El fin del supremacismo occidental: el discurso de Putin que ni la UE ni EE.UU. quieren escuchar
por Alberto Rodríguez García
3 años atrás 6 min lectura
Aunque el siglo XXI se considera un siglo multipolar tras el trauma que supuso la disolución de la Unión Soviética, lo cierto es que siempre ha habido un único líder: EE.UU. con su perro de ataque la OTAN. ¿Foro de Sao Paulo? ¿Eje de Resistencia? ¿BRICS? La realidad es que estas asociaciones a la hora de la verdad siempre han tenido un poder limitado, y eso siendo optimistas. Lo cierto es que las últimas décadas el mundo han girado en torno a los intereses de la Commonwealth, de la UE y de la OTAN. El enemigo de estas estructuras criminales parecía no tener opciones de supervivencia. El poder de decisión y de acción estaba concentrado en unos pocos, al menos hasta ahora. El capitalismo existente se ha agotado enredado en contradicciones, y las democracias occidentales atraviesan profundas crisis internas que se han convertido en oportunidades para viejos y nuevos actores.
La pasada semana Vladímir Putin ofreció uno de sus discursos más importantes en el Club de Debates Valdái, en Sochi. Y que su discurso es histórico para Rusia no es una percepción porque sea Putin y esto RT; sino que es un hecho objetivo en tanto a que es una clara declaración de intenciones del Gobierno ruso y una llamada de atención a todo el bloque atlantista.
La clave del discurso se podría resumir en la siguiente frase: «¿Dónde están los principios humanistas del pensamiento político occidental? Resulta que no hay nada, solo charlatanería», en referencia a las brutales sanciones impuestas por EE.UU. y la UE a países padeciendo crisis humanitarias; sanciones que no se han detenido ni durante el Covid. Y es que el bloque atlantista es el bloque de la hipocresía. Es el único que se llena el pecho hablando de tolerancia, de democracia y de respeto, mientras impone por la fuerza su visión obtusa del mundo, mientras quita y pone gobiernos a su conveniencia, mientras es incapaz de entender, aceptar o permitir sistemas y modos de vida ajenos a los valores liberal-occidentales que, dicho sea de paso, son tan decadentes que solo generan problemas sociales, raciales… identitarios.
Resulta ridículo, más bien patético, ver cómo la UE amenaza a Polonia por anteponer su Constitución al turbo-globalismo europeísta. Resulta ridículo, más bien patético, ver cómo no hay ningún tipo de reparo a la hora de presionar al Gobierno húngaro para que fuerce un cambio socio-cultural-ideológico amenazando con castigos colectivos a la población. Resulta ridículo, más bien patético, ver cómo en Bruselas hablan de soberanía y de injerencias externas, pero son los belgas y alemanes quienes interfieren en la Justicia española. No hay lazos de hermandad, porque la democracia occidental es la imposición –a veces más y otras veces menos– violenta, de los ideales de unos pocos. Es la destrucción de toda particularidad, de toda tradición, para que el mundo pierda matices y sea gris: mismo sistema económico, misma doctrina política, mismas costumbres, misma ideología… y es que el centrismo liberal es una ideología tan totalitaria, tan sectaria, que se ha convertido –para muchos– en una religión secular.
Lo perverso del liberalismo, sin embargo, es que ideológicamente es algo tan abstracto, tan adaptativo, tan pobre y tan obsceno, que termina siendo una maquinaria del caos, que primero intenta imponer, y luego termina arrasando con todo. La dominación del bloque occidental, muy acomodado en el mundo unipolar, ni entiende ni acepta la re-distribución del poder, pero este proceso de cambio ya es inevitable, y el cómo llegue, dependerá de la capacidad diplomática de los dirigentes.
En este punto de hecho se encuentra el mensaje más duro del presidente ruso:
«La historia no tiene ejemplos de un orden mundial estable que se imponga sin una gran guerra o sus resultados como base (…) tenemos la oportunidad de sentar un precedente extremadamente favorable. El intento de crearlo después del final de la Guerra Fría sobre la base de la dominación occidental fracasó (…) el estado actual de los asuntos internacionales es producto de ese mismo fracaso, y debemos aprender de ello».
El discurso llega además con el fracaso de la intervención norteamericana en Afganistán; una guerra heredada de la misma Guerra Fría. ¿Cuántas guerras se han financiado para derrocar gobiernos incómodos? ¿Cuántas vidas se han condenado con sanciones que provocan hambrunas, epidemias y muerte? ¿Qué ideología vale más que la vida? Si el precio a pagar es el exterminio de la población, qué tiránica parece la democracia.
Y es que Occidente, más concretamente países como Francia y Reino Unido con sus hijos –los perfectos criminales– Israel y EE.UU., no ha superado la descolonización. Las guerras ya no se ganan. La derrota del uno ya no significa la victoria del otro, y hemos llegado a un punto en el que la guerra nunca se detiene. Primero intervienen, luego sancionan, después mantienen una insurgencia eterna, y esas dinámicas se tienen que acabar. Porque la UE y EE.UU. tienen una falsa sensación de seguridad, de que pueden arrasar el mundo sin consecuencias, pero quien siembra vientos…
Y ya se están cosechando esas tempestades. ¿Acaso es casualidad la crisis energética que amenaza a Europa? Claro, es muy bonito vender discursos progresistas de ecologismo, de ciudades verdes y modernas, mientras tenemos que nutrirnos de la energía importada desde terceros países que no pierden tanto el tiempo con discursitos con los que brindar en suntuosas galas únicamente para las élites millonarias preocupadas por banalidades o –en el mejor caso– cuestiones secundarias. Si además, mientras, maltratas a esos países, no hay que ser un prestigioso politólogo para saber que sin lazos de hermandad, el caos es inevitable. Es decir, la gente se indigna porque Rusia trata el gas como un negocio y no atiende a los lloros humanitarios del centro de Europa. Entendible hasta cierto punto, si no fuere porque la UE ha sancionado duramente a Rusia con el objetivo de someter su economía. ¿En qué cabeza cabría esperar otra reacción?
Es triste que el discurso de Vladímir Putin en Valdái sea noticia, no por el discurso en sí, sino por todo lo que significa. Significa que el Viejo Continente no aprende de sus errores, que sus petulantes mandatarios no están dispuestos a aceptar el nuevo orden mundial que se está creando, donde una minoría dentro de los pocos ya no puede concentrar el poder. Crisis social, crisis económica, desigualdad… problemas a los que ni la UE ni EE.UU. saben hacer frente, porque solo saben exportar el horror de un sistema perverso.
«El mundo ha llegado a una época de cambios drásticos«, concluía Putin, y si estos sistemas –porque los gobiernos solo son piezas de una misma máquina– basados en la caduca jerarquía del supremacismo occidental no cambian, cada día será un clavo más en el ataúd.
*Fuente: Actualidad RT
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