En una entrevista radial que le hice hace unos meses a Joao
Pedro Stédile, el líder de los Sin Tierra brasileños, él adhería con vehemencia
al "relato nuevo". Por un lado, desde hace una década, las reivindicaciones de
los pueblos originarios han ido confluyendo en la región con la defensa de la
soberanía medioambiental, y por el otro, esa soberanía sobre los recursos
naturales es uno de los más grandes desafíos al capitalismo globalizado.
Pensadores del Foro Social Mundial como Leonardo Boff o Boaventura de Sousa
Santos han coincidido en que la pelea será posible si la estrategia es
regional. La ecuación es sencilla: las corporaciones multinacionales que operan
sobre esos recursos, desgastándolos, avasallándolos, no pueden ser reguladas
por cada Estado individualmente, sino con parámetros comunes de defensa
regional. Tal es su fuerza y tal debe ser la que se les oponga, no para que
"desinviertan", que es el cuco que sobreviene cada vez que un Estado se planta
frente a la "iniciativa privada", sino para que las inversiones que lleguen y
los puestos de trabajo que creen encajen en el verosímil del desarrollo
sustentable.
Sustraerles a las corporaciones su carácter de impunidad
transnacional es casi una obligación de cualquier gobierno decente. La región
guarda en sí, además, recursos vitales como el agua, el petróleo, la Amazonia, el pulmón del
planeta y, obviamente, también la tierra, el territorio.
Los Sin Tierra brasileños son la organización social más
grande de América latina y una de las más antiguas. Hace 26 años que pelean ese
Gran Tema Latinoamericano: la tierra. Lo que estaba en el origen. La palabra no
sólo remite a los pueblos nativos, sino también a la acumulación originaria de
la que hablaba Marx. La tierra fue la materia de la acumulación originaria del
capitalismo latinoamericano. Nuestras elites hicieron su acumulación originaria
de hectáreas sobre el aplastamiento de esos pueblos.
Stédile -un economista marxista pero de raíz cristiana-
indicaba además que la defensa medioambiental había cambiado en los últimos
años la lucha de los Sin Tierra, tradicionalmente conocidos por sus tomas y
ocupaciones. Han peleado más de dos décadas por una reforma agraria que, tal
como la pensaban, ya no sirve. Los agronegocios y los monocultivos los llevan
del territorio a la política: "¿Para qué queremos pelear por tierras que
estarán muertas? Nuestra lucha hoy es por la tierra pero también contra los
agrotóxicos y el modo de producción a gran escala", decía Stédile.
En los ’90, el capitalismo terrateniente, responsable de la
cualidad "bananera", que tan bien combina mariachis con sangre, comenzó a ser
un capitalismo arrendatario que se entrega y marca tendencia económica para
abrirle paso a las corporaciones trasnacionales. Eso dejó atrás la vieja y
amable idea de la "ecología", para dar paso a otro ítem, de un entramado de
intereses muy profundo y difícil de desarmar. Hay vastos sectores en todos los
países del Cono Sur que han construido sus sistemas de supervivencia económica
en dependencia con esas corporaciones.
Si algo caracteriza esta era de decadencia neoliberal es su
doble faz, inhumana en sus dos caras: la tendencia a escindirse de la economía
real y fugarse hacia la especulación financiera sin patria ni bandera y, por
otro lado, la obstinación, el fanatismo por una producción a gran escala que
está destruyendo rápidamente el planeta. Los ’90 permitieron que todo aquello
que en materia de protección ambiental no puede hacerse ni en Estados Unidos ni
en Europa, viniera a hacerse a América latina. La corporación de capitales
norteamericanos y españoles que en 2009 fue sospechada de haber generado los
primeros brotes de gripe A, surgidos en el borde de una gigantesca laguna en la
que yacen miles de cadáveres de cerdos, había dejado de operar en Estados
Unidos después de tener que pagar multas millonarias. México la recibió con los
brazos abiertos: llegaba para "crear fuentes de trabajo". Entre otras cosas,
para eso existe el ALCA, un proyecto de puro vasallaje.
Desde hace cinco siglos los pueblos originarios reclaman sus
derechos sobre los recursos naturales. Que les fueron y les son salvajemente
arrebatados es algo fuera de duda. Lo que ha cambiado es el papel de los
pueblos originarios, y ese nuevo rol los coloca en otro lugar del paradigma:
son los antagonistas, ahora, no de los colonizadores españoles, sino los de las
corporaciones que vienen operando en la región sin los controles estatales que
sí rigen en sus países madre. Algo de esto ha tomado esta semana El Elegido, la
serie que produce y protagoniza Pablo Echarri.
En la
Argentina, las noticias crecientes sobre persecución a
poblaciones originarias en diferentes puntos del país suenan terribles pero
acompasadas con la integración económica y cultural a América latina. Ahora
tenemos estos problemas porque ahora somos latinoamericanos. En menos de un
año, se produjeron cuatro asesinatos de dirigentes indígenas en el norte
argentino. Quizá el más presente sea el del cacique diaguita Chocobar, cuyo
asesinato puede verse incluso en YouTube, y cuyo asesino fue identificado: está
vinculado con el terrorismo de Estado, pero la Justicia no hizo nada.
En ese marco se inscribe también la lucha de los qom (1) de La Primavera, en Formosa.
La incómoda presencia en Buenos Aires del líder comunitario Félix Díaz logró
llamar un poco la atención sobre un asesinato que es la punta del iceberg de
otros, pasados, presentes y futuros. Esa represión no fue tajantemente
condenada como otras. Cabe quedarse pensando si los qom o los mapuches o los
kollas son bien entendidos como argentinos. Ni más ni menos, otra clase de
argentinos. Probablemente no, aunque el último censo nos dará noticias de
ellos. Hay que rascar en el fondo de la olla del viejo paradigma para advertir
que si no se les abren a esos pueblos las puertas de esta nacionalidad, lo
nuevo tendrá rémoras de lo viejo.
Ahora resulta que a Mario Llambías (2) se le da por hacer evocaciones desopilantes
del Che Guevara, mientras sostiene que "los pueblos originarios ahora vienen y
quieren un pedazo de tierra".
Lo primero que salta a la vista es una victoria cultural.
Llambías no está habilitado hoy para hablar de "los indios". Algo se le
superpone en su propio lenguaje, y no le es propio.
Ha sido forjado desde hace años por decenas de pueblos
latinoamericanos, hartos de que "indio" no signifique nada ni ellos puedan
verse reflejados en esa palabra que connota entre otras cosas vago y
malentretenido. Claro que esos pueblos no "quieren un pedazo de tierra", sino
sus tierras, las que si ya no les pertenecen es porque hubo violencia estatal
en su contra. ¿Dónde se corta el pasado? ¿Quién decide hasta dónde se repara el
daño hecho? Son preguntas que más allá de la anécdota de un hombre llamado
Llambías, todos tendremos que hacernos.
* Fuente: Diario
Página 12
– Enviado a piensaChile por SERPAL Servicio de Prensa Alternativa
Notas de SERPAL:
(1) Mario
Llambías: Presidente de la asociación
patronal de grandes hacendados denominada Confederaciones Rurales Argentinas (
CRA ).
(2) Qom : población
que a la llegada de los españoles durante la Conquista, ocupaban el
Gran Chaco y regiones de Bolivia y Paraguay. Hoy se encuentran principalmente en el centro y
este de la provincia del Chaco, oeste de Formosa, y norte de Santa Fé en Argentina.
Se estima un total de 60.000 personas. Conocidos también como "tobas"
( nombre de raíz guaraní), la etnia quom fue una de las que mayor resistencia
opuso al intento de arrollar su cultura y a la usurpación de sus tierras por
los colonizadores y "blancos". En 1880 sufieron las campañas del
Ejército que les arrinconó en las zonas chqueñas más inhóspitas. Recientemente
se produjeron en el Chaco graves incidentes por la reivindicación de sus
derechos en los que se produjeron
muertos y heridos durante la represión policial.
22 de enero de 2011
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