siempre hay algo de esta sociedad chilena anómica en la raíz y surgimiento de estas incipientes “tribus urbanas”.

No me parece que el Estado chileno pueda aceptar que miembros del ejército – activos o en retiro – eduquen militarmente a los grupos neofascistas. Ha llegado el momento de acabar con los restos de la CNI y de la DINA y atreverse, de una vez por todas, a condenar la tiranía fascista de Augusto Pinochet como un período abyecto de nuestra historia que, por ningún motivo, puede repetirse. Por cierto que de algunos líderes de la Concertación, convertidos en apologistas del tirano, poco se puede esperar, pero mucho puede hacerse desde la sociedad civil.
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