De Gaza a Irán. Cuando las democracias empujan a la guerra
por Alain Cresh y Sarra Grira (Francia)
1 día atrás 5 min lectura
27 de junio de 2025
El último round del presuntamente inexorable “choque de civilizaciones”, entre la “civilización judeocristiana” y el mundo islámico, se jugaría con el salto a la palestra de Estados Unidos para apoyar el ataque de Israel contra Irán. Desde luego, nos explican, Tel Aviv también dispone de la bomba atómica y de un programa nuclear que jamás ha sido controlado por el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA). Pero, observe, al contrario de la República Islámica, Israel es una democracia, y además, occidental –disculpen el pleonasmo–. Y este postulado –que ni siquiera tiene en cuenta el hecho de que se trata de un Estado de apartheid, donde la desigualdad entre los ciudadanos está inscrita en las leyes fundamentales– resulta suficiente para blanquear a Israel de cualquier violación del derecho internacional. Israel, en efecto, actúa en nombre de la democracia y del Bien, no en nombre de una ideología islamista como la de Irán.
Como recordaba el politólogo Bertrand Badie en el estudio del canal de televisión France 24 la noche del comienzo de la agresión israelí,
“el único país que utilizó el arma atómica en la historia era una democracia”.
Eso es una prueba, si fuera necesario, de que esa forma de gobierno, por más virtuosa que sea, no inmuniza contra la barbarie. Basta con ver el caos en el que Israel ha hundido a la región para preguntarse: ¿Qué países representan hoy verdaderamente una amenaza para Oriente Próximo, o incluso para el resto del mundo? ¿Y quién puede creer que Benjamín Netanyahu, inculpado por la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad no utilizará la bomba atómica para “defenderse”?
Desde hace 20 meses, Irán da muestras de moderación en su reacción a las operaciones israelíes, con el objetivo de evitar una guerra regional, a costa de abandonar a uno de sus principales brazos armados, Hezbolá. Lo mismo ocurrió en abril de 2024, cuando su misión diplomática y consular fue bombardeada por Israel en Damasco: Teherán respondió, casi para mantener las apariencias, por el envío anunciado de 200 drones y un centenar de misiles que causaron sobre todo daños materiales, al tiempo que indicó claramente que quería evitar una guerra total con Israel, y por lo tanto con Estados Unidos. Con Washington, a pesar del precedente de 2018, cuando el propio Donald Trump se retiró del acuerdo de 2015 sobre el programa nuclear e intensificó las sanciones económicas, la República Islámica aceptó volver a la mesa de negociación y demostró buena voluntad para llegar a un acuerdo. Cuando estaba negociando con Washington y los europeos, Irán fue bombardeado, lo que no impidió que los occidentales le solicitaran regresar a mesa de negociaciones, que Irán jamás abandonó. Que conste. Irónicamente, fue Irán el que señaló la violación por parte de Washington del derecho internacional y de la carta de las Naciones Unidas.
En este momento en que, luego de las tergiversaciones mediáticas de Donald Trump, Estados Unidos participa oficialmente en esta guerra del lado de Israel, algo resulta obvio: todos los regímenes autoritarios de la región, de Teherán a Riad, aspiran a la estabilidad y condenan las masacres y los ataques israelíes de Gaza hasta Irán, pasando por Líbano y Siria. Y su inquietud aumenta ante un Oriente Próximo dominado por un Israel seguro de sí mismo y dominante, que perdió todo sentido de la mesura.
Las democracias occidentales y la Unión Europea, por su parte, apoyan el genocidio en curso en Gaza, a pesar de las declaraciones conciliadoras de algunos, y se niegan a dictar sanciones contra su autor. El abismo en el que Israel sumió a la región aumenta cada vez más la disonancia entre los valores que proclama y sus políticas.
La verdadera barbarie
Justificar la apertura de un nuevo frente israelí invocando el principio de guerra preventiva, apoyarlo militar (Estados Unidos) y políticamente (Francia y, más en general, la Unión Europea), mientras contribuyen a la invisibilización del genocidio en curso en Gaza y rechazan cualquier medida como sanción contra un Estado, esa es la verdadera barbarie, que no es fruto del “régimen de los mulás”, sino de las democracias occidentales.
Occidente tiene poca memoria. En vísperas de la guerra de Irak de 2003, las autoridades estadounidenses anunciaban que sus soldados serían recibidos con flores, y los mismos intelectuales franceses que actualmente apoyan a Donald Trump e Israel prometen un futuro color de rosas. Resultado: una guerra interminable, la destrucción del Estado iraquí y centenares de miles de víctimas.
Como escribió el historiador de las ideas Tzvetan Todorov, que hace 20 años denunció las guerras de cambio de régimen en Oriente Próximo en nombre del “mesianismo del Bien”:
Es hora de que cambiemos de visión: la “comunidad internacional” ya no se reduce al bloque occidental, atrás quedó la era de la hegemonía universal de un solo grupo de países. Jugar a ser el gendarme del mundo no es ni posible ni deseable; un equilibrio multipolar, aunque no sea una panacea, ofrece mejores perspectivas. La intervención militar siempre provoca víctimas y daños incontables […]. Erradicar el mal de la superficie de la tierra es un objetivo inalcanzable, contentémonos con estar listos para repeler cualquier agresión. El genocidio de nuestros vecinos puede justificar una excepción a esa regla; lamentablemente, no hemos intervenido durante los últimos genocidios, ni en Camboya ni en Ruanda, mientras que hemos invocado falsos genocidios para justificar nuestras intervenciones en otras partes .
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