Catorce contra dos: una goleada con más justificaciones que responsables
por Rafael Luis Gumucio Rivas, padre (Chile)
9 años atrás 5 min lectura
La voz del pueblo no siempre es la voz de Dios, pues si la siguiéramos, por ejemplo, se hubiera reinstalado la muerte en Chile. Aun cuando más del 85% de los ciudadanos chilenos siguen a los ridículos chauvinistas – entre ellos algunos parlamentarios -, para mí el nacionalismo es la antesala del fascismo, en consecuencia, en este caso del fallo de la Corte Internacional de La Haya, orgullosamente me declaro “enemigo del pueblo” – en un parangón con la obra de Ibsen – así me sumé a la minoría, que busca una salida al conflicto con Bolivia por medio del diálogo, en que ambos países salen gananciosos.
¡Cuántos hospitales y médicos especialistas se podrían haber contratado el Estado de Chile con el dinero gastado para pagar a los jueces, abogados, viajes, viáticos, y otros, a unos ridículos jueces de peluca, babero y anticuados trajes negros!
El fallo de hoy era previsible, pues lo lógico era que los jueces no se declararan incompetentes – como lo pretendía la deficiente defensa de Chile – y quisieran ir al fondo del asunto.
Un mínimo de sentido común nos permite entender que las autoridades de los países deben dialogar entre ellos, llegar a acuerdos e, incluso, llegado el caso, cambiar artículos o capítulos de los Tratados celebrados anteriormente, previos a un mutuo acuerdo. La intangibilidad de los Tratados no equivale a la Biblia, al Talmud o al Corán.
En las dos últimas ocasiones en que Chile fue demanda, primero por Perú y, recientemente, por Bolivia, llevó a cabo la misma errada estrategia: basarse en Tratados y Acuerdos al pie de la letra, cual fanáticos fariseos de la antigüedad. En ambos casos los jueces de babero nos pasaron por manteca – en este último fallo ni siquiera hubo mención al Tratado de 1904, anterior al pacto de Bogotá, (194), que no figuraba en la demanda boliviana, pero que Chile lo invocó para pretender instalar la inhabilidad del Tribunal de la Haya -.
La política de nuestra Cancillería respecto a nuestros vecinos sigue siendo un verdadero desastre: los diplomáticos están formados por La Academia, pues sólo se limitan a leer a Encina, a Eyzaguirre, a Ríos Gallardo, a Vial, y otros historiadores conservadores, con una visión muy leguleya de los asuntos limítrofes y de las relaciones con nuestros vecinos. Por ejemplo, para Encina, el latino americanismo no es más que un “quijotismo ridículo y funesto”; con estas y otras ideas nacionalistas no podemos extrañarnos el que los países de la región nos consideren los ciudadanos más desagradables autosuficientes del continente – más de uno nos ha comparado con los argentinos, pero mal vestidos -.
La ética de la responsabilidad (Weber) es algo que no existe en nuestro medio – aquí nadie renuncia a sus cargos aun cuando hayan cometido toda clase de tropelías – en consecuencia, no se puede esperar que el Canciller y los Agentes en La haya reconozcan sus errores y aprendan de ellos, así, sólo podemos conformarnos con las brillantes exposiciones geográficas de Profesor Ricardo Lagos.
¿Soportará Chile por más tiempo seguir botando dinero para cubrir los gastos de estos inútiles jueces del Tribunal de la Haya? ¿Seguiremos siendo tan insensatos al seguir creyendo que ese Tribunal falla en derecho y no políticamente? (Como si el derecho pudiera aislarse del contexto histórico, como si las leyes fueran intemporales). ¿Reconoceremos que Bolivia tuvo mejor estrategia que Chile y que supo ganarse los corazones y la mente de los gobernantes y pueblos del mundo, y que mientras Bolivia crece a un 5% y con una inflación de un 3%, Chile crece apenas un 2,5% y con una inflación de 4,5%?
Pase lo que pase, de todas maneras vamos a tener que sentarnos a la mesa y dialogar con Bolivia, y lo que hay que elegir es la mejor estrategia para hacerlo para que los dos países salgan favorecidos. A mi modo de ver, el camino es abrir un diálogo tripartito, basado en dos modelos posibles: el famoso Acuerdo de 1950 entre Ostria Gutiérrez-Walker Larraín (don Horacio), o el camino propuesto en Charaña, propuesto por Augusto Pinochet-Hugo Bánzer. En ambos casos Chile salía ganando por las compensaciones que Bolivia le concedería a Chile, por sólo una franja de territorio yermo, de siete kilómetros de acho. Veamos: en 1950, la compensación era nada menos que las aguas del lago Titicaca, cuyo escurrir hubiera permitido dotar de energía hidroeléctrica a las empresas mineras del cobre, disminuyendo el gasto para extraerlo que permitiría aun al precio de 2.5 dólares la libra contar con un excedente considerable, que podría habernos sacado de nuestras estrecheces fiscales; En este Acuerdo Perú se opuso argumentando que las aguas del Titicaca eran de administración conjunta Perú-Bolivia. El Acuerdo de Charaña, (1975), no alcanzó a definir las compensaciones pues Perú, muy hábilmente, recurrió al Tratado de Lima, (1929), por el cual se exigía el acuerdo de Chile y Perú para ceder cualquier parte del territorio comprendido en dicho Tratado; Perú propuso una administración tripartita desde Arica a La línea de la Concordia.
En la actual, Chile importa el gas natural de Tailandia, lo que implica gastos muy elevados, mientras que si lo compráramos a Bolivia saldría más barato y nos aseguraría una integración económica y humana en la zona norte.
¿Cuándo aprenderemos a ser un país de gente civilizada, culta, respetuosa, menos racista, menos clasista, menos chauvinista, menos abusivo, más humano, más tolerante, más solidario, más la patria soñada por Bilbao y menos la tierra de los mercaderes portalianos?
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
24/09/2015
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