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Seis fases del modelo para provocar el cambio de Gobierno en Venezuela

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En el 2012, el Instituto de Estudios Estratégicos del Ejército de los Estados Unidos, publicó un texto del profesor de estrategia militar Max Manwaring, titulado ‘Venezuela como exportador de la Guerra de Cuarta Generación’.

En resumen, dicho documento trataba de argumentar que el para entonces presidente venezolano, Hugo Chávez, a través de la conformación de las milicias y la doctrina de la guerra de todo el pueblo, buscaba hacer inviable los Estados latinoamericanos para «forzarlos a ser declarados como Estados fallidos» y permitir la insurgencia de un movimiento afín al proyecto Bolivariano.

Manwaring se lamentaba de que Estados Unidos no tuviese respecto a Venezuela «una estrategia unificada a largo plazo y una arquitectura organizacional interinstitucional multidimensional para enfrentar el socialismo del siglo XXI de Chávez y su guerra asimétrica asociada». Por tal motivo, hacía algunas recomendaciones al mando militar estadounidense.Una de ellas, quizá a la que prestaron mayor atención fue la siguiente: «El Ejército podría desarrollar un diseño para usar las fuerzas armadas convencionales en roles no tradicionales encomendados por la nueva sociología del conflicto deliberado descrito anteriormente en el modelo de guerra asimétrica de Chávez y el modelo operativo paramilitar para el cambio radical obligatorio’.

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El académico llegaba a la conclusión de que el mejor método para destruir el proyecto bolivariano era usar los preceptos de la guerra de cuarta generación —que arropa una cantidad enorme de doctrinas como la guerra no convencional, irrestricta, híbrida, molecular— en su contra. Manwaring apuntaba que «este tipo de conflicto es principalmente psicológico-político y está dirigido al terreno humano más que al territorio geográfico». A su parecer, el «centro de gravedad primario» no es militar, sino fundamentalmente de «opinión pública y liderazgo».

Las seis fases del modelo operativo paramilitar para el cambio radical obligatorio

Recientemente el senador ruso, Ígor Morózov, alertaba que Estados Unidos preparaba en Venezuela un cambio de Gobierno a través de la puesta en marcha de un nuevo plan de desestabilización. Expresaba la necesidad de que «todos los aspectos tecnológicos de la preparación de una nueva revolución de colores por Washington en Venezuela deben ser descubiertos y documentados. Hay que discutir obligatoriamente en el Consejo de Seguridad de la ONU los pasos ilegales que EEUU está preparando en este país».

Hacer visible y documentar la estrategia de desestabilización contra Venezuela, pasa por releer el texto de Manwaring. En este, quedan de manera bastante explícitas las fases que pretende transitar Estados Unidos para provocar un cambio de Gobierno en el país suramericano.

Primera fase (activada): se busca la inestabilidad y el caos en el país a través de la combinación de una guerra institucional (Asamblea Nacional, Tribunal Supremo de Justicia), una guerra económica (sanciones financieras y comerciales) y de los medios de comunicación (desinformación y propaganda).

Segunda fase (activada): emergencia de «un frente popular (político) de las clases medias» y personas u organizaciones afines para competir y debilitar al Gobierno. Se pretende «apoyar política y psicológicamente las guerras señaladas en la fase uno». En Venezuela, la creación de la coalición denominada Frente Amplio Venezuela Libre y Plan País son pruebas de esto.

 

Tercera fase (activada): la irrupción de embarcaciones de la transnacional Exxon Mobil en aguas venezolanas, son parte de esta etapa. Según Manwaring se intenta «fomentar los conflictos regionales» a través de iniciativas políticas, como las declaraciones del denominado Grupo de Lima, pero también con acciones militares «encubiertas, graduales y preparatorias para desarrollar y fomentar el apoyo popular a la guerra». Un aspecto a tener en cuenta en esta etapa sería el establecimiento y la defensa de «zonas liberadas (cuasiestados) dentro del Estado».


Cuarta fase (por reactivar): para lograr el desgaste y deslegitimación del Gobierno, se ponen en marcha «manifestaciones, huelgas, violencia cívica, violencia personal, mutilaciones y asesinatos». El objetivo es presentar al Estado como incapaz de llevar las riendas del país.

Quinta fase (por activar): un elemento ineludible sería «desarrollar milicias» en una escala local y regional para luchar en regiones geográficas de interés. En el caso venezolano, la frontera con Colombia luce como el área más viable para este tipo de conflicto. Bandas paramilitares colombianas como los Rastrojos —de donde proviene uno de los elementos que supuestamente tenía previsto atentar contra la vida del presidente de Colombia, Iván Duque— y los Urabeños, brindarían el soporte inicial para estas acciones. Sin embargo, con la llegada al poder de Jair Bolsonaro, no puede descartarse una práctica de desestabilización contra Venezuela desde la región sur, especialmente en las zonas mineras.

Sexta fase (por activar): para Manwaring esta sería la última de las acciones a emprender, luego de lograr «la desmoralización» del Ejército que sirve de bastión defensivo. En este caso, los brazos paramilitares —fase 5— serían apoyados con una fuerza militar de intervención multinacional, tal y como lo ha planteado el vicepresidente brasileño, Hamilton Mourao.

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Atacar la esperanza

En el Pentágono reconocieron, hace tiempo, que era imposible derrotar al proyecto bolivariano si no se lograba menguar el nivel de bienestar social y económico alcanzado durante el segundo periodo del Gobierno de Hugo Chávez. Es decir, lograron un «análisis correcto» de la motivaciones y expectativas del venezolano promedio. También reconocieron, al igual que lo hace Manwaring, que «Chávez y sus partidarios comprenden la importancia de los sueños sobre la supervivencia y una vida mejor para una gran parte de la población. Esas son las bases del poder, todo lo demás es ilusión».

En la guerra planteada contra Venezuela, lo vital no es tanto golpear directamente al Gobierno —a sus fuerzas policiales o militares—, como socavar su base de respaldo popular y legitimidad. El desgaste que sufre la población a través de las distintas estrategias de sabotaje y ataque a su seguridad y bienestar personal son «medios probados para el debilitamiento de los Estados», asegura Manwaring.

Y más adelante argumenta con abrumadora certeza: «A menos que una sociedad perciba que su Gobierno trata los asuntos de seguridad personal, bienestar y desarrollo socioeconómico de manera justa y efectiva, el potencial de las fuerzas internas o externas para desestabilizar y subvertir un régimen es considerable. Los regímenes que ignoran esta lección a menudo se encuentran en una crisis de gobierno».

Por tanto, en esta fase de acciones la guerra está dirigida a explotar las vulnerabilidades de sus adversarios y a sus preceptos psicológicos. El caso reciente del magistrado del Tribunal Supremo de Justicia, Christian Zerpa, que se ha marchado a Miami, es una prueba del escenario de corto plazo que se viene. No es una casualidad que algo así ocurriese, tal y como Manwaring lo explica: resulta sumamente efectivo utilizar «la complicidad, la intimidación, la corrupción y la indiferencia» para «cooptar discretamente a políticos, burócratas y personas de seguridad» del Gobierno a ser derrocado.

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Por otro lado, existen tácticas que han sido probadas como ineficaces. Las protestas masivas son una de ellas. Aunque no vayan a ser descartadas, el enfoque ahora será la derrota sistémica del modo de vida de la población venezolana. El dólar paralelo rebasó la barrera de los 1.000 bolívares y el aumento de precios no da señales de ceder. En los centros de pensamiento del Ejército estadounidense, se dice con frecuencia que los cambios de Gobierno no son eventos, sino parte de un proceso.

Manwaring lo resume de la siguiente forma: «el proceso de fracaso estatal tiende a pasar de la violencia personal a un aumento de la violencia colectiva y el desorden social a los secuestros, los asesinatos la corrupción personal e institucional, la anarquía criminal y los desplazamientos internos y externos de la población. (…) El impulso de este proceso de violencia tiende a evolucionar hacia una violencia social más generalizada, una grave degradación de la economía y una capacidad gubernamental disminuida para brindar seguridad personal y colectiva y garantizar el Estado de derecho a todos los ciudadanos».

Si de algo debe cuidarse el Gobierno bolivariano es de caer en la trampa que la propia guerra no convencional produce: la crisis. Esto tiene dos lecturas, por un lado, el Gobierno no puede parecer irresponsable y mucho menos insensible ante el deterioro del bienestar de sus ciudadanos, pues tal como lo enseñó el filósofo Thomas Hobbes, una de las razones por la que los individuos ceden su libertad individual a un Estado, es para obtener a cambio garantías de protección. Devolvernos a la lógica del «hombre como lobo del hombre» es el arma para que los ciudadanos pierdan la fe en sus instituciones.

En un segundo aspecto y visto que el componente esencial de esta guerra va del plano de las condiciones materiales a las espirituales, y viceversa, resulta supremamente necesario que la comunicación política de un Gobierno sometido a una guerra multidimensional, no convencional, irrestricta, como la que se ve en Venezuela, no debe mantener a su base de apoyo en las tensas neblinas que la crisis promueve en los ánimos colectivos. Si no se habla con la verdad y de manera oportuna, las redes sociales digitales tomarán el asiento vacío que se les deje. Entonces, las falsas banderas y operaciones de información, estarán a la orden del día y la mente colectiva será guiada no por una política comunicacional que responda a la defensa de la soberanía territorial, sino por un laboratorio cuya agenda será la guerra civil.

Ganar o ganar, en el ‘ajedrez del mago’

En los próximos días, la Asamblea Nacional de oposición y en franca alineación con el Departamento de Estado, ha dispuesto el tablero en el que aspiran se juegue la política venezolana de los próximos meses. Si queremos saber su naturaleza y alcance, veamos lo que tiene Max Manwaring que decir acerca de la guerra de cuarta generación.

Usando como metáfora el ‘ajedrez del mago’ que aparece en el libro ‘Harry Potter y la piedra filosofal’, Manwaring expone una cruda dinámica a la que no hace falta agregarle más palabras.

«En ese juego, los protagonistas mueven las piezas en silencio y sutilmente por todo el tablero de juego. Bajo la dirección estudiada de los jugadores, cada pieza representa un tipo diferente de poder directo e indirecto y podría realizar simultáneamente sus ataques letales y no letales desde diferentes direcciones. Cada pieza no muestra piedad contra su enemigo y está preparada para sacrificarse, para permitir que otra pieza tenga la oportunidad de destruir o controlar a un oponente, o de darle jaque mate al rey. Sin embargo, a largo plazo, este juego no es una prueba de pericia para crear inestabilidad, conducir la violencia o lograr algún tipo de satisfacción moral. En definitiva, es un ejercicio de supervivencia. La falla de un jugador en el ajedrez del mago es la muerte, y no es una opción», escribe Manwaring.

*Fuente: Mundo Sputnik

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