La Navidad de los viejos
por Rafael Luis Gumucio Rivas, padre (Chile)
8 años atrás 3 min lectura
Después de tantas Navidades uno va descubriendo que en el recorrido de la vida le van quedando dos dientes, dos pelos, dos amigos y dos mil pesos.
Con el andar de los años, no sólo vamos perdiendo los pelos y los dientes, sino que también nos vamos convirtiendo en una especie de gnomos de cuentos de hadas y un poco de “arrugas en las arrugas”. No es mi deseo echar a perder la Navidad o saturnales romanas, aun cuando sabemos que Chile no tiene ningún festival y que nunca se desata nuestra euforia, así fuera por un día; es que somos sosos, secos y agusanados como nuestra maldita oligarquía que se niega a morir.
En este día se me llegó la morriña y se agolpó en mi mente la pérdida de tantos amigos que formaron parte de mí mismo y que hoy no están – entre ellos el gran amigo Agapito Santander que, sin su armónica, el mundo se hace lúgubre; el estoico Fernán Meza, que se negó rotundamente a ser viejo y a ser basureado como un ente inservible, <tal cual lo sugiere la gran jefa del FMI, que califica a los viejos, nada menos, que como los culpables del próximo apocalipsis de la economía mundial; esta dama no se atreve a decir que hay que eliminarlos, pues sería muy eugenésico y hitleriano, pero en fuero interno sería su deseo > -.
A mí me gustaría una Navidad muy distinta, como la gran mesa soñada por Thomas Moro, en La utopía que, en vez de segregarnos en familia, aprovechar la Navidad para que al menos un solo día del año el “roto se encuentre con oligarca”, el mediócrata arribista con los ricos a quienes tanto admira, los viejos y enfermos pobres y solos sea, al menos por una vez, acogidos por un país que los ha tratado como perro sarnoso , ojalá lo más lejos posible, o mostrarlos sólo en una pantalla de televisión donde no huelan a parafina de indigente. Si practicamos la hipocresía todo el año, ¿por qué hacer también en la Navidad?
Si algo lindo me enseñaron mis ancestros cristianos – por cierto eran bastante pechoños – es que en la Navidad el Salvador había elegido nacer, crecer, enseñar y morir entre pobretes. Por esta excepcional idea cayó en la obsolescencia, convirtiendo al cristianismo no en la utopía de la igualdad, sino en obsecuente servidor de los epulones que, coludidos, roban a los pobres al venderles a precios desorbitantes desde el papel toilette, pasando por los medicamentos y hasta los pollos. Al fin y al cabo los “rotos” son ignorantes, perezosos y hasta hediondos.
Como “don Francisco” – el hombre de la Teletón – lo presentan muy feo, había que usar al “viejito pascuero” para que promocionara productos de las empresas coludidas bajo la misma cobertura de bondad y solidaridad entre los hombres. Lo lindo de la Navidad y de la Teletón es que siempre ganan los más ricos, al son de un lindo villancico y de un reparto de regalos sólo para la pantalla.
Con mis dos pelos, mis dos dientes y mis dos amigos, cada día me acerco más a mis preferidos maestros del pensamiento: Epicuro, Nietzsche y Camus. El primero, te enseña a tener miedo a la muerte ni a los dioses; el segundo, a amar la existencia dionisíaca; el tercero, a comprender que la vida es absurda, pero es necesario siempre buscar un humanismo estoico.
Aun cuando forme parte del “diccionario de lugares comunes”, de Flaubert, sólo me resta desear a los amigos y quienes les quedan dos dientes y dos pelos y dos mil pesos que, ojalá, pasen una buena Navidad.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
24 de diciembre de 2015
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MIRADA RETROSPECTIVA (Guillermo Blest Gana, 1829-1904)
Al llegar a la página postrera
de la tragicomedia de mi vida,
vuelvo la vista al punto de partida
con el dolor de quien ya nada espera.
¡Cuánta noble ambición que fué quimera!
¡Cuánta bella ilusión desvanecida!
¡Sembrada está la senda recorrida
con las flores de aquella primavera!
Pero en esta hora lúgubre, sombría,
de severa verdad y desencanto,
de supremo dolor y de agonía,
es mi mayor pesar, en mi quebranto,
no haber amado más, yo que creía,
¡yo que pensaba haber amado tanto!
Bueno, don Gumucio, la verdad es que nunca lo he pasado tan bien como a mis 76 años. No solo hago lo que quiero sino que digo lo que me da la gana. Los dos dientes y los dos pelos me sirven de excusa, mientras los dos amigos sonríen y me aplauden…