Cuando dan ganas de decir: ¡que Dios perdone a Dios!
por Gabriel Cifermann (Chile)
15 años atrás 8 min lectura
Ante el terremoto y maremoto que ha sufrido Chile, y los conflictos, desolaciones y soledades que cada uno lleva en su vida, de seguro muchos en esta Semana Santa del 2010 y además bicentenaria, sospecharán íntimamente quizá, que si Dios abandonó a su Hijo, también lo hizo con ellos…
De niño escuché en los sermones y retiros, no sólo católicos, sino también protestantes, acerca de la cruenta entrega de Jesús en la Cruz por amor a nosotros. Y muchas veces me quedé con la impresión de que el Padre Dios necesitaba un charco de sangre de su propio Hijo para salvarnos. Pero había algo que me espantaba aún más y nunca nadie me dio una respuesta algo satisfactoria y convincente, respecto al hecho del abandono de Jesús en la Cruz y el pavor que se siente cuando uno sabe lo que él dijo estando clavado a un madero: “Dios mío, Dios mío por qué me haz abandonado”(cfr. Mc. 15, 34; Mt. 26, 46).
Actualmente la Comisión Teológica Internacional con sede en el Vaticano, afirma que el abandono de Jesús en la Cruz fue real y no un mero texto redaccional (cfr.art.934). Pero tal abandono real se atribuye a que Jesús cargó con los pecados de la humanidad haciéndose pecado y por tal razón se vio abandonado por el Padre (cfr. 2Cor. 5, 21; Ef. 5,2). También se ha dicho en estos siglos que se trata solamente del Salmo 22 y que lo que importa es lo que sigue del salmo y no sólo el reclamo por el abandono. También de que se trataba de marcar la continuidad con las Escrituras o que era lo que debía ocurrir al Siervo Sufriente (cfr. Is. 53, 14). Otros han dicho que se trata de un estado febril por la pérdida de sangre que hace que Jesús delire en la Cruz y dé ese grito que rompe con muchas cosas que pensamos y creemos del Padre Dios. Cuando estudié teología caí en la cuenta que muy pocos teólogos en la historia han enfrentado el hecho del Abandono de manera real y la mayoría tendía siempre a espiritualizarlo o a catequizarlo. En cada biografía sobre Jesús que se edita en estos tiempos me frustra observar que no asumen el tema. J. Moltmann y
Leonardo Boff son a mi juicio los que más aportan en la seriedad de hacerse cargo del hecho del Abandono del Crucificado. Y toda una rica espiritualidad desde aquel versículo del abandono ha sido realizada por Chiara Lubich. Después de casi 20 años de búsqueda sobre este tema y ahora auto-clasificándome como un teólogo ex gratia y de pura sangre o pasión, más que ex cathedra, puedo afirmar que Jesucristo es el Dios Abandonado, quien no vio en la Cruz un trono, pues, luchó contra las cruces de la historia; y como producto de esa lucha, sufre y muere en una cruz. Vivió en el espíritu que evita la cruz para sí mismo y para los demás, porque vivió y predicó el amor gratuito, y aún así, el Padre realmente lo abandonó.
En la Cruz se encuentran el máximo Amor de Dios al hombre y el máximo odio del hombre hacia Dios, crucificando su Amor. Pero Jesucristo mismo vio truncada la relación con su “Abba” estando crucificado y abandonado. “Abba” es una palabra reliquia, de origen arameo, que puede traducirse como “Papito mío”. ¿Se trató de un abandono cruel y arbitrario del Abba, que dan ganas de decir: que Dios perdone a Dios? ¿Era necesario eso también para nuestro rescate? Creo que la respuesta es sí; ya que la Encarnación del Hijo también supone que su entrega final sea por Fe. Su fe tocó el abismo y la cima al mismo tiempo, al entregar toda su Identidad en la Cruz a cambio de nada. Esa entrega total, sin la más milésima seguridad de nada, paradójicamente le aseguró hasta la más diminuta partícula de su Bendito Cuerpo y rincón de su Ser Divino que el Abba estaba con él y más aún en él y por él. Su respuesta al abandono fue abandonarse en la Fe que siempre le mantuvo vivo y apasionado por la vida, los demás y la Creación entera.
Así se verificó y ratificó, sin lugar a duda alguna, en lo que fue siempre: en verdadero Dios y verdadero Hombre, hasta su entrega final en la Cruz, cuando en su último suspiro exclama: “Abba en tus manos pongo mi espíritu” (Lc. 23, 46), pero tal Abba era ya sin sentirlo, no sólo a nivel emocional, sino también existencial… Un Abba pronunciado sin ninguna seguridad, sino por pura Fe y por una entrega gratuita y total, no sólo a los hombres, sino también a Dios Mismo. Entonces, Jesús de Nazareth alcanzó la madurez humana plena, hasta constituirse e identificarse con su total entrega, totalmente con lo que Dios Es: Gratuidad. Por eso, puede después resucitar, no por un acuerdo divino-trinitario previo, sino por constarle a Él Mismo, en su muerte, que era y Es plenamente Dios-Hombre, Amor Gratuito y Sentido de todo cuanto existe.
El abandono de Jesús en la cruz fue real y concreto. Un Dios que no sufre, que no nos experimenta, no podría salvarnos: el Abba sufría al abandonar a su Hijo; el Hijo a su vez, sufría al experimentar en su ser el abandono de su Abba; y el Espíritu Santo (como el “nosotros” del Padre y del Hijo en Persona), suscitaba asumir el dolor de amar, que implica amar-gratuitamente, sin amar el dolor. No se trata de un sadismo ni masoquismo ni locura divina, ya que es propio de la Gratuidad el Olvidarse de Sí, pues, para Dios la “conveniencia” le es totalmente ajena.
Con ese abandono histórico en el ser de Jesús, Dios no nos quiere mostrar que es un traidor y merecedor de toda nuestra oposición, sino que nos revela lo único necesario para lograr la entrega gratuita a cambio de nada y alcanzar el sentido: la Fe. Por la fe exprimimos sentido de las peores realidades que nos toca vivir. Pero no una fe que necesariamente deba ser eclesial o religiosa, sino personal, porque es fruto de la relación con un Dios Personal; una Fe que sea instinto, certidumbre, convicción y consciencia de la existencia con respecto a la trascendencia en la vida de cada día. Una Fe que nos entrene cotidianamente para ser gratuitos con la vida, es decir, agradecerle a la vida cuando todo en ella ande mal, y así, hacer nuestra la causa de los abandonados y crucificados, los desclasificados, olvidados, reprimidos y devastados.
Dios que un día asumió el mundo no lo ha abandonado jamás; pero el mundo sí lo ha abandonado a Él. Hemos arrancado al Padre de nuestro sistema y sostenemos un sistema que produce más abandonados. Dejamos que muera la esperanza, abandonamos por abandonar, por injusticia, por conveniencia, por maldad gratuita (iniquidad). Por dejar solo a Dios en nuestra alma. Dios no está loco; los enfermos y locos somos nosotros, que seguimos caminando en medio de las víctimas como si no estuvieran. Hemos abandonado a los más indefensos y segregados, con los cuales, Cristo se identifica (cfr. Mt. 25, 31-46); por eso lo hemos abandonado también a Él.
A pesar de lo horriblemente cruento de su sacrificio por nosotros, si Él habría tenido en ese momento el conocimiento palpable de que hay algo “al otro lado”, su entrega no hubiese sido la enseñanza perfecta para alcanzar el sentido de la vida; y la Encarnación divina no sería ni radical ni concreta ni en serio. Y podríamos así poner la duda o sospecha de que al final, como sabía la Gloria que después le venía, lo calmó, le dio sabiduría y facilitó su entrega en la Cruz. Pero afirmémoslo con convicción absoluta: el abandono de Jesús en la Cruz fue una acción gratuita de Dios-Trinidad al hombre, para que éste no pusiera jamás sospecha en la entrega gratuita y en la fe de Jesús. Con la existencia real del Crucificado-Abandonado, se nos asegura para siempre que en verdad, el Sentido de la vida y de todo en la vida, se ha hecho carne.
Mi trabajo por crear todos estos años una Teología de la Insatisfacción y del Abandono, y habiendo vivido una experiencia real de abandono posteriormente, me ha hecho tomar posición a favor de los que son abandonados por sus familias, la sociedad, el sistema y las iglesias. Por todos aquellos que eligen creer en Dios sin pertenecer a una iglesia y desde la cruz que sufren; por aquellos que pueden agradecer a la vida desde el peor tiempo de sus vidas. Creo que debe surgir una teología para aquellos que válidamente quieren vivir una opción creyente no-eclesial y vislumbrar una iglesia de la vida, que no desprecie el esfuerzo de las diversas confesiones religiosas y cristianas. Una teología desde la libertad y la responsabilidad sin excusas, que fundamente y forme la Fe de millones de seres humanos en el mundo que han optado por vivir su fe sin iglesia y que no por ello abandonan a Dios o lo marginan en su propio corazón. En fin, una Teología de la Insatisfacción y del Abandono que no abandona, que no plantea un desalojo ni es resentida; y sobretodo, a partir de la cruda realidad, entregue esperanza para hallar la Gracia en nuestras desgracias.
– El autor es teólogo
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