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El pensamiento fruncido

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Con la bizquera intelectual que lo caracteriza, Juan Cruz ha escrito un sesudo artículo en el Domingo de EL PAÍS acusando a los españoles de andar con el ceño fruncido. Habla del perro de Goya y de la pregunta que le hizo Samir Nair a propósito de ese ceño y de cómo se respondió él solito: “[Los españoles] se enfurecen porque han optado por no creer en los argumentos ajenos y los desprecian.”

Después de la que ha caído el último año (por no decir el último lustro), hay que ser muy ciego o empecinadamente ciego para no ver por qué los españoles andan con el ceño fruncido. Como conductores ebrios de la superestructura de un Estado enfermo y maltrecho heredado de la crisis de Lehman, son los partidos en el poder los responsables de ese rasgo de la expresión de los españoles. Los partidos políticos, esas organizaciones de las que el pueblo y sus intelectuales se dotaron hace doscientos años para dar cobijo a las ideas que cambiarían el mundo, impulsados por los tres ideales famosos de la famosa revolución. Los partidos, esas empresas mastodónticas de la democracia moderna que, una vez amputados sus vínculos con sus votantes, copian al dedillo el modus operandi de la empresa privada, que sólo busca sus propios réditos. Los partidos, que han amparado durante años a los desalmados que ellos mismos han nombrado en los altos cargos, administradores de las arcas públicas, que se enriquecen y enriquecen a los suyos. No hay ya ni el más mínimo resquicio de moral en esos hombres que quieren aparecer como impolutos hasta el día en que se dicta sentencia o se les impone millonarias fianzas. Quieren hacernos creer que ellos son inocentes, y que el funcionamiento de la justicia, empezando por los jueces, es una farsa.

Son los partidos políticos los que desprestigian y desprecian al contrario, sí es verdad.  Es el desprecio que vemos en nuestros telediarios, cuyas largas secuencias de las sesiones de la Cámara de diputados nos enseñan lo bien que se entienden sus señorías, la razonable dialéctica de sus alegatos, sin faltar jamás a la verdad, sin construir jamás ficciones alevosas sobre hechos ya sobradamente probados. Son esos partidos que no apartan de sus filas a quienes contribuyen a descomponer el sistema con sus corruptelas. Al contrario, practican la huída hacia adelante hurgando en el ojo de sus adversarios. Son ellos, en suma, y volviendo la tela del envés, los que dan verdaderas lecciones de intolerancia.

Son estos partidos políticos los que han llevado sus países a la ruina, haciendo de la política un negocio personal y dando la espalda a los que algún día pusieron en ellos sus esperanzas. Si el español anda con el ceño fruncido, deje usted de lado al perro de Goya, señor Cruz, porque ese ceño se debe al cinismo y oportunismo de los partidos, de los que sí estamos hartos. Usted, como los partidos, nos querrá hacer creer que somos unos “maleducados”, según Felipe González, y que hacemos el país ingobernable con nuestras rencillas. No, señor Cruz, no se equivoque, son esos mismos partidos los que nos han traído hasta aquí, queriendo que los veamos como nuestros salvadores, mientras con la otra mano dan de beber a raudales a los sedientos banqueros. Suyas han sido las opciones políticas y económicas de los últimos años, de ellos ha sido el poder, la capacidad de negociación, de ellos debería haber sido la inteligencia para saber cómo reaccionar ante la avalancha de la crisis, a saber, redistribuyendo la riqueza o concentrándola. Ellos son los que tejen nocturnas alianzas para cambiar la constitución sin atreverse a consultar ni siquiera a quienes los eligieron. Ellos son los que recortan el bienestar, la educación y la salud, los que permiten que el dinero eche a la calle a cientos de miles de personas. Ellos son los que se gastan nuestro dinero en costosas campañas para intentar lavar la imagen que han ensuciado durante los cuatro años precedentes. Y vaya si lo logran, porque vuelven a salir elegidos, una y otra vez, lo cual dice algo de la ingenuidad de algunos, pero sobre todo habla de la capacidad mediática al servicio de los emporios políticos para conseguir ese lavado de imagen. Vuelven, año a año a presentarse como la alternativa única, “[despreciando] los argumentos ajenos”. En el sistema que han concebido, los partidos quieren ser los tutores ad eternum de la política, para lo cual deben prolongar ad eternum la infantilidad de sus pueblos, su falta de entrenamiento (¿González dixit?) o de republicanismo. Palabrotas malsonantes. Empiecen los partidos por hablar de las virtudes elementales que deben regir su existencia, a saber la honestidad, la integridad, la flexibilidad dialéctica, la vocación pública y la transparencia, y ya verá usted, señor Cruz como al español se le borra el ceño. Andan los partidos tan fatuos que, además de echarles a los españoles la culpa del despilfarro, ahora les quieren echar la culpa de lo mal que está el ánimo del cesante, mientras ellos se han lucrado a manos llenas durante años.

Autodisuélvanse los partidos y verá usted, señor Cruz, que los españoles pasamos del ceño fruncido a la sonrisa más amable.

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