Los terremotos y otras tragedias como la que sepultó a 33
mineros en el norte suelen provocar estados de alta conmoción social en que a
los chilenos nos parece descubrir identidad
y destino común cuando, en realidad, somos uno de los países de mayor contraste
cultural y abrupta estratificación. Como
se sabe, no somos una nación que comparta lo mismos hábitos, ritmos y sabores
tan propios de otros lugares del mundo, a pesar de las profundas distancias
socioeconómicas e, incluso, contrastes étnicos. Más que identificarnos, la
cotidianidad nos hace marcar diferencias entre
unos y otros por la forma de hablar y vivir. Seguramente en ello influye
nuestra larga y contrastada geografía y las muy disímiles actividades que se
realizan si se vive en el norte o el sur; en la Cordillera o en la
costa.
Nuestras grandes efemérides nacionales en lo que más
devienen siempre es en borracheras patrioteras y excesos catárticos que más
bien contradicen la idea de una genuina chilenidad. Carecemos de verdaderos hitos republicanos
como los que existen en otros países
muchas veces de más corta data que el nuestro. Cruzados como siempre por profundas
rivalidades, no reconocemos siquiera los mismos padres de la Patria, líderes políticos o intelectuales que, nos
gusten o no, nos han marcado rumbo a todos. Quizás en esto radique la causa se
aquel majadero recurso de reconocer las glorias de nuestro Ejército o Fuerzas
Armadas en las mismas fechas de nuestro Aniversario Patrio. Celebración que
abunda en marcialidad y despliegue bélico, pero que carece, de tanto contenido
como las propias fondas dieciocheras. Por sus uniformes prusianos, unas, como
por los bailes y vestimentas que siempre en las ramadas, por ejemplo, se imponen sobre los que atribuimos como
populares. Lo hemos repetido una y otra
vez: las grandes "glorias" castrenses son sólo esa seguidilla de masacres contra
nuestra propia nación y en las que se llegó al extremo de bombardear la sede del Palacio de Gobierno.
El terremoto, del maremoto y el rescate de los mineros le
han dado este año una magnífica oportunidad a quienes nos gobiernan de invocar
los nobles sentimientos del país y teñirlo de norte a sur con los colores de
nuestro pabellón. Toda una parafernalia comunicacional con las mismas
consecuencias habituales: provocar la
solidaridad que siempre exudan los más humildes, despertar a una que otra
conciencia dormida, pero confirmar también lo de siempre: la insensibilidad de
los que más tienen y su pertinaz afán de lucrar política o económicamente
incluso de estas desgracias.
Aunque sin éxito, es claro que las autoridades y los medios
de comunicación adictos se valieron de los acontecimientos de la mina San José
para ignorar la huelga de hambre y las demandas mapuche hasta que la presión
internacional, la acción del periodismo independiente, como el temor a un desenlace fatal hizo reaccionar
a los gobernantes y conceder un avenimiento que era francamente poco factible
en un gobierno de derecha, más aún cuando sus antecesores de la Concertación
desoyeron sistemáticamente el clamor de la Araucanía. Es
evidente que el Ejecutivo no podía llegar a un final feliz y glamoroso teniendo
pendiente un conflicto social y cultural de tanta envergadura. Por lo que
siempre habrá de reconocerse que los mapuche lograron avances en su lucha gracias a su pertinaz movilización y
coraje para resistir más de 80 días en huelga de hambre, pero también al
propósito oficial de que nada enturbiara la fiesta del Rescate.
La tragedia que sepultó a 33 mineros por más de dos meses
quedará inscrita entre los grandes hitos de nuestra historia, con la cualidad
de hacer concitado el interés de todo el país y del mundo. Todos los chilenos
podemos sentirnos orgullosos de la proeza de penetrar más de 500 metros de roca para
rescatar a los sepultados. En un esfuerzo que honra a nuestros ingenieros y
técnicos; que habla de lo mejor de nuestra condición humana y que, sin duda,
reconoce en las autoridades su enorme cuota de tenacidad para lograr el
cometido. En un logro que supera con creces nuestros modestísimos triunfos
deportivos o artísticos, por los que se acostumbra a volcar aspaviento y
jolgorio desmedidos.
No se puede ser mezquino con el Presidente Piñera y sus
colaboradores. Su desempeño ha sido notable en este caso y hay que reconocerlo
sin remilgos políticos. Sin embargo, ya estamos en presencia de extremos
mediáticos y aprovechamiento político que amenazan con la celebración colectiva
que merece este acontecimiento. No vaya a ser cosa que el abusivo marqueteo
conspire finalmente contra la popularidad alcanzada por el Presidente y algunos
de sus ministros. Lo que se explica de gran manera en su buen desempeño en este
particular episodio.
Nuestra esperanza más bien radica en la posibilidad que el
Gobierno se sensibilice con la situación de los mineros y trabajadores
explotados en todo el país y que todos los días corren riesgos y aflicciones
por la precariedad de sus ingresos y condiciones de trabajo, la voracidad de la clase patronal o la
indolencia de un Estado llamado a supervisar las tareas productivas, procurando
más equidad en un país tensionado y con serios riesgos en su convivencia por la
injusticia social y la impunidad de quienes se enseñorean en la economía, la
política y en lo que se transmite por los grandes medios de comunicación. En un
país que se presume democrático, pero en
el que, ciertamente, no existe diversidad informativa ni organización
ciudadana. Como tampoco un esfuerzo
sincero por la igualdad y el rescate cultural manifestado en nuestra raíces
históricas, el aporte de nuestras naciones fundacionales y la creación
intelectual de tantos chilenos y chilenas ignorados por las ideología e
intereses hoy dominantes, o francamente tergiversados por los cronistas e
historiadores oficiales.
Martes 12 de Octubre 2010
*Fuente: Radio U de Chile
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