Barack Obama y Hillary Clinton: el carisma no se hereda
por Rafael Luis Gumucio Rivas, el Viejo (Chile)
8 años atrás 6 min lectura
10/11/2016
La campaña presidencial de Barack Obama es un ejemplo de una acabada performance de lo que debe ser el camino para acceder a la primera magistratura: “el sí se puede”, eslogan repetido hasta la saciedad fue capaz de dar una imagen de futuro de lo que podríamos llamar “horizontes de esperanza”, que aglutinó, no sólo a la juventud, sino también a las minorías afroamericanas y latinas, incluso, inmigrantes de otros países del mundo. En plena crisis económica, con un país devastado por la crisis suprime, Obama aparecía como una reencarnación de F. D. Roosevelt al plantear un “nuevo trato” a la sociedad norteamericana. A este nuevo programa de gobierno había que agregar el hecho simbólico de ser el primer Presidente afroamericana de Estados Unidos. Las reiteradas acusaciones sobre la nacionalidad de Obama, por parte de los republicanos, no tuvieron mayor acogida en la opinión pública, ávida de cambios y de caras nuevas en la política.
La campaña de Hillary Clinton, por oposición a la de Obama, podemos definirla como un ejemplo clásico de una mala performance de una campaña presidencial, pues siempre fue conducida por la habilidad mediática de su rival, quien la llevó, en todas las apariciones públicas, a representar el papel de la “eliminada por convivencia”. Donald Trump logró implantar en el imaginario popular la imagen de Clinton como la imagen de la quinta esencia de la casta política en el poder, y deslizó que era una delincuente y corrupta, cuyo lugar para ella era la cárcel. El lenguaje procaz y violento, en lugar de perjudicar a Trump, personaje xenófobo, racista, mitómano, prepotente y anti-político, lo favoreció con su propio electorado – hombres, mujeres, religiosos fanáticos, pobres, obreros, campesinos y provincianos, en su mayoría blancos – que sentía estas brutalidades proferidas en televisión y de otros medios de comunicación propias de un hombre sincero, y a Hillary Clinton, como la esencia de la mentira – ¿Adán versus Eva en el paraíso, en que la mujer era percibida como fuente del pecado y la perfidia? -.
Si queremos entender a parte del electorado de Donald Trump, entre ellos fanáticos protestantes y los analfabetos políticos y con instrucción educacional mínima, habría que recurrir al lenguaje apocalíptico, discriminador y violento del pastor Soto, que se hizo conocido a través de un programa de Vigilantes, transmitido por La Red, o la mentalidad de los fascistas pobres, dominados por los pequeños temores, en especial el miedo a la libertad, que tan bien describiera Eric From, cuyo refugio se limita a la coerción y el orden.
La mayoría de estos ciudadanos son partidarios de la pena de muerte y del “ojo por ojo y diente por diente, de ahí la fervora adhesión a la cuarta enmienda a la Constitución norteamericana, defendida, claro está, por Donald Trump.
La candidata Hillary Clinton fue incapaz de atraer a la generación milenio, que fue encantada por el carisma del candidato socialista – a la americana – Bernie Sanders quien, en pocos meses de campaña y, prácticamente, sin dinero, supo motivar con su discurso a un electorado nuevo, especialmente jóvenes que veían en él la posibilidad de superar el dominio de la casta política corrompida.
Que Bernie Sanders era mejor candidato que Hillary Clinton no cabe la menor duda y, a la mejor, hubiera salvado al Partido Demócrata de la debacle, pero los “por si acaso” no sirven para nada en la historia, pues Clinton era dueña de la máquina política y no podía ceder el lugar a un advenedizo y carismático candidato, que postulaba a un liberalismo, en términos norteamericanos muy cercano a la socialdemocracia.
En la ciencia política no existen leyes rígidas y verificables, pero sí algunas constantes: por ejemplo, el capital político de un ex Presidente no es endosable per se a su sucesor de su misma tendencia política, es decir, por muy monárquico que sea el presidencialismo de un país, no rigen las leyes de la herencia, pues el carisma – VG, de Obama y su mujer – no se puede traspasar a la poco atractiva Hillary Clinton. (Algo similar ocurrió en Chile con Michelle Bachelet, en 2009, respecto al silente Eduardo Frei Ruiz-Tagle).
El triunfo de Donald Trump, por rotundo que haya sido en electores, no así en voto popular, que lo ganó Hillary Clinton, no quiebra el sistema político:
Los padres fundadores pensaron el sistema político con una serie de controles y balances de tal manera que pudieran evitar que, en un momento dado, un candidato cesarista se apropiara de todo el poder. Este era el legado que los fundadores de Estados Unidos traían de la guerra de independencia. El problema se produce cuando estos controles y balances dejan de existir, cuando un partido político se apropia de las instituciones fundamentales, es decir, la presidencia de la república, la cámara de representantes, el senado y también la corte suprema de justicia. Un escenario parecido ocurrió durante los gobiernos de Roosevelt, quien forzó a la Corte Suprema en un momento histórico en que los autoritarismos estaban de moda.
En las elecciones de noviembre de 2016 se da una situación similar: el Partido Republicano es dueño de la presidencia del país, con Trump, en el senado tiene 51 miembros, contra 48 del Partido Demócrata, más el vicepresidente; en la Cámara de Representantes, 339, diputados, contra 193 demócratas; en la Corte Suprema, el Presidente electo tiene el poder de designar un miembro más, que le daría mayoría, es decir, cuenta con todo el poder.
A diferencia del parlamentarismo, en el presidencialismo no existe disciplina de voto, y es posible que los conflictos entre Trump y la élite republicana sirvan de contrapeso a la posibilidad de poderes dictatoriales del electo Presidente de la República, sin embargo, no hay que excluir la posibilidad de un acuerdo cuando la tentación absolutista del poder sobrepasa los conflictos y las diferencias.
La mayoría en la Corte Suprema, con el nombramiento de un miembro conservador, podría terminar por la imposición de las concepciones más reaccionarias en los temas que en Chile llaman “valóricos” erróneamente, como son el matrimonio entre personas del mismo sexo, la posibilidad de adopción, el aborto, como también la pena de muerte en algunos Estados y la posesión de armas.
Es muy temprano para visualizar cuál será el desarrollo y evolución de la crisis de Partidos políticos, como también en qué grado Donald Trump responderá con las medidas concretas anunciadas en los discursos de la campaña presidencial. Me parece muy iluso creer que habrá un Trump, misógino, racista, narcisista y prepotente como candidato y, ahora, una vez electo Presidente, convertido en un estadista dialogante, como una especie de reencarnación de los ideales de Abraham Lincoln.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
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