Provengo de una familia de jóvenes combatientes. Mi abuela, Elena Caffarena, fue una joven combatiente hasta los ciento tres años de vida que alcanzó a cumplir. Murió con mesura y elegancia sabiendo que dejaba sobre la faz de la tierra a las guerreras invencibles que completarían su misión. Así que el 8 de marzo me vestí con mis mejores galas y me arreglé desde temprano para marchar con mis hermanas –varios cientos de ellas- por la Alameda. Por mientras, en el Caupolicán, el acto concertacionista tuvo taninos de gris solemnidad. La presidenta y la ministra de las mujeres oficiales, las que conocen el femicidio sólo por papers de ong, entregaron unos premios con el nombre de mi abuela.
Qué extraña figura, pensé yo mientras avanzaba a paso firme en el colorido carnaval de las mujeres no- oficiales. La Elena Caffarena iba marchando con nosotras. Su aura maternal no se acercó ni de asomo al Caupolicán oficial. La Elena habría encontrado último que la entreguen como medalla, como frío diploma, en el lúgubre y parsimonioso atrio del poder. Ella vivió encarnada entre su gente, en especial entre las mujeres pobres. Mi abuela no es mía sino de todas. Estaba y está donde se desarrolla la revuelta, ese espacio despelotado, creativo y mágico que surge entre la rebelión y la revolución. Mi abuela marcha con las lavanderas, las prostitutas, las intelectuales comprometidas con el pueblo. Ella va primera como Janequeo y Eliana Varela, como Rosa Luxemburgo y la María Jesús Sanhueza. Mi abuela despreció siempre la política que se hace en los salones, a espaldas del pueblo. Se sentía molesta entre señoronas, habría preferido mil veces a las pokemonas, a los cabros que no se inscriben y que expresan así una posición política radical, a las estudiantes con el jumper corto y las piernas salpicadas de pintura porque vienen de hacer rayados murales.
Como mi abuela me enseñó, yo partí esa mañana al encuentro con las mujeres excluidas de su propia patria, las paganas, las pecadoras, las que no se conforman, las mil veces derrotadas, las discriminadas, las buenas pa’ la talla porque hay que reírse mucho para seguir viviendo. Busqué de entre todas esas bellas el lugar de las lesbianas, me uní a su marcha, sostuve su lienzo blanco y lila, sus banderas, las más marginalizadas por el sistema, tan ajeno a la sangre verdadera que corre por nuestras venas.
Esa misma mañana, un hombre lindo y sensible que se llama Tito Tricot escribió así, y parece que fuéramos gemelares del alma: "…será un gran movimiento sísmico que avance, a veces con dificultad, a ratos lentamente, pero siempre con alegría, porque bajando por cualquier cerro, en medio de la lluvia o enamorándonos fieramente, siempre decimos las cosas por su nombre. Somos hombres y mujeres, gay, lesbianas, bisexuales y trisexuales, estudiantes, trabajadores, artistas, pobres y no tan pobres, mestizos, deudores de todo tipo, indígenas, amantes, vecinos, narigones, gordas, flacos y altos. Somos pocos y somos muchos que, simplemente, queremos parir un movimiento capaz de remecer la mediocridad que nos abruma”.
A las pocas horas de conmoverme con las palabras de Tito en el mail, un colega periodista me preguntó por el teléfono si Chile está preparado en mi opinión para tener un presidente expresamente homosexual. Ocurre que ya hemos tenido personas homosexuales en la presidencia, en ministerios, en el cuerpo de generales, en el parlamento, en la Corte Suprema y en todas las áreas de la vida social. Tal vez la pregunta es si Chile está preparado para sincerar el tema, para que sea un dato biográfico más, sin eructos decimonónicos, y yo estoy convencida de que sí, porque lo veo a cada paso, en todas partes, no porque se me ocurra. Allí está nuestro pueblo que es harto más sabio que las tristes cúpulas que aspiran a conducirlo. Son esas elites –menos del uno por ciento de la población- las que suelen estar plagadas de vejetes lateros, cavernícolas, defensores a ultranza de la doble moral. Probablemente si de pronto se revelara, por ejemplo, que a Sebastián Piñera se le quema el arroz, la derecha bajaría su candidatura de inmediato. Para ellos, no sería posible que se sentara en el sillón de O´Higgins (cuya condición sexual nadie puede señalar con exactitud) un Piñera al que se le chorrean los helados, porque esas cúpulas –financieramente poderosas pero insignificantes numéricamente- son las que miran al país desde sus autos con vidrios polarizados y tratan de imponer una mentira ridícula en que sólo existen unos engendros llamados machos –yo prefiero decir “mafachos”- que tienen la obligación de casarse con otras bichas que se depilan y son maquinas reproductivas llamadas mujeres. Pero los ciudadanos no viven en el “planeta bienestar y plástico”, viven en el Chile brutal, hermoso, feroz, en que todos amamos a hermanos homosexuales, hijos homosexuales, padres homosexuales, vecinos homosexuales, amigos homosexuales, o a uno mismo homosexual, y en que solidarizamos con su larga lucha por los derechos civiles que les corresponden, al revés de la iglesia, la derecha, el empresariado y el pechoñismo hincha gónadas que reprime, rechaza, invisibiliza a esos supuestos “seres fallados de fábrica”.
Los únicos que no están preparados para convivir con cualquiera que sea distinto a ellos son los señores de la clase política chilena, que son a su vez el brazo armado de la diminuta militancia de "Cartulinos por la Amargura". Entre ellos hay toda suerte de fletos y fletas –ya sé que la palabra es chocante para muchos pero yo la encuentro sonora y bonita-, toda suerte de “gays” –término que me carga- completamente sumergidos en el closet.
¿Pero qué pasa al otro lado de la fuerza? Hay síntomas evidentes de que el mundo popular ve este tema -y todos los temas- de manera opuesta a la clase política: el máximo lider sindical del país se llama Cristian Cuevas, un hombre extraordinario, un dirigente con condiciones que no se daban hace harto tiempo en Chile, y es también homosexual declarado. Cuevas tiene un enorme ascendiente entre los oprimidos, es seguido y apoyado por su gente como un verdadero Espartaco. Esos mineros peludos, toscos, con olor a ala, varoniles en el sentido más clásico y retrógrado del término no han tenido ningún problema en elegir de entre los suyos al mejor y les importa un bledo su condición sexual. Es decir, Chile –el verdadero Chile- está preparado… más que preparado. Chile está requetocontra preparado para ser bien dirigido y bien gobernado, por personas con convicciones y amor profundo por su pueblo.
Por mientras la clase política involuciona en este y todos los asuntos de interés p´´ublico. Los últimos acontecimientos, referidos a la tuición de dos hijos entregada a un padre homosexual que vive con su pareja, nos muestran claramente que los señores políticos –todos ellos, de centro, derecha e izquierda- no están preparados ni para gobernar ni para representarnos. Los políticos tradicionales callan ruidosamente frente a este caso, silvando y mirando el techo como lo hicieron frente al drama de la jueza Atala.
Aunque prefieren no tocar “asuntos incómodos” y hacen cómo que no existe el hambre ni la miseria ni el dolor ni la tremenda desilusión que arrastramos, en el resguardo de sus salones alfombrados majaderean con que se afectará la vida moral y emocional de los niños al vivir con un padre cariñoso, responsable y dedicado… pero homosexual.
La clase política no está a la altura de los ciudadanos. Su silencio es interesado, busca instalar una mentira: que la homosexualidad es mala y además contagiosa. Ese comportamiento niega a nuestros niños la verdad evidente de que existe una diversidad de personas con opciones sexuales, morales, políticas, religiosas, vocacionales, con visiones de la vida y formas de existir DIFERENTES, todas válidas y respetables. Lo que se intenta es impedir que tengamos el día de mañana más personas pensantes que puedan discernir en base a su propia experiencia y no reiteren monsergas, como por ejemplo : la homosexualidad es antinatura.
Digo altiro que comer con tenedor y cuchillo sí que es antinatura, eso es indiscutible. Y no veo a nadie llamando a quemar en la plaza pública a los que comen con cuchillo y tenedor, ni quitándoles los hijos a las personas que usan cubiertos.
La sexualidad no esta ligada a la reproducción sino también al placer, al amor, al cariño, al apego, a estar vivo. Y sobre todo, la sexualidad está vinculada a la política. La pasión carnal y el poder son los dos grandes motores de la historia humana. También podemos llamarlos EL DESEO Y LA CONCIENCIA, dos viejos amantes que de pronto, inesperadamente, se embarazan. Una preñez extraordinaria. Y entonces es cosa de esperar el tiempo de gestación necesario, los dolores que anuncian el nacimiento, la probable llegada de la partera de la historia humana: la violencia, que debe estar presente en el momento preciso y en la dosis perfecta para no frustrar la epifanía. Estoy hablando de ponerle más atención a aquello que crece en estos días en el útero de esta patria. Mirar y ver lo que está ocurriendo. Esos jóvenes que entraron a La Moneda para exigir el fin de los pactos políticos que se cocinan de espaldas al pueblo. Cinco muchachos que se apoderaron por unos minutos de la casa de gobierno –la que supuestamente le pertenece a los ciudadanos, el presidente de turno es sólo un arrendatario- en una acción relámpago cargada de amor. No los conozco, los vi por televisión. Son hermosos, valientes, decididos. Hicieron una operación perfecta. Probaron que se puede romper el cerco de Palacio, el cerco informativo, el cerco que intenta separarnos de los otros, de los muchos otros, los miles de hermanos que ya iniciaron la marcha, porque no se detienen los procesos sociales ni con la fuerza ni con el crimen. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.
Así va con nosotros el metal tranquilo de su voz, que anunció: “superarán otros hombres este momento gris y amargo”. Parece que serán mujeres, sobre todo ellas, y gente muy joven, cabrería. Ellos están alineados ya en el enorme ejército que comienza a gestarse. Tienen armas invencibles. El enemigo les teme, hace como que no los ve porque saben que esa marcha no se detiene. Los poderosos acaban de descubrir que ya nadie los escucha y están preocupados de promover cuadritos “fashion” como Carola Tohá y Andrés Velasco, a ver si pueden remozar su imagen que desde hace rato está con los bonos a la baja. Los "aggiornados" Tohá y Velasco, buenos, bonitos y baratos, la generación de recambio de la monarquía nepotista que tenemos por sistema de gobierno.
El poder sospecha que en cada esquina hay un joven combatiente. Un clamor secreto, dulce, irreductible. Los soldados de ese ejército revoltoso aparecen por sorpresa cuando menos se espera. Tres de ellos son capaces de una emboscada eficiente. Cinco de ellos llevan a cabo sin fallas una operación de propaganda de magnitud nacional. Una de ellos puede desarmar el peinado lleno de laca de una ministra con una jarra de agua. Habrá seguramente zapatazos como el de Bush, habrá funas llenas de humor, habrá colores diversos, habrá una lucha festiva. El asalto al poder no está tan lejos. Algunos días está al alcance de la mano. Hay que celebrar este embarazo de la conciencia y el deseo. Hay que celebrar el temor de los poderosos, su desconcierto, su desesperación, sus malas ideas, su pésimo comportamiento porque el miedo les carcome las entrañas mientras nosotros estamos a punto de parir el hijo real-maravilloso.
Voy a salir a celebrar este 29 de marzo en el Día del Joven Combatiente. Seré una Anciana Combatiente, una abuela rejuvenecida por el ardor del combate, una más, la peor de todas, la más apasionada, la de inferior rango. Allí estaré donde menos se espere, en una calle, en una barricada, en una esquina, en una plaza, porque creo en Chile y su destino.
Nos encontramos entonces.
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