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Crisis Moral y Política en Chile

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No encuentro nada tan irritante como seguir viendo a políticos, diputados y senadores, ampliamente entrevistados en programas de televisión y noticiarios pese al hecho repetidas veces comprobado de que la inmensa, inmensísima mayoría de los ciudadanos los repudia. No representan a nadie. Sin embargo, no sólo deciden nuestro destino sino
que además, gracias a la prensa y televisión, se pavonean imperturbables en las páginas de los diarios y en la pantalla.

Yo creo que esta crisis viene de los años setenta, cuando fuerzas políticas y militares chilenos perdieron el norte moral y provocaron en Chile la peor crisis política y humana de su historia.

Pero el fin de la dictadura no ha puesto fin a esa crisis. No salimos de la dictadura para iniciar nuestra transición hacia la democracia, porque Chile no es todavía una democracia y con las estructuras políticas actuales no lo será nunca. Las fuerzas que hicieron posible ese régimen de excepción, también lograron que grupos políticos que lucharon contra la dictadura en mayor o menor grado aceptaran estructuras políticas que, de hecho, perpetuaban sus principales instituciones.

Ahora lo que tenemos es una dictadura colectiva gestionada por una clase política autocrática que vela más por sus propios intereses de casta que por el bien general del país.

El sistema binominal, donde reside el poder y que reduce el concepto de soberanía ciudadana a una ridícula caricatura, fue impuesto a la población por un grupo de políticos que se arrogó su representación.
Desde entonces, la participación política ha ido declinando constantemente.

A mediados de mayo varios centros de estudios políticos -Cieplan, Libertad y Desarrollo, Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), ProyectaAmérica y el Centro de Estudios Públicos (CEP)- publicaron los resultados de su estudio sobre partidos políticos y sistema electoral. Según esos resultados, el 91 por ciento de los chilenos desconfía o tiene muy poca confianza en los partidos políticos. El 78 por ciento "no les encuentra ninguna virtud" (en la expresión de La Tercera).

Los encuestados debieron poner nota, en la escala de uno a diez, a la actuación de los partidos políticos. El puntaje más alto lo obtuvo el bloque de la Concertación, con 3,8. El partido con el puntaje más alto fue Renovación Nacional (3,8), seguido por el Partido por la Democracia y la Democracia Cristiana (3,7); la UDI, el Partido Socialista y el Partido Radical fueron calificados con un 3,5, 3,4 y 3,2 respectivamente. El Partido Comunista, que no tiene representación en el Congreso, sacó nota 2,8.

El 55 por ciento de los chilenos cree que los partidos políticos "privilegian sus intereses por sobre los intereses del país"; el 44 por ciento piensa que "no representan los intereses de la gente" (fuente anterior)

El 62 por ciento no tiene ningún interés en la política. El 49 por ciento no se identifica con ningún sector político. El 25 por ciento se identifica con la Concertación. Sólo el 16 por ciento con la Alianza.

Según la versión de La Nación, en cuanto a las reformas constitucionales, como la reforma del sistema binominal, el estudio constata que el 49 por ciento rechaza este sistema electoral y lo quiere modificar o transformar. Sólo el 25 por ciento prefiere mantenerlo. El resto no sabe o no contesta.

Los partidos políticos, el Congreso y los tribunales de justicia son las instituciones que gozan de menor confianza entre la ciudadanía (6, 16 y 18 por ciento respectivamente). Las instituciones con mayor apoyo son carabineros, fuerzas armadas, radios e iglesia católica (con 57, 51, 48 y 48 respectivamente). En los diarios confían muy pocos: sólo el 28 por ciento. En la televisión, sólo el 34 por ciento.

Estos resultados, considerados relativamente fiables por su metodología y por la diversidad ideológica de los centros de estudio participantes, ofrecen un panorama desolador de la vida política y social chilena.

Es ciertamente impactante que las principales instituciones de la república (tribunales y Congreso) sean tan ampliamente rechazadas. Pareciera que los chilenos sentimos que estamos viviendo bajo una nueva forma de dictadura, con un sistema político que consideramos evidentemente ilegítimo que permite que seamos gobernados por políticos que no elegimos y, se sigue, no nos representan. En ese Congreso se dictan leyes que no aprobamos.

Estas realidades ideológicas son irrebatibles. Los chilenos pensamos que la clase política es más bien una casta corrupta enquistada en las instituciones del estado.

Se puede decir lo mismo de otro modo. Con otras palabras o más suavemente. Pero los hechos están ahí. Tienen más confianza los inmigrantes en instituciones de un país que no conocen, que los chilenos en las suyas.

Vivir en Chile es como vivir en un país extranjero, de costumbres atávicas extrañas y difíciles de comprender. Sus autoridades hablan un idioma que no entendemos. Se rigen por leyes que violentan nuestros principios e inclinaciones. Tal parece que vivimos en un país ocupado.

Todos sabemos que, gracias al sistema binominal, la mitad de los senadores y diputados no son propiamente elegidos. La otra mitad la designan las cúpulas de los partidos. Estos políticos designados ocupan el cincuenta por ciento de los escaños en el Congreso.

Estos políticos no elegidos determinan el futuro y el funcionamiento del país, dictan y rechazan leyes, aprueban o rechazan tratados internacionales, etc.

Para colmo de males, muchos de estos políticos pertenecen a un partido que en otros países sería prohibido, por justificar las violaciones de los derechos humanos durante el régimen militar.

La ciudadanía ve siempre con asombro y horror que este tipo de políticos aprueban leyes en el Congreso y toman decisiones que contradicen derechamente la voluntad ciudadana. Según las encuestas, como se ve, el conglomerado que sólo cuenta con el 16 por ciento de las preferencias ciudadanas, toma decisiones como si representara al 50 por ciento.

Hay un largo listado en que las autoridades y la clase política han optado por medidas y leyes que no sólo contradicen la voluntad de los ciudadanos sino que además los oprimen derechamente.

-Todavía está en vigor un salario mínimo patentemente injusto e inhumano, pese al clamor ciudadano.

-Los trabajadores chilenos siguen teniendo dificultades a la hora de sindicalizarse y la negociación laboral colectiva no es todavía una norma, como debiera serlo.

-Se continúa penalizando algunas drogas, como la marihuana, en cuya absurda represión el estado malgasta gigantescos recursos y tiempo. En esta represión absurda, la policía arremete contra barriadas pobres persiguiendo violentamente a microtraficantes y consumidores, pero no persigue con la misma violencia a los consumidores de drogas de clase media y alta.

-Persisten las estructuras educacionales basadas en el lucro, pese a la opinión de la inmensa mayoría de los ciudadanos.

-Pese a que el gobierno no implementa una política de violación sistemática de los derechos humanos, sigue permitiendo que carabineros use balas de guerra en la represión muchas veces injustificada de manifestaciones públicas, en todo el país y en particular en las zonas mapuches.

-El estado persiste en la mantención de un sistema que inhibe la intervención del estado en la protección de los grupos de menos recursos.

-Los seguros médicos siguen siendo privados, pese a la preferencia ciudadana por un seguro médico estatal.

-El gobierno sigue privilegiando a las grandes empresas por encima de gremios populares como los de los pescadores.

-El Congreso continúa sin ratificar importantes tratados de defensa y protección de los derechos humanos, pese a que son una reivindicación permanente y mayoritaria de la ciudadanía chilena.

Y la lista podría estirarse todavía más.

Son todos temas en los que la orientación ciudadana se enfrenta derechamente con la clase política gobernante. Si la elección de senadores y diputados fuera democrática, la situación sería diferente.

Si senadores y diputados fueran elegidos todos ellos en votaciones directas y proporcionales, la mitad de los políticos actualmente en el poder estarían hoy en sus casas y muchos de los anhelos de la ciudadanía serían hoy realidad.

Si los políticos en el Congreso fueran elegidos todos por la ciudadanía, la mitad de los presos en Chile volverían a sus familias, porque están recluidos injustamente por delitos que la ciudadanía no considera tales y que en muchos países tampoco lo son.

Pero también hay otras cosas que impiden tener confianza en los políticos.

Para muchos, el conocimiento de que los senadores y diputados chilenos se han fijado a sí mismos los sueldos más altos del mundo lo dice prácticamente todo. (Hace dos años, estaban en segundo lugar, con los mexicanos, detrás de Estados Unidos).

Además, hay hechos puntuales que todos recordamos. Hace dos años, cuando el Congreso aprobó un aumento de nueve mil pesos (18 dólares) del salario mínimo, de 136 mil a 144 mil pesos (300 dólares), sus Señorías se subieron el sueldo en casi 450 mil pesos, a 7.5 millones de pesos (15 mil dólares) al mes. (Reciben quince millones de pesos (31 mil dólares) al mes, la mitad por concepto de dietas parlamentarias).

Tenemos memoria
Los senadores y políticos chilenos pueden ser reelegidos indefinidamente. De hecho, son prácticamente vitalicios. Un proyecto de ley presentado por un grupo de diputados para reducir la posibilidad de reelección de estos políticos fue archivado.

Hay otros detalles que también repugnan. El treinta por ciento de los secretarios y otros funcionarios contratados por diputados y senadores pertenecen a sus propias familias.

Hace unos días se ha presentado un proyecto de ley que propone que senadores y diputados se dediquen exclusivamente al ejercicio de sus cargos, pues hasta hoy todavía pueden ejercer sus profesiones, si son liberales, o trabajar en la docencia (véase el Diario de la Cámara).

Es de conocimiento público que muchos políticos y sus familias son al mismo tiempo empresarios y/o poseen latifundios y granjas agrícolas o participan de algún modo en la industria y el comercio. Es por eso prácticamente imposible creer que puedan actuar y decidir dando prioridad a los intereses del país, pasando por encima de sus propios intereses comerciales personales o familiares.

Hay otra faceta de la clase política que también llama la atención. Son esos rasgos sociológicos de tinte oriental que permiten que tengamos familias enteras dedicadas al buen negocio de la política. Presidentes que han dejado la administración pública salpicada de parientes. Ministros que nombran a sus ex mujeres y amantes en cargos públicos. Hijos de políticos que son, a su vez, políticos. Maridos políticos de esposas políticas. Presidentes de partidos con hijos funcionarios. Hermanos inversionistas de diputados y senadores. Senadores hosteleros. Jefes de policía que son al mismo tiempo industriales. Ministros latifundistas. Subsecretarios empresarios. Políticos hermanos o padres de jueces de la corte. Jefes de policía dedicados al narcotráfico. Líderes políticos dueños de minas.

Una clase política de este tipo no puede inspirar respeto. Pertenecen todos al mismo clan. Defienden los mismos intereses.

También hay senadores y diputados honestos y dedicados. Los políticos que han presentado un proyecto de ley para permitir que las reformas presentadas por el Ejecutivo que hayan sido rechazadas en ambas Cámaras sean sometidas al dictamen ciudadano por vía de un plebiscito (en Diario de la Cámara, son, en mi opinión, políticos bien intencionados.

Incluso hay algunos que son partidarios de llamar a una asamblea constituyente para redactar una nueva Constitución.

Pero se pueden contar con los dedos de las manos.

Sin embargo, a juzgar por la reacción de los políticos sobre este estudio, ninguno se preocupa demasiado. Muchos han adoptado una actitud cínica, que obviamente les conviene. Hace poco en televisión, políticos de la UDI decían que en realidad el sistema binominal convenía a todos los partidos del Congreso. Por tanto, no se cambiaría ni se modificaría.

Los aspectos morales claramente no les interesan.

Es verdad que una encuesta no es lo mismo que las elecciones. Pero es lo que más se acerca para retratar el estado ideológico de Chile. En las democracias, los políticos las toman en cuenta. Sólo en las falsas democracias no causan ninguna reacción, porque la voluntad ciudadana influye poco en la elección de los políticos. ¿Por qué habrían de reaccionar si serán senadores y diputados nos guste o no?

La displicencia y arrogancia de la clase política chilena de hoy me hace pensar en los períodos pre-revolucionarios en Francia, Rusia y Cuba. Se trataba igualmente de clases políticas indiferentes y pervertidas, dedicadas al cultivo de sus bolsillos y que mataban el tiempo en bailes y banquetes esnifando rapé y coca sabiéndose protegidos por cuerpos policiales y militares igualmente corruptos. Hasta que los ciudadanos estallaron. Parece que recién entonces se dieron cuenta de que tenían una crisis.

Digo que la situación chilena me hace pensar en esos episodios de la historia. No estoy diciendo que vaya a ocurrir aquí algo similar.

Hoy en día, Chile tiene más de régimen autocrático que de democracia, más de Asia que de Occidente, más represión que libertades, más políticos de dinastías corruptas que políticos honestos y elegidos.

Pero si golpean los chilenos a la puerta del Congreso, no nos abrirán y querrán hacernos creer que no están en casa. Lo más probable es que manden a los carabineros a meternos palo o bala.

La crisis no hace más que empeorar. Los chilenos no tenemos interés en ir a votar. ¿Para qué? ¿Para legitimar un orden político injusto? ¿Para que los ricos se sigan enriqueciendo? ¿Para seguir viendo en los noticiarios a esos huecos y fantoches que no representan a nadie?

Por favor.

[mérici]

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