Miércoles, 25 marzo, 2015
La elección del ex canciller uruguayo Luis Almagro como secretario general de la OEA es una señal de que algo está cambiando en el organismo continental. Éste ha dejado de ser “el ministerio de colonias” de Estados Unidos, como lo fue en épocas pretéritas. Ahora en la OEA se refleja la nueva América Latina y caribeña amanecida desde comienzos del siglo XXI. Por algo el presidente ecuatoriano Rafael Correa expresó que estamos viviendo, ya no una época de cambios, sino un cambio de época en nuestra América.
Y ello lleva a que Luis Almagro, canciller del anterior gobierno del Frente Amplio, haya sido elegido prácticamente por unanimidad para la secretaría general de la OEA, cargo que comenzará a desempeñar el próximo 26 de mayo y se extenderá hasta el año 2020, sustituyendo al chileno José Miguel Insulza, que completa sus dos períodos al frente del organismo. Tras la renuncia de dos candidatos a presentarse (un ex vicepresidente guatemalteco y un jurista peruano), Almagro fue consagrado por 33 votos a favor, ninguno en contra y 1 abstención (presumiblemente por parte de Guyana –la ex Guayana holandesa, capital Georgetown-, por no haber sido contemplada en la dirección de un puesto regional).
Se habla ahora, con razón, de que “nuevos vientos” soplan en la OEA. De entrada, Almagro planteó claramente su voluntad de introducir profundos cambios y de renovar el organismo. “No me interesa ser el administrador de la crisis de la OEA, sino el facilitador de su renovación”, declaró ante la Asamblea General Extraordinaria apenas fue declarado electo. Y lo explicitó en estos términos: “El tiempo de una OEA discursiva, burocrática, alejada de las preocupaciones de los pueblos americanos, anclada en los paradigmas del siglo pasado, está definitivamente dando paso a una OEA del siglo XXI”.
A su juicio, es necesario imprimirle “un empujón de realismo” a la OEA y determinar que se concentre en promover un diálogo político “con resultados tangibles en áreas claves para la democracia, los derechos humanos, la seguridad y el desarrollo de la región”. En efecto, y tal como lo expuso previamente a su elección, los cuatro pilares de su gestión serán la democracia, los derechos humanos, el desarrollo y la seguridad del continente. En ese sentido, propone el fortalecimiento de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, CIDH, un tema sin duda de extrema urgencia. (Y que plantea, de paso sea dicho, un aspecto adicional: ¿hasta cuándo la sede de este organismo estará en Washington, teniendo en cuenta que Estados Unidos no ha ratificado el convenio internacional en la materia?). En esa visión panorámica, Almagro concibe a los distintos organismos regionales, caso de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) y de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), no como antagónicos, sino como complementarios de la propia Organización de Estados Americanos, OEA.
Otros puntos constructivos promovidos por Almagro como guía de su futura gestión son: una actuación conjunta de todos los países de la región ante desastres naturales, medidas de interconectividad tecnológica e iniciativas regionales respecto al cambio climático.
Uno de los grandes temas pendientes para la OEA en esta nueva etapa consiste en crear las condiciones que faciliten el retorno de Cuba al organismo continental. Como se sabe, Cuba fue suspendida en enero de 1962, en la conferencia de cancilleres de San Rafael, en Uruguay, después que Estados Unidos comprara varios votos, entre ellos el de Haití, presidido por el tirano François Duvalier (Papa Doc), para llegar a los 14 votos que conformaban los 2/3 del total requerido para la aprobación de la moción. Esta decisión fue revertida por consenso en la reunión de San Pedro Sula, Honduras, efectuada en 2009, bajo la presidencia de Manuel Zelaya (que después fue víctima de un golpe de estado).
El tema de Cuba se proyecta a la Cumbre de las Américas a efectuarse los días 10 y 11 del próximo mes de abril en Panamá. Se ha anticipado que en la misma Cuba se hará presente a través de su presidente Raúl Castro. Almagro expresó que en el plazo inmediato concentrará su mirada en dicha Cumbre de las Américas, la que definió como “una oportunidad histórica para avanzar hacia un hemisferio sin exclusiones, a partir de la presencia de Cuba en el ámbito latinoamericano por primera vez en décadas” (53 años exactamente). Allí habrá oportunidad de un cara a cara con Obama.
Como es sabido, Cuba y Estados Unidos iniciaron en diciembre pasado un histórico proceso de restablecimiento de relaciones diplomáticas, que está avanzando en forma paulatina. Este gesto ha sido aplaudido por todos los países el continente, y se ha expresado de múltiples formas la esperanza de que la reapertura de las respectivas embajadas se concrete antes de la mencionada Cumbre de las Américas. En ese camino se están dando pasos positivos, en particular en materia de viajes de ciudadanos estadounidenses a Cuba y en otros aspectos de intercambio.
Todos los países latinoamericanos y caribeños han expresado además su apoyo a la legítima aspiración del gobierno cubano de que, de una buena vez, se levante el bloqueo comercial, económico y financiero que mantiene EEUU sobre la isla desde hace más de medio siglo, tal como lo ha reclamado además reiteradamente, por mayorías aplastantes, la Asamblea General de las Naciones Unidas. Y se ha exigido también que termine el absurdo de que Cuba haya sido incluida por la potencia imperialista en la nómina de los países patrocinadores del terrorismo.
De la manera referida Uruguay vuelve a ocupar la secretaría general de la OEA, lo que ocurrió solamente una vez en la historia del organismo, allá en sus inicios, cuando tal responsabilidad fue ejercida por el Dr. José Antonio Mora Otero. En ese entonces Estados Unidos dirigía a su gusto y paladar el organismo, sin mayor oposición. Se recuerda, como un símbolo, que fue en una reunión de la OEA que se decidió y se implementó el degüello de la Guatemala democrática del presidente coronel Jacobo Arbenz (el sucesor de Juan José Arévalo), que impulsó la reforma agraria expropiando los feudos que estaban en manos de la United Fruit Company (UFCO) estadounidense. En la reunión de la OEA, efectuada en Caracas, participó directamente el secretario de Estado yanqui John Foster Dulles, en tanto su hermano Allan Dulles, director de la CIA, organizó la invasión de Guatemala desde Honduras, con tropas dirigidas por el coronel Carlos Castillo Armas, que ocupó la presidencia y devolvió las tierras a la UFCO. Ahora las circunstancias son muy distintas, y las perspectivas también.
Uruguay ha actuado asimismo en un plano muy destacado, estos días, en relación con la reunión de los cancilleres de la UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas), que consideró las gravísimas amenazas del gobierno de Barack Obama contra Venezuela y su revolución bolivariana. La UNASUR adoptó por la unanimidad de sus miembros decisiones de plena solidaridad con el pueblo y el gobierno venezolanos. Uruguay ocupa en este período la presidencia pro tempore de este bloque, y en tales condiciones el actual canciller uruguayo, Rodolfo Nin Novoa, presidió la sesión efectuada en Quito, en la mitad del mundo.
La declaración aprobada por los cancilleres de los 12 países integrantes del organismo: Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, Guyana, Paraguay, Perú, Surinam, Uruguay y Venezuela, reviste enorme trascendencia, porque contribuyó a generar una nítida conciencia, en el continente y en el mundo entero, de que Venezuela afronta el gravísimo peligro de un ataque militar, de una invasión por parte de EEUU o impulsada por éste. No otra cosa significa el decreto ejecutivo de Obama, que declara una “emergencia nacional” en su país “con respecto a la amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y política exterior de Estados Unidos planteada por la situación en Venezuela”. Los estados miembros de UNASUR rechazaron esta decisión por cuanto “constituye una amenaza injerencista a la soberanía de Venezuela y al principio de no intervención en los asuntos internos de otros estados”.
Se ha recordado que Estados Unidos declaró “estado de emergencia” en relación a países como Ucrania, Sudán del Sur, República Centroafricana, Yemen, Libia, Somalia. En años anteriores, declaraciones del mismo tenor se formularon respecto a Irán, Irak, Siria, Afganistán. Y en el ámbito de América Latina, decisiones de este tipo involucraron a la isla de Granada, Nicaragua, Panamá, Haití y República Dominicana. Los latinoamericanos sabemos muy bien que en no pocos casos estas declaraciones fueron el anticipo de la invasión militar. Un ejemplo significativo es la masacre en Los Chorrillos en el curso de la invasión a Panamá del 20 de diciembre de 1989, tras la cual Guillermo Endara fue investido como presidente en la base militar norteamericana de Fort Clayton, en el Canal de Panamá.
El presidente Nicolás Maduro ha tenido la iniciativa de publicar en The New York Times una carta abierta a Barack Obama, reclamando que “cesen las acciones hostiles” de su gobierno contra Venezuela y acusándolo de “querer gobernar por decreto a los venezolanos”. Asimismo se han destacado las declaraciones solidarias con Venezuela que en forma simultánea formularon los gobernantes de los países integrantes del ALBA (Alianza Bolivariana de los Pueblos de Nuestra América), con particular destaque de los presidentes de Cuba, Raúl Castro, de Bolivia, Evo Morales, así como de los gobernantes de una pléyade de islas caribeñas.
En el dramático cuadro actual, plagado de peligros y de una amenaza intervencionista directa, abrigamos la esperanza de que la nueva OEA pueda desempeñar un papel positivo y abrir una nueva perspectiva continental, detener la agresión en ciernes, de manera que la América Latina y caribeña se afiance realmente, como lo proclaman sus pueblos y sus gobiernos, como una zona de paz.
nikomar@adinet.com.uy
*Fuente: Barómetro Internacional
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