EL ‘SEGUNDO TIEMPO’
Las sociedades, las naciones, las estructuras sociales no siempre funcionan con mundos contrapuestos en su interior; generalmente, también llevan mundos que están superpuestos, o, si se quiere, universos sociales paralelos, no contradictorios entre sí. Universos, grupos humanos que funcionan, a menudo, de manera autónoma, no extrema sino más bien como forma alternativa, como otra opción, como otro camino, como otra posibilidad. Cuando se supone o cree que existen solamente posiciones contradictorias, soluciones extremas —ésta o aquella, blanco o negro—, no siempre resulta fácil entender lo que sucede en determinada nación. Especialmente cuando los medios de comunicación, formadores por excelencia de opinión pública, ignoran lo que sucede en los estamentos inferiores y se vuelcan a manifestar sólo que ocurre en la superficie, como si la forma y longitud de las olas pudiese dar la clave de lo que acontece verdaderamente al interior de los océanos. Así sucede en la generalidad de las naciones del orbe; no tendría por qué ser diferente a lo que sucede en Chile. Resulta, así, dificultoso saber lo que le acontece. Más, aún, si se dejan de lado algunos principios que orientan a las ciencias sociales referidos a la necesaria distinción entre la escena política y el mundo social.
Las palabras precedentes se encuentran íntimamente relacionadas con lo que se ha dado en llamar ‘segundo tiempo’ de gobierno del pacto ‘Nueva Mayoría’; o, también, época del ‘realismo sin renuncia’.
Es un hecho cierto que el actual Gobierno inicia una nueva etapa. Contagiada por el ambiente futbolístico que ha embargado al país durante la ‘Copa América’, ha sido la presidenta —que no se caracteriza por sus aciertos analógicos—, quien ha empleado el término ‘segundo tiempo’ para describir el nuevo escenario a enfrentar y el nuevo equipo que va a salir al campo político a realizar el ‘juego’. En realidad, y dentro de sus limitaciones, la analogía describe una realidad imposible de desconocer: se inicia un ‘segundo tiempo’ dentro de ese ‘partido’ que, constantemente, ha estado jugando el pacto ‘Nueva Mayoría’ con su oponente la ‘Alianza Por Chile’ disputándose la administración del país. Digámoslo con mayor propiedad: es el ‘juego’ que permanentemente tiene lugar en la ‘escena política’ de la nación con sus ‘actores políticos’ que, para los efectos de la analogía, pasan a desempeñarse como ‘jugadores políticos’[1].
Pero, si ese juego político se realiza constantemente, ¿a qué se debe el hecho de que se hable de un ‘segundo tiempo’, de un ‘realismo sin renuncia’, de una nueva etapa o fase en el gobierno de Bachelet?[2]
Comencemos diciendo que (todavía) el sistema político chileno funciona, por decirlo así, a dos bandas. Es un juego ‘de alternancia’, en donde a la derrota electoral de un grupo político sucede el triunfo de su oponente, y viceversa; es, aún, un sistema binominal en donde dos grandes conglomerados políticos disputan el manejo de la nación en el campo de la escena política de la misma, conglomerados que dominan, igualmente, el campo comunicacional. Y, por lo mismo, el control en la fabricación de ideología. La libertad de voto del elector se reduce a elegir entre esos dos campos, pues no hay más alternativas.
Dadas esas condiciones, dado que nada ha cambiado en el panorama político chileno, las explicaciones de ese ‘segundo tiempo’ hay que buscarlas, en primer lugar en lo que ambas coaliciones señalan. Y ahí, por supuesto, las opiniones no sólo están divididas sino son múltiples. Intentemos resumirlas.
EN QUÉ CONSISTE ESTE SEGUNDO TIEMPO
Para la ‘Alianza Por Chile’, el nuevo giro del gobierno es un retorno (aunque insuficiente) hacia una realidad imposible de ignorar: las posibilidades reales que el pacto ‘Nueva Mayoría’ tendría de llevar adelante el paquete de reformas en el que estaba empeñado; la ‘nación’ (o ‘Chile’) tolera reformas, pero no aquellas que quiere realizar el gobierno de Bachelet porque todas ellas han sido mal concebidas y mal ejecutadas[3].
Para la coalición gobernante, las razones del cambio han de encontrarse en la crisis económica que afecta a la nación y que aún no se aleja o, como lo señalara la propia presidenta, 1) en
“[…] la desaceleración económica que se ha prolongado más de lo esperado […],
2) en errores cometidos al momento de redactar el programa o en
“[] los obstáculos que hemos heredado y tal vez los subestimamos (aunque) nuestra responsabilidad es no hacer diagnóstico sino que hacer mayores esfuerzos”,
y, 3) en la incapacidad de las estructuras estatales para asumir las tareas que implicaban el programa de Gobierno. O como lo explicara ella:
“[…] en nuestro déficit de gestión en la marcha de las reformas. Debemos reconocer que la administración estatal no estaba totalmente preparada para procesar cambios estructurales simultáneamente […]»[4]
La ‘Alianza Por Chile’ replica, por su parte, que, si bien es cierto se sabía de la proximidad de la crisis, ésta se vio agravada por la inminencia de las reformas contempladas en el Programa de Gobierno que nunca debieron plantearse.
UNA POSIBLE EXPLICACIÓN
Sostenemos nosotros aquí que las explicaciones dentro del plano de la escena política entregadas por ambos actores no corresponden a lo que realmente sucede en el país porque han sido formuladas en un plano inadecuado y, en consecuencia, no reflejan la correlación verdadera de fuerzas sociales existente en el país. Dicho de otro modo: puesto que las explicaciones se buscan y formulan dentro de la escena política de la nación y constituyen, por lo mismo, un ‘juego político’, no indican la exacta ubicación de los actores sociales en la estructura de clases de la sociedad. Sin embargo, debemos reconocer que es ese juego político lo que, paradojalmente, ha logrado hasta el momento contener la ebullición de la caldera social. Y, probablemente, lo seguirá haciendo en el futuro a no ser que las propias fuerzas sociales alteren en forma ostensible el juego que realizan los actores políticos en el plano de la escena política nacional.
Por eso, a diferencia de lo expresado por las coaliciones ‘Nueva Mayoría’ y ‘Alianza Por Chile’, decimos nosotros que las causas de la crisis en Chile no constituyen algo nuevo o actual, sino estaban ya presentes al momento de realizarse las elecciones de 2013 pues en esos meses ya nadie ignoraba el desprestigio de las instituciones políticas ni, mucho menos, la inminencia de la llamada ‘desaceleración’, convidados de piedra para el sistema de alternancia en esos momentos. No fue ocasionada sino por circunstancias directamente relacionadas con lo que sucedía en el plano de la escena política nacional la baja participación electoral en los comicios de ese año: la confianza en las instituciones públicas y, en consecuencia, en las autoridades, se había ya reducido a porcentajes ínfimos. Por otra parte, la ‘desaceleración’ se manifestaba con persistencia el último año de la administración de Piñera y era ingenuo pensar que no iría hacerlo bajo el gobierno que la sucedería[5].
MAYORÍAS QUE NO SON TALES
En consecuencia, sostenemos nosotros en esta parte que las llamadas ‘mayorías’ tanto por los medios de comunicación como por quienes se atribuyen el hecho de serlo no son tales pues se trata de ‘mayorías políticas’. Por lo mismo, y con mayor razón, no es mayoría el llamado pacto ‘Nueva Mayoría’ aunque haya tomado ese pomposo nombre para hacer su estreno en sociedad. Porque, en términos reales, jamás ha sido ‘mayoría’ dentro del espectro social sino, apenas, ha intentado serlo en términos políticos. Es, en verdad, una mayoría aritmética dentro de la escena política nacional, con lo que se quiere decir que es una mayoría política, no una mayoría social. Porque nunca ha sido esto último en el pasado; tampoco lo es en el presente, y parece muy difícil que pueda serlo en el futuro. Y eso es importantísimo.
LAS VERDADERAS MAYORÍAS
La generalidad de la población chilena no desconoce la circunstancia que, en el proceso eleccionario de 2013, las votaciones sólo evidenciaron el desprecio absoluto hacia los actores políticos de la nación; casi un 60% no concurrió a entregar su voto. Del 40% de la población que llegó hasta las urnas, en términos absolutos, un 60% votó por Bachelet y el resto apoyó a la ‘Alianza Por Chile’. La conclusión que podemos extraer hoy de estos hechos es que si bien el gobierno de Chile partió apenas sostenido por un 25% de la población, su contrincante (la ‘Alianza Por Chile’) se encontraba en peores condiciones porque apenas recibió el apoyo de un 20% del electorado. Gran parte de la población nada quiere saber de estos dos bloques políticos. Esta tendencia se ha venido manifestando en forma constante desde fines de 2013 —año de las elecciones—, hasta el día de hoy (julio de 2015) en que los resultados de la última encuesta Adimark han radicalizado esos porcentajes. Así, el apoyo al pacto ‘Nueva Mayoría’ se encuentra reducido apenas a un 18%, en tanto que el brindado a la ‘Alianza Por Chile’ alcanza sólo a un 13%, mientras la presidenta cuenta con un 23%. La conclusión es que la condición de minoría de ambos bloques políticos no se resuelve apoyando a uno u otro sino permitiendo la emergencia de otra alternativa; en palabras más directas: orientando la búsqueda en una dirección diferente. Porque la población chilena no desea resolver sus problemas a través de ese juego político llamado ‘alternancia’ sino busca un camino propio, un camino que aún cuando no se abre, sí se avizora. Y esto no es una aseveración antojadiza. No hay confianza en la escena política nacional pues se advierte que el único interés que guía a ambas coaliciones es perseverar en sus recíprocas existencias. Y eso sólo pueden lograrlo perpetuando al sistema que los hizo posibles. De ahí la persistencia en seguir permaneciendo instalados en las instituciones estatales, llámense éstas Parlamento o Administración Pública.
De manera que esa problemática no se resuelve, como lo piensan algunos congresistas autoritarios, con el retorno al voto obligatorio y amenazas de reclusión dirigidas a doblegar la voluntad del elector rebelde. El desafecto al mundo de la escena política se origina en el comportamiento mismo de esa escena que solamente reproduce la conducta de un empresariado tan inescrupuloso como el de su representación parlamentaria[6].
No podemos pedir que esta lógica sea considerada por los actores que se desplazan por la escena política nacional; tampoco por los diferentes grupos de presión que existen en el país. En la escena política campea otra forma de razonar, en donde unas minorías sociales se enfrentan a otras descalificándose entre sí o atribuyéndose la realización de determinadas acciones con el objeto de obtener el apoyo del campo social que jamás abandona su carácter de ‘clientela electoral’. Y es natural que así sea pues la existencia de todos esos actores igualmente depende de la existencia de ese sistema que ha hecho posible la vida de ellos, por lo que—como ya se ha dicho— deben mantenerse donde están situados al precio de lo que sea. La solución al problema de la legitimidad se transforma, entonces, en un problema de supervivencia para esos actores. Por consiguiente, no debe extrañar que, a pesar de las gravísimas acusaciones que pesan sobre el mundo de la política, los involucrados sigan negando su participación en esos actos o sigan insistiendo que esperan de la ‘justicia’ un pronunciamiento o ‘pruebas’ fehacientes que los incriminen[7]. Como sucede con los reclamos de la población en contra de las ISAPRES —u otras estructuras que hacen negocios con las necesidades de la población— en donde ha sido necesario ‘judicializar’ las protestas, también estas acusaciones exigen la judicialización de las contiendas porque los principios morales que otrora eran el baluarte de la sociedad ceden paso a los valores basados en el lucro y en la explotación. Esta judicialización no es cualquiera: se trata de probar que cometieron simples delitos o crímenes; porque las faltas, para estos sujetos inescrupulosos, no constituyen delitos[8].
No puede sorprender, en consecuencia, que la generalidad de los involucrados en los escándalos se niegue a hacer abandono de sus cargos y se aferre a ellos sin intentar siquiera un acto de contrición por lo cometido ni manifieste la mínima intención de retirarse de la política. Y es que ésta ha dejado de ser, para ellos, el arte de resolver los problemas de los demás y de una sociedad a la que se pertenece, sino un negocio bastante lucrativo en donde lo importante es vender o ser vendido.
Así, pues, el ‘segundo tiempo’ de este ‘partido’ entre la ‘Nueva Mayoría’ y la ‘Alianza Por Chile’ no se encamina sino a constituir una forma de resolver conflictos en el plano de la escena política y no en el del campo social. Porque el verdadero enemigo ha pasado a ser este último. Lo cual tampoco es casual pues constituiría un error de proporciones ayudar a un eventual ‘enemigo’. Por lo mismo, este ‘segundo tiempo’ poco o nada influirá en la situación de las clases dominadas que seguirán en dicha condición pese a las promesas y a los cantos de sirenas de las ‘autoridades’.
Conclusión de todo esto: la crisis que experimenta la escena política de la nación nada tiene que ver con el eventual proceso de reformas que pudiese emprender el Gobierno mismo o algún otro sujeto político sino se trata de un problema de minorías que se culpan y exculpan mientras intentan de mantenerse en los cargos de dirección; por lo mismo, se trata de un problema de legitimidad de esos estamentos, no de legalidad. Son sujetos que, a pesar de ser mayorías políticas relativas, carecen de representatividad social. Porque se puede se mayoría política, pero no mayoría social; y se puede tener representación política, pero no representación social. Quienes deberían estar representando los intereses de las grandes mayorías nacionales no lo han estado haciendo, convirtiéndose, en consecuencia, en minorías no sólo sociales sino políticas, para terminar abriendo las compuertas a la acción de su oponente político que, aunque siendo todavía más minoritario, aprovecha las posibilidades de atacarlo por los flancos y atribuirle los efectos de la crisis que experimenta la escena política nacional.
EL DILEMA DEL GOBIERNO
El gobierno del pacto ‘Nueva Mayoría’ no partió siendo un gobierno de coalición. Como lo afirmáramos en nuestro documento de 20 de marzo del pasado año[9], se inauguró como un gobierno personal: de Michelle Bachelet y un grupo de personas de su entera confianza. Los partidos del conglomerado estaban fuera y era ella quien decidía, junto a su equipo de incondicionales, con cuáles personas organizaría la administración del país. Señalábamos, al respecto:
“No podemos decir que se trata de un Gobierno de centro, de ‘derecha’ o de ‘izquierda’ pues dicha terminología en poco o nada ayuda a entender ciertos fenómenos sociales; tampoco podemos decir que sea el gobierno de un conglomerado político como la llamada ‘Concertación de Partidos Por la Democracia’ pues esa organización parece haber muerto de inanición hace ya varios meses; lo cual no implica que, más adelante, pueda resurgir victoriosa desde sus cenizas, como el ave Fénix. Más curioso aún resulta no poder afirmar, igualmente, que se trata de un gobierno de la coalición ‘Nueva Mayoría’ porque para muchos de sus propios integrantes tal estructura no es una coalición sino, simplemente, un pacto electoral[10]. Sin embargo, aunque no lo fuera, aunque fuese una estructura política con miras a establecerse en forma permanente, tampoco podríamos decir que se trata de un gobierno suyo porque, en verdad, no lo es. A nuestro entender —y esta analogía, mal que le pese, la hermana con el Gobierno de Sebastián Piñera que recién termina y que tampoco fue de la Alianza por Chile ni, mucho menos, de la Coalición Por el Cambio sino un gobierno suyo—, también el de Michelle Bachelet será un gobierno suyo”.
Eso se terminó. Pero el exacerbado personalismo de Michelle Bachelet dejó cicatrices difíciles de olvidar entre el Gobierno y su pacto ‘Nueva Mayoría’. Por eso, el llamado ‘segundo tiempo’, no cuenta con una coalición unida sino, por el contrario, dividida y en donde se entrecruzan acusaciones mutuas de toda índole, complicando más aún el panorama político. Y como sucede con la generalidad de la representación parlamentaria, gran parte de los representantes políticos del pacto ‘Nueva Mayoría’ acusados de corrupción se niegan a abandonar sus cargos y alegan inocencia, como es el caso del actual presidente de la Democracia Cristiano Jorge Pizarro, que está no sólo fuertemente cuestionado por la opinión pública sino por militantes de su propio partido. Así, nos encontramos con la tragicómica paradoja que quienes legislarán para llevar adelante los colgajos de las eventuales reformas no serán sino los parlamentarios que han estado siendo denunciados por trasgresiones a la moral y, en muchos casos, a la propia legislación nacional.
En medio de este panorama de por sí complicado, el Gobierno parece haber optado por una línea cercana a la que impulsa la Democracia Cristiana DC complicando su relación con el Partido Comunista PC cuyo comportamiento respecto al pacto ‘Nueva Mayoría’ más parece hoy aproximarse al de aquel hombre ‘de derecha’ que pidió su ingreso a la Unidad Popular UP el 10 de septiembre de 1973. Porque para el PC la situación se le complica más aún. Al creciente desprestigio de su bancada estudiantil se une un desprestigio en los movimientos sociales que nada quieren saber de la dirección de esa colectividad a la que consideran cooptada por la ‘Nueva Mayoría’. Las vacilaciones de ese partido en cuanto a optar por la calle o continuar en el Gobierno se han manifestado con fuertes bajas de credibilidad en el Colegio de Profesores, amenazan a la CUT y, probablemente, a la participación de los comunistas en otros movimientos sociales como en la de ex presos políticos de la dictadura; en la Federación de Estudiantes de Chile FECH, y en el resto del movimiento estudiantil, el retroceso de ese partido es notorio. Pedro Santander ilustra de la sigui8ente manera lo que sucede al ‘glorioso’ partido:
“Lo primero que llamó la atención fue ver que el PC –tras haberse mantenido 20 años fuera de la institucionalidad basada en la Constitución pinochetista del 80– decidiera entrar de lleno a ella justo cuando esta iniciaba su peor momento, el de máximo desprestigio social y deterioro político. “El PC compró boletos en el Titanic”, metaforizó al respecto el académico Carlos Ruiz”[11].
Para colmo de todo, la solución a la crisis que se enfrenta luego del cambio de ministros ha sido no renunciar al programa ni a las reformas, sino ‘gradualizarlas’, lo que implica realizarlas a través de leyes cuyos beneficios empezarían a regir en el futuro, a la vez que revisar la secuencia del ritmo que debería tener la ejecución de cada una de ellas.
«La Presidenta ha dicho ayer que respecto de esos desafíos suyo y de su gobierno es que ese norte se mantiene y lo vamos a hacer haciéndonos cargo de que la realidad hoy es distinta a la que habíamos imaginado. Precisamente para poder cumplir es que vamos a introducir gradualidad y revisión de los ritmos»[12].
Pero, ¿es posible una solución de esta naturaleza? ¿Se resuelven con ello los problemas de la escena política? No nos parece que así sea. Es más: consideramos esa solución un profundo error. Porque si quienes apoyaron tal idea creyeron posible neutralizar con ello las críticas que formula constantemente la ‘Alianza Por Chile’, desacreditando la labor del Gobierno, los hechos, los porfiados hechos se han encargado de representarles su error. Esta acción era fácil de prever: quien, como lo ha hecho el Gobierno, retrocede en las justas políticas, comete un grave error pues acusa con esa actitud la extrema debilidad en que opera. Y quien acusa debilidad se pone a merced de su oponente. Las consecuencias no se han hecho esperar: las críticas no sólo continúan sino han recrudecido. Lo cual era de suponer. Porque, en la política impuesta por la llamada ‘mercadocracia’, es lícito ‘sacar las castañas con la mano del gato’, aprovechar las circunstancias, atribuir al oponente la totalidad de las culpas esperando obtener con ello dividendos políticos; en suma, ser oportunista. Y en esa tarea, los sectores de la ‘Alianza Por Chile’ no son aprendices sino verdaderos maestros, algo que los sectores del pacto ‘Nueva Mayoría’ deberían aprender de una vez por todas.
UN CAMINO INVERSO Y UNA ESPERANZA
Así, pues, el Gobierno ha cometido el gigantesco error de iniciar un retorno hacia los orígenes de la política de otorgar derechos ‘en la medida de lo posible’, de subordinar lo social a lo económico, que fue la tónica de los gobiernos anteriores de la Concertación. Y eso es precisamente lo que jamás debió hacer; tampoco de hablar de ‘gradualidades’ ni de revisar ‘la secuencia de los ritmos’. Porque nunca debió olvidar, tampoco, que el origen de la ilegitimidad de la representación política que se desplaza por la escena política de la nación es, precisamente, no haber satisfecho los anhelos de las grandes mayorías nacionales, haber empeñado la palabra y no haberla cumplido, haber formulado un discurso y atropellar su contenido. Contra esa política de mezquindad y de ‘realismo’ se hicieron las protestas sociales. Por consiguiente, hay que leer bien las encuestas que continuamente se están realizando, y no sólo superficialmente, para entender correctamente que el desafecto al pacto ‘Nueva Mayoría’ no se ha volcado a los secuaces de la coalición ‘Alianza Por Chile’, sino se encamina en un sentido diferente. No se trata, por consiguiente, de ‘sacar las castañas con la mano del gato’ ni de obedecer los dictados del sistema capitalista mundial sino imponer las condiciones que la población chilena quiere y desea establecer. Y, a partir de esas condiciones, edificar el modelo de sociedad que anhelan las grandes mayorías sociales. Es algo que un comentarista se encarga de expresar en uno de sus últimos artículos:
“Dos preguntas a los realistas políticos que hicieron el nuevo contrato de arriendo de Bachelet: ¿recuerdan que esta crisis política es de legitimidad por malestar social? Pues, bien, ¿hay algo de lo que están haciendo que resuelva ese problema? Son cosas para las que sería bueno, digo yo, tener algún plan. Mire, usted, que eso de la realidad a veces supera su realismo”[13].
Los acontecimientos que se producirán en el futuro, probablemente nos den la razón. Por lo pronto, algo está ocurriendo en el Colegio de Profesores; también en la CUT. Y en los movimientos estudiantiles. Y si así sucede en muchas partes del país, no cabe la menor duda que este ‘segundo tiempo’ será bastante complicado. Por lo menos, en el aspecto social.
Terminemos, sin embargo, citando las palabras de una analista, que bien pueden resumir lo estatuido en este artículo:
“Ni la derecha ni la Concertación/ Nueva Mayoría fueron capaces de pensar un Chile diferente y sentar las bases jurídicas, productivas y culturales para conducir al país por el camino de la libertad y la justicia, apreciando los talentos y la sinceridad de su pueblo. Les faltó atrevimiento intelectual, voluntad y grandeza política. Se farrearon una oportunidad histórica.
La esperanza para Chile está ahora en aquellas mentes críticas, fuera y dentro de las asociaciones partidarias, que nunca se subyugaron a la mediocridad y ceguera política de una clase dirigente fanfarrona, que todavía se aferra al poder”[14].
Santiago, julio de 2015
Nota
[1] Esto no es algo simplemente anecdótico. La teoría del juego, que inventara Von Neumann ha sido brillantemente desarrollada por otros autores, entre ellos Martin Shubik, quien la ha aplicado con bastante éxito a las relaciones que se establecen dentro de la escena política de la nación. No por otra cosa se ha establecido esa suerte de ‘disciplina social’ denominada ‘ingeniería política’.
[2] Ha sido Bachelet también la que ha acuñado el término ‘realismo sin renuncia’.
[3] No cabe duda que tras estas afirmaciones existe ‘oportunismo’ político. El oportunismo es una de las armas que frecuentemente se emplea en política, especialmente en las estructuras sociales donde opera el bipartidismo o la formación de bloques aparentemente contrapuestos entre sí pero unidos en el común deseo de administrar la miseria de la población. Las palabras ‘nación’, ‘país’ e, incluso, ‘Chile’ se usan, indistintamente, como sinónimos de quien emplea tales términos; en este caso, la referencia está hecha a lo que desean o quieren para sí los sectores dominantes de la sociedad.
[4] Redacción: “Bachelet tira la toalla: ‘La administración estatal no estaba totalmente preparada para procesar cambios estructurales’”, ‘El Mostrador’, pág. 10 de julio de 2015.
No está claro además, lo que la presidenta quiso decir con la expresión ‘administración estatal’, es decir, si se refirió al andamiaje mismo de la administración pública o a las personas elegidas por ella o los partidos para llevar a cabo el programa.
[5] Alfredo Coutiño, director de Moody’s Analytics sostiene, en un documento de reciente publicación, que las reformas emprendidas por el gobierno del pacto ‘Nueva Mayoría’ nada tienen que ver con la desaceleración sino más bien a problemas estructurales de la economía. En la parte pertinente de su informe, señala:
“La economía chilena ha venido a menos desde finales de 2013, con el crecimiento cayendo a solo un 1.9% en 2014 después de haber alcanzado tasas cercanas a 6% en el periodo 2010-2012. A pesar de la competitividad ganada por el peso chileno, la industria nacional continúa débil y postrada en territorio negativo”. Véase “Moody’s Analytics y su sombrío panorama para la economía: ’Chile podría haber reportado contracción para segundo semestre’”, ‘El Mostrador’, 15 de julio de 2015.
[6] La producción de comportamientos dominantes implica la reproducción de los mismos en los estamentos dominantes y, consecuentemente, una repetición de este fenómeno en los dominados. No por otra cosa es necesario buscar, también, las causas de la delincuencia en el ejemplo depredador que entrega un empresariado no sólo hambriento de plusvalor sino abiertamente inmoral, con una representación política —sea ésta natural (‘Alianza Por Chile’)o espuria (‘Nueva Mayoría’)— que reproduce sus vicios.
[7] No olvidemos que las normas reguladoras de la ‘justicia’ dependen de las ‘mayorías políticas’. Y puesto que la economía, cuya moral es el lucro, fija los límites de lo posible, los viejos principios morales o éticos que caracterizaban antaño a la sociedad chilena caen hecho trizas.
[8] El Código Penal (CP) en su art. 9 señala que los delitos se dividen en crímenes, simples delitos y faltas. A pesar de ello, los parlamentarios acusados de cometer actos inmorales se excusan diciendo que son simples ‘faltas’. ¡Como si las faltas no constituyesen delitos para la legislación nacional!
[9] Acuña, Manuel: “Carácter de clase del nuevo gobierno de Michelle Bachelet”, publicado en ‘Piensachile. com” y ‘Rebelion.org’ en marzo de 2014.
[10] Acuña, Manuel: “Un gabinete para Michelle”, publicado en ‘Piensachile.com’ y ‘Rebelion.org’ en el curso de febrero de 2014..
[11] Santander, Pedro: “Las opciones del PC: al tacho de la historia o a reformar el país”, ‘El Mostrador’, 22 de julio de 2015.
[12] Redacción: “La Moneda sale a reforzar el mensaje de que la economía es el motivo para la ‘gradualidad’ de las reformas y reconoce ‘problemas de gestión’”, ‘El Mostrador’, 14 de julio de 2015.
[13] Mayol, Alberto: “Renuncia sin realismo: la doctrina de Bachelet para perder el poder”, ‘El Mostrador’, 14 de julio de 2015.
[14] Cleary, Eda: “La elite fanfarrona de Chile”, ‘El Mostrador’, 20 de julio de 2015.
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