Después de 35 años de la muerte de Allende la Brigada de Homicidios saca el habla
por Hermes H. Benítez (Edmonton, Canadá)
17 años atrás 7 min lectura
No cabe duda que Chile es un país surrealista, donde ocurren casi a diario las cosas más insólitas y aparentemente inexplicables. Pero, en realidad, esto es así sólo si nos movemos en el plano de las apariencias, porque en realidad todos estos hechos tienen su explicación; lo que pasa es que ella se encuentra generalmente oculta a la mirada superficial, o poco atenta.
El caso que nos interesa comentar hoy es una curiosa información, que pudo haber escapado a nuestra atención, a no ser por la buena voluntad de mi amigo Ozren Agnic, quien se dio el trabajo de enviarme hoy desde Temuco por vía Internet, la siguiente noticia, aparecida en el periódico electrónico PERIODISTA LATINO, que ni siquiera conocía:
LA POLICIA CHILENA INVESTIGARA LAS MUERTES DE NERUDA Y ALLENDE.
“Agencias /PD) La Brigada de Homicidios de la policía chilena inició una serie de investigaciones, usando tecnología y experticia actuales, para esclarecer detalles de las muertes de personajes históricos como el poeta Pablo Neruda, informó la prensa local.
Los avances tecnológicos en el área criminalística –como por ejemplo las pruebas de ADN- podrán revelar detalles que en su momento eran imposibles de detectar, con lo que incluso se podría reescribir la historia.
“Hace 30 años la identidad de las personas se establecía por grupos sanguíneos y el día de hoy es una brutalidad(sic) Hoy tenemos métodos absolutamente precisos, “ dijo a la prensa el jefe nacional de la Brigada [de Homicidios] Gilberto Loch.
Los analistas utilizarán peritajes caligráficos, balísticos, de ADN, fotográficos e incluso psicológicos.
La Brigada, por ejemplo, ya esclareció las dudas y versiones que rondaban sobre la muerte del ex presidente Allende, el día del golpe militar encabezado por el general Augusto Pinochet en 1973: el arma que mató a Allende fue un fusil soviético AK 47 que le regaló Fidel Castro.
“Pretendemos ser un aporte al patrimonio histórico del país y entregar una nueva visión criminalística respecto de algunos hechos del pasado. Con la tecnología de hoy podemos revelar detalles insospechados”, agregó Loch.
Algunas de las muertes que se investigan, además de la de Allende, son las del Premio Nobel Pablo Neruda (1973), la folclorista Violeta Parra(1967), la poetisa y Premio Nobel Gabriela Mistral(1957), y el jefe patriota José Miguel Carrera (1821).
Hasta aquí la noticia.
Como es manifiesto, las informaciones aquí reproducidas suscitan de inmediato una serie de obvias preguntas. La primera de ellas: ¿cómo es posible que la Brigada de Homicidios haya determinado “científicamente” cuál habría sido el arma con que Allende se suicidó aquella tarde del 11 de septiembre de 1973, y recién ahora lo venimos a saber, y sólo como parte de una información referente a una investigación más amplia? Esto es algo absolutamente insólito, y es como si el FBI hubiera establecido finalmente quien fue el asesino de John Kennedy, y de ello se informara en una notita al pie de la última página de un periódico de baja circulación, en vez de ocupar la primera plana del New York Times.
Quienes hemos estudiado, investigado y escrito ampliamente sobre el caso, no podemos dejar de asociar estas declaraciones recientes con la supuesta “confirmación” de la “autenticidad” de los restos de Allende, en el Cementerio Santa Inés, de Viña del Mar, hecha por el doctor Arturo Jirón, la noche del 17 de agosto de 1990, en presencia del Guatón Correa y otros personeros de la Concertación.(1) En aquella oportunidad Jirón, luego de mirar por no más de cinco segundos la osamenta de un hombre supuestamente inhumado allí 17 años antes, testifica que se trataba de los restos del presidente Allende. He aquí una de las muestras más chocantes de la absoluta falta de seriedad con que los distintos gobiernos de la Concertación han manejado todo aquello que se refiere a la investigación de la muerte de Allende. Dieciocho años después nos enteramos, casi por casualidad y con gran sorpresa, que la policía especializada de nuestro país ha logrado establecer que el fusil AK del presidente, que le fuera obsequiado por Fidel Castro, habría sido efectivamente en arma con la que se quitó la vida aquella trágica tarde.
¿Acaso esperan los detectives de la Brigada de Homicidios que, del modo más acrítico, creamos a pies juntillas en la veracidad de las declaraciones de su jefe acerca del arma suicida? ¿Dónde están las pruebas, los exámenes, los testimonios y demás evidencias, que nos permitan creer fundadamente, o rechazar, lo que hoy se afirma, del modo más escueto, en unas declaraciones a la prensa? Por cierto, necesitaríamos leer con atención el informe en que los resultados de aquellas investigaciones deben haber sido recogidos, para poder formarnos una opinión propia, y determinar si aquellas conclusiones son válidas y confiables.
Porque, además, en el caso específico de la muerte de Allende, no se trata simplemente de contar con modernos recursos de investigación forense, para poder arribar a conclusiones verdaderas, sino de la evidencia con la que se puede contar 35 años después de ocurridos los hechos, y la imposibilidad de reexaminar la “matriz”, es decir, el lugar del Salón Independencia donde murió Allende. Contribuyen a dificultar una investigación de este tipo la alteración involuntaria de la matriz y la evidencia, cometida por el doctor Guijón, quien ingresa al salón independencia y cambia de posición el fusil AK(2). Así como la crasa y voluntaria interferencia en el escenario de la muerte, cometida por personal de Ejército, a cargo del general Javier Palacios, al apropiarse indebidamente de importantes piezas evidenciales, tales como una pistola, cartuchos, un cargador, y el propio fusil ametralladora utilizado por el presidente en la defensa de La Moneda; según quedó registrado en el Informe de la Policía Técnica de Investigaciones.(3) A lo anterior habría que agregar la extraña y absoluta carencia de detalles balísticos en aquel informe, a pesar de que tres de los detectives involucrados eran peritos balísticos.
Tampoco puede uno olvidar que, a pesar de no existir evidencia balística ni testimonio que así lo demostrara, la interpretación de la Policía Técnica de Investigaciones (con la contribución de la Brigada de Homicidios), postuló desde el primer momento que el fusil AK 47 era el arma suicida, llegando incluso a contaminar con esta suposición la descripción posterior de lo que el propio doctor Guijón vio, al ingresar al Salón Independencia, minutos después de las dos de la tarde. Tal como lo mostré en detalle en mi libro. No habiendo aparecido ninguna clase de nueva evidencia en lo que a esto se refiere, no parece infundado pensar que la policía civil pudiera, simplemente, haber prejuzgado los resultados de su reciente investigación.
Es así que mientras no conozcamos las técnicas forenses empleadas para establecer que el arma mortal habría sido efectivamente aquel fusil AK 47, así como todos los aspectos y conclusiones del informe de la investigación realizada por la Brigada de Homicidios, no habremos avanzado un solo paso en el establecimiento de este que constituye uno de los detalles más litigiosos de la muerte del presidente Allende.
Notas:
1. Véase: Hermes H. Benítez, LAS MUERTES DE SALVADOR ALLENDE, Santiago, RIL Editores, 2006, págs. 169-177
2. Como podrán advertirlo los lectores, escribo aquí AK, y no AK 47, porque ni siquiera se sabe a ciencia cierta si el obsequio de Fidel Castro al presidente fuera esta última arma. Personalmente me inclino a favor de un AKMS, Fusil (o rifle), de Asalto Modernizado, diseñado por Mijail Kalashnikov en 1959. Significativamente, Max Marambio, un hombre que sabe de armas, en su libro testimonial se refiere al fusil del presidente como a un AKM, denominación que interpreto como una manera abreviada de llamar al AKMS. Puede verse: Max Marambio, LAS ARMAS DE AYER, Santiago, La Tercera/Debate, 2007, pág.87.
3. Véase: Hermes H. Benítez, Op. Cit, págs 125-143.
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