Los enemigos del gran empresariado chileno
por Ignacio Puga (Chile)
8 años atrás 5 min lectura
19 agosto 2016
El gran empresariado chileno se siente acorralado y así se huele. Desde Corea del Sur se dijo en mayo que, si Chile quería crecer, debía superar las limitaciones del neoliberalismo. Hace poco, la agencia internacional Bloomberg dejó en claro que esas limitaciones no se deben solo a un problema de inversión, sino que había algo más: la actitud “histérica” de un empresariado chileno que ve al socialismo acechando en cada esquina, y en parte nos recordó también que la economía depende de decisiones políticas.
La agencia Bloomberg toca, de paso, una arista muy importante a la hora de hablar del gran empresariado chileno: su perfil cultural deriva de una oligarquía arraigada al catolicismo más tradicional, a la propiedad privada expresada en el campo, la que poco a poco comenzó a resguardarse en el poder político de Santiago; acumulacionista por excelencia, los precarios acercamientos a la industrialización los vivió en la explotación del carbón y del salitre, y ante la disponibilidad de mano de obra barata, su función en el mundo fue extraer recursos de un país periférico como el nuestro para las potencias industriales de Europa y los Estados Unidos, los que con su venia ayudan a mantener sus privilegios. También se han hecho del poder político, pues comprenden que es necesario controlarlo para salvaguardar los beneficios económicos.
El gran y concentrado poder económico y político heredado de una dictadura, de la que se valieron para saquear al Estado y sus empresas, junto a la mentalidad tradicional, herencia cultural del ejercicio del poder de siglos, hacen que hoy más que nunca lo que es de sentido común no lo sea. Porque el poder siente que tiene muchos enemigos, y siente que hace rato le vienen pisando los talones.
El enemigo son las opiniones distintas. Opiniones distintas que en determinados períodos de la historia se expresan en la política y en los medios de comunicación: incomoda que en el Congreso se esté formando una pequeña disidencia, aunque quizás sirva como una pequeña válvula de escape para que la olla a presión no nos estalle, porque lo que realmente incomoda es el hecho de que esta rígida y portaliana institucionalidad abra el espectro a nuevos actores; incomoda que el internet sea tan libre como para darles palestra a medios de comunicación y a opiniones distintos. Por esto, también, se amarran los programas educacionales y se margina la Educación Cívica de las aulas como se hizo hasta hace muy poco: la opinión distinta es sinónimo de que se está pensando, y eso también es un peligro.
El enemigo son potenciales competencias. El enemigo son, increíblemente, las pequeñas y medianas empresas: porque en Chile existe libertad, pero la idea de libertad de ellos, la libertad de los privilegios, con bajas exigencias a los grandes y mayores exigencias a los pequeños, en lo que refiere a tributos de toda clase: el precio irrisorio de las patentes de retail; el 75% de subsidio a la empresa forestal determinado por Decreto Ley; los perdonazos a Johnson, y a las colusiones del confort; y, en contraparte, la persecución del comercio ambulante, entre muchos otros ejemplos.
La amenaza mayor de este grupo es que necesita de innovación para prosperar y mucha innovación le puede restar protagonismo a los grandes, porque no se atreve a invertir en tecnología, en investigación, en un negocio que produzca más. Y, ojo, que en nuestra historia esto no es nuevo: mientras a las chinganas y al comercio informal se les ha reprimido desde siempre, al pequeño y próspero artesanado y al comercio local chileno del siglo XIX se le quitó el poder político, marginándolo de las elecciones por no ser dueño de la gran propiedad, y las decisiones políticas –y por ende económicas- de Chile pasaron por los poderosos.
Desde ahí, la historia del artesanado, borrada por la inversión extranjera, y la del comerciante -hoy pequeño y mediano empresariado-, ha sido una historia de dependencia. Nunca les interesó la industrialización y tampoco permitieron que los pequeños fueran dueños de la industria: lo terminó siendo el Estado, y terminaron robándole esas mismas empresas en dictadura para ellos. Lo peor es que un sector de esta pequeña y mediana empresa terminó asimilando el discurso contra el cambio social, cuando le significan posibilidades. Como si vinieran a robarles todo, cuando históricamente el gran empresariado, con su poder en el mercado y su poder político, les ha robado hasta las más mínimas posibilidades de crecimiento.
Incluso los militares que, luego de ser utilizados en nuestra historia para sacarlos del apuro en que se pueda ver afectada su riqueza, se transforman en un lastre del que siempre han terminado renegando. Algo similar pasa con los dirigentes políticos cooptados. Militares y políticos generalmente han sido cooptados por su poder, salvo molestas e incómodas excepciones a las que el poder del dinero, muy de vez en cuando, no puede acceder. Como pasó con Balmaceda y sus generales. Como pasó con el intento de Golpe de Estado a Pedro Aguirre Cerda. Como pasó con Schneider y con Allende.Los enemigos, a la larga hemos sido todos: los peones e inquilinos, descendientes de mestizos e indígenas; el obrero insolente del salitre y el carbón; el profesorado y la clase media intelectual, estudiantil, académica; el artesanado y el pequeño comerciante que con su poder de innovación pueden amenazar su negocio. Los que hoy como ciudadanos y ciudadanas luchan por educación, por salud, por un sistema previsional digno, por sueldos dignos y por poner fin al sistema de precarización laboral; por nuestros derechos sexuales y reproductivos, sean las tres causales de aborto o el aborto libre, por la igualdad de género y por los derechos de las minorías; por los derechos de nuestros pueblos originarios y por el medio ambiente, ambos depredados por la industria extractivista; por la descentralización y las oportunidades para todos.
El problema de hoy es que el escenario es tan escandaloso, que incluso agencias internacionales como Bloomberg y economistas de todo el mundo, son críticos ante el actuar de estos grandes poderes económicos.
El gran empresariado se ve acorralado porque, en definitiva, siente que sus enemigos somos todos.
*Fuente: El Mostrador
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