El Premio Nobel de la Paz para el Presidente Juan Manuel Santos
por Rafael Luis Gumucio Rivas, el Viejo (Chile)
8 años atrás 5 min lectura
En general, los Premios Nobel están bastante desprestigiados: por ejemplo, en Literatura lo han obtenido autores bastante mediocres, entre ellos Benito Pérez Galdós y otros de este mismo estilo, pero también lo obtuvo alguien tan brillante como Albert Camus, Gabriel García Márquez, Pablo Neruda, Gabriela Mistral, entre otros grandes escritores; en el caso del pensador francés, Jean Paul Sartre, quien se negó a aceptar este galardón por considerarlo manipulado políticamente, lo cual no está lejos de la verdad, pues es la presión de los distintos gobiernos para que le sea adjudicado el Premio.
En cuanto al Premio Nobel de la Paz, lo han logrado personajes tan contrarios a la paz, como el Secretario de Estado Norteamericano Henry Kissinger, un fascista e instigador de golpes de Estado en América Latina; en el año 2009 le fue concedido al Presidente Barack Obama, al poco tiempo de haber sido elegido Presidente de Estados Unidos. En la otra vereda, se les ha otorgado a personajes tan valiosos como Martin Luther King, Adolfo Pérez Esquivel, Rigoberta Menchú y Desmond Totu y, ahora, el promotor de la Paz en Colombia, el Presidente Juan Manuel Santos.
Las reacciones a la adjudicación de este Premio, como era de esperar, han sido muy disímiles: Ingrid Betancourt, raptada por las FARC en febrero de 2002 y liberada en julio de 2008 plantea, a mi modo ver, muy justamente, que el Premio Nobel debería haber sido otorgado junto con Santos, a las FARC-EP, representadas por Rodrigo Londoño, como jefe de esta organización.
Aun cuando el Premio Nobel de la Paz esté, en cierta medida, desprestigiado, no cabe duda de que en el caso del Presidente Santos es merecido con creces, además de ser muy útil para afirmar el proceso de paz, que es cuestionado y puesto en peligro por el triunfo del NO en el reciente plebiscito del 2 de octubre y, sobre todo, por la ofensiva del uribismo paramilitar.
El Presidente Juan Manuel Santos es un hombre de derecha – en Chile sería como un militante, por ejemplo, de Renovación Nacional o bien, del ala conservadora de la Democracia Cristiana -, pertenece a la familia de “todos” Santos, dueña del diario El Tiempo, una especie de El Mercurio colombiano. Su rival, El Espectador, donde también escribía García Márquez, desapareció luego de una serie de atentados, perpetrados por el narcotráfico. Aún está vigente el diario El Siglo, del Partido Conservador, con muy pocos lectores que siguen al ex Presidente Andrés Pastrana, uno de los líderes del NO a la Paz.
Las comparaciones del triunfo del NO en el plebiscito Colombiano con el BREXIT no tienen mucha validez desde el punto de vista del análisis político, salvo el caso de que los electores votan, a menudo, por opciones que perjudican a su propio país. El caso colombiano es bastante complejo: durante cincuenta y dos años la sociedad estuvo traspasada por el narcotráfico, el conflicto armado de varios grupos guerrilleros contra los sucesivos gobiernos y, dentro de este mismo período, la formación de grupos paramilitares, organizados por la ultraderecha, quienes asesinaban o desterraban a destajo a campesinos. Durante gran parte de este lapso el poder político en Colombia se repartió entre liberales y conservadores y también entre jefes de bandas y sus delfines. En la toma del Palacio de Justicia, llevada a cabo por miembros del grupo armado M-19 – formado a raíz de la venta, por parte del candidato Gustavo Rojas Pinilla, ex dictador, del triunfo electoral para sumar votos al candidato Misael Pastrana Borrero, quien se convirtió en Presidente de la República -. Un papel importante jugó, según algunos analistas, el narcotraficante Pablo Escobar Gaviria quien, incluso, ocupó un cargo parlamentario, además de innumerables actividades políticas para ejercer presión sobre la inconveniencia de la extradición de narcotraficantes a estados Unidos.
El camino de la Paz en Colombia se torna difícil: el primer problema radica en que el debate se está centrando en un diálogo entre el senador Álvaro Uribe y el Presidente Juan Manuel Santos que, según mi opinión va a tener muy poca salida, pues las condiciones del paramilitar Uribe son inaceptables, por ejemplo, llevar a prisión a los líderes de las FARC o bien, someterlos a la justicia ordinaria y no la especial, consignada en el Acuerdo de Paz, hoy desahuciado por el triunfo del NO.
No se podría aceptar tampoco la supresión de los 10 cargos en el Parlamento, una condición sine qua non para la integración de los miembros de las FARC como fuerza política dentro del juego democrático.
La actitud de las FARC, hasta el momento, ha sido muy positiva, pues mantienen el compromiso del diálogo de la palabra y no el de las armas, según palabras de Rodrigo Londoño.
Por su parte, el Ejército de Liberación Nacional, (ELN) – una agrupación de tendencia maoísta, a la cual perteneció el sacerdote Camilo Torres Restrepo, y aún cuenta entre sus miembros a algunos curas – ha iniciado conversaciones con delegados del gobierno para iniciar un proceso de paz.
Lograr el éxito, a corto plazo no será fácil, sin embargo, a pesar de los posibles retrocesos la paz es un imperativo categórico para superar el holocausto en Colombia.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
08/10/2016
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