La Cumbre de las Américas tendrá lugar el próximo 14 y 15 de abril en Cartagena de Indias, Colombia. El presidente Santos ha anunciado en La Habana que, infortunadamente, no ha logrado el “consenso” necesario para cursar una invitación formal al gobierno cubano a este encuentro. El mentado “consenso” se refiere, desde luego, a la oposición del gobierno de los Estados Unidos a la participación cubana en la Cumbre, argumentando que no es un régimen democrático. Los países del ALBA han manifestado su protesta ante el veto norteamericano a la presencia cubana. El presidente ecuatoriano, Rafael Correa, ha llegado a plantear, incluso, que los países del ALBA no debieran asistir.
Es lamentable que el gobierno de Obama persista en mantener una política tan extemporánea como discriminatoria hacia Cuba que se remonta al escenario – más que superado – de la Guerra Fría. No es admisible en pleno siglo XXI, que un pueblo latinoamericano sea excluido de los foros regionales, bajo ningún pretexto. El bloqueo y la exclusión, hoy en día, solo aumentan el desprestigio de la Casa Blanca en nuestra región, poniendo en evidencia la injerencia de Washington en nuestros asuntos políticos. Ningún latinoamericano puede alegrarse de una Cuba ausente.
Después de medio siglo, el gobierno de los Estados Unidos se niega a reconocer en Cuba a una nación latinoamericana soberana que como otros pueblos construye su historia, salpicada de luces y sombras. La pretensión de dictar recetas democráticas ya no se sostiene en el mundo de hoy. Tampoco parece sensato convertir a la OEA en la voz de Washington en América Latina. Resulta evidente que nuestra región reclama una nueva institucionalidad política y económica que afirme nuestra real integración, nuestra soberanía regional y nuestra dignidad en un mundo global.
La ausencia de Cuba de la próxima Cumbre de las Américas es más que un impasse diplomático previsible, es una herida en nuestro continente que no acaba de sanar. En el presente, como nunca antes, está surgiendo un fuerte sentimiento en las nuevas generaciones de latinoamericanos. Un sentimiento que ya enunciaron nuestros próceres y que han cantado nuestros poetas. Nuestra América comienza a balbucir lo que escribiera Martí…”Nuestra patria es una, empieza en el río grande, y va a parar en los montes fangosos de la Patagonia”.
– El autor es Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. ELAP. Universidad ARCIS
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