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«Así como Ravinet lo sabía, también sabía la anterior ministra de Defensa, la Sra. Bachelet»

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De terno y corbata, y sin la presión de los medios, Gonzalo Santelices Cuevas no se parece al general que el martes, juzgado públicamente, leyó con voz firme una carta para poner fin a sus 34 años de carrera en el Ejército. A solas con «El Mercurio», el civil Santelices se emociona al relatar su confesión ante un cura -inmediatamente después del fusilamiento de 14 presos políticos en octubre de 1973- «para que Dios me perdonara». Hoy, dice repudiar los hechos vividos. Y asegura que si hubiese sabido que se mataría a esos detenidos, habrían sido 15 los fusilados, incluyéndolo a él.

A sus 55 años, casado, tres hijas, el ex comandante general de la Guarnición de Ejército de la Región Metropolitana -bajo su mando directo tenía dos regimientos- debe buscar un nuevo trabajo y devolver el departamento fiscal (con ascensor a la puerta) que ocupaba desde hace un año en el décimo piso de un edificio del Ejército vecino a la Escuela Militar.

-Y pensar que podría haber estado en la próxima quina para comandante en jefe…

-Era la novena antigüedad, pero nunca he sido una persona de ambiciones. De lo único que me he preocupado es de trabajar en forma honesta, correcta, sin aspirar a nada. Quería llegar hasta donde Dios me permitiera. Tengo un sentimiento de paz. No pretendo victimizarme.

-¿Qué va hacer ahora?
-No lo tengo pensado, pero las oportunidades llegarán. Mi hija menor tiene cuatro años y debo seguir en el derrotero de la vida. He trabajado como docente, ya que durante 17 años impartí formación valórica en el Ejército, sistematizando la temática de los derechos humanos. Tengo estudios universitarios (un magíster en Filosofía Política) y me gusta la investigación… Siempre me he sentido un servidor público. Pero es difícil.

-¿Se arrepiente de haber renunciado?
-No, porque tenía que hacerlo por el bien del Ejército. Como soldado, uno no puede poner en una encrucijada al comandante en jefe. Porque el poder político lo presiona a él, no a mí. Tenía distintas alternativas, como no haber renunciado, y a lo mejor él me habría tenido que pedir el retiro. ¿Pero cómo habría quedado su imagen al interior de la institución?

-¿Por qué, si es algo que le corresponde hacer?
-Es que hay que pensar por qué me tendría que pedir la renuncia: no había motivos. Y eso lo habría puesto en una encrucijada difícil.

«De nada ha servido el ‘nunca más’ de Cheyre»

-¿Cómo partió todo?
-Un reportaje del 27 de enero de «La Nación», que es de Gobierno, me puso como «el general que entregó los presos a la Caravana de la Muerte». Después de eso alguna prensa, y algunos personeros de derechos humanos y políticos, hablan de que prácticamente yo di esas órdenes. Hubo un brutal ataque a mi imagen, con tal fuerza y presión que estaba claro que no podía seguir. Lo que me motivó fue liberar al Ejército del plano público. No pensé en mi defensa personal.

Prosigue, sin parar:

-El viernes 1 me reuní con el general Izurieta, el sábado con mi familia y el domingo celebré igual mi cumpleaños. Porque cuando se abren los caminos, se va pacificando el espíritu.

-En la reunión con Izurieta, ¿éste le dijo que estaba en un atolladero?
-No. Fue conversado, digamos. Le hice el análisis de que lo mejor era que, para no cargarlo a él con la responsabilidad, le presentara la renuncia.

-¿La Moneda presionó a Izurieta?
-Es lo que se ha leído en la prensa, y me imagino que debe haber sido así. Escuchó mi planteamiento, y me dijo «es muy noble, muy bueno; el Ejército está por sobre todo y hay que protegerlo».

-¿Entonces no trató de retenerlo?
-No. Porque vio mi decisión.

-Si hubiera decidido quedarse, ¿cree que habría sido apoyado por él y el Ejército en general?
-Sí, creo que sí.

-¿En qué quedó la presunción de inocencia a que toda persona tiene derecho?
-Es un tema que hay que analizar. Hace falta un debate nacional sobre cómo se ha manejado el tema de los derechos humanos. Pero sin pasiones. El Ejército ha hecho innumerables gestos. De nada ha servido el reconocimiento institucional, el «nunca más» del general Cheyre. ¿De qué sirvió la Mesa de Diálogo? No se valora la verdad. ¡Porque mi declaración judicial es la verdad! Claro, el ministro Francisco Vidal dice que esto no es lo mismo que pasarse una luz roja… Claro que no, ¡yo pasé con luz verde! Porque dije la verdad, y eso me da paz y tranquilidad para no tener ni siquiera sombras en el espíritu respecto de esta situación.

-¿Cree que si lo hubiese ocultado no le habría pasado nada?
-Por supuesto. Fui franco. La base del honor militar está en el actuar con la verdad. Me siento como Sócrates cuando tomó la cicuta por defender la verdad. Pero no siento ningún rencor con las personas que me han denostado públicamente.

-¿Lo sorprendieron las declaraciones de apoyo del ex juez Juan Guzmán?
-Sí, favorablemente. Fue el juez que me interrogó en 2002 y sabe de qué se trata el tema. Se escucha que las instituciones funcionen. ¿Pero cómo funcionan? Deben hacerlo en el deber ser para las que fueron creadas, según el bien común que deben resguardar. No de acuerdo con intereses de grupos.

-Guzmán estimó inconveniente procesarlo, porque habría tenido que absolverlo. Si hubiese dicho esto una semana antes, ¿habría renunciado igual?
-¡No, no habría renunciado! Porque de esa manera se habrían empezado a aclarar los hechos, ya que lo que le dije a él fue tergiversado y descontextualizado. Me imagino que quienes me atacaron e injuriaron hubieran retrocedido.

«El Ejecutivo conocía mi caso»

-¿El Alto Mando del Ejército conocía su situación procesal?
-Estimo que sí. Nunca he ocultado nada. Cuando fui a declarar, le dije al entonces comandante en jefe (Cheyre): «Estoy citado a declarar por el ex juez Guzmán» por tales cosas. Y él me dijo: «Muy bien, sé que siempre actúas con la verdad».

-¿También lo supo Izurieta?
-Lo desconozco. Imagínese la cantidad de oficiales que van a declarar, y no por eso deben hablar con el comandante en jefe. Pero cuando uno declara, la Auditoría General del Ejército lleva un procedimiento. No es que el juez lo llame a uno directamente.

-¿Entonces se conocía todo lo suyo?
-Por supuesto. Se conocía todo.

-¿Y cómo explica que el ministro de Defensa, José Goñi, asegure que el Gobierno desconocía su caso judicial?
-Me extraña, porque las declaraciones del ex ministro Ravinet, quien estuvo después de la ministra Bachelet, sostienen que el Ejecutivo conocía mi caso.

-¿Cree que el actual Gobierno siempre la conoció?
-¿No dicen que las instituciones funcionan? A eso me refiero.

-¿Estaba al tanto, o no, Bachelet, cuando en 2003 aceptó su ascenso de coronel a general de brigada, y en 2007, ya como Presidenta, a general de división?
-Pienso que sí. No tengo ningún indicativo de que no, y lo dijo el ex ministro Ravinet. Se preparan carpetas, y estoy casi seguro de que tienen que ir todos los datos. Entonces interpreto que así como Ravinet lo sabía, también sabía la anterior ministra de Defensa. Era algo público.

-¿No se omiten los datos conflictivos en las hojas de vida de los militares?
-No creo, sería faltar a la verdad.

-Si Bachelet realmente conocía su caso, ¿cómo se entiende que Vidal actúe en su nombre para hablar con el comandante en jefe para preparar su salida?
-No tiene ninguna explicación, no lo entiendo. ¿Por qué empañar mi carrera cuando declaré sólo como testigo?

-Podría entenderse que como su caso repercutiría en organizaciones de derechos humanos y políticas, se quiso evitar que estallara en las manos de ella…
-Puede ser. Pero me extraña mucho, porque quiere decir que las agrupaciones de derechos humanos pueden remover a los generales de las FF.AA. de Chile.

-Lo cierto es que el Gobierno quedó satisfecho con su renuncia.
-Bueno, bien por ellos.

-El ministro Viera-Gallo apeló a su juventud como oficial, pero Vidal lo corrigió señalando que ésa no era la opinión del Gobierno…
-Ahí usted ve: Viera-Gallo dijo una verdad e inmediatamente fue denostado. Entonces, por eso digo que pareciera que hoy día no se está valorando la verdad.

Comparación con su caso:
«Es como si yo dijera que el que estuvo en el FPMR o el MIR no debiera ser autoridad del Estado»

-Su renuncia puede sentar precedente para otros casos en similar situación…
-Espero, y confío en Dios, que no. Porque querría decir que mi sacrificio no servirá de nada. Doy este paso para tratar de parar esto, porque se está jugando con las instituciones permanentes e importantes de la República. Hay que ver cuál es el grado de poder que tendrán las agrupaciones de derechos humanos. ¿Serán ellas las que dirigirán el derrotero de esas instituciones? Hoy lo están haciendo.

-Pero su renuncia puede complicar en vez de solucionar el problema, ya que ella quedó como un hito…
-Sí, pero pienso que hay un trabajo por hacer. Hay que mover a las buenas personas y crear una nueva corriente de opinión. Porque al único que se escucha aquí es a un sector. Hay que articular, sin descalificaciones, ni agresividades.

-¿Cómo?
-Es mi interrogante. Debo intelectualizarlo y llevarlo a cabo en un proyecto. Crear un mecanismo para congregar a la Iglesia, al mundo cristiano. Porque esto sale del tapete esporádicamente, y vuelve. Ahora se habla de depurar al Ejército. Es como si yo dijera que el que estuvo en el FPMR o el MIR no debiera ser autoridad del Estado… ¿Queremos un Ejército al servicio de Chile o del gobierno de turno? ¿Por qué le traspasamos a la juventud la historia traumática que vivimos?

-¿Quiere dar vuelta la página?
-No se trata de eso, sino de avanzar. El Ejército va a cumplir 200 años, pero aunque en las encuestas recibe gran credibilidad, se plantean dudas sobre él.

-También la situación se distorsiona porque si usted se va por decir la verdad, se quedan otros oficiales que habrían mentido sobre su real participación en derechos humanos…
-No lo podría avalar. Puede que haya personas que escondan la verdad, pero no creo en pactos de silencio.

-¿Se querellará para defenderse?
-Las querellas no conducen a nada y se transforman en un «tú me das y yo te doy». Pienso que la imagen pública se limpia con los actos y se ensucia por lo que se dice. Y como se me están dando los apoyos, la opinión pública ya sabe que no soy lo que se dice que dijeron que era. No quiero entrar en una guerra mediática, porque se hieren personas y familias.

Contraste entre superiores y subordinados: «Militares que dieron las órdenes no han asumido las consecuencias»

Al egresar en 1973 de la Escuela Militar, el entonces subteniente Gonzalo Santelices fue trasladado en instrucción a la Escuela de Blindados en Antofagasta. Llegó dos meses antes de que, en octubre, aterrizara la Caravana de la Muerte, comandada por el general Sergio Arellano Stark.

-¿Cómo sucedieron los hechos con los 14 prisioneros políticos que trasladó vendados y con las manos atadas a la espalda para ser fusilados?
-En ese tiempo, los subtenientes hacíamos guardias y patrullaje día y noche. Era una vida agotadora. Una noche, no recuerdo la hora, dormía cuando me despertaron. Sin darme mayor información, me ordenan que me vistiera y me subiera a un camión, al asiento del copiloto, y que siguiera a un camión de adelante. Éste iba al mando de otro oficial más antiguo. Los nombres están en mi declaración judicial, pero no los hago públicos porque no corresponde. Llegamos a la cárcel de Antofagasta y nos quedamos afuera en los camiones esperando. De repente, sacan a los detenidos que ya venían amarrados y vendados. Me ordenan que siete subieran a mi camión; los otros siete suben al otro. Y llegamos a la quebrada del Way, que yo no conocía.

-¿Usted bajó a los prisioneros?
-No, el personal que anda con uno. Los bajan y los toma la gente de la Caravana, que nos hace alejarnos unos cien metros, detrás de los camiones. Estos iluminaban la escena, además de los vehículos de ellos…

-¿Lloró en ese momento?
-No recuerdo haber llorado.

-¿Imaginó lo que iba a pasar?
-Nunca. Está también en mi declaración judicial que dije en el mismo lugar una oración silenciosa por las personas fallecidas cuando ellos se fueron y nos dejaron con los cadáveres… No recuerdo exactamente, pero pedí que ‘el Señor los perdonara en su infinita misericordia’.

-¿Y esperaba así ser perdonado?
-Fui perdonado oportunamente (aquí sus ojos se llenan de lágrimas), porque confesé de inmediato a un sacerdote la situación traumática que viví. Era un joven de 20 años, educado por mis padres en un profundo amor cristiano. Me confesé de haber vivido y participado, involuntariamente, en eso. Me sentí perdonado en mi espíritu, porque el que perdona es Dios.

-¿Se confesó por ser culpable?
-Me confesé porque fue tan impactante… Pienso que el Señor me sanó desde ese momento. En ese minuto no hice un acto de contrición por sentimientos de culpabilidad, sino por haber vivido esos hechos.

-¿Vio ahí al general Arellano?
-No, si yo no conocía a nadie, y menos en ese tiempo en que todo era un caos.

-Según los antecedentes, retiró los cuerpos destrozados y los llevó a la morgue. ¿Qué traumas le dejó eso?
-La paz que me dio el Señor me ha permitido que haya vivido durante todos estos años con este recuerdo.

-¿Pudo dormir tranquilo?
-Sí, pero siempre recordándome, en todas mis misas, y pidiendo por el alma de esta gente, que no conocí.

-¿Verdad que es de misa diaria?
-Trato de hacerlo porque es mi alimento espiritual. La fuerza que se necesita para ser buena persona proviene de Dios.

-¿Trató de saber quiénes eran, por qué los habían matado?
-No, a los dos meses fui destinado a Iquique.

-Usted señala que era casi un niño entonces, pero si 15 años después le hubiesen dado la misma orden, ¿la hubiese obedecido?
-La orden de trasladar prisioneros no tiene nada de ilegal, y tengo que cumplirla.

-¿Y si se hubiese dado cuenta de que serían fusilados?
-A lo mejor serían 15…

-¿Pese a sus 20 años podría haber hecho algo?
-No, no podía hacer nada; pero a lo mejor los muertos habrían sido 15.

-¿Y después qué habría hecho en esa misma circunstancia?
-No habría obedecido por ningún motivo. Porque si no hay un juicio como dice el Código de Justicia Militar, si eso no está debidamente establecido, es impensado y un oficial debe negarse a cumplir la orden. ¡No puede haber ejecuciones administrativas de ningún tipo!

-En su libro «La profesión militar» usted plantea que «si una acción humana lesiona la naturaleza del hombre, éste debe racionalmente rehusar a llevarla a cabo».
-Precisamente. La persona es un bien sagrado, y nadie tiene derecho a atropellarla. Nadie, sólo Dios.

-Si fueron hechos repudiables, y en ese sentido el Ejército lo defraudó, ¿por qué continuó en la carrera?
-Porque no me defraudó el Ejército, sino gente que actuó mal dentro de él.

-¿Cuánto daño le hicieron al Ejército los casos de derechos humanos?
-Mucho. Me siento una víctima de la Caravana de la Muerte. Hay gente que ha sufrido por situaciones que les tocó vivir cumpliendo órdenes que para ellos eran legales, y que después otros las transformaron en ilegales. Y, lamentablemente, militares que dieron las órdenes no han asumido las consecuencias de la responsabilidad del mando. Hay gente enjuiciada porque cumplió órdenes, pero quienes las dieron siguen en silencio.

-¿Pinochet asumió su responsabilidad de mando?
-No me voy a referir a él. Que en paz descanse.
Domingo 10 de febrero de 2008

* Fuente: El Mercurio

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