Feminismo en Chile. Una crítica sistémica desde el Sur
por Carolina Olmedo Carrasco (Chile)
6 años atrás 16 min lectura
Dentro de la oleada de movilizaciones de masas que propiciaron el mayo feminista experimentado las últimas semanas en distintos puntos de América Latina y Europa, sin duda una de las experiencias de mayor proyección sistémica e irrupción ideológica afín al campo de la política anticapitalista es la movilización feminista chilena, que en poco menos de un mes ha instalado y estimulado un intenso debate público acerca del rol y la potencia del feminismo actual en la refundación de una izquierda para el siglo XXI. De este proceso da cuenta su acelerado trayecto político, que -a partir de una movilización universitaria contra el abuso y el acoso en las instituciones educativas iniciada en Valdivia el pasado 17 de abril- ha logrado entroncarse y conducir a una importante franja organizada de fuerzas sociales de cambio en las ciudades más importantes de Chile, interpretando en clave feminista la precarización de la vida devenida de un sistema económico de mercado y privatizador de derechos sociales. La intensidad de esta movilización, la proliferación de tomas y paros de mujeres en las principales universidades del país, ha llegado al punto en que incluso el presidente Sebastián Piñera, connotado referente de la derecha empresarial chilena, ha declarado haber «cometido errores» como hombre y ser feminista en la medida que esta denominación implica “creer en una plena y total igualdad de derechos, deberes y dignidad entre hombres y mujeres”. Y es que a su cierre, las prolongaciones de este inédito alzamiento de mujeres del sur se extienden como pequeñas rupturas que agrietan en su totalidad al mercado de la educación chileno: un campo empresarial en el cual convergen toda serie de actividades lucrativas (servicios, inmobiliaria, tecnología), que a su vez se ha convertido en uno de los principales espacios de producción de nuevas subjetividades juveniles.
Desde su particular construcción sobre una experiencia de nuevo siglo, macerada en una larga y reciente tradición de alzamiento estudiantil, de mujeres y de diversidades sexuales (2000-2017), el feminismo chileno consolidado en las presentes movilizaciones (ver http://vientosur.info/spip.php?article13867) ofrece una nueva reflexión acerca de las relaciones entre capitalismo y patriarcado, y por ello una consecuente revisión de los viejos y monolíticos sesgos del marxismo-leninismo respecto del trabajo de reproducción y cuidados. De este modo, se propone la revisión creativa del rol de las mujeres en un proceso de avance del socialismo, leyendo la acelerada integración neoliberal de las mujeres al trabajo como un factor inédito en la historia del capitalismo chileno, así como también como un campo inmejorable para la expansión del feminismo como herramienta de lucha a nivel general. Es en esta clave que los feminismos chilenos convocados por la movilización iniciada el pasado mayo -en su acción acordada aunque en heterogeneidad- se perciben ampliamente dentro de una tradición de lucha local y global más larga, que sin embargo vuelve sobre su historia en busca de aquellos momentos en que la práctica política y el horizonte ideológico feminista encausaron su acción hacia una postura unitaria e integradora de sujetos a la lucha socialista. En este trayecto, el momento actual corresponde a la lectura de esta historia desde la constitución de un sujeto político protagónico en el presente: las mujeres como parte de la base más despojada en un sistema basado en la mercantilización de la vida y la privatización de lo público, en un país donde el mercado de la educación es uno de los proveedores de servicios más relevantes y que –a partir de la aspiración social a la educación como un espacio de movilidad social- endeuda a amplias franjas de jóvenes chilenos. Jóvenes estudiantes que en su mayoría, por las condiciones de dependencia tardía a las que están sometidas y por el aumento del mercado de las carreras asociadas a las tareas de cuidado -efecto colateral del aumento de la mano de obra femenina-, son mujeres en edad laboral.
En este sentido, no es falaz identificar el corazón de esta movilización en el interés común en torno a una reforma total de la educación pública en clave feminista, la instalación de una educación no sexista a todo nivel, así como en la denuncia de la precarización de la vida femenina como sustento del crecimiento económico chileno. Lejos de la imagen de las mujeres universitarias dentro de una estructura social clásica como privilegiadas respecto a sus pares proletarias e integrantes de la clase media o la intelectualidad, imagen conservadora del feminismo que para el caso chileno lo concibe como producto de un ejemplar proceso de “modernización neoliberal”, en Chile las estudiantes son el combustible principal de un mercado basado en el endeudamiento por la obtención de certificaciones que permiten el ingreso al un mundo laboral altamente profesionalizado, cuyas exigencias tras décadas de expansión mercantil de la educación superior imponen bajos salarios a quienes no poseen un título universitario. De este modo, la universidad chilena -atravesada por la privatización y el endeudamiento- se ha convertido en la experiencia común y escenario de despliegue de diferentes generaciones de feministas, algunas de ellas movilizadas desde la educación secundaria hasta su vida como docentes. Ello ha consolidado una lucha por la igualdad en la educación pública como semillero de la sociedad transformada, así como una defensa de la universidad como un espacio que debe transitar hacia la incorporación de las demandas feministas a modo de modelo: un elemento que atravesará su acción política desde sus orígenes en la demanda por la erradicación total de las practicas de abuso y acoso en las universidades.
Abordando su heterogeneidad como una fortaleza y anomalía respecto de las rígidas identidades políticas que caracterizaron a la izquierda chilena del siglo pasado, es posible visibilizar en la constritución y ductibilidad de esta nueva fuerza el resultado de un extenso itinerario de resistencia a las políticas pactadas en la postdictadura. En este sentido, una de sus principales características como movimiento es su postura mayoritariamente no esencialista, integradora de las diversidades sexuales, y de fuerte pertenencia ideológica a la izquierda. El movimiento feminista emergido a partir de estos pedazos empobrecidos de la sociedad neoliberal -pero también de los restos de las luchas pasadas- se percibe como un laboratorio de nueva política para las y los sujetos marginados del ejercicio político impuesto por el Estado subsidiario, rescatando al despojamiento de las mujeres dentro de una economía de mercado como el escenario de acción forzado para cualquier movimiento político que las convoque.
En la calle, en las aulas, en las casas y en las camas
En un escenario de acelerada privatización de la educación y el establecimiento de un valor positivo hacia una idea de ésta contraria a su condición de derecho, la consolidación en Chile de la educación como un “mercado de oportunidades sociales” rígidamente estamentado abrió a partir de los 2000 un campo nuevo para el desarrollo de nuevas universidades cuya institucionalidad de carácter masivo-lucrativo -aunque nueva- conservará la costumbre capitalista de montarse sobre las viejas estructuras de opresión para la expansión de sus nuevos mercados. Así, la condición antidemocrática y mercantil que rige el actuar de las instituciones universitarias chilenas más grandes en número de estudiantes y más populares en términos de clase es reconocida por el movimiento feminista emergido en sus aulas como la condición de base para la reproducción de la violencia machista y la desigualdad de género en los espacios de educación superior, así como también en los posteriores campos de inserción laboral de sus estudiantes.
Continuadora de las luchas resistentes a la dictadura e inicios del periodo democrático en Chile, la reflexión feminista surgida en los ámbitos universitarios durante los últimos diez años adquirió una relevancia mediática a partir del movimiento social por la educación durante 2011, en cuya demanda por una educación pública, gratuita y de calidad incorporó con el avance del movimiento universitario la necesidad de crear una nueva educación de carácter no sexista para la verdadera democratización de la educación como derecho universal. A partir de entonces, el feminismo expresado en las diversas organizaciones, coordinadoras y colectivas nacidas en el espacio universitario estableció una perspectiva particular de superación del patriarcado que trascendiera dicho ámbito institucional y se proyectara al resto de la sociedad, haciendo propia la defensa de la educación pública junto al movimiento estudiantil. La reflexión abierta por el feminismo en este ámbito educativo se ocupó tanto de dar visibilidad y legitimación pública a las mujeres, como de interpelar desde una perspectiva de género a las relaciones, prácticas y producción de conocimiento en las distintas comunidades donde se desplegó, sirviendo como base para el cuestionamiento radical de las históricas estructuras de dominación presentes en la universidad. Ejemplo de ello es la denuncia sobre la división sexual del trabajo imperante en los programas de estudio ofrecidos por las instituciones de formación superior públicas y privadas en dicho país, que reproduce y proyecta al ámbito profesional los roles de género impuestos en el régimen privado (cuidado, crianza y educación). Así, la mayoritaria presencia femenina en las universidades de masas no implica en ningún sentido una mayor democratización de estos espacios formativos, sino que más bien la creación de nuevos nichos de expansión de la matrícula universitaria que replican las formas de segregación existentes, constituyendo un campo de acción y disputa concreta para el feminismo dentro del conflicto estudiantil. En este escenario, la emergencia de una crítica radical a la reproducción de contenidos y actitudes sexistas al interior de las aulas puso en la centralidad del debate los aspectos cualitativos de la educación como motor de cambio, recuperando para el feminismo la idea de derecho a la educación como un mecanismo de integración social y base indiscutida en la construcción de una sociedad despatriarcalizada. Este proceso de concienciación y construcción política feminista al interior de las universidades es visible en la proliferación de oficinas de sexualidades y género en las universidades a partir de 2011, así como también la realización de distintos encuentros nacionales por la educación no sexista que desde 2014 facilitaron el diálogo entre las distintas diversidades feministas dentro y fuera del espacio educativo.
A partir de la emergencia en lo público de este feminismo universitario, potenciado en su extensión y discurso por el intenso contexto de movilización estudiantil abierto en 2011, el movimiento feminista crecerá en las calles articulando en su avance a distintas franjas de mujeres excluidas de la política, aunque expresivas de la precarización femenina como aglutinante. De este modo organizaciones contra la violencia de género, contra el acoso callejero y laboral, en demanda por la despenalización del aborto y la legalización de la píldora del día después, en lucha por la igualdad salarial, y a favor de una ley de identidad de género se encontrarán enfrentadas a un mismo contendor: un sistema económico neoliberal que se alimenta en su expansión de las condiciones otorgadas por el patriarcado para la integración precaria de las mujeres al mundo laboral y el control femenino de los cuerpos, tanto en el trabajo formal como en las tareas asociadas al género en el espacio privado y la reproducción. A la constitución de la Red Chilena Contra la Violencia hacia las Mujeres (2004) y realización de la primera marcha contra la violencia de género bajo la consigna el machismo mata (2008), se suman iniciativas que a partir de 2013 buscaron instalar un horizonte de libertad de los cuerpos en torno a la prohibición total del aborto, que en Chile se prolongó hasta el año recién pasado. Es en este sentido que un punto de inflexión importante para la masividad actual de este movimiento fue el debate en torno a la aprobación de una primera ley de aborto con permisión de tres causales (riesgo de vida de la madre, embarazo por violación e inviabilidad fetal), que se constituyó como espacio de diálogo problemático entre organizaciones del feminismo radical, estudiantil, social y gubernamental. En ese contexto, agrupaciones radicales aunque cercanas a la esfera universitaria en torno a la demanda del aborto libre (como Línea Aborto Libre, organización clandestina que promueve abortos farmacológicos) iniciaron una crítica contundente hacia las formas en que el Estado subsidiario reproduce los estereotipos de género heredados de la dictadura -y materializados en la constitución de 1980-, que hoy restan soberanía a las mujeres sobre sus vidas y cuerpos, perfilando al aborto únicamente desde la condición de “víctima”: es decir, el fortaleciendo un rol paternalista y conservador por parte de las políticas públicas respecto de la sexualidad de las mujeres, evadiendo por medio de un discurso terapéutico la escasa valoración estatal del trabajo de reproducción. Sobre esta arena de constitución de una lucha feminista tensionada por sus múltiples intereses, orígenes y orientaciones ideológicas, en años recientes la conformación de la Coordinadora #Niunamenos en Chile (2016) como un espacio de contacto entre las diversidades feministas desde su unificación en las calles, constituye un proceso inédito de diálogo y elaboración entre las políticas y activistas, y entre las organizaciones que abogan por una postura unitaria y aquellas por la interseccionalidad, iniciando un nuevo ciclo cuya ambición es la refundación -desde el feminismo- de una nueva izquierda para Chile.
Desde esta diversidad de registros de origen, es significativo que en mayor o menor medida las vocerías sociales, políticas e intelectuales dentro de este movimiento se plantean como la posta del pensamiento propuesto por la tercera ola feminista iniciada a fines del siglo XX, refundando sus saberes desde su carácter global, sus reconocimiento de las múltiples formas de ser mujer dentro de la experiencia capitalista, y su incorporación de las perspectivas de clase y raza como ejes fundamentales para cualquier construcción como sujeta política para la emancipación. En este sentido, la extendida relectura de feministas latinoamericanas como Julieta Kirkwood Bañados, escrituras elaboradas dentro de la tercera ola aunque al calor de movilizaciones sociales que encararon la brutal conversión económica al neoliberalismo en un contexto autoritario en el Cono Sur, otorgan a la izquierda chilena anticapitalista un inédito espacio para la construcción de nuevas identidades que incorporen al feminismo contemporáneo en clave de modernización de sus preceptos ideológicos y relaciones sociales. Del mismo modo, En palabras de un texto firmado meses antes de su elección por la diputada chilena y ex Presidenta de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, Camila Rojas Valderrama (junto a la también ex dirigenta estudiantil y actual dirigenta feminista, la abogada Daniela López), la mirada sobre esta trayectoria latinoamericana de saberes feministas desde la izquierda actual se impone el rescate de “la rebeldía y contestación a un orden que nos entiende y trata como inferiores”, encarando la reproducción del orden patriarcal como la cara oscura del auge económico chileno y su ingreso a los países de la OCDE. En herencia del ciclo previo de movilizaciones estudiantiles (2001, 2006 y 2011), la potencia del feminismo contemporáneo chileno es su construcción a partir de la parcialidad de una crítica al sistema en su conjunto, apuntando a la economía neoliberal y a las políticas del Estado subsidiario como reproductoras por igual de la precarización de la vida y la segregación social.
¿Empobrecimiento y/o modernización? La disputa actual por el carácter del feminismo
Es con esta heterogénea y decantada trayectoria con la que colisiona la “Agenda mujer” levantada por el presidente Sebastián Piñera como respuesta a las movilizaciones feministas hace algunas semanas, y que aprontó la conservadora postura del segundo gobierno postdictatorial de la derecha chilena en su última cuenta pública: el fortalecimiento del rol subsidiario del Estado y la consideración esencialista de la mujer como naturalmente diferente al hombre, con tendencia a las medidas focalizadas dentro de un horizonte de mercado que abarca gran parte de los derechos sociales -y que hoy engloba aspectos como la salud, la educación, la vivienda y las pensiones-. Del mismo modo, organizaciones de la izquierda denunciaron la persistente tendencia de estas medidas “pro mujer” en la consolidación de un sujeto femenino funcional para la sustentación de un sistema económico que perpetúa la precarización de la vida de las mujeres en su conjunto. Esto al desoír por completo la demanda social por una educación no sexista, omitir medidas concretas para el abordaje de la precarización laboral, el aumento de la violencia de género y el empobrecimiento de amplias franjas de mujeres en el país y la región; así como la consideración de las tareas de reproducción y cuidado doméstico como un trabajo sobre el cual se sustenta la producción general.
En este sentido, la mayor alzada feminista en la historia de Chile tiene como desafío no sólo la disputa acerca de la explicación de los orígenes y el actual sentido de dicha movilización respecto de su propia trayectoria, sino que también la construcción de una conducción política antineoliberal a partir de la apertura de este conflicto en el presente, que desde el movimiento feminista como punta de lanza profundice la lucha por los derechos sociales a nivel general. Allí radica la potencia de este feminismo del sur: en su interprelación crítica a la promesa incumplida de la democratización y libertad postdictatorial, cuyos sesgos se expresan nítidamente en el impulso de reformas de espaldas a la sociedad movilizada, y que no tocan en lo más mínimo la institucionalidad heredada de la dictadura, la hegemonía del mercado y los procesos de privatización de lo público. Dicho esto, no es menor considerar como contexto de emergencia del actual movimiento feminista chileno la profunda crisis de legitimidad de la democracia transicional, que afecta a todo el sistema formal de partidos desde la derecha al recién nacido Frente Amplio.
En la búsqueda de referentes para imaginar una nueva democracia que asuma como tarea la integración social en uno de los países más desiguales del mundo, la ciudadanía experimenta en el seno del feminismo -en su convocatoria a múltiples sectores históricamente excluidos- un primer espacio creativo y abierto a la sociedad con este fin. De ahí el hecho de que, más que un producto de la modernización de mercado acontecida los últimos veinte años en ese país, el movimiento feminista chileno se plantea a si mismo como una instancia de reclamo y reconstrucción de los derechos sociales perdidos, así como de refundación de las relaciones entre hombres y mujeres dentro de la izquierda chilena a fin de converger en una acción transformadora conjunta. Ello resignificando a dicha izquierda, sus aciertos y errores en su relación con la participación política femenina, como una tradición de lucha imprescindible para cualquier fuerza transformadora en América Latina. Retomando al socialismo como un horizonte colectivo de defensa y reforma al avance deshumanizante del mercado, el feminismo actual representa en la región la posibilidad cierta de acabar con un orden social sustentado en la generación de humanidades de segunda clase. De este modo, el advenimiento de las demandas feministas permitirían una vez más, esta vez desde un sentido auténtico e integrador de las mayorías, repensar una democracia en Chile que ofrezca igualdad y libertad para todas y todos.
*Fuente: VientoSur
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